Sandinismo y antisandinismo: Líderes de opinión y prensa costarricense. La Nación y semanario Universidad, 1982-1985

Sandinism and Anti-Sandinism among Opinion Leaders and the Press in Costa Rica: La Nación and Universidad, a Weekly Publication, 1982-1985

Leonardo Astorga Sánchez

Universidad de Costa Rica, Costa Rica

Recepción: 06/06/2020 Aceptado: 25/09/2020
Publicado: 25/03/2021

 

RESUMEN:Este artículo analiza cómo fueron presentados los sandinistas y su Gobierno durante 1982 y 1985, por parte de diferentes periodistas, intelectuales y otros miembros destacados de la comunidad política, cultural y económica de Costa Rica. Se plantea que el discurso mediático resultado de sus publicaciones se encargó de construir un imaginario sobre Nicaragua y los sandinistas que dependía del cómo su proyecto revolucionario se identificaba o rechazaba según el tipo de democracia que se defendía dependiendo del posicionamiento ideológico de los líderes de opinión y del diario en el que publicaban. Se parte de la idea de que tanto el discurso mediático como la identificación como líder de opinión son a la vez el resultado de un proceso de socialización que responde a una idea de Costa Rica como una democracia de corte occidental.

PALABRAS CLAVE: Centroamérica, Nicaragua, Costa Rica, Guerra Fría, discurso.

ABSTRACT: This paper analyzes how different journalists, intellectuals, and outstanding members of the political, cultural, and economic community in Costa Rica presented the Sandinistas and their administration during the 1982 to 1985 period. It posits that the media’s discourse embedded in their publications created an imaginary construct about Nicaragua and the Sandinistas that relied on how the revolutionary project was identified with or rejected, depending on the type of democracy that the journalist defended. This was based on the ideological positioning held by the opinion leaders and the newspaper in which they publish. The underlying idea is that both the media’s discourse and the journalists’ identification as opinion leaders result from a socialization process that views Costa Rica as a Western-style democracy.

KEY WORDS: Central America, Nicaragua, Costa Rica, Cold War, discourse.

 

Discurso mediático y líderes de opinión, una introducción

 

El discurso mediático de la prensa, como parte del acto comunicativo, representa y encarna un acto de poder. Asimismo, construye y da forma a una determinada visión o manera de entender el mundo. Esa interpretación sobre la realidad, vista a través de los ojos de la prensa y de quienes escriben en sus páginas, responde y está ligada a los intereses y valores que el medio de comunicación, como espacio de producción del discurso, representa, asume y defiende.

Por tal razón, se debe entender el medio –en este caso la prensa– como una entidad o institución socializadora (Toro, 2011:109) con sus propios intereses y concepciones. En este sentido, el discurso mediático es una práctica o fenómeno social. Es decir, se encarga de construir imaginarios colectivos y dar un sentido específico que responda, como ya se dijo, a los intereses de quienes forman parte del medio de comunicación.

En consecuencia, se debe entender que un líder de opinión es, a la vez, un sujeto/objeto legitimado dentro de un grupo que lo recubre con un capital simbólico (prestigio/notoriedad) que responde a las formas dominantes de las instituciones mediáticas (Habermas, 1986:227). Por lo tanto, un líder de opinión produce sentido, identificación dentro de los parámetros sociales, valores y también prejuicios del grupo al que pertenece (González-Domínguez, 2017).

La concepción de los líderes de opinión así entendida, nos hace comprender cómo estos son influidos por la sociedad y, una vez socializados, son representantes de la misma (González-Domínguez, 2017: 21-22). La identidad del líder y el mensaje que quiere mediatizar, es el resultado del proceso socializante en el cual se ha visto inmerso. A su vez, el proceso social de autorización y legitimación de la voz de los líderes está asociado al proceso de representación de intereses concretos de las instituciones. En este aspecto, los medios funcionan como soporte y vehículo y van dirigidos hacia un público o audiencia.

La mayoría de personas obtiene y apoya sus ideas a partir de la opinión publicada por líderes que poseen un capital social y una trayectoria reconocida. Sin embargo, es difícil constatar cómo esos lectores conforman sus opiniones.Tampoco podemos confirmar la centralidad que se le da a los líderes en tal proceso. Es en este aspecto que el artículo propone que la prensa costarricense durante la década de 1980, en un contexto de Guerra Fría, se encargó de construir una serie de imaginarios y representaciones sobre los sandinistas y de su Gobierno y siguió los parámetros establecidos dentro de la sociedad costarricense que se percibía como una democracia occidental.

Es importante señalar que las publicaciones consultadas tenían un asidero en la cotidianidad de Costa Rica y reflejaron los miedos y el desconocimiento delconflicto que se vivía en el istmo centroamericano. Donde Nicaragua –y su revolución– era el punto más caliente del conflicto. Esa manera de percibir a Nicaragua y entender a Costa Rica fue clave para comprender mejor a quienes escribían en las páginas de dos periódicos: La Nación y el semanario Universidad. Dichas publicaciones construyeron una identidad de los sandinistas que podía, según el posicionamiento ideológico que se tomara, ser cercana (identificarse o reconocerse) o lejana (diferenciarse y rechazar) de la propia identidad nacional.

La Nación, desde su creación en 1945, ha sido identificado como un diario vinculado con los sectores dominantes de la sociedad costarricense. Destacan los integrantes de la familia Jiménez como sus principales accionistas y miembros de la elite financiera y bancaria del país (Robles y Voorend, 2012). Productores y transmisores de una ideología neoconservadora cargada de un fuerte anticomunismo (Soto, 1987:32) y, en el contexto de la Guerra Fría, tomaron una posición abiertamente pronorteamericana (Pérez, 1988). Por otro lado, el semanario Universidad, órgano de prensa de la principal casa de estudios superiores de Costa Rica, la Universidad de Costa Rica (UCR), vio su nacimiento en 1970. Se convirtió en el espacio para que la universidad ofreciera una visión acerca de la realidad costarricense y fue aprovechado por intelectuales y otros miembros de la academia para reflexionar sobre temas de política, economía y cultura. Durante la década de 1980, Universidad tomó una posición latinoamericanizada, que privilegió la relación norte/sur (país rico-pobre). Les dio énfasis a elementos como la injusticia, la pobreza y la represión como los causantes de la conflictividad en la región (Pérez, 1988).

 

La Nicaragua sandinista, un acercamiento desde la prensa costarricense

Entre 1982 y 1985, Nicaragua y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) enfrentaron una situación diferente a los primeros años de la revolución (1979-1981). Durante ese periodo, los sandinistas se encargaron no solo de poner en marcha un proceso revolucionario, sino que lo hegemonizaron.

Entre julio de 1979 y 1981, el Frente experimentó una conversión importante: pasó de ser una organización guerrillera (que actuó durante largo tiempo en la clandestinidad) a un actor político hegemónico (Martí, 1997:73). Fue en ese panorama que las denuncias ante una posible conducción totalitaria –y hasta dictatorial– del proceso no se hicieron esperar dentro y fuera de Nicaragua. Ante tales aseveraciones se contraponían aquellas que defendían los intentos de los sandinistas por establecer un régimen democrático de corte popular.

