LA RURALIDAD QUILOMBOLA CUESTIONADA O LOS NUEVOS DESAFÍOS
DE LA AGRICULTURA FAMILIAR EN BRASIL
RESUMEN:
Entre urbanización y globalización, los espacios rurales están conociendo unas transformaciones esenciales. Es particularmente el caso de Brasil, gran potencia agrícola donde varios modelos agrarios se yuxtaponen, como, el agronegocio y la agricultura familiar. En este trabajo vamos a centrarnos en las evoluciones de las pequeñas comunidades rurales, sus dificultades y oportunidades, y más detalladamente en el ejemplo de las comunidades de remanentes quilombolas (descendientes de esclavos cimarrones), categoría socio-territorial establecida por el Estado en la Constitución Federal de 1988 en la que principios multiculturalistas se afirman. Reflexionaremos sobre las supuestas especificidades de la ruralidad quilombola, entre prácticas y representaciones, entre estrategias y valores, entre modernidad y tradición.
PALABRAS CLAVE:
ruralidad, agricultura familiar, comunidades quilombolas, Brasil.
ABSTRACT:
Between urbanization and globalization, rural spaces are experiencing fundamental changes. It is particularly the case in Brazil, major agriculture power, where many agrarian models are overlapping, among these the agribusiness and the family agriculture. We will focus on the evolutions of the small rural communities, its difficulties and opportunities and, more precisely, on the example of communities of remnant Quilombolas (descendants of maroon slaves), socio-territorial category created by the State in the 1988 Federal Constitution in which the multiculturalist principles are affirmed. Thus, we will think about the specificities of the Quilombola rurality, between practices and representations, between strategies and values, between modernity and traditions.
KEY WORDS:
rurality, family agriculture, quilombola communities, Brazil.
Aunque la agricultura solo representa el 5.8% del (PIB) de Brasil,1 este
país-continente sigue siendo una gran potencia agrícola, la tercera mundial después de los
Estados Unidos de Norteamérica y de la Unión Europea.2 Algunos cultivos comerciales, como
los de la soya o de la caña de azúcar (especialmente utilizada para el etanol), conocen un gran
auge gracias al impulso de la agricultura de exportación (o agronegocio), que tiene su origen en la
intensa modernización de la agricultura iniciada en los años setenta. Combinado con una
urbanización galopante, 3 tal fenómeno evidencia un mundo rural brasileño en plena
transformación; es decir, «un dominio creciente y una subordinación del espacio y de la
sociedad rural a los imperativos impuestos por la sociedad global a la que pertenece […], [una]
pérdida de autonomía de la sociedad rural cada vez más sumisa a una lógica social y
económica exógena, o sea, la de la sociedad global que le impone el sentido de su
evolución» (Jean, 1997: 29). En este contexto, Jean hace una pregunta: “¿Cómo
definir la ruralidad? ¿Cómo pensar una ruralidad «moderna»?” (1997: 29). En
efecto, más allá de las amenazas que hacen pesar tales evoluciones sobre el mundo rural, 4 es
importante interrogarse sobre las alternativas posibles del desarrollo rural en Brasil y sus consecuencias sobre
los espacios y grupos rurales. ¿Entre el campesino tradicional y el agricultor moderno, será que
no existe una tercera vía? ¿Y cuál podría ser? En efecto, numerosos son «los
teóricos del campesinado [quienes] elaboraron tipologías binarias en las que el campesino
tradicional y considerado como arcaico se opone al empresario agrícola moderno y considerado como vector
de progreso social» (Deléage, 2005: 18). Aquí nos proponemos cuestionar la posibilidad de
una alternativa entre estos dos arquetipos.
Cuadro 1: La tipología binaria del campesino y del agricultor.
Valores |
Campesino |
Agricultor |
Estabilidad |
Cambio |
|
Arraigo |
Desarraigo |
|
Polivalencia |
Especialización |
|
Papel de la tradición |
Papel de la tecnología y del mercado |
|
Economía de autosubsistencia |
Economía mercantil e industrial |
|
Racionalidad |
Social y moral |
Técnica y económica |
Fuente: Deléage (2005:18).
