El indigenismo en el Centro Coordinador del INI en los Altos de Chiapas: un incentivo para el debate historiográfico

Indigenismo in the INI’s Coordinator Center in Highland Chiapas: An incentive for historiographical debate

Gerardo Monterrosa Cubías
Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur, CIMSUR-UNAM
Recepción: 29/03/2022 Aceptado: 31/03/2022
Publicado: 26/04/2022

Reseña:

Lewis, Stephen, 2020, Repensando el indigenismo mexicano. El Centro Coordinador del Instituto Nacional Indigenista en los Altos de Chiapas, México: Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (CIMSUR-UNAM).

RESUMEN:Por medio de un esquema narrativo claro y bien hilvanado, con los actores del drama y el escenario etnográfico bien definidos, Stephen Lewis ofrece un abordaje histórico del Centro Coordinador Indigenista del INI en los Altos de Chiapas. Se trata de un estudio de caso en el que se analiza la implementación del proyecto indigenista en este estado del sureste mexicano: con sus logros, vicisitudes y un balance de su gestión. A lo largo de su disertación, situada en la segunda mitad del siglo XX y sustentada con numerosas fuentes de archivo, el autor rescata diversas aristas del trabajo de los indigenistas, como el teatro Petul y el empoderamiento de los líderes indígenas, lo que representa un incentivo para el debate historiográfico del periodo.

PALABRAS CLAVE: indigenismo, utopía, pueblos indígenas, teatro Petul

ABSTRACT: Through a clear and finely woven narrative, with well-defined dramatis personae and ethnographic stage, Stephen Lewis offers a historical treatment of the INI’s Indigenista Coordinator Center in los Altos de Chiapas. This case study analyzes the implementation of the indigenista project in the southern Mexican state, considering its achievements and vicissitudes, and evaluating its administration. Throughout the book, situated in the second half of the twentieth century, and supported by numerous archival sources, the author discusses different aspects of the work undertaken by the indigenistas, such as the Petul theater and the empowerment of indigenous leaders, an effort which represents an incentive to strengthen the historiographical debate about his period.

KEY WORDS: Indigenism, utopia, indigenous villages, Petul theater

 

 

 Nuevamente Stephen Lewis revisa la historia chiapaneca para presentar una obra acerca del Centro Coordinador del Instituto Nacional Indigenista (INI) en la región de los Altos: sus planes, alcances, problemas y un balance de su gestión. Con este trabajo, publicado en la serie Nueva Historiografía de Chiapas y Centroamérica del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (CIMSUR-UNAM), Lewis se suma a un extenso listado de autores que han analizado la trayectoria del indigenismo en México e ilumina otra parcela del periodo posrevolucionario en Chiapas. Es preciso recordar que en años anteriores publicó un trabajo sobre la política educativa en ese estado durante la primera mitad del siglo XX, estudiando las condiciones sociales, políticas, económicas y culturales en las cuales laboraron los maestros de la Secretaría de Educación Pública (SEP) (Lewis, 2015).

A nivel formal, el libro está dividido en tres partes. En la primera se expone el proyecto utópico de los personeros del INI —a través del cual buscaban rescatar al ladino de una vida colonial retrógrada y al indio de la explotación y la marginalización—, su arribo a la región de los Altos en 1951 y las negociaciones que efectuaron con los destinatarios de sus iniciativas. En la segunda parte, el autor examina las estrategias que los agentes del Centro Coordinador adoptaron para difundir su mensaje modernizador, como el teatro Petul, del cual formó parte la joven escritora Rosario Castellanos, y los problemas que hallaron a su paso: desde el conflicto con los detentadores del monopolio del alcohol, respaldados por las autoridades estatales, hasta las limitaciones de sus programas de salud. Luego de analizar estas realidades sombrías, Lewis aborda el debate surgido entre los antropólogos con respecto al papel del INI, la crisis del proyecto federal y el destino del indigenismo mexicano.

Desde el principio, el autor juega limpio con el lector y le imprime claridad narrativa a su exposición. Presenta a los actores del drama: indígenas, ladinos e indigenistas (dramatis personae), y monta después el escenario etnográfico para desarrollar una puesta en escena que abarca más de dos decenios. Ahí se combinan la historia de los pueblos de los Altos de Chiapas, sus costumbres, los conflictos con los ladinos, las pretensiones de los indigenistas y la recepción de sus iniciativas. Asistimos, pues, a una puesta en escena abigarrada, pero conducida de manera ordenada y, como un punto más a su favor, con documentos de archivos que sustentan las afirmaciones e incentivan a emprender investigaciones ulteriores. A nivel metodológico, Lewis expone distintas opiniones sobre un tema determinado, realiza una crítica de fuentes y sugiere interpretaciones. A raíz de esto, las páginas de su libro reflejan un trabajo académico diligente y esforzado, porque, “mientras los hombres, espontáneamente, tienen a menudo la tendencia de juzgar (para denunciar o rehabilitar), el historiador intenta comprender y explicar sus comportamientos” (Cruz y Saz, 2002: 28).