La prensa costarricense no escapó a ese debate. Desde el triunfo de la revolución se empezó a discutir, tanto en editoriales, como en artículos de opinión, sobre el destino de Nicaragua (Astorga, 2018). En periódicos como La Nación se señaló y criticó el giro a la izquierda que estaban favoreciendo los sandinistas. Otros medios, como el semanario Universidad, se encargaron de la defensa de la revolución y los sandinistas. Quienes escribían en sus páginas hicieron del derecho a la autodeterminación de los pueblos su principal discurso.

Fue así como los años que van entre 1982 y 1985, no solo vieron una intensificación del conflicto al interior de Nicaragua (unido a la agresión por parte de la administración Reagan) y las tensiones fronterizas con Costa Rica y Honduras sino, también, una verdadera lucha de palabras (discursos) y representaciones sobre los sandinistas, su Gobierno y la relación que se tenía con Costa Rica. El discurso mediático de la prensa se encargó de orientar la discusión según los parámetros de un orden político establecido y del tipo de democracia que en ese momento se promovía y desarrollaba en Nicaragua.

 

Un régimen totalitario: Nicaragua a los ojos de los colaboradores de La Nación

Con un tiraje nacional en la década de 1980, el principal diario de Costa Rica dio espacio en sus páginas a grandes personajes. Figuraron personalidades de la política costarricense, como Gonzalo Facio; escritores, como Franco Cerutti; integrantes de la oposición antisandinista en el exilio, como el periodista Fabio Gadea y, por supuesto, reporteros y columnistas del medio, como el reconocido Enrique Benavides. Todos hicieron reflexiones y análisis sobre lo que sucedía en Nicaragua luego del triunfo de la revolución en 1979. Día a día, en la sección de opinión se discutía cuál era el rumbo que estaba tomando la Nicaragua sandinista.

Quienes escribían en La Nación, periodistas, comentaristas y analistas (líderes y formadores de opinión) utilizaron un discurso maniqueo, propio de la Guerra Fría. Deslegitimaron, desprestigiaron y demonizaron el orden social imperante en Nicaragua (el sandinista/comunista o sandinocomunista). Mismo que se enfrentaba a toda una mitología sobre las virtudes de la democracia (Joseph, 2008:11), en este caso la costarricense. Para estos líderes de opinión, en el mundo existían dos fuerzas o polos opuestos: en un extremo el mal absoluto y, frente a ese mal, lo sublime (Chomsky, 1992:22). Las fuerzas del mal tenían como objetivo el dominio mundial. Lo más trágico era que se habían establecido en el corazón de América, y traicionaron a un pueblo que luchó por su liberación.

El totalitarismo, o la etiqueta de totalitario como expresión y esencia del comunismo, fue una característica constante en el discurso de quienes publicaban en La Nación. La importancia de etiquetar al Gobierno sandinista como totalitario, recaía en el hecho de considerar al totalitarismo como la antítesis de los principios liberales y democráticos que rigen a un Estado de derecho. Como tal, debía ser vencido por el mejor de los mundos: Occidente. Fue así como el totalitarismo, la noción de lo que era y lo que no, en un contexto de Guerra Fría, estuvo bajo un monopolio, casi exclusivo, de una derecha liberal-conservadora (Traverso, 2001:92).

La derecha liberal, a la cual pertenecían los principales colaboradores de La Nación, se encargó de dotar al totalitarismo, y la manera en cómo era usado en sus publicaciones, de una clara noción anticomunista (Traverso, 2001:91). Con ello, el concepto cumplía una doble función: poner por encima de todo a la experiencia democrática costarricense y, a la vez, restarles legitimidad e importancia a otros proyectos políticos. Pues se escapaban de los parámetros marcados por una democracia representativa de corte occidental.

Los artículos de las personalidades que escribían en el diario construyeron una ideología y una categorización de los regímenes de izquierda como indudablemente totalitarios. Aquellos que se les oponían y criticaban eran los defensores exclusivos de la libertad, frente a un sistema gigantesco de opresión (Traverso, 2001:93). En las páginas de La Nación se discutió la diferencia entre los valores democráticos y totalitarios. Según el diario, eran un reflejo del enfrentamiento entre democracia y comunismo. Así lo expresó Gonzalo Facio (abogado y político costarricense que se desempeñó como ministro de Relaciones Exteriores entre 1970 y 1978), en un artículo del 7 de julio de 1984:

La confrontación Este-Oeste, que enfrenta políticamente y militarmente a las superpotencias, tiene como raíz filosófica su opuesta concepción del hombre en sociedad.

Para quienes siguen la tradición democrática occidental, el hombre es más importante que el Estado, y por ello no conciben que el bienestar económico y social pueda alcanzarse plenamente si no se respeta, en todo momento, la libertad individual.

En cambio, para quienes están inmersos en la concepción oriental totalitaria, el individuo, como tal, nada vale. De allí que acepten que la necesidad de resolver los problemas económico-sociales, así como la de alcanzar la grandeza nacional o cualquier otra meta transpersonal, exigen la renuncia de la propia dignidad en favor del estado omnipotente (Facio, 1984: 15A).

En «Buenos Días», sección reservada al director y mandos medios de La Nación, se mantuvo un ataque constante y denuncia hacia lo que se consideraba el totalitarismo sandinista. Eduardo Ulibarri,1 en uno de sus comentarios, hizo un llamado a evitar caer en el error de «[…] culpar a un factor externo [la política de la administración Reagan] por los avances totalitarios en Nicaragua. Al hacer tal cosa, se exonera de hecho a un régimen que, según tal simplismo, se ve forzado a ser totalitario» (Ulibarri, 1982: 14A); de nuevo, se planteaba el totalitarismo como algo inherente al sandinismo.

Como se puede observar, en los artículos de opinión se constituyó y se dio forma a un discurso desfavorable hacia la Nicaragua sandinista. El discurso se caracterizó por un fuerte anticomunismo y fue esta una de las principales características de la posición ideológica de quienes colaboraban y trabajaban para La Nación. Tengamos presente que el anticomunismo representa una ideología y un imaginario social (forma de ser, de comportarse, de sentirse) y se apoya en nociones (ideas) o valores como la democracia, la religión (cristianismo) y la familia (propiedad privada/liberalismo) (Roitman, 2013: 90). Asimismo, cada una de esas ideas sirve como marco de referencia a través del cual se ve el mundo y se ajustan las acciones (Shoemaker y Reese, 1994:78). Según la lógica básica del enfrentamiento entre democracia y comunismo, los valores (propios de la cultura occidental) se veían amenazados por las fuerzas del mal representadas por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y sus aliados. El contexto adecuó los comportamientos de un grupo con posiciones en el aparato gubernamental, las cúpulas empresariales y los grandes medios de difusión masiva (Van Dijk, 2005). Todo ello hizo del anticomunismo una herramienta política sumamente eficaz para deslegitimar y aislar. Separó el cuerpo social (ya sea a un país, partido político, organización laboral o estudiantil) (Gamboa, 2013:146-159) para crear alrededor del Otro (el comunista) un miedo irracional. Favoreció el extrañamiento (la incomprensión) (Bauman, 2015:139) y su categorización como alguien ajeno e incluso peligroso: un transgresor de los valores aceptados y compartidos por la comunidad.

Al presentar a los sandinistas como unos dictadores, se reforzaba (y confirmaba) la idea de traición tanto al pueblo nicaragüense como a las naciones democráticas que los apoyaron durante su lucha contra la dictadura de los Somoza. Más importante aún, tal traición se debía a que los nueve comandantes, integrantes de la Dirección Nacional, le dieron a la transformación social nicaragüense un carácter inequívoco marxista-leninista (Sojo, 1991). Es decir, la alejó, completamente, del orden democrático que según La Nación caracterizaba a América. Enrique Benavides (abogado y el principal columnista del diario), en su sección de «La Columna» del 2 de abril de 1982, exponía cómo «[…] la Nicaragua de hoy ha caído en las manos de una pandilla de comandantes sovietistas y que su meta es instaurar en ese desventurado país […] un totalitarismo en comparación del cual, el despotismo somocista es un mero cacicazgo precolombino» (Benavides, 1982:14A).

Similar a lo expuesto por Benavides, en «Foro» (sección en donde se privilegiaban las publicaciones de la derecha liberal y pronorteamericana) del 22 de junio de 1983, el médico Enrique García, aseguró:

[…] nuestro hermano pueblo de Nicaragua salió de las llamas y cayó en las brasas. Somoza era un tirano, pero por lo menos era un hombre culto y anticomunista […] Ahora tenemos nueve comandantes con ínfulas de grandeza […] sin ninguna preparación […] y, para remachar comunistas (García, 1983:16A).

La columna de Benavides y el artículo de García poseían un discurso que fue muy utilizado en La Nación: alegar que Somoza era un mal menor en comparación con los sandinistas. El discurso guardaba una fuerte similitud con lo expuesto por Jeane Kirkpatrick, una de las principales figuras de la administración Reagan y embajadora de los Estados Unidos ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) (Grandin, 2010). Ella planteó que existía una diferencia entre regímenes autoritarios, como el de Somoza (Pinochet o los militares genocidas de Guatemala), y los regímenes totalitarios, como el de los sandinistas. Alegó que los primeros, a pesar de su carácter violento, permitían reformas democráticas y una sociedad autónoma. Mientras que los segundos se caracterizaron por su estilo antidemocrático y por su tendencia a controlar todos los aspectos de la sociedad, llegando a destruir las instituciones tradicionales como la familia o la religión (Grandin, 2010:74-75). La diferencia práctica, que defendió Kirkpatrick, permitía a los Estados Unidos considerar a gobernantes autoritarios como aliados potenciales en su lucha contra el comunismo, como defensores del mundo libre (calificativo que luego sería usado para referirse a «los contras») (Fontana, 2013:612).

Siguiendo la línea discursiva de Benavides y García, entre 1982 y 1985 era común que los sandinistas fueran presentados a la opinión pública como un grupo de oportunistas, sin ninguna cualidad o aptitud para gobernar que no fuera el uso de la violencia y el engaño. Así lo hacía ver Franco Cerutti (escritor italiano radicado en Costa Rica), en un artículo del 16 de septiembre de 1984:

Los que, en la Nicaragua de hoy, se llaman asimismo ‘comandantes’ y que no sabemos de qué nombramiento o investidura popular deriven la autoridad que tan despóticamente ejercen, no son personas de sólida y variada ilustración. Los comandantes no descuellan por cultura, agudeza de ingenio y madurez de pensamiento (Cerutti, 1984a: 15A).

La manera de deslegitimar al Gobierno sandinista a través del discurso era valiéndose de «la traición» de los principios de la revolución. Así, se negó la posibilidad de establecer una democracia en Nicaragua. Entonces, los sandinistas, según Fabio Gadea (importante miembro de la oposición antisandinista), en «Foro», del 5 de agosto de 1982, «[…] han tomado (a Nicaragua) como feudo propio» (Gadea, 1982:16A), e invitaba a todos (los verdaderos demócratas) a no «[confundir] Nicaragua con un grupo minoritario que ha tomado el poder de facto [que se caracteriza por] su radicalización, su sovietismo ciego, su armamentismo y su deseo de eternizar una dictadura totalitaria» (Gadea, 1982:16A).

La idea/noción de traición se convirtió en un recurso frecuente en el discurso y las publicaciones de quienes escribían en La Nación. Lejos de reconocer los adelantos en materia social, cultural y educativa, de la significativa mejoría de los estándares de vida de la gran mayoría de los nicaragüenses, los periodistas, columnistas y articulistas que colaboraban con el diario le restaban, o incluso negaban, que tales logros se hubieran podido alcanzar.

Los proyectos revolucionarios como el del Frente no solo no representaban la oportunidad de progreso, sino un ataque mismo a la tradición y cultura occidental. Intentaron destruir las bases sobre las que se apoyaba la sociedad democrática (liberal-capitalista) y el anticomunismo se hizo presente y visible, al negarle toda oportunidad al régimen socialista de realizar cambios que permitieran un avance democrático en sociedades como la nicaragüense. Lo anterior fue ampliado por Franco Cerutti, en un artículo del 1 de octubre de 1984:

La fatalidad de las revoluciones consiste en que llevan, inevitable y necesariamente, al terror que equivale a la pérdida de la libertad de todos y cada uno. Las revoluciones se inician en la pureza, proclaman la libertad pero a medida que se produce su desarrollo, la libertad desaparece para dejar lugar al reino del terror.

Los ‘muchachos’ managüenses […] se creen autorizados a emplear en el presente la violencia y la esclavización, las crueldades y las matanzas, reservando la libertad y la humanidad para el porvenir, transformando el presente en una vida de pesadilla (Cerutti, 1984b:15A).

El artículo de Cerutti agregó un elemento importante en el discurso antisandinista: los presentó como una minoría que, desde su posición privilegiada, controlaban el destino de todo un país y lo sometían mediante el terror y la violencia.

La hegemonización del proyecto revolucionario privilegió un estilo de gobierno en el cual las decisiones eran tomadas por los miembros de la Dirección Nacional (DN),2 donde favorecieron y reforzaron la conducción vertical de las directrices políticas, además de fortalecer la relación directa entre Estado y Partido. El primero se sometía a los designios de la dirigencia sandinista. En este sentido, se estableció una elite estatal o aristocracia revolucionaria (Kruijt, 2011: 60). La elite logró una preponderancia sobre el Gobierno, el aparato estatal y subordinó las organizaciones populares3 y las movilizó sobre la base de un control centralizado como si fueran piezas de ajedrez (Martí, 1997:90).

Ese manejo vertical de la revolución fue facilitado por las restricciones económicas y por el contexto de guerra que, a partir de 1982, se intensificó en Nicaragua.4 En el marco de una lucha armada, la democratización se hizo cada vez más difícil, y conforme la situación, se volvieron más tensos los espacios de libertad pues, ajenos (autónomos) al control del Estado (y del Partido), se cerraron. Así, se propició un encuadramiento de la población dentro de una estructura militar cuya base serían los Comités de Defensa Sandinistas (CDS) y sus milicias ciudadanas (bajo la dirección de un integrante del partido). En otras palabras, los métodos organizativos se permearon de una lógica jerarquizada, propia del ámbito militar (Serra, 1988: 44).

Desde las páginas de La Nación, la conducción jerarquizada del proceso llegó a representar lo peor de la tiranía sandinista. El 3 de septiembre de 1983, Eduardo Ulibarri, en «Buenos Días», explicó cómo «[…] en Nicaragua la estructura estatal es una mera administradora del poder real, controlado por los nueve comandantes, y su aparato de subordinados directos […] estableciendo una estructura de mando que actúa conforme a la arbitrariedad de sus jefes» (Ulibarri, 1983:14A). Asimismo, el 3 de enero de 1983 Bosco Valverde (periodista y jefe de información del diario), señalaba que en Nicaragua solo

[…] impera una ley y una religión: el sandinismo de los nueve comandantes. Nueve gorilas, entregados ideológicamente al marxismo-leninismo, [que ponen] su bota sobre el sacrificado pueblo que una vez más ha visto traicionados los principios de Augusto César Sandino (Valverde, 1983:14A).

De tal manera, a través de quienes publicaban en las páginas de La Nación el discurso antisandinista se valió de las discrepancias resultantes de la guerra. Además, resaltó la –cada vez mayor– distancia entre los intereses estratégicos de la conducción y defensa del proceso y los intereses inmediatos y cotidianos de la población. En el diario se llegó a exagerar los llamados que hacía el FSLN en pro del trabajo duro y la defensa de la revolución. Unido a eso, se sacó provecho del dogmatismo del Frente, que acusaba a la contrarrevolución de ser la causante de la crisis que enfrentaba Nicaragua. No reconocieron factores internos relacionados con su manera y estilo de gobernar.

La discusión en torno al militarismo y el crecimiento del Ejército Popular Sandinista (EPS) y otras fuerzas de seguridad y orden, fue otro de los temas que el discurso mediático de la prensa costarricense tomó en cuenta para criticar la manera en cómo los sandinistas gobernaban Nicaragua. Es necesario tener presente que partir de 1982 la defensa pasó a ser la prioridad del Frente Sandinista. En esa dirección se reorganizaron todas las instancias del Estado.

El hecho de que el ejército fuera a la vez tanto la institución armada del Estado como una organización del Partido fue algo que el discurso anticomunista de La Nación destacó constantemente. Para el diario, la naturaleza militar del régimen sandinista debía ser entendida como una afrenta y amenaza para las democracias occidentales como la costarricense. Ya que solo un régimen comunista y totalitario se armaba, no para la defensa, sino para la represión de su pueblo y la expansión más allá de sus fronteras.

El problema del militarismo representó la manera en la cual el sandinismo y su proyecto contradecía, según los parámetros defendidos por La Nación, el orden político democrático. Ahí, el civilismo era un rasgo fundamental que se oponía al totalitarismo castrense (Sojo, 1991:66-67). Sin embargo, el discurso hacía la salvedad: aclaró que el problema lo representaban los gobiernos en donde las fuerzas armadas poseían una ideología comunista. Tal aclaración permitía una defensa y un acercamiento ideológico con aquellos gobiernos en los que el ejército era promocionado como el encargado de combatir la subversión, el comunismo (el desorden) y preservar las bases morales sobre las que se asentaban la buena convivencia y el bien común (el orden) (Armony, 1999:34-40).

Se estableció una relación entre totalitarismo, comunismo y militarismo. El aparato militar sandinista, dentro del discurso de La Nación, era el principal instrumento de represión (coerción/control) y soporte del régimen. La periodista Sonia Vargas, en «Opinión del Redactor», del 21 de noviembre de 1984, así lo criticó:

[…] los gobernantes de Nicaragua […] ante la suposición de que en cualquier momento el país iba a ser invadido por las tropas estadounidenses […] tuvieron la oportunidad de demostrar su poderío militar pues ordenaron el desfile de tanques y ametralladoras anti aéreas, así como pruebas de paracaidismo, a vista y paciencia de los habitantes (Vargas, 1984: 14A).

El también periodista Guillermo Fernández, en un artículo del 11 de noviembre de 1984, expuso que «[…] muchos nicaragüenses se muestran molestos con el régimen, entre otras cosas, por la cantidad de dinero que gasta en armamento, mientras la producción del país está por los suelos y los productos alimenticios escasean» (Fernández, 1984:15A).

Valiéndose de la militarización de la sociedad nicaragüense, La Nación agregó otro elemento clave en su discurso antisandinista. Fue la violación de los derechos humanos en Nicaragua. Militarismo, represión y violencia eran elementos que, dentro de tal discurso, representaron la manera como los sandinistas gobernaban en Nicaragua. El FSLN no solo buscaba adoctrinar y controlar a la población sino, igualmente, doblegar su voluntad mediante el uso de la fuerza y sacrificar la libertad. Se entendía libertad según la lógica de una sociedad capitalista y una economía de mercado (Harvey, 2015:13).

Para quienes escribían en La Nación, el Servicio Militar Patriótico (SMP)5 representó la materialización de esa pérdida de libertad y violación de derechos. En «Opinión del Redactor», del 3 de septiembre de 1983, el periodista Elberth Durán, denunció cómo:

[…] las mujeres se lanzaron a las calles a llorar por la suerte de los hombres que recién cumplían la mayoría de edad. La escena se convirtió en un destello de temor en la oscuridad. Entre los llantos y la confusión, el motivo de la calamidad se apareció. Eran tres camiones con soldados; el Ejército rastreaba, por mandato judicial, a todos los jóvenes en edad de prestar el servicio militar obligatorio (Durán, 1983:14A).

Similar a Durán, Ricardo Lizano Calzada (periodista), el 1 de septiembre de 1984, se refería al SMP como:

[…] el rapto oficial de jóvenes [...] ¡Qué ironía! Una revolución que se presenta a sí misma como la más genuina expresión popular, que hace alarde de contar con un poderoso ejército y miles de reservistas […] se ve obligada a secuestrar jóvenes para que vayan a defender a un gobierno en el que no creen (Lizano, 1984:14A).

A ese panorama desolador se refería Juan Antonio Sánchez Alonso (subdirector del diario), en «Buenos días», al comparar Nicaragua con la Alemania nazi:

No hay marxismo sin campos de concentración, ni sociedad sin clases que no esté ambientada por los tonos intimidantes del terror. Pues bien, en la Nueva Nicaragua, en la que no sabemos dónde termina el nazismo y comienzan los postulados de Marx; cómo en la época hitleriana los campos de concentración han cobrado auge.

El mito del marxismo ‘diferente’ ha caído en Nicaragua, donde se escenifica una brutal represión que no tiene nada que envidiar al alcanzado en otros países que en el pasado tomaron el mismo derrotero. Una vez que han alcanzado el poder, la persecución se desencadena implacablemente contra todo aquello que interpretan se les resiste (Sánchez, 1983: 14A).

Como se puede constatar, el discurso antisandinista de La Nación enfatizó que al violar los derechos humanos de los nicaragüenses (a todo un pueblo) la única libertad que existía era la que poseía el Frente para reprimir. Lo anterior se complicó cuando esa libertad fue asimilada (y equiparada) con el capitalismo y este con la democracia (Grandin, 2010). Ese sistema era defendido por la derecha liberal que escribía en el diario. La idea de dignidad y libertad (ambas vinculadas con la democracia) fueron utilizadas por el discurso como pilares fundamentales, como ideales convincentes y sugestivos. Valores que se veían amenazados por todas las formas de totalitarismo, entre ellas el comunismo (Harvey, 2015:11).

Fue Gustavo Chamorro, una figura importante de la oposición en exilio, quien, en «Foro», del 24 de marzo de 1982, mejor describió la libertad que se perdía en Nicaragua desde que los sandinistas tomaron el poder:

El somocismo de antaño contra el cual luchó el pueblo nicaragüense violaba el derecho a la vida, pero respetaba aparentemente el derecho a la propiedad. El somocismo rojinegro viola el derecho a la vida y el derecho a la propiedad. La propiedad privada es un mito. El Estado lo regula todo, el libre comercio desaparece, la juventud es enviada a recibir entrenamiento militar e incorporarse a las milicias.

Los vicios del pasado (crímenes, torturas, prepotencia, etc.), perduran en el escenario nicaragüense, mezclados con los vicios nuevos (confiscaciones, adoctrinamiento comunista, censura ilimitada a la información de prensa y radio, etc.) (Chamorro, 1982: 16A).

En materia económica, a partir de 1982 la política que llevó a cabo el FSLN fue tema de discusión y enfrentamiento de visiones y concepciones por parte de la prensa en Costa Rica. Desde su llegada al poder, el Frente organizó gran parte de sus planes económicos para tratar de reducir las desigualdades entre la población. Gran parte de la retórica y los esfuerzos de los sandinistas se concentraron en recalcar que el Gobierno usaría la producción económica en beneficio de los pobres. Era una lógica hacia abajo porque daba a los sectores subalternos lo básico: comida, educación, vivienda y salud (Wall, 1993: 6-7).

Sin embargo, una serie de factores: el aumento de la conflictividad armada (y la primacía de lo bélico), las restricciones y medidas impuestas por la administración de Reagan (el bloqueo económico de 1985) y una errática política sandinista (Kruijt, 2011: 64)6 que estableció un control sobre los salarios y los precios (sumamente bajos) sin lograr tomar medidas adecuadas para controlar la inflación (Kinzer, 2007: 154), causaron grandes desajustes.Todo esto, en el contexto de una Latinoamérica que atravesaba una de las peores crisis económicas de su historia. Era la llamada crisis de la deuda. Los países del área alcanzaron un punto en donde su deuda externa excedió su poder adquisitivo y no eran capaces de hacer frente a los compromisos de pago adquiridos (Grandin, 2010: 183-84).

La Nación no dejó pasar la oportunidad de acusar a los sandinistas y a su proyecto de ser los causantes de la crisis en Nicaragua. El discurso antisandinista (y anticomunista), hizo uso de la omisión como mecanismo desinformativo (Fraguas, 1985: 53-55). Al hacerlo pudo ocultar las razones que no concordaban con el discurso, mientras que se potenciaban y exponían constantemente aquellas que podían deslegitimar y atacar al FSLN. De tal manera, la crisis en Nicaragua no se debía a su posición de país dependiente, con un estilo de desarrollo que favorecía el endeudamiento y el intercambio desigual; más bien, todo respondía a que los sandinistas estaban instaurando una economía comunista. Y una economía de ese tipo es fracasada por antonomasia.

Al presentar al comunismo como un fallo (fracaso) político y económico, los colaboradores de La Nación se encargaron de resaltar las difíciles condiciones de vida de los nicaragüenses. Para este fin, periodistas como Lafitte Fernández Rojas y Guillermo Fernández, a través de reportajes y artículos, presentaron a Nicaragua como un país muriéndose de hambre. Fernández Rojas, luego de un viaje a Nicaragua contaba que:

[…] fácilmente comprendí que mi mayor error había sido viajar a Nicaragua sin una máquina de afeitar. Pero, más tarde, también entendí que ese descuido me llevó a ser víctima de algo que en ese país se llaman ‘economía de guerra’ y en la que todos los días se ven envueltos los nicaragüenses (Fernández R., 1984: 12A).

El 11 de noviembre de 1984, Guillermo Fernández comentó que «[…] enfrentarse al racionamiento de los alimentos, principalmente granos básicos, es la terrible lucha cotidiana de casi todos los nicaragüenses» (Fernández, 1984:15A).

 

Nicaragua y los sandinistas, una mirada desde el semanario Universidad

Semanalmente, en las páginas del semanario de la UCR, personalidades como los escritores Isaac Felipe Azofeifa y Alfonso Chase, destacados profesores de esa casa de estudios tales como Ignacio Dobles y Francisco Escobar y parte del staff como el director del medio Carlos Morales, escribieron y brindaron sus opiniones sobre el proceso revolucionario nicaragüense. Al igual que en La Nación, los artículos de opinión y algunos reportajes abordaron desde Costa Rica lo que sucedía en Nicaragua.

Quienes publicaron en Universidad, entre 1982 y 1985, se encargaron de enfatizar la revolución como una respuesta necesaria a los problemas que enfrentaba Nicaragua (y Centroamérica en general). Esta respuesta se apoyó en el derecho a la libre autodeterminación de los pueblos. Tomando distancia de la dinámica de la Guerra Fría, los artículos publicados en Universidad centraron sus críticas a la lógica norte/sur, país pobre y país rico. Explicaron que la verdadera causa del conflicto en Centroamérica no era la presencia de un Gobierno con orientación comunista, sino la desigualdad en la distribución de la riqueza. También señalaron la exclusión de las grandes mayorías de la población y las violaciones a los derechos humanos por parte de las elites gobernantes para así conservar el poder y sus privilegios. De igual forma, se denunció que la confrontación oeste/este, se encargaba de ocultar las contradicciones estructurales en las que vivían los países de Centroamérica.

En las páginas de Universidad, intelectuales progresistas y escritores, profesores y otros miembros de la comunidad académica y cultural costarricense, expresaron sus ideas y puntos de vista sobre el proceso nicaragüense. Edmundo Serrano (profesor de la Universidad de Costa Rica), en la edición número 594, de la semana del 5 al 11 de agosto de 1983, consideraba «[…] la necesidad de la revolución [nicaragüense] como un imperativo social y ético y sostenedor de una gran dignidad y valentía frente al poderoso agresor imperial» (Serrano, 1983: 4). El artículo de Serrano se encarga de ir más allá de la lógica maniquea. Criticó la idea de que «[…] el gobierno norteamericano es bueno, los soviéticos, los cubanos y los nicaragüenses son malos, el capitalismo transnacional es bueno, el comunismo es malo» (Serrano, 1983:4). Al hacerlo, se hizo un llamado a entender las causas del conflicto en Centroamérica. Conflicto que es resultado de una determinada cultura política basada en una relación desigual y violenta entre gobernantes y gobernados, cuyo legado venía desde la Colonia y de la época de las dictaduras conservadoras y liberales. Además, hay que agregar el agresivo anticomunismo de las elites políticas y económicas (Figueroa, 2011: 89-90).

Otro artículo que profundizó lo expuesto por Serrano, se publicó en la semana del 9 al 15 de marzo de 1984. En él el ingeniero Alejandro Quesada Ramírez, denunció:

[…] la conmoción que vive Centroamérica, comenzó y sigue el hambre de las mayorías. Inseparables con el hambre alimentaria van otras hambres […] vestido, vivienda, sanidad, educación, esparcimiento, trabajo. El actual proceso revolucionario, buscaba y busca la paz del estómago del pueblo, y con ella la paz de Centroamérica (Quesada, 1984:5).

Los fragmentos dejan claro cómo, para quienes escribían en Universidad, la revolución era la solución de los problemas de sociedades marginadas y violentadas. El psicólogo y docente Ignacio Dobles y Francisco Escobar, sociólogo y profesor, cada uno en sus respectivos artículos, mencionan cómo los sandinistas y su revolución se habían encargado de cambiar, para bien, el destino oscuro que habría seguido Nicaragua de seguir bajo el control de la familia Somoza.

El artículo de Dobles, se publicó en la semana del 13 al 19 de mayo de 1983. Luego de un viaje a Nicaragua describió cómo:

Por todos los lugares donde me tocó estar se evidenciaba lo mismo: alegría, una decisión indoblegable de defender la Revolución.

En Managua, Rivas y en otras poblaciones del país, la gente estudia (hoy en día más de un millón de nicaragüenses estudian), pasean, se divierte (incluso en lugares antes accesibles sólo a los ricos y somocistas), va al cine. Hay expectativa, hay vigilancia, pero reina la calma.

Lo que pasa en Nicaragua, y lo que le duele a Reagan, a los somocistas, y a algunos sectores de nuestro país, es que existe un enorme apoyo popular a la Revolución (Dobles, 1983: 4).

Escobar, en la semana del 6 al 12 de mayo de 1983, a manera de preguntas publicó lo siguiente sobre la revolución y el pueblo que la llevó a cabo:

¿De qué Revolución hablan? ¿Es sólo la caída de un tirano o es la instauración de un nuevo orden social? ¿Quiénes son ese pueblo que se adueña de su historia? ¿Quiénes son ese pueblo que se hace arquitecto? [Son] ‘los hijos de Sandino, [que] ni se venden, ni se rinden’ (Escobar, 1983b:4, 7).

Las interrogantes de Escobar, que se deben entender más como afirmaciones, se ajustan con lo que publicaba el escritor Isaac Felipe Azofeifa, en la sección «Tiempos de Hoy», del 26 de febrero al 4 de marzo de 1982:

[…] las revoluciones marxistas se hacen de otro modo que en Nicaragua. Los vecinos nicaragüenses nos están mostrando todos los días que ellos quieren llevar adelante su propia versión del socialismo, socialismo humanista, que quiere marchar respetando la vida, la propiedad, las creencias de todos, con una condición: que se les dé la oportunidad de encontrar su propio camino hacia la libertad y la justicia (Azofeifa, 1982a:5).

Las publicaciones de Universidad vieron la revolución como la oportunidad para hacer algo diferente. Quizá como un sueño esperanzador (y a la vez realizable) que trataba de corregir el pasado de Nicaragua y que contaba con el apoyo de amplios sectores de la población. La aceptación fue el resultado de las políticas sociales y económicas del Frente que se articularon (durante los primeros años) sobre la base de la lógica de las mayorías (Williams, 1991). Se priorizaron las necesidades básicas de quienes, durante mucho tiempo, se vieron excluidos del modelo de desarrollo. El Gobierno del Frente y su proyecto se comprendieron como el deseo de transformar completamente los rasgos sociales, económicos, políticos e ideológicos de la sociedad. Querían empezar de cero, ya que las condiciones anteriores de corrupción, injusticia e irrespeto hacían imposible una reforma (Todd, 2000:11-12).

En Universidad el pueblo representó el norte discursivo de los artículos que se publicaban sobre la manera en cómo se ejercía el poder en Nicaragua. Quien mejor desarrolló tal noción fue Francisco Escobar. En un artículo publicado en el número 586 del semanario, Escobar señaló:

Nicaragua es obra de los nicas y ahora su destino debe estar en sus manos. Los únicos que saben quiénes son el pueblo y qué conviene a sus mejores intereses de supervivencia, desarrollo, paz y prosperidad son ellos mismos, los nicas (Escobar, 1983c:4).

En la semana del 20 al 26 de mayo, escribió lo siguiente sobre el carácter popular del proyecto del Frente:

[…] es la otra cara de la Revolución Nicaragüense, menos adusta que la cara de un comandante en posición de firmes, menos conocida que la campaña de alfabetización, más vibrante y vital que la marcha de los milicianos, es quizá el rostro de una sociedad viva, que se estremece y vibra buscando nuevos cauces para la vida. En una palabra, una sociedad que no puede aburrirse porque no puede perder su tiempo histórico (Escobar, 1983a:4).

En Universidad, el tema del militarismo fue tratado como el derecho a la defensa que poseían los nicaragüenses y unieron ese derecho a la libre autodeterminación de los pueblos. Sin embargo, aunque la militarización de Nicaragua se justificaba en términos defensivos, dándole cierto grado de legitimidad y apoyo dentro de la población (Benítez, 1986), no se podía negar que provocó que los logros alcanzados durante los primeros años del Gobierno sandinista retrocedieran. El presupuesto destinado a la defensa evitó que se continuaran los avances en materia de políticas sociales.

El poeta y ensayista Alfonso Chase, en la semana del 11 al 17 de mayo de 1984, aclaró que Nicaragua se armaba para responder a la agresión de la que era víctima, «[…] desde 1981 la actual administración norteamericana ha agredido a 1887 nicaragüenses» (Chase, 1984:4), y reportajes como el de la periodista Circe Villanueva, en el semanario número 558, recalcaron que la defensa de la revolución recaía no en los militares, más bien en el pueblo en armas, «[…] ¿militares? No [son] ciudadanos armados dispuestos a defender la revolución nicaragüense. Olvidándose por unas horas de sus vestimentas habituales abogados, secretarias, albañiles, estudiantes, escolares, obreros, campesinos, en fin, nicaragüenses de todas las profesiones y oficios» (Villanueva, 1982:18). Un panorama similar lo describió, en un artículo, el también periodista y escritor Oscar Núñez Olivas. Explicó cómo «[…] quienes empuñan los rifles, el puño firme y la mirada aguda, son trabajadores del campo; gentes humildes y amables que saben lo mismo servir un café a los visitantes que disparar al enemigo» (Núñez, 1983:17).

En las páginas de Universidad buscaron preponderar los logros alcanzados por la revolución. Se marcó una tendencia discursiva en donde los logros y políticas en favor de los desposeídos daban la legitimidad al gobierno sandinista. Incluso, tales políticas debían servir de ejemplo para aquellos países, que, como Costa Rica, enfrentaban la difícil situación económica causada por la crisis de la deuda.

Las publicaciones permitían entender que, para los colaboradores de Universidad, el crecimiento económico se percibía en la consecución del bienestar (que se medía tanto en términos socioeconómicos como culturales y políticos) para la mayoría pobre de la población. De tal manera, el desarrollo económico era el resultado de democratizar los beneficios y eso permitía hacer frente a las dificultades económicas.