A partir de los años ochenta, tiempo de la transición democrática brasileña,
aparecen movimientos sociales que critican el modelo agrícola modernizador y productivista, como el
Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierras (M.S.T.)5, que defiende otro tipo de agricultura y vida
rural. Esta tendencia acaba reflejándose en la Constitución Federal de 1988, a partir de la cual
nuevas perspectivas salen a la luz, al tomarse en consideración les especificidades y multiplicidades de
la sociedad brasileña. En un ámbito marcado por las influencias del multiculturalismo y del
socioambientalismo 6 (Santilli, 2005), se crean diferentes estatutos «fundiarios» que garantizan a
grupos de pequeños productores rurales derechos territoriales y sociales, en forma de usufructo colectivo
para las Tierras Indígenas (TI) (Estatuto do Indio, Ley n° 6.001, 19/12/1973, seguido por el
Artículo 231 da Constitución Federal) y las Reservas Extractivistas (Resex) (Ley n° 7.804,
18/07/1989, seguida por el Decreto n° 98.897, 30/01/1990, dentro de la Política Nacional del Medio
Ambiente), en forma de propiedad colectiva para los comunidades quilombolas.
Es entonces cuando se otorga a los quilombolas, descendientes de esclavos fugitivos
(cimarrones), un estatuto fundiario oficial acompañado de derechos específicos; como el
Artículo 68 de las Disposiciones Transitorias de la Constitución Federal lo estipula: «Se
reconoce a los remanentes de las comunidades de quilombos que ocupan las tierras [de sus antepasados]
la propiedad definitiva, el Estado debiendo emitir los títulos respectivos». Después de una
primera titularización en 1996, Brasil cuenta hoy en día con 110 comunidades quilombolas
tituladas, lo que representa un total de 11,559 familias y 963,015 ha distribuidas entre 15 de los 26 estados de
la Federación. Además, existen 1,081 casos en el proceso de regularización en 24 estados,
lo que evidencia una tendencia al crecimiento del peso de las comunidades quilombolas, cuya importancia
fue reafirmada en 2003 a través del Decreto Presidencial7 n° 4.887, mismo que normaliza el proceso
administrativo de regularización de los territorios quilombolas. Desde un punto de vista
organizacional, la comunidad quilombola se organiza en asociación, la cual es la única
propietaria legal del título fundiario. Así, la asociación es la representante oficial de
la comunidad quilombola, su interlocutor con las instituciones gubernamentales o no gubernamentales.
Al analizar esa tendencia y focalizar el caso de las comunidades quilombolas, proponemos aquí
interrogar las evoluciones recientes de la ruralidad y sus representaciones. A partir del caso
quilombola, ¿en qué medida podemos considerar que esos nuevos procesos socioterritoriales
pueden permitir modelar nuevas perspectivas de la ruralidad en Brasil? ¿Según qué
modalidades y qué alternativas del desarrollo rural? Para contestar esas preguntas, vamos a concentrar
nuestra atención sobre el caso de la comunidad quilombola de Abacatal, titulada el 13 de mayo de
1999. Compuesta de 76 familias (330 individuos),8 la comunidad rural forma parte del municipio de Ananindeua, en
la Región Metropolitana de Belém do Pará. Situada a unos 20 kilómetros de la capital
del estado amazónico y a 8 kilómetros del centro de Ananindeua, Abacatal se encuentra en
posición periurbana y sufre presiones urbanas crecientes (la invasión urbana de Aurá sigue
extendiéndose a lo largo de la pista que llega a la comunidad quilombola). Nuestro enfoque
privilegiará el análisis de los discursos de los habitantes de Abacatal, por una parte, y de las
instituciones oficiales, por la otra, e intentará también confrontarlos con las realidades
objetivas. Este estudio es el fruto de una investigación de campo realizada entre septiembre y diciembre
de 2009, que se basó, más allá de la observación participante, en entrevistas
semi-directivas acompañadas con cuestionarios socioeconómicos ante una muestra de 24 unidades
domésticas escogidas de forma aleatoria.
Empezaremos con una reflexión sobre las especificidades de las representaciones de la ruralidad entre los
quilombolas. Tras analizar los discursos de los habitantes de Abacatal, se evidenciará una
ruralidad profundamente relacionada con la identidad quilombola, la cual se vive y se reivindica. Pero
la ruralidad es también un conjunto de prácticas agrícolas o no. En su
transformación, parece orientarse hacia nuevos mercados oportunos. Finalmente, trataremos de entender
cómo la defensa y la declaración de la ruralidad entre los quilombolas se vuelve una
estrategia, una forma de diferenciación para integrarse a una nación brasileña, construida
según los principios del multiculturalismo y del socioambientalismo.