En tal sentido, considero que uno de los aportes destacados de este libro, en cuanto al tema del indigenismo en México, es el estudio de caso que contienen sus capítulos. A menudo, quienes se interesan en conocer esta faceta del periodo posrevolucionario tienen a su alcance sugerentes trabajos acerca de los ideólogos del indigenismo (Reynoso, 2013), sus debates teóricos (Mijango y López, 2011), las directrices de esta política oficial (Villoro, 1987; Korsbaek y Sámaro, 2007) y sus implicaciones socioculturales (Heath, 1992; Urías, 2007). No obstante, en estas investigaciones raras veces se hace referencia a un territorio en particular para evaluar la ejecución de disposiciones en materia educativa y de salubridad. Algunos de estos autores citaron, por ejemplo, instituciones formadas en la década de 1930, como el Departamento de Asuntos Indígenas, pero dejan al lector con la curiosidad de conocer lo que sucedió cuando estas iniciativas se pusieron en marcha en los pueblos indígenas.

La obra de Lewis, precisamente, satisface esta curiosidad en el caso chiapaneco, siguiendo a quienes han rastreado las acciones de los indigenistas, sus aciertos, arreglos con las comunidades indígenas y tropiezos a través del análisis de una entidad pública o una región (Loyo, 1996; Hernández, 1998; Calderón, 2006). Para lograr este objetivo, Lewis utilizó fuentes primarias de inmenso valor como el Archivo Histórico del Centro Coordinador Tzeltal-Tzotzil de Chiapas (Fenner y Palomo, 2008). De hecho, estas piezas del laboratorio indigenista le permitieron efectuar una lectura del contexto social al mejor estilo de la microhistoria italiana, ya que la reducción de escala develó aspectos y situaciones que suelen omitirse cuando se atienden únicamente los marcos generales de un fenómeno de estudio (Ginzburg, 1994).

En el caso de Lewis, fueron cruciales los informes de los directores del Centro Coordinador de los Altos y sus agentes diseminados en la región, así como el estudio de las comunidades en las que desarrollaron su labor. Por medio de estos documentos ilustró, por ejemplo, el comportamiento de algunos galenos ante la medicina tradicional de las poblaciones indígenas y la confianza que estas depositaban en los curanderos. Lejos de lo que se podría establecer en una investigación en la que solo se abordaran las pautas dictadas desde la capital —implantar la medicina moderna entre los tsotsiles y tseltales para atenuar sus creencias populares—, Lewis muestra que, si bien los médicos albergaron estas intenciones en su fuero interno, se percataron de que debían entablar una especie de alianza con los curanderos, e incluso incorporarlos a sus giras para obtener los resultados deseados en sus campañas de vacunación.

Otro de los aspectos que devela la investigación de Lewis, basado en las fuentes de archivo y la reducción de escala, es la negociación constante de los indigenistas con los líderes tsotsiles y tseltales, lo que modificó muchos de los lineamientos que los primeros pretendían concretar en la región de los Altos. Esto contradice la descripción que algunos estudiosos efectuaron del INI como un leviatán etnocida e inflexible, y refuerza la observación que June Nash formuló en el caso de Amatenango del Valle: las comunidades tuvieron la libertad de seleccionar los programas sobre la base de una evaluación pragmática de lo que funcionaba dentro de su propio diseño cultural.

Lewis, de hecho, citó varios ejemplos de este tipo. Entre ellos la construcción de caminos, clínicas y escuelas en las comunidades, así como las negociaciones sostenidas para que las niñas fueran enviadas a recibir clases en las instalaciones recién inauguradas. De esta forma, la agencia que los indígenas desplegaron ante los proyectos oficiales queda de manifiesto en la obra reseñada, lo que permite situarla en una línea de trabajo historiográfica en la cual, en lugar de la aceptación silenciosa y la sumisión, se subrayan —y rescatan— el protagonismo y la resistencia de los pueblos indígenas (Viqueira, 2021).

A pesar de estos hallazgos y el enfoque anotado, la investigación de Lewis no recae en una interpretación idealista. Por el contrario, examina también las dificultades que los agentes del INI encararon en la región de los Altos. Ahí se ubica, por ejemplo, la colaboración tensa y problemática con los integrantes del Instituto Lingüístico de Verano, cuyo talante religioso difería radicalmente del proyecto indigenista laico, pero era necesaria debido al poco personal del Centro Coordinador para cubrir el vasto territorio asignado. Además, resaltan los encontronazos de los indigenistas con las autoridades chiapanecas en diversos episodios, el giro del proyecto indigenista en la década de 1960, la erosión del presupuesto asignado al Centro Coordinador de los Altos y las diferencias que surgieron con los antropólogos de Harvard que trabajaban en esta región.

Debido a lo anterior, y al esquema narrativo empleado por el autor, considero que su trabajo puede interpretarse desde dos categorías del corpus filosófico de Ernst Bloch: utopía y docta spes (esperanza informada). Corría la década de 1940 cuando fue publicada la obra más celebrada de este pensador alemán: El principio esperanza, la cual contiene un vasto catálogo de los anhelos y los sueños diurnos de la humanidad (Bloch, 2004). Con estas reflexiones, Bloch apuntaló el mote de intelectual heterodoxo que había cultivado en la República Democrática Alemana (RDA), de donde escapó en 1961 debido a la persecución oficial, y ratificó su adscripción a la corriente cálida del marxismo, en la cual se ponderaban aspectos supraestructurales y se rescataba el protagonismo del ser humano en el proceso dialéctico.

Según Bloch, la conciencia utópica de lo que aún no ha acontecido en el mundo ha portado ropajes variopintos a lo largo de la historia. Está presente, por ejemplo, en los proyectos políticos y culturales, en la praxis religiosa de rebeldes como Thomas Müntzer (1489-1525), en la literatura, el arte, el cine y en las utopías sociales de Tomás Moro, Francis Bacon y Tommaso Campanella. En su voluminosa obra, El principio esperanza, Bloch repasa los planteamientos de estos autores para establecer su herencia cultural y sedimento utópico; pero va más allá de estos al dejar sentado que la utopía es concreta y la esperanza informada cuando se consideran las condiciones materiales y se gesta una relación dialéctica sujeto-objeto. A raíz de esto, el pensador alemán argumenta que la esperanza discurre en un espacio y una temporalidad determinados y debe enmarcarse en un proceso objetivo. Ahí radica, precisamente, la libertad del ser humano, entendida como la facultad de usar las necesidades objetivas para alcanzar sus metas.

Luego de esta digresión filosófica, necesaria para exponer a grandes rasgos las categorías de Bloch, es momento de retomar el hilo de esta reseña y explicar por qué el trabajo de Lewis se puede interpretar desde las pautas señaladas. En efecto, el historiador presenta en la primera parte el proyecto indigenista inaugurado en los Altos de Chiapas en 1951, al cual definió como utópico. Ese año arribaron a San Cristóbal de Las Casas funcionarios que portaban en su equipaje un libreto integracionista, que buscaban incorporar a los indígenas a un estilo de vida “moderno”. Llegaron dispuestos a aplicar lo que habían aprendido en el ámbito de la antropología, a sumergirse en los parajes más remotos para construir escuelas, castellanizar a los tseltales y tsotsiles, mejorar sus viviendas, enseñarles hábitos de higiene personal, promover la medicina moderna y combatir o eliminar —desde una perspectiva más optimista— las creencias que estos agentes consideraban supersticiosas. Era hora de trabajar con los mestizos para concientizarlos y organizar cooperativas de consumo que promovieran el bienestar de la población indígena. Existía, pues, un entusiasmo exacerbado por hacerlos parte de la nación que los revolucionarios forjaban. Y este objetivo, ante las condiciones de pobreza y exclusión que imperaban en el sureste mexicano, constituía, sin lugar a dudas, una utopía.

Pero un proyecto de este tipo, por demás desafiante, precisaba de las condiciones materiales para concretarse y la voluntad política de muchos actores para trascender las buenas intenciones. Tal como indicó Alejandro Marroquín, el salvadoreño que recorrió la región de los Altos reuniendo datos y analizándolos en sus informes rendidos al Centro Coordinador: “el desarrollo económico era clave para descomponer el sistema de castas e integrar la región” (Lewis, 2020:100). Además, se debía atender el problema agrario de Chiapas para superar la advertencia del pensador peruano Carlos Mariátegui de que cualquier intento de resolver la cuestión indígena con medidas policiales, administrativas o educativas estaría condenado al fracaso si no es abordado el tema de la tierra.

Sin embargo, la apuesta de los indigenistas encontró múltiples resistencias en los Altos de Chiapas. Ciertamente, a los funcionarios no les faltó creatividad y perseverancia en sus contactos con las comunidades tsotsiles y tseltales, como lo expuso Lewis en el caso del teatro Petul. Estos hombres y mujeres compartían una mística de trabajo sobresaliente y encomiable en los primeros años del Centro Coordinador de los Altos, pero lo cierto es que pisaban un terreno minado.

Minado por los intereses económicos y políticos de potentados como la familia Pedrero, quienes poseían en la década de los cincuenta el monopolio del destilado de caña —lo que condujo a la tristemente célebre guerra del posh—, por la indolencia de unas autoridades estatales coludidas con la oligarquía y, para colmo de males, por la reducción del presupuesto del Centro Coordinador cuando sus iniciativas tenían mayor resonancia. Esto último, de hecho, generó una fuga de cerebros al interior del Centro y el descrédito por parte de sus beneficiarios, quienes los vieron distanciarse gradualmente del proyecto original para convertirse en «aliados júniors» —como los llama Lewis— de entidades federales como la Secretaría de Educación Pública. Bajo esta lógica condenatoria, y transcurridas dos décadas desde su apertura en los Altos de Chiapas, el Centro Coordinador era más importante por las obras efectuadas que por aquello en lo que se había convertido.

Pues bien, con este recuento creo que la alusión a las categorías de Ernst Bloch ha quedado más clara. Lewis, en efecto, analizó una utopía truncada por condiciones adversas, boicoteada por enemigos poderosos y un gobierno federal que le restó prioridad al proyecto indigenista que se desarrollaba en Chiapas. ¿Acaso se deben agregar a esta lista las decisiones controvertidas de los integrantes del Centro Coordinador como el apoyo brindado a los caciques de San Juan Chamula? Desde mi perspectiva, uno de los aciertos del autor es la explicación multicausal que estructuró de cada fenómeno estudiado. Su libro contiene preguntas, posturas divergentes y varios documentos en los cuales resuenan las voces de los actores (dramatis personae). En tal sentido, cumple con la heteroglosia que el historiador Peter Burke (1996) sugirió para la escritura de la historia, alejándose de consideraciones parciales y mostrándole al lector el talante complejo del escenario etnográfico analizado.

Hasta la fecha, son muchos los trabajos publicados acerca del proyecto indigenista dirigido desde las instancias estatales durante el siglo XX. En la mayoría impera un tono crítico debido al carácter integracionista de sus propuestas y a la falta de investigación y autocrítica que propició la incorporación de varios antropólogos avezados a los puestos oficiales. Ante este panorama surge una pregunta que me parece pertinente: ¿Acaso se puede rescatar algo de esta política ejecutada durante el periodo posrevolucionario? Lewis contesta de forma positiva en su obra, objetando los análisis que lanzan al niño de la bañera con el agua sucia. Rescata, por ejemplo, la capacitación de jóvenes indígenas efectuada por los agentes del Centro Coordinador de los Altos, la introducción de la biomedicina y la medicina preventiva y, finalmente, el empoderamiento de las comunidades tsotsiles y tseltales que sirvió para que exigieran participar en la reforma agraria.

En definitiva, y como expresó Mercedes Olivera, antropóloga y directora de la Escuela de Desarrollo Regional en los años setenta, el INI generó una transformación en la vida de los pueblos indígenas, provocando cambios relevantes que en muchos casos fueron la base de nuevas luchas; pero esto —aclaró— solo se puede apreciar con la distancia que nos brinda el tiempo (Lewis, 2020: 355). Una de las estrategias para obtener elementos de juicio y apreciar críticamente los proyectos indigenistas aplicados en la región de los Altos de Chiapas es leer la obra de Lewis. Valiosa para entender nuestro tiempo y encomiable para aquellos que están interesados en investigar la historia chiapaneca.


FUENTES DE CONSULTA

Bloch, Ernst (2004), El principio esperanza, Madrid, Trotta.

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Cómo citar esta reseña:

Monterrosa Cubías, Gerardo (2022), «El indigenismo del Centro Coordinador del INI en los Altos de Chiapas: un incentivo para el debate historiográfico», Revista Pueblos y fronteras digital, 17, doi: 10.22201/cimsur.18704115e.2022.v17.629