Así lo explicaba Ignacio Dobles, en el número 583 de Universidad:

La economía nicaragüense ha sido la que mejor ha resistido la crisis económica de la región centroamericana, y hoy en Nicaragua se produce más tabaco, más algodón y café, más azúcar, carnes de res y pollo, huevos y muchos otros productos que en la época de Somoza. Hay que señalar que muchos de esos productos son accesibles por primera vez a grandes sectores de la población (Dobles, 1983: 4).

Luis Montoya, en un artículo del número 658, del 30 de noviembre al 6 de diciembre de 1984, hizo una comparación entre el bienestar económico costarricense –que se percibía en términos consumistas– y la economía social nicaragüense. Además, hizo una crítica al papel de los medios como agentes modificadores de la realidad:

Comparamos nuestro relativo bienestar, con la imagen deformada que los medios informativos costarricenses han fabricado acerca de nuestros vecinos. Creemos ganar y ganamos. Aunque el precio sea aferrarnos a los objetos, a lo superfluo […] Nuestra condición de costarricenses se acomoda cada vez más del lado del ‘laissez-faire’. Y la meta pareciera ser la conquista de mil y una apariencias aunque el precio sea hipotecar nuestras conciencias.

Quizás por eso (y también porque los medios de información, espejos de la sociedad, presentan desdoblada nuestra propia realidad y deformada la ajena) ofrezcamos resistencia para comprender lo que ocurre en Nicaragua: un pueblo que sacrifica la artificialidad y la temporalidad del consumo (el papel higiénico, la pasta de dientes, la refrigeradora, los pantalones de estreno navideño) como respuesta a las exigencias de una tierra hedionda a sudor (Montoya, 1984:5).

 

Las elecciones de 1984, dos tipos de cobertura periodística

Finalmente, un tema al que se le dio un tratamiento constante en la prensa costarricense fue el de las elecciones (que se celebraron en noviembre de 1984). Con las elecciones, la discusión giró en torno al tipo de democracia que se quería y esperaba en Nicaragua: la democracia como sistema político (La Nación) o la democracia como expresión social (Universidad).

Las elecciones de 1984 representaron una oportunidad de análisis de cómo el discurso mediático de los líderes de opinión trató de influir en la manera en que se percibía a Nicaragua. El tratamiento que se le dio a la cuestión electoral, fue un reflejo de la dicotomía entre los comicios celebrados en un país cliente o amigo (El Salvador o Costa Rica) de los Estados Unidos, elecciones demostrativas (donde se promocionan las bondades de la democracia frente al comunismo) y aquellas que se organizan en un país enemigo o censurable (el caso de Nicaragua). El objetivo era tratar de legitimar su sistema político frente a los ataques y esfuerzos de desestabilización (Chomsky y Herman, 1995: 154-155).

En La Nación, la democracia aparecía sin adjetivos. La razón de ser era la posibilidad (y el derecho) de los ciudadanos a votar, acción que se veía fortalecida mediante las libertades de prensa y asociación, el pluralismo político (dinámica de partidos) y una democracia representativa liberal (posibilidad que le estaba negada a un régimen comunista, como el de los sandinistas, aunque estos celebraran elecciones). En Universidad, sin negar el derecho al voto, se defendía lo que en Nicaragua se conoció como democracia participativa/popular. No obstante, es preciso hacer la salvedad de que esa participación, como ya se mencionó, quedaba encuadrada dentro de la lógica del Partido, que era el que disponía, ejercía (ejecutaba) y ordenaba el rumbo (Castoriadis, 2002:159). Aun así, esto significaba un cambio drástico. Más aún en un país que se había guiado por la lógica de las minorías y la exclusión y marginación política, económica y social del pueblo (Chomsky y Herman, 1995:162, 173).

La Nación y sus colaboradores dirigieron sus esfuerzos a denunciar que el Frente no tenía deseos de abandonar el poder y que la convocatoria a elecciones eran una farsa y una manipulación. El periódico se convirtió en vocero de la Coordinadora Democrática Nicaragüense (CDN).7 Su candidato, Arturo Cruz, era visto como el arquetipo y paradigma del candidato democrático (Kinzer, 2007: 223-224). Desde sus páginas, las denuncias hacia la manera en cómo se organizó el proceso electoral, que culminó con el retiro de Cruz y la CDN (con el alegato de que las condiciones ofrecidas por el FSLN no eran las óptimas) (Kinzer, 2007: 242-244) y el triunfo del FSLN, fueron un tema recurrente y constante conforme se acercaba el 4 de noviembre (día en que se celebraron las elecciones).

La deslegitimación del proceso electoral que se llevó a cabo en las publicaciones de La Nación tenía como principal objetivo cerrar toda posibilidad democrática esgrimida por los sandinistas. Negaron que los intentos por democratizar Nicaragua partieran del FSLN. Al hacerlo así, no solo se le restaba legitimidad al Gobierno y su proceso, también establecía que la democracia era exclusiva de aquellos gobiernos y países que se encontraban del lado de los Estados Unidos en la contienda de la Guerra Fría.

Esa posición permitió legitimar elecciones en países donde las condiciones, en comparación con Nicaragua, eran sumamente discutibles y criticables. Tal fue el caso de El Salvador (Chomsky y Herman, 1995:161-184), país donde los militares se encargaban de realizar constantes violaciones a los derechos humanos e impedían verdaderas reformas democráticas. En la columna del 20 de marzo de 1984, Enrique Benavides ratificó lo anterior:

Los dos hechos simbolizan el dramático desgarramiento del istmo ante la encrucijada de dos destinos: el democrático y el totalitario. Por ello es que son diferentes. Mientras en El Salvador las elecciones van a realizarse con un amplio margen de libertad, de pluralidad partidista y de legalidad [...] en Nicaragua todo ha sido fríamente calculado –hasta la fecha-, para que los comicios, como en la Unión Soviética, expresen fielmente los deseos y la voluntad de los nueve comandantes. Ahí no habrá libertad en el sentido común de la palabra, esto es, libertad tangible, real, ejercitable, sino libertad proletaria, que los proletarios nunca han conocido hasta ahora en parte alguna del mundo comunista (Benavides, 1984:15A).

En Universidad, las elecciones en Nicaragua fueron cubiertas por periodistas enviados a ese país. Fueron los encargados no solo de informar, sino también de presentar en términos favorables el proceso electoral nicaragüense. Carlos Morales, director del semanario, publicó sobre los comicios:

Por más esfuerzos que hicieron los Estados Unidos y los servidores de ese país con el fin de impedir el proceso electoral en Nicaragua, las elecciones se practicaron –con toda la pena para ellos- en marco claro de libertades y de demostración de fuerza sandinista (Morales, 1984:11-12).

Fue así como luego de las elecciones de 1984, el enfrentamiento discursivo e ideológico continuó. Ese enfrentamiento se vio reflejado en qué se entendía por democracia, para La Nación, en un editorial del 15 de junio de 1983, la democracia sandinista se apoyaba

[…] en el pronunciamiento militar. Como se ve, entre esta posición y las dictaduras de derecha, actuales o pretéritas, hay poca diferencia. Tacho Somoza consideraba en sus buenos tiempos que en Nicaragua había una democracia, aunque las elecciones fueran una completa burla (Editorial, 1983:14A).

Por su parte, Isaac Felipe Azofeifa señaló sobre el proceso democrático puesto en marcha por el FSLN que:

Está probado que a las democracias burguesas no les cuesta nada dosificar la libertad para las personas y movimientos que puedan amenazar su sistema. Pero en las democracias socialistas, sobre todo si están recién naciendo como la de Nicaragua, les cuestan heroicos esfuerzos integrar a su régimen de apertura popular a los poderosos grupos conservadores que son sus enemigos. Peca de ingenuo el tico que cree que de una guerra como la que acaba de librar el pueblo de Nicaragua, va nacer una república como la nuestra, que tiene ya dos siglos casi de existir (Azofeifa, 1982b: 5).

 

Consideraciones finales

Luego de ser la organización clandestina que luchó contra la dictadura de Somoza, el FSLN posterior a 1982 se convirtió en un actor hegemónico. Esa posición de poder en la que se encontraron los sandinistas los llevó a imprimir un carácter particular a su manera de gobernar. Se orientaron hacia las mayorías excluidas del pueblo nicaragüense. Sin embargo, rápidamente el nuevo Gobierno del Frente se encontró ante una situación poco favorable debido a la agresión armada de una contrarrevolución apoyada por los Estados Unidos, además de la presión económica ejercida desde Washington, lo que llevó a tomar decisiones riesgosas.

Conforme la situación se complicaba, la intransigencia de los sandinistas de posicionar el proyecto por encima de todo y de todos, provocó un desgaste y un decaimiento del apoyo y entusiasmo popular. Además del alejamiento de sectores que, en un principio sin ser simpatizantes de los sandinistas, no los habían enfrentado. Cada vez más la defensa absorbía recursos materiales y humanos y los proyectos que buscaban mejorar las condiciones de vida del pueblo pasaron a ocupar un segundo lugar. La conducción vertical y decisiones como el Servicio Militar Patriótico llegaron a opacar los logros que se habían alcanzado durante los primeros años de la revolución.

Fue esa complicada situación la que se encargaron de mediatizar los diarios de La Nación y Universidad. En ambos casos, periodistas y personalidades del ámbito político, económico y social dieron sus impresiones de lo que sucedía en Nicaragua y cómo los sandinistas gobernaban y llevaban a cabo su proyecto revolucionario.

La celebración de elecciones en Nicaragua definió las posiciones tomadas por la prensa costarricense. Todo se resumió en el proceso de hegemonización y cómo polarizó la discusión en torno a la revolución. Asimismo, el cómo era vista y presentada desde Costa Rica. Quienes escribían en La Nación mantuvieron los esfuerzos por deslegitimar el sistema político nicaragüense (que no ganó credibilidad luego de 1984). Demandaron a la administración de Ronald Reagan que apoyó para «La contra» y presionó a los sectores sociales (nacionales e internacionales) que no mostraban un apoyo explícito al proyecto sandinista, para que definieran una posición antisandinista. Los colaboradores de Universidad conservaron su discurso de defensa y apoyo. A este se le sumó una fuerte crítica (y ataque) no solo a los sectores más conservadores de la sociedad costarricense (la llamada derecha), sino también a los medios de comunicación dominantes.

Las publicaciones de los colaboradores de La Nación y Universidad se preocuparon por construir una imagen de Nicaragua que podía o no identificarse con los principios democráticos que se consideraban como inherentes a la nación costarricense. Por lo tanto, esa manera de representar a Nicaragua y los sandinistas respondía al proceso de socialización al cual fueron expuestos estos líderes de opinión. No importó que se defendiera a la democracia como sistema político (La Nación) o como expresión y participación social (Universidad) el discurso se encargó de reproducir una visión de mundo específica, con determinados valores e intereses, Nicaragua era o no era una democracia partiendo de los parámetros occidentales, tales como libertad o justicia social.

El presente artículo es una invitación a entender, pero también a preguntarse, cómo ni los llamados líderes de opinión ni el mismo medio en donde publican llegan a considerarse como instituciones sociales constituidas unilateralmente. Todo lo contrario, hay que entenderlos como resultado de un proceso de socialización que responde a una manera de entender y ver el mundo. Es decir, tanto el medio, como el sujeto que escribe en él, responde a los intereses del grupo o la comunidad a la cual pertenece.

Finalmente, el artículo espera ser un insumo para futuras investigaciones que se interesen por entender cómo se construye la opinión pública, quiénes participan en ese proceso y cuáles son sus intenciones individuales y colectivas para hacerlo. De igual manera, es también un llamado a la necesidad de establecer la diferencia entre opinión pública y opinión publicada y hasta qué punto se pueden vincular o ser dos elementos totalmente diferentes.

Queda como tarea pendiente, en el contexto de la disputa hegemónica, el cómo fue la Guerra Fría y el conflicto centroamericano en la década de 1980, establecer y ubicar a la prensa costarricense en el entramado de la prensa regional. Identificar las alianzas y contactos entre La Nación y Universidad con otros órganos de prensa y así, poder visualizar las complejas relaciones sociales e ideológicas de la época.


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Cómo citar este artículo:

Astorga Sánchez, Leonardo. (2021). Sandinismo y antisandinismo: Líderes de opinión y prensa costarricense. La Nación y semanario Universidad, 1982-1985. Revista Pueblos y fronteras digital. 16, pp.1-27, doi: 10.22201/cimsur.18704115e.2021.v16.515

Notas

1 Ulibarri sería el nuevo director de La Nación a partir de 1982, con una fuerte posición anticomunista y proestadounidense influyó de manera primordial en la posición que tomó el diario frente a la Nicaragua sandinista.

2 La DN tomaba las decisiones más importantes en materia militar, sobre el ejército, la seguridad del Estado, la fuerza policial, los cambios en la economía, la formación de las organizaciones populares, la política exterior del Gobierno.

3 Las organizaciones de masas o populares, representaron el esfuerzo del FSLN para sindicalizar a la población (urbana y rural) simpatizante del proceso revolucionario y canalizar sus demandas, haciéndolas partícipes de un proyecto común.

4 A partir de 1982, los ataques de «la Contra» se hicieron cada vez más constantes, de igual manera, el hostigamiento por parte de los Estados Unidos fue cada vez mayor, desde Honduras, tanto fuerzas militares de ese país como soldados norteamericanos estacionados ahí, se encargaron de realizar maniobras militares que se podían considerar tanto una provocación como una amenaza para Nicaragua.

5El Servicio Militar Patriótico fue creado mediante el decreto no. 1327 en 1983 como una de las medidas del Ministerio de Defensa para hacer frente a la guerra con «La contra», los jóvenes mayores a 18 años eran quienes debían cumplir con dos años de servicio militar obligatorio.

6 La política económica sandinista fue elaborada por Sergio Ramírez, quien no logró establecer un control y darle una orientación única a las posiciones defendidas por un amplio número de asesores y los ministros de finanzas, agricultura y reforma agraria, economía, comercio e industria y planificación.

7 Como agrupación política, la CDN estaba integrada por el Partido Conservador Nicaragüense, el Partido Social Cristiano, el Partido Social Demócrata y el Partido Liberal Constitucionalista, el COSEP apoyó y cooperó activamente con la CDN. Esta coalición política se caracterizó por apoyar la estrategia bélica de la administración Reagan.