El modelo del quilombola surge recientemente, gracias a la promulgación del Artículo 68
de las Disposiciones Transitorias de la Constitución Federal de 1988. Entonces, quienes hasta ahora eran
denominados mayoritariamente campesinos negros, caïpiras,9 caboclos10 u otros
ribereños,11 son re-calificados y re-semantizados bajo la figura de quilombolas.
¿Qué significa esto? ¿Cómo evoluciona su relación con la ruralidad a partir
de dicho cambio? Podemos anotar que esta cuestión está muy vinculada con el tema de la
relación que tiene cada población con la tierra y el territorio, relación que pone en
evidencia las prácticas de una ruralidad específica. Así, según Kayser (1990), la
relación con la localidad sería el primer elemento de identificación de los rurales y, por
consiguiente, uno de los núcleos de la definición de la ruralidad. Parecería entonces que
las modalidades de la relación estrecha con el territorio, el conocimiento y el reconocimiento de los
lugares pudiera fundar la identidad conceptual del rural. El espacio rural se define por un modo particular de
uso y apropiación, tanto práctico como simbólico, del territorio. Apoyándonos
más específicamente sobre un análisis de las representaciones territoriales de los
habitantes de la comunidad quilombola de Abacatal, trataremos de destacar las características de
su ruralidad.
DESDE LAS DECLINACIONES DEL TERRITORIO QUILOMBOLA…
Es importante recordar, en primer lugar, que los quilombolas constituyen una población
mayoritariamente compuesta por trabajadores rurales. Sus comunidades corresponden históricamente a grupos
sociales situados en espacios rurales más o menos marginados, concebidos como «tierras de
negro», tierras conquistadas, heredadas u ofrecidas; caracterizadas, entre otras cosas, por el uso
común (Almeida, 1989).12 Las actividades principales de los quilombolas se basan en
prácticas agro-extractivas diferentes en función de los recursos naturales presentes en sus
territorios. En Abacatal, por ejemplo, domina el cultivo de la yuca, la fruticultura (sobre todo el
cupuaçu (Theobroma Grandiflorum), el açaí (Euterpe
oleracea) y el acerola (Malpighia punicifolia)), y la extracción del
carbón vegetal. En 24 grupos domésticos consultados, cerca del 70% de la muestra declaró a
la yuca o el carbón como principal fuente de ingresos,13 por lo que la tierra constituye, ante todo, un
lugar de trabajo y de explotación de los recursos naturales necesarios para la subsistencia. El espacio
rural quilombola aparece como un territorio-recurso, una clase de «infraestructura
socio-económica» (Di Méo y Buléon, 2005: 72) formada por los lugares útiles
para la reproducción del grupo, ya sea que se trate de campos de cultivo (roça, en
portugués), zonas de plantación de árboles frutales, depósitos de extracción
de madera o de piedras y otros territorios de caza y pesca. No obstante los usos antes mencionados, no podemos
limitar ese territorio-recurso a una función utilitaria y estructural, como si las prácticas del
territorio no pudieran expresar otra cosa que una pura y simple explotación de los espacios. Di
Méo y Buléon explican cómo «la economía influye, al más alto grado, las
prácticas y las apropiaciones identitarias y afectivas del espacio» (Di Méo y Buléon,
2005:
90).
Definida como un depósito de recursos, la tierra representa también para las poblaciones
quilombolas un capital social y simbólico, pues el espacio de trabajo se confunde con el
de vida; es decir, el lugar donde se vive (según cierto modo de vida y ciertas referencias afectivas) y
el espacio desde donde se vive y se ve el mundo. Así, el espacio rural supera su propia dimensión
física. Incorpora representaciones sociales y culturales y se vuelve territorio. El territorio se
construye por «la relación privilegiada de designación, de apropiación, de
calificación» (Di Méo y Buléon, 2005: 31) de un espacio e implica, no solo la
racionalidad del ser humano (como productor y organizador del espacio), sino también su dimensión
afectiva. De esta manera, un territorio-identidad se superpone sobre el territoriorecurso y se vuelve un
«geosímbolo», según el concepto elaborado por Bonnemaison para denominar «un
lugar, un itinerario, un espacio que toma, para pueblos y grