DESAFIANDO LA POLÍTICA DEL ESTADO: LAS ESTRATEGIAS EDUCATIVAS DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS EN COLOMBIA Y MÉXICO
CHALLENGING THE STATE’S POLICIES: NATIVE PEOPLES’ EDUCATION STRATEGIES IN COLOMBIA AND MEXICO
RESUMEN:
A partir del análisis de estrategias políticas de educación indígena, se ponen en perspectiva los proyectos educativos de pueblos originarios políticamente organizados en el Cauca (Colombia) y en Chiapas (México). Este artículo examina prácticas alternativas de reclutamiento y formación de maestros bilingües que representan nuevos retos para las políticas públicas. La apropiación social de la escuela se inscribe en el marco de luchas por un mayor control en los procesos pedagógicos a nivel comunal. Los pueblos en estas regiones multiétnicas de América Latina transforman su realidad educativa en la medida en que generan propuestas que tienden a ser autónomas frente al Estado. Esto contribuye a ubicar las estrategias indígenas de gestión administrativa y curricular en el ámbito de políticas y prácticas endógenas de participación comunitaria en la educación intercultural.
PALABRAS CLAVE:
apropiación, Cauca, Chiapas, zapatismo.
ABSTRACT:
The educational projects of politically organized native peoples in Cauca Department, Colombia, and in Chiapas State, Mexico, are viewed through analyzing political strategies for indigenous education. This article examines alternative bilingual teacher recruitment and training practices that represent new challenges for public policies. Social appropriation of schooling is inscribed within the framework of the struggle for greater control over educational processes at a communal level. Indigenous people in these multiethnic Latin American regions transform their educational reality at the same time generating proposals that tend toward autonomy in relation to the State. This contributes to placing indigenous administration and curriculum management strategies within the territory of endogenous policies and community participation practices in intercultural education
KEY WORDS:
appropriation, Cauca, Chiapas, zapatism.
Las estrategias colectivas de autogobierno en educación comentadas en adelante surgen
después de que organizaciones regionales de campesinos indígenas hayan nombrado a
nuevos educadores comunitarios. Lo hacen como pueblos en rebelión frente al Estado, y
empiezan a buscar cómo capacitar a nivel pedagógico a estos jóvenes militantes
indígenas. Estos son reclutados de manera interna para ocupar las funciones docentes en
localidades pioneras que muchas veces representan bastiones del movimiento que conforman. Estas
experiencias están circunscritas a territorios en conflicto abierto y comparten condiciones
de movilización y represión, por lo que no siempre perduran como alternativas, ya que
las mismas comunidades llegan a desmovilizarse y a ser casi exterminadas –o cooptadas–
por completo por el Estado.1 Cuando la frágil organización regional de los campesinos
indígenas pierde cierto control sobre los planes y programas y la selección del
docente en sus pueblos, frente al Estado, la Iglesia o la empresa que se dedica a instrumentar el
espacio educativo según sus propios intereses, los pueblos originarios ven limitada su
oportunidad de apropiarse en profundidad de la escuela para dar sentido a los proyectos de vida
comunal que se articulan a un proyecto decolonial y emancipador.
Cobra sentido acercarse al proceso de apropiación social de la escuela para definir las
estrategias colectivas (no siempre conscientes y racionales) que no provienen
sistemáticamente de los efectos de la educación pública, sino que dependen de
necesidades exteriorizadas y de iniciativas protagonizadas por los grupos culturales organizados.
Bajo ciertas condiciones ellos se orientan en la praxis a apropiarse de la escuela para poder
reconstituir los territorios y decolonizar de algún modo las formas de enseñanza y
aprendizaje gracias a la construcción de alternativas educativas propias que están
incluidas en los proyectos de transformación social generados por los movimientos populares.
La apropiación social y cultural de la educación depende entonces de la capacidad de
decisión e incidencia política de los pueblos sobre las actividades escolares
(Baronnet 2012). Esto sugiere examinar las prácticas educativas como construcciones que
modifican los comportamientos, los conocimientos, los valores y las maneras de ver el mundo; y
–como muestran otros autores (Bertely 2007, Rockwell 2009, Rojas 2012)– el
análisis de la historicidad de las prácticas implica cuestionar la existencia de una
cultura escolar inmutable y monolítica en el tiempo, lo que contribuye a explicar hasta
qué punto los pueblos originarios, desde sus especificidades, pueden intervenir y transformar
un espacio de dominación y resistencia como lo representa la escuela en las sociedades
multiculturales.
Entre las características que permiten distinguir los esfuerzos de los pueblos
autóctonos en la construcción de un poder educativo autónomo se recalcan: (1)
el tipo de organización política que les respalda y su relación con el Estado;
(2) la politización de las identidades étnicas; y (3) la capacidad de movilizar varias
formas de recursos internos y externos a sus territorios. Ahora bien, los procesos de lucha por una
educación controlada por las estructuras de gobierno indígena en América Latina
parecen depender de las necesidades apremiantes que se imponen frente a la desatención y a la
represión del Estado. En distintos contextos y con recursos bastante limitados, las
comunidades organizadas en las asociaciones de cabildos y en los municipios autónomos han
aprovechado ciertas posibilidades coyunturales para establecer y administrar nuevos dispositivos
escolares en los cuales penetran sus formas de comunicar y (re)producir conocimientos, memorias y
sentidos de pertenencia. Estos se inscriben en condiciones favorecidas por la constitución y
la consolidación de movimientos sociales regionales que cuestionan a menudo la legitimidad
del Estado para solucionar las demandas étnicas y sociales de las poblaciones.
Se ofrece aquí poner en perspectiva dos casos vigentes en Latinoamérica y que cobran
un fuerte sentido –tal vez inspirador– para la sociedad en general, y para los pueblos
indígenas en lucha en particular. Por un lado, el combate pionero de los Cabildos
indígenas que componen el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), Colombia, y por
otro lado los esfuerzos de resistencia en los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas
(MAREZ) de Chiapas, México, representan experiencias autonómicas distantes, pero
amplias y bastante consolidadas. Los proyectos comunales de transformación social se traducen
por proyectos de «educación propia» en las asociaciones de cabildos de los
pueblos nasa, misak, kokonuko y yanakona, y de «educación verdadera» en los
ejidos tseltales, tsotsiles, choles y tojolabales, usando nuevos lenguajes e imaginarios
antisistémicos, y cuya praxis se nutre de intencionalidades, etnicidades y subjetividades que
participan en la construcción colectiva de Otra Educación, con base en el
reconocimiento de la legitimidad que representa la intervención directa de los pueblos
indígenas en la gestión administrativa y pedagógica de las escuelas.
Ambas redes alternativas de escuelas manejadas por los pueblos originarios han crecido en
términos numéricos en la primera década de los años 2000, hasta alcanzar
en 2011 para el CRIC alrededor de 40,000 niños atendidos, 1,400 maestros bilingües en
cerca de 1,000 escuelas, y en Chiapas algunos observadores estiman que más de 45,000
jóvenes han sido atendidos en las escuelas zapatistas, y muchos de ellos ahora actúan
como promotores de educación, de salud o de comunicación, e incluso como
representantes de su comunidad. Después del levantamiento de 1994, las familias afines al
zapatismo habrían construido y sostenido más de 500 escuelas «en
resistencia», revalorizando la lengua, la memoria y las identidades. Sin contar con recursos
estatales, entre 1,300 y 1,500 promotores de educación (en servicio y formación)
reciben consejos, apoyos y alimentos proporcionados por cada comunidad. En distintos niveles, los
educadores bilingües en el Cauca y Chiapas trabajan bajo la supervisión administrativa y
pedagógica ejercida directamente por los habitantes de los pueblos a los cuales pertenecen.
Así, en la arena político-educativa, en los procesos formales de enseñanza y
aprendizaje, está en juego la incorporación potencial de las lenguas, los saberes y
los recursos propios en las culturas y las identidades regionales.
Considerando la distancia geográfica y la lejanía política que separa a las
comunidades indígenas caucanas y chiapanecas, se ponen de relieve las estrategias de la
política de la autonomía, que tienen, según Castoriadis (1993), por un lado el
objetivo de «liberar la creatividad» y «crear la libertad», y por otro lado
afianzan la capacidad de autonomía individual y colectiva (también definida como
«autolimitación»), buscando hacer de cada sujeto un «ser capaz de gobernar
y ser gobernado». En ambas regiones se destacan procesos significativos de movilización
de recursos materiales y simbólicos que, al caracterizar estrategias educativas,
desafían las políticas del Estado. A la imagen de las primeras escuelas de los
asentamientos del movimiento de los trabajadores rurales Sem Terra de Brasil en los
años ochenta, grandes sectores de los pueblos originarios del Cauca y de Chiapas luchan por
renovar y extender su participación en torno a la creación y la evaluación de
redes propias de escuelas, ambas inmersas en contextos de dominación, represión y
recomposición social y cultural, aprovechando los recursos internos de territorios
autodefendidos por los campesinos. Se destacan fuertes luchas, en ambas regiones
multiétnicas, por el control de la educación formal, donde de manera
estratégica y desde la práctica autónoma los pueblos han creado, consolidado y
transformado las escuelas, de acuerdo con un habitus comunal y una pluralidad de
identidades culturales.
Antes del proceso de negociación de los Acuerdos de San Andrés (1995-1996) que
están en vigor en los MAREZ, notorios avances legales en materia de derechos educativos
fueron obtenidos en otros países latinoamericanos gracias a las luchas de los pueblos
originarios, como en Colombia, tras los acuerdos de pacificación y la desmovilización
de los combatientes indígenas del Movimiento Armado Quintín Lame en el Cauca en 1991.2
Al igual que en Guatemala en los años ochenta, los indígenas de Colombia se involucran
en los conflictos armados de distintas formas, dejando claro que «la lógica identitaria
no ha constituido el motor principal o el principio de orientación» de las violentas
guerras civiles, a pesar de su componente obviamente racista (Le Bot 2006: 211).
Ahora bien, los actuales responsables de los programas de educación de las asociaciones de
cabildos que conforman el CRIC comparten cierta tendencia a vincular fuertemente el papel
histórico de su proyecto alternativo de educación formal lanzado en 1978 con las
condiciones del ejercicio de mayores niveles de autonomía política.3 En sus relatos,
es predominante la ubicación subjetiva de su acción como activistas
político-culturales en una memoria colectiva construida sobre elementos de prácticas
de resistencia y autonomía educativa.4 En contextos regionales de creciente violencia
política, los activistas indígenas y sus colaboradores externos, cuyas relaciones
internas a la organización son de naturaleza intercultural (Rappaport 2003), empiezan a
examinar cómo apropiarse de la educación para formar líderes comunitarios
comprometidos con las luchas de reivindicación agraria, social y cultural. Además de
cuestionar la labor educativa del clero, de los misioneros y del Instituto Lingüístico
de Verano, los dirigentes de los pueblos nasa (Páez) y misak (Guambiano) empiezan a exigir
nuevos derechos, y a tomar conciencia de las consecuencias de la proscripción de la lengua y
de la cultura indígena en la enseñanza.
Las ideas del nasa Manuel Quintín Lame Chantre (1880-1967), que dirigió levantamientos
en 1914 y 1916 en el Cauca y recuperaciones de tierras en los años veinte y treinta con los
pijaos de Tolima (donde funda dos escuelas), reaparecen a la sombra de las movilizaciones promovidas
por la agrupación campesina de la cual surge el CRIC en 1971. Desde un principio, el objetivo
de la alternativa indígena a las ofertas educativas del Estado y de la Iglesia aparece como
uno de los siete puntos de la plataforma de lucha del CRIC: «Formar profesores
indígenas para educar de acuerdo con la situación de los indígenas y en su
respectiva lengua». En la memoria de las primeras asambleas y encuentros se observa la
preocupación por el tema educativo y más concretamente por la formación de
maestros (Castillo y Rojas 2005: 73). Además de recobrar la memoria colectiva de los agravios
y de la dominación del poder eclesial, el hecho de reconocer las tensiones derivadas del
papel negativo que ha tenido la Iglesia permite a los pueblos indígenas ratificar
políticamente la posibilidad de reorientar la educación (Castillo 2006).
En menos de tres décadas, el CRIC realizó esfuerzos organizativos para la
invención de una política de educación indígena controlada por los
mismos cabildos que la conforman. El movimiento indígena colombiano –que nace y se
impulsa en el Cauca– busca después del Congreso de fundación de la
Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), en 1982, poner la
«educación bilingüe y bicultural bajo el control de las autoridades
indígenas».5 La demanda de educación autónoma es una constante en la
historia del movimiento indígena caucano. Aparece constreñida por sus estrategias,
contradicciones, divisiones y tensiones internas ligadas a consideraciones de orden político,
en una dinámica de resistencia pacífica contra la violencia persistente del conflicto
armado y del conflicto agrario (Caviedes 2007). El CRIC se impone en las décadas de los
años ochenta y noventa como actor colectivo central en el campo político y cultural.
Sus prácticas discursivas y pedagógicas siguen teniendo eco en la actualidad en la
medida en que el CRIC es la primera organización de resguardos indígenas6 que se
apropia de la escuela y demuestra saber orientar y administrar los componentes de la
organización escolar, del trabajo docente en general, y propiamente de la enseñanza.
En otras palabras, se consolida la toma progresiva de control del espacio escolar por parte de los
pueblos nasa, misak, kokonuco, y luego los yanaconas del macizo sur del Cauca y los sia eperara de
la Costa Pacífica.
Las movilizaciones de presión, protesta y negociación obtienen una legislación
más favorable, con la promulgación del Decreto 1142 de 1978 que permite a los
indígenas organizarse para diseñar y ejecutar propuestas curriculares, así como
elegir y sostener a sus propios maestros. Un impacto positivo fue «la
institucionalización de una serie de innovaciones educativas por parte de las organizaciones
indígenas, las cuales salieron de la clandestinidad a competir por la legitimidad y los
recursos del Estado en el sector educativo» (García 1999, citado en Castillo y Rojas
2005). La promulgación del decreto representa «un referente importante para la
configuración de un movimiento pedagógico étnico que desde entonces
lucharía constantemente por participar en la formulación de las políticas
educativas nacionales» (Castillo y Rojas 2005: 74).
Las comunidades del CRIC inventan y experimentan la apropiación de la escuela gracias a la
definición de elementos novedosos de política educativa. En los primeros años,
la definición del perfil social de los docentes del Programa de Educación
Bilingüe (PEB)7 responde a estrategias de empoderamiento de los cabildos. Por primera vez en
América Latina, un movimiento indígena genera a nivel regional un amplio movimiento
pedagógico multiétnico. Se destacan tres principales misiones confiadas al equipo de
activistas encargados del PEB: (1) facilitar la formación pedagógica y
política de jóvenes bilingües elegidos por los cabildos de su vereda de origen,
(2) impulsar la investigación social comunitaria (educación, historia,
cultura, lengua) y (3) establecer las bases de la administración tanto
política como pedagógica de una red naciente de escuelas manejadas por los cabildos
(CRIC 2004, Rappaport 2003). Estos esfuerzos desembocan hoy en la formación a nivel superior
de cientos de jóvenes docentes y autoridades de los resguardos en las diferentes sedes de la
Universidad Autónoma Intercultural Indígena.
Entre 1978 y 1982 cerca de quince maestros indígenas, todos varones, enseñan en las
primeras escuelas del PEB (CRIC 2004, Rappaport 2003). A nivel de las infraestructuras
físicas, las condiciones son precarias. Cuidan con especial atención las hortalizas
(tul) escolares en las tierras recuperadas y reocupadas. Hoy las primeras escuelas
bilingües siguen funcionando en Las Delicias (Buenos Aires), Piñuelas (Santander),
Vitoyó (Jambaló), La Laguna Siberia (Caldono), El Potrerito (Toribío). Cerca de
la capital departamental (Popayán), la escuela El Canelo abre sus puertas a los primeros
alumnos del pueblo Kokonuco (monolingües en español) en el resguardo Quintana
(Puracé). En 1979, los primeros niños guambianos en recibir educación en
namuy wam son atendidos en la escuela creada en El Chimán en la ex hacienda Las
Mercedes (Silvia). Poco después, se funda una escuela en El Cabuyo, resguardo de
Vitoncó (Páez), en las Cañadas de Tierradentro donde no había más
tierras que repartir. Otras escuelas decaen donde las capacidades políticas no son
suficientes, como la Escuela de Miravalle (Suárez). En cambio, otros cabildos combativos
optan por seguir el ejemplo de las escuelas pioneras del norte caucano, como en Totoró,
comunidad casi monolingüe en español, donde se inicia una formación de maestros
con miras a la «recuperación» de la cultura y la lengua con los pocos hablantes
del nasa yume.
Una de las garantías de respeto y confianza hacia la figura del nuevo maestro indígena
se legitima en el reconocimiento colectivo de su trayectoria militante.8 En vez de un sueldo
mensual, cada nuevo docente indígena percibe un apoyo alimenticio por parte de su comunidad.
Los primeros maestros de los cabildos del CRIC se ven investidos en sus funciones para seguir
cumpliendo con una misión política de militancia cultural desde el espacio de la
escuela.9 El CRIC plantea la capacitación formal no sólo para los nuevos maestros
bilingües, sino también para todas las generaciones de dirigentes y líderes
indígenas. La trayectoria militante anterior de estos nuevos maestros bilingües se
fortalece al desempeñar funciones de docencia que, cuando son positivamente valorizadas por
las familias, refuerzan su legitimidad y su acción político-cultural en el territorio
y en la organización regional, donde en los años siguientes toman otras
responsabilidades (representación, formación y coordinación).
La apropiación de la educación formal por los pueblos se erige en una lucha por su
autonomía frente al Estado y a la Iglesia, colocando a la organización indígena
como intermediaria directa que empieza a competir por construir y asumir la dirección
política y pedagógica del sistema escolar. La experiencia educativa del CRIC en
Colombia parece haber cumplido un«papel relevante en el proceso de movilización
cultural (de politización de las identidades)» (Gros 2000: 195). Su originalidad
proviene de su capacidad para reconfigurar las relaciones de poder educativo en la medida en que las
relaciones de fuerza del campo educativo comunitario se autonomizan de la lógica dominante
del campo educativo nacional. Esta autonomización se realiza a partir del rompimiento del
CRIC con lo que representa el proyecto estatal de construcción nacional,10 y la
creación hace tres décadas de un «perfil» docente implicado en la
política cultural regional. La formación de un equipo docente indígena
responsable ante autoridades locales (y no ante el Estado) es un experimento que forma parte de un
proyecto global de transformación social a nivel comunitario, regional y nacional.
El propósito de introducir en la escuela los mitos y la historia oral indígena se
inscribe en el proceso de fortalecimiento de la memoria política colectiva. Se trata entonces
de un proyecto de reorientación integral de la educación hacia las prioridades
establecidas a través de la participación de las poblaciones de los resguardos, en
medio de una extensa movilización político-cultural en favor de niveles más
amplios de autonomía indígena. Aparte de subsidios obtenidos por medio de ONG
europeas, en general católicas, el proyecto educativo del movimiento indígena del
Cauca ha llamado la atención y generado la solidaridad de sectores de intelectuales y
activistas. Como apoyo solidario significativo, algunos abogados y antropólogos sensibles a
la causa de la tierra y la autonomía indígena colaboran directamente en las
iniciativas del CRIC. Algunos son sociólogos, etnolingüistas o etnomusicólogos
como Carlos Miñana, provenientes de universidades de Bogotá que también aportan
su contribución a la consolidación del proyecto pedagógico comunitario,
dirigiendo la investigación para la elaboración de materiales didácticos.11
Los cambios de poder educativo que el CRIC provoca en las comunidades indígenas reciben
respaldo local de parte de actores del campo religioso. Aparte de los médicos tradicionales o
chamanes (The Wala) que se suman a la construcción del proyecto educativo
noconfesional del CRIC, el programa educativo bilingüe recibe el apoyo firme de sectores
progresistas de la Iglesia, sensibles a la doctrina social de la «opción por los
pobres». A raíz de la represión que sigue a este enfrentamiento entre el
movimiento indígena y los empresarios del Valle del Cauca, se hace pública la
activación de la «guerrilla indígena», para contener además los
efectos de la militarización y la presencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia. En circunstancias tensas, surge el Movimiento Armado Quintín Lame (MAQL),12 que
actúa como grupo de apoyo en la recuperación de tierras contra los peligros de amenaza
tanto de los «pájaros» (milicias a sueldo de la oligarquía terrateniente)
como de otros grupos armados, en un contexto de intensa represión gubernamental. Hasta hoy,
el MAQL es recordado (y reactivado –hasta cierto punto– con Los Nietos de Quintín
Lame) tanto en la socialización política indígena, en las conciencias y
formaciones políticas como en las pesadillas de los terratenientes y la oligarquía
caucana, con su apoyo a la recuperación indígena de medios privados de
producción agrícola. El ex dirigente político del MAQL Pablo Tattay (CRIC 2004:
20-21), y los educadores entrevistados señalan que el trabajo realizado por el programa de
educación durante cerca de tres décadas ha contribuido significativamente a afianzar
el proyecto político de autonomía indígena frente al Estado y otros actores
políticos, buscando evitar el riesgo de cooptación de sus cuadros.
Se procede a la creación de 23 escuelas entre 1978 y 1987, cuyos proyectos pedagógicos
se basan en los principios de participación e investigación comunitaria, la
valoración de las lenguas y las identidades culturales. Después de 1983, se triplica
en menos de cinco años el número de docentes reclutados por el CRIC, antes de conocer
una fuerte disminución del ritmo de contratación.13 En 1987 se recluta a veinticuatro
maestros (un tercio son mujeres jóvenes) que tampoco reciben salarios ni prestaciones
sociales a la altura de los maestros normalistas. En los años noventa, apenas una veintena de
nuevos maestros viene a reforzar al grupo, en un contexto de descentralización neoliberal, de
cooptación acelerada, por parte del Estado, de potenciales líderes étnicos y de
reconocimiento institucional creciente de la figura del cabildo y de las asociaciones locales de
cabildos indígenas. El CRIC se encarga del proceso de planificación educativa en
alrededor de 50 escuelas comunitarias en la siguiente década. Este esfuerzo supone
capacidades organizativas sólidas, ya que se extiende a más de 500 escuelas
después de 2004, cuando el Ministerio, vía la Secretaría de Educación
Departamental, concede a diversas organizaciones indígenas la firma negociada de contratos
públicos, lo que introduce una etapa contradictoria en la lucha por una mayor
autonomía educativa frente al Estado liberal (Baronnet y Mazars 2010). Las protestas de las
asociaciones de cabildos al final de la primera década del siglo XXI buscan presionar al
Estado para obtener más prerrogativas en la normativa. Ahora, los proyectos de
educación propia auspiciados por el CRIC atienden en 2012 a más de 40,000 niños
de los resguardos en el Cauca (sobre un total de 56,000), la mayoría del norte del
Departamento.
Al colaborar con el CRIC y sus educadores, el Estado busca reducir los costos educativos mediante la
contratación de prestadores del servicio de enseñanza básica. La
profesionalización de la primera generación de maestros indígenas encuentra una
serie de resistencias internas que el Programa de Educación Bilingüe Intercultural del
CRIC intenta superar al pasar los años. Según varios entrevistados, no ha sido
fácil convencer a muchos padres de familia y autoridades comunitarias de la necesidad de
«revalorar lo nuestro que está en decadencia» por medio de la institución
escolar, poniendo a los activistas indígenas y blancomestizos frente a las contradicciones
entre sus discursos políticos y los resultados pedagógicos alcanzados, puesto que
«hablarlo es bonito, pero ir a la práctica es más complicado». Aún
hay imposiciones normativas, represiones y desigualdades preocupantes a nivel de la cobertura, la
calidad del bilingüismo y la pertinencia cultural de la enseñanza, y especialmente
respecto a las lenguas nativas. Sin embargo, el compromiso colectivo por desarrollar una
pedagogía comunitaria adaptada al contexto local tiende a desembocar hoy en una incidencia
mayor de los pueblos en la gestión de cerca de mil escuelas, como una condición para
obtener y mejorar el acceso a una educación intercultural crítica.
En un contexto político nacional y regional diferente, las comunidades tseltales, choles,
tsotsiles y tojolabales de Chiapas han emprendido y consolidado en los últimos quince
años sus propios proyectos municipales de educación. Siguiendo el espíritu de
los Acuerdos de San Andrés sobre los derechos colectivos de los pueblos originarios,14 el
ejercicio de la autonomía política en educación tiende a garantizar que la
diversidad cultural, la historia y las aspiraciones de los pueblos queden reflejadas en las
prácticas pedagógicas, y contribuir así a la dignidad y al desarrollo de la
producción y el intercambio de conocimientos. A pesar de las condiciones de guerra integral
de desgaste, los zapatistas sostienen las capacidades organizativas y las disposiciones necesarias
para asumir la gestión educativa, lo que impacta en la formación pedagógica,
lingüística y político-cultural. Por ejemplo, en la escuela zapatista de la
comunidad chol de San Miguel los procesos de aprendizaje se desarrollan a partir de las actividades
cotidianas y del contexto sociocultural (Núñez 2011). En la zona Selva Tseltal (La
Garrucha), los educadores bilingües o trilingües se muestran entusiastas al investigar las
demandas y los saberes locales. Ponen en práctica su creatividad para que los alumnos gocen
de un aprendizaje situado desde lo comunal en articulación con lo nacional y lo global, y
reforzar de ese modo el sentido de pertenencia a las culturas e identidades mayas, campesinas y
militantes (Baronnet 2012). Concretamente estudian con frecuencia palabras y textos sobre el
territorio («madre tierra»), las memorias e historias de lucha social, los derechos
agrarios, las técnicas fitosanitarias, las matemáticas aplicadas a la medición
de parcelas, cosechas y precios, sin dejar de lado las artes (dibujo, poesía, canciones y
corridos) y los deportes colectivos.
A diferencia de las escuelas «oficiales», en las nombradas
«autónomas» se enseña la historia del pueblo al que pertenecen los
niños, en articulación con la historia nacional y mundial. Pretende generalizarse el
estudio de las ciencias y técnicas modernas para propiciar el desarrollo integral de la
región, sin admitir que el derecho a la educación contradiga el derecho a la
diferencia en términos culturales, es decir, para poder apropiarse de la lectoescritura y las
ciencias sin dejar de ser campesinos e indígenas. Como lo manifiesta un mural en el poblado
de Francisco Villa (San Manuel), la educación sirve como arma de autodefensa colectiva:
«Estudiar, aprender, para el pueblo defender» (en tsotsil: «Chanvunal xchanel
sventa spojel lumaltik»); se aspira así a orientar la misión de la
escuela con el fin de prepararse para la defensa del territorio y de la dignidad de pertenecer a
pueblos mayas en lucha.
Las escuelas zapatistas surgen como alternativa educativa formal a nivel básico en la segunda
mitad de los años noventa, y se multiplican en la primera década de los años
2000 hasta hacerse presentes en casi todas las comunidades zapatistas en 2011 y 2012. Cada
región autónoma se organiza de manera interna, y recientemente algunas de ellas, como
en el municipio autónomo Francisco Gómez, han establecido «Comisiones de
apoyo» a la educación para profundizar los esfuerzos de coordinación,
supervisión y consolidación de las actividades derivadas de la política
municipal en el renglón educativo, en asociación directa con los formadores
bilingües de los promotores, los consejeros municipales y los miembros de la Junta de Buen
Gobierno que intervienen en este sector sensible en plena expansión. A la imagen del
municipio Ricardo Flores Magón, mediante el proyecto de «Educación
Verdadera» escrito en tseltal y en español,15 las autoridades autónomas
invitaron a grupos de estudiantes y profesores prozapatistas de origen citadino para
acompañar, entre 1998 y 2008, el diseño de innovaciones pedagógicas y la
formación docente, aprovechando los recursos derivados de donaciones solidarias
(construcción de aulas, útiles escolares, bibliotecas). En cierta medida la
creación de más de 500 escuelas en los municipios zapatistas coincide con la
legitimación del quehacer educativo en la agenda local, introducido como asunto crucial
debatido y evaluado en el proceso colectivo de toma de decisiones acerca de los aspectos
administrativos y pedagógicos que asumen los sujetos implicados en las formas de
autogobierno.
La posición social de los jóvenes promotores de una educación autónoma
es significativa en el campo político local. Muchos de ellos son varones que tienen entre 15
y 25 años, y cuentan a menudo con derechos agrarios, apoyo material y alimentario de su
familia y de su comunidad, incluso por parte de «compañeros» que no tienen hijos
o nietos escolarizados. Mediante la deliberación en asamblea se asigna al promotor la tarea
de educar a cambio de una gratificación material16 con la entrega de maíz del
«colectivo», lo que constituye la base de la economía de la educación
zapatista, aunque no siempre alcanza para satisfacer las necesidades básicas. Siendo el
maíz el principal producto de subsistencia colectiva, la porción de la cosecha
atribuida resulta primordial para el mantenimiento del sistema educativo alternativo, ya que de ella
depende el sostén tanto del promotor como de la escuela en general. Al ser reconocido por su
experiencia docente y su desenvolvimiento como actor clave del esquema autonómico, la
negociación en asamblea sobre su retribución (alimento, trabajo en su milpa, ayuda al
transporte, etc.) surge como presión recurrente de los educadores, quienes argumentan que:
«si no hay buen acuerdo no podemos avanzar en la educación autónoma».17
Toda iniciativa de cambio sustancial que aportar a este tipo de acuerdo es debatida y consultada,
votada y/o consensuada, mezclando en la praxis dos modos de decisión colectiva: el consenso
aparente, o casi unánime, y el voto mayoritario.
En reunión o asamblea de cada comunidad, las bases de apoyo zapatistas y familias
simpatizantes registran y proponen candidaturas posibles para el nombramiento a cargos de promotores
de educación. Este cargo comunitario de nuevo cuño requiere, quizás más
que otros, una adhesión consciente y un compromiso militante activo con el proyecto de
autonomía zapatista. A pesar de buscar fuentes de financiamiento autosuficiente y no
gubernamental para la educación, los municipios alcanzan con dificultad a obtener recursos
regulares y apropiados a las necesidades de cada red de escuelas. Por falta de precisión o de
respeto de los contenidos de las actas de asamblea –que recuerdan una forma jurídica de
contrato entre la colectividad y los docentes–, pueden ocurrir tensiones en distintos niveles
que el comité de educación no logra contener, lo que provoca que el joven educador
renuncie si no siente suficiente respaldo de la colectividad. La siguiente declaración de la
Junta de Buen Gobierno con sede en el ejido La Garrucha confirma las relaciones estrechas que unen a
los promotores de educación con la población a la cual pertenecen.
El pueblo también se comprometió para que los promotores le echen más ganas en
el trabajo. A los promotores el pueblo tiene que hacerles su trabajo porque tiene que verles su
necesidad; si tienen familia la tiene que mantener el pueblo, para que así un promotor le
dé ganas hacer su trabajo. Un promotor también se compromete de servir al pueblo. Un
promotor también dijo que tengo la voluntad de servir al pueblo, pero si el pueblo me
apoya.18
Los coordinadores electos por sus pares promotores de educación opinan que gran parte de su
trabajo consiste en visitar y explicar a las familias de las comunidades lo que propone el proyecto
de autonomía educativa. Insisten en el cumplimiento de la colectividad hacia su(s)
docente(s). El coordinador «suplente» de los promotores del MAREZ Francisco Villa
enseña desde hace unos años en San Manuel y moviliza a los padres de familia:
Siempre salimos juntos a visitar a cada pueblo, a ver el avance, por si algún compa tiene
preguntas, si todavía no sabe algo. Hacemos pues una plática a todo el pueblo. Y por
eso tenemos que decir al pueblo que lo apoye porque si no, se van a acabar los promotores, pero si
lo apoyan van a seguir adelante. Nos reunimos a planear ese asunto y para tener una solución
a esa pregunta, porque cada pueblo pregunta una cosa.19
La autoorganización del sector educativo rebelde responde a lógicas
estratégicas pragmáticas de innovación que se derivan del rechazo zapatista
hacia todos los programas sociales gubernamentales, incluyendo la educación. Esta democracia
educativa se construye mientras el Estado no cumple con los acuerdos educativos pactados en 1996 en
San Andrés (Bertely 2007, Gómez 2011). En un documento de los asesores e invitados del
EZLN al grupo de trabajo sobre la promoción y el desarrollo de la cultura indígena, se
hace énfasis desde la primera fase de las negociaciones en la demanda siguiente: «Que
la comunidad tenga el derecho de seleccionar, ratificar y remover a sus maestros de acuerdo a
criterios generales de desempeño profesional previamente convenidos» (Ce-Acatl 1996).20
Sin embargo, ni la formulación final de los Acuerdos de San Andrés, ni tampoco las
medidas tomadas por el Estado y el sindicato han contemplado desde entonces la cuestión de
estos importantes «criterios generales de desempeño profesional», que son
determinantes para permitir la selección y evaluación de los docentes. Prevalece
además una especial aversión de los maestros «oficiales» a renunciar a sus
derechos laborales y sindicales que son aparentemente contradictorios con los principios
autonómicos de selección y remoción del docente por medio de la
organización comunitaria y política propia de la entidad territorial.
La problemática del control comunitario sobre el desempeño docente no surge con el
zapatismo, ya que los pueblos de Chiapas tienen una historia del uso de este derecho de
facto.21 Las demandas de autonomía en la selección, la formación y el
control de los agentes comunitarios existen tanto en Chiapas como en otras partes de México.
En Guerrero y en Oaxaca, las corrientes regionalistas y comunalistas del movimiento indígena
mexicano a partir de la segunda mitad de los años noventa también intentan colocar
esta demanda en el espacio público nacional para forjar una educación «para la
autonomía» (Medina et al. 2011, Castellanos 2008). En Jalisco la secundaria Tatutsi
Maxakwaxi sostiene acciones encaminadas a cambiar las relaciones de los indígenas
con el Estado, a partir de la formación de jóvenes para que defiendan y desarrollen la
cultura del pueblo Wirárika (Rojas 2012). La definición centralizada del modelo
neoindigenista, el peso mayoritario de los actores gubernamentales en la existencia del proyecto, y
la dependencia hacia los recursos curriculares y pedagógicos marcan límites a la
apropiación local de propuestas oficiales como el Bachillerato Integral Comunitario en Oaxaca
(González 2008), en las cuales las comunidades y sus representantes no están
involucrados ni son consultados para deliberar, ratificar y evaluar los proyectos de
planificación educativa a nivel local y regional.
Aunque no sea explícito en los MAREZ, las prácticas de reclutamiento comunitario dejan
entrever un patrón de criterios flexibles adoptados en la mayoría de los casos, y que
se adaptan a sus necesidades de manera pragmática. Un punto común a los promotores de
educación en ejercicio es que forman parte del sistema de cargos comunitarios, y
además forman parte de la organización zapatista, siendo en general alguno de los
hijos y familiares jóvenes de militantes destacados del EZLN, incluyendo a sus bases de
apoyo. Para su desempeño futuro como educador zapatista, el promotor debe saber leer y
escribir, tener conocimientos básicos de aritmética y dominar las lenguas habladas de
su comunidad, que a veces son tres, incluyendo el español. Sin embargo, vale mencionar
algunas excepciones de promotores que son analfabetos funcionales22 y que tienen poco dominio del
español y aún menos de la escritura de su lengua materna. Se declaran dispuestos a
capacitarse en el seno del proyecto municipal, yendo a sesiones de formación
pedagógica ubicadas en el corazón político de sus territorios alteños y
selváticos.23 Esto es a diferencia de los maestros e instructores de todas las modalidades
oficiales de las cuales sólo una parte marginal ha recibido una formación enfocada en
la enseñanza con métodos didácticos pertinentes que fomenten el
bilingüismo y la circulación de conocimientos interculturales.
Al formarse como educadores en la práctica en su propia comunidad y a través de
talleres de capacitación en los municipios autónomos, hombres y mujeres promotores de
la educación autónoma zapatista no se vuelven profesionales de la docencia (siguen
siendo campesinos), sino activistas culturales apegados a las realidades del contexto local,
formados en espacios que involucran a las autoridades y las asambleas. Hasta tiempos recientes, las
experiencias históricas de formación específica para educadores
indígenas en México han sido organizadas por el Estado fuera de los territorios
multiétnicos, pero también fuera de las grandes universidades públicas y, sobre
todo, fuera de las escuelas normales federales y estatales, ilustrando la desigualdad de acceso real
a las escuelas normales entre indígenas y mestizos.24 En 2012 la matrícula estudiantil
total permanece inferior a 10,000 jóvenes en las universidades interculturales (reconocidas
por las autoridades federales) que presentan altos niveles de deserción y de desempleo en las
primeras generaciones. El ingreso en la Escuela Normal Indígena Intercultural Bilingüe
«Jacinto Canek» desde el año 2000 en Chiapas, como a sus homólogas de
Oaxaca y Michoacán, beneficia sólo a un número reducido de candidatos (varias
decenas de estudiantes en cada «generación») que se titulan ahora como
licenciados en Educación Preescolar o Primaria Intercultural Bilingüe.25 Si la principal
demanda de educación de los pueblos originarios se materializa recientemente en los diversos
proyectos alternativos de educación superior,26 parece más compleja la tarea de
apropiarse del derecho a la autonomía de la educación preescolar y primaria
indígena, debido en parte al control administrativo sobre la selección y
formación de los docentes.
Si bien la Normal «Jacinto Canek» ubicada ahora en Zinacantán y la Escuela
Secundaria Rebelde Autónoma Zapatista (ESRAZ) de Oventik surgieron en el mismo periodo,27
ambas se distinguen por inscribirse en dos proyectos distintos de educación indígena
que responden a dos tipos de relaciones que entretejen las comunidades con su modelo educativo. En
las Cañadas de la Selva Lacandona no existen «secundarias autónomas» en
todos los municipios autónomos (con modalidad presencial), sino talleres intensivos y
regulares, de una a varias semanas, que se alejan completamente del modo de operar de los estudios
normalistas que obligan a estudiar lejos de la comunidad de origen, sin tener la seguridad de poder
regresar a trabajar allí. Los promotores zapatistas están avalados como delegados de
sus comunidades que se forman en la lógica de un proyecto colectivo de construcción de
autonomías políticas. Se capacitan desde la práctica, su análisis y la
investigación en las «escuelitas» y en los equipos municipales, aprovechando el
apoyo casual e irregular de la asesoría pedagógica de voluntarios externos, solidarios
con su causa rebelde, que proceden a menudo de San Cristóbal de Las Casas, de la Ciudad de
México y de las redes de solidaridad internacional (Rovira 2009). Generalmente aprovechan en
sus actividades pedagógicas las reflexiones y los aprendizajes acumulados a lo largo de las
experiencias vividas, que lógicamente marcan la memoria colectiva y los discursos, definidos
muchas veces por tensiones que provocan quiebres en las trayectorias de vida. Las innovaciones
zapatistas inciden en la transformación de aspectos pedagógicos tradicionales, que son
significativos para los sujetos como la cooperación, el trabajo colectivo, la reciprocidad,
la solidaridad, la horizontalidad, la participación activa y, sobre todo, la
revalorización de los conocimientos indígenas (Gutiérrez 2011).
Los jóvenes estudiantes de la ESRAZ en los Altos (modalidad escolarizada antes de prestar
servicio) y de los centros de capacitación de la Selva (sesiones en alternancia con trabajo
en aula) construyen pedagogías críticas y eclécticas, de composición
híbrida e intercultural, elaboradas a partir de un enfoque de «educación
integral» con elementos técnicos y políticos de tipo «educación
popular», enfatizando aspectos prácticos y políticamente significativos en el
marco de los valores y las demandas zapatistas. Entonces, la formación pedagógica de
los promotores no se reduce al aula del centro de capacitación, sino que se va construyendo
en el diálogo –y a veces las tensiones– que se dan en los grupos de promotores y
los habitantes de sus propias comunidades de origen. Ahora bien, no se puede hablar de
educación de tipo normalista y profesionalizante en dirección de los promotores, pero
sí de una formación continua. Ésta se alterna entre sesiones formales en el
equipo municipal y múltiples reuniones comunitarias. Lo novedoso es permitir que la
capacitación no se dé ahora con agentes externos y fuera de la comunidad, sino por los
educadores más experimentados. Es crucial que la autocapacitación no profesionalizante
sea valorada como una necesidad colectiva que pasa por la contribución de los que
«saben» hacer, leer, escribir, contar y hablar en lengua nativa y/o en
castilla.
Las principales estrategias de rechazo zapatista a la política educativa indigenista se
inscriben en una lógica de inconformidad de las familias mayas ante la atención
educativa por parte de los agentes del Estado. En oposición al sistema centralista,
clientelista y corporativo del régimen federal, la estrategia política y cultural de
«correr a los maestros mochila-veloz» o de retirar a sus niños de las escuelas
representa un verdadero alzamiento en contra del sistema nacional de educación. Esta
práctica es inseparable de un estado cotidiano y permanente de rebelión que se
sostiene gracias a espacios tradicionales, como la asamblea y el cargo, que permiten la
movilización comunitaria alrededor de un proyecto educativo endógeno (Baronnet 2012).
Puede parecer paradójico que el orgullo obtenido por la comunidad al reclutar, capacitar,
mantener, orientar y evaluar a sus educadores no conduzca a un proceso de profesionalización
de los promotores para formar docentes «normalistas» zapatistas, prescindiendo en la
práctica de la participación sistemática de los «sabios» (personas
mayores por ejemplo) en las actividades en el aula. En efecto, este cargo más o menos
temporal se asemeja más a un puesto político en el ámbito de los pueblos mayas
de Chiapas. Como actores clave en esta educación «para la autonomía» los
promotores participan en la construcción de un «habitus de la
rebeldía» (Gómez 2011: 325), el cual «se nutre de las prácticas y
formas de pensar plasmadas en imágenes, textos y discursos, a la vez que estos esquemas una
vez elaborados e internalizados se convierten en reproductores de la práctica y el
pensamiento rebelde».
Asimismo, la formación de los «autónomos» no sólo se recibe a
través de sesiones especializadas y relativamente regulares en cada municipio, sino que se
retroalimenta en la interacción con los padres y ancianos que procuran apoyar y dar consejos
orientadores. A partir del control local del cargo de educador, los zapatistas están gestando
una propuesta indígena de autonomía educativa que cuestiona la relación de
dominación que la escuela institucionaliza, ya que no es el Estado la fuente legitimadora de
la presencia del docente en la localidad, sino que la misión de alfabetizar y educar se
atribuye mediante la organización comunitaria interna de pertenencia a un proyecto
político regional más amplio. Al reemplazar al maestro federal por el promotor no se
genera un fenómeno tangible de especialización de jóvenes zapatistas en
profesionistas de la educación, sino en activistas culturales, capaces de propiciar el
ejercicio de una ciudadanía pluriétnica (Harvey 2007), y que se comprometen con las
reglas del «buen gobierno» en los MAREZ. Esto significa una ruptura fundamental con el
proceso de diferenciación social que se genera desde la segunda parte del siglo XX a
raíz de los efectos de la posición social dominante del maestro.
En las luchas por Otra Educación en los pueblos originarios del Cauca y de Chiapas, la
cuestión de la enseñanza de conocimientos y valores específicos está
omnipresente en las relaciones tensas con los estados colombianos y mexicanos que obstruyen la
regionalización de los planes y programas, especialmente en su dimensión participativa. Lo
que aparece también en juego en la arena educativa es la lucha por el control legítimo de
la selección, formación y evaluación del educador comunitario que el CRIC y los
MAREZ empiezan a pelear a las instituciones del Estado. Las demandas de autonomía educativa
surgen cuando se denuncia colectivamente la necesidad de reemplazar al personal docente de origen
externo por jóvenes indígenas seleccionados y formados localmente por la
organización política comunitaria y regional a la cual pertenecen. La lucha de los
militantes del Cauca y de Chiapas en torno al control amplio de la educación escolar provoca
además un antecedente fuerte en la incidencia política en el sentido de una mayor
autonomía educativa. Si bien en Colombia la profesión de «etnoeducadores»
ahora representa cada vez más un medio de promoción social –aunque carece de un
estatuto legal respetuoso de los derechos laborales–, en los municipios autónomos tiende a
haber dificultades para que el cargo de promotor sea más valorado a nivel simbólico, con
garantías materiales seguras.
La educación bilingüe y propia representa en el Cauca la política educativa del
movimiento indígena, agenciada desde las organizaciones sociales, la cual juega un papel central
en el surgimiento de una lógica distinta en la construcción normativa y técnica por
parte del Estado en materia educativa para las poblaciones indígenas. Esta política
educativa ha logrado afectar, en un breve periodo, las definiciones y las lógicas de la
política indigenista oficial, al tiempo que ha planteado al sistema educativo una serie de
exigencias y retos en cuanto a los propósitos del proyecto educativo nacional, y que han estado
en la base de muchas de las recientes reformas (Castillo y Rojas 2005: 78). Ahora bien, el Estado se
descompromete financieramente, ofreciendo limitados servicios técnicos de asesoría al
fortalecimiento de las iniciativas de los cabildos, lo que tiende a dejar espacios de maniobra para la
intervención de intereses privados, entre ellos de empresas, ONG y grupos evangelistas, como lo
denuncian los dirigentes indígenas (Baronnet y Mazars 2010).
En Chiapas y en otras regiones de México, los retos que plantea la formación de los
promotores zapatistas a las estrategias nacionales de capacitación magisterial no sólo
tienen que ver con la representación colectiva de la escuela y del rol del docente en la
comunidad sino también con el tipo de relación que vincula a esta comunidad con su propio
proyecto educativo a nivel regional. Los Estados de Latinoamérica siguen renuentes en ceder a los
pueblos organizados nuevas prerrogativas administrativas en las instituciones de educación
básica y normal. Parece complejo superar resistencias institucionales y promover cambios de
actitud entre los hacedores de políticas y los funcionarios de educación pública,
pero también entre los profesionistas y sus delegados sindicales. Sin embargo, en Chiapas algunos
funcionarios de la burocracia educativa reconocen que la alternativa zapatista desafía a la
política nacional centralizada en la medida en que incluye la participación comunitaria
para «vigilar» las actividades escolares locales, como bien lo señala Domingo
López Zetjol:28
ante la falta de capacitación y de empleo que impide que haya toma de conciencia y verdaderas
vocaciones por parte de nuestros maestros indígenas, los gobiernos los mandan a la batalla sin
fusil. 40% de los maestros bilingües no están trabajando en su zona lingüística,
casi ninguno ha sido realmente alfabetizado en su lengua, y nadie le enseñó a trabajar a
partir del niño y su contexto propio. En el EZLN, hay mucha conciencia de la educación y
allí es la misma comunidad que la vigila.
El testimonio de este profesionista no zapatista coincide con el reconocimiento del fracaso manifiesto
(en términos de atención pedagógica) al cual condujo medio siglo de
educación de corte indigenista en México, lo cual imposibilita en la práctica la
ejecución de planes y programas curriculares que buscan interculturalizar los conocimientos
escolares de manera transversal e integral. Además de una perspectiva intercultural
exógena que visibilice la diversidad y valore la interacción entre prácticas
culturales heterogéneas, se requiere una perspectiva comunalista e intracultural endógena
que tome en cuenta al aprendizaje desde la propia lógica y praxis cultural, para su
revalorización y para el empoderamiento del grupo cultural, afianzando la identidad a
través del contraste con la otredad (Dietz 2011: 156). De acuerdo con autores como Walsh (2009),
que plantean refundar un Estado que pueda articular la diversidad de saberes al servicio de un proyecto
orientado por los principios del sumak kawsay (buen vivir), la interculturalidad va de la mano
con la decolonialidad en la medida en que la primera apunta a la necesidad de desarrollar interacciones
que reconozcan y enfrenten las asimetrías sociales, culturales, políticas e
institucionales, y la decolonialidad apuntala los sentidos de no-existencia, deshumanización e
inferiorización y las prácticas de racialización (Walsh 2009: 233). Con miras a
estimular experiencias educativas novedosas que surjan propiamente de los pueblos, es posible pensar que
las filosofías políticas de las asociaciones de cabildos caucanos y de los municipios
zapatistas de Chiapas coincidan con el proyecto de sociedad deseable que expresa la socióloga
aymara Silvia Rivera Cusicanqui (2006: 12):
mestizos e indios podrían convivir en igualdad de condiciones, mediante la adopción, por
parte de los primeros, de modos de convivencia legítimos asentados en la reciprocidad, la
redistribución y la autoridad como servicio. Asimismo, los indios ampliarían y
adaptarían sus nociones culturalmente pautadas de la convivencia democrática y el buen
gobierno, las cuales dialogarían creativamente en un proceso de intercambio de saberes, de
estéticas y de éticas.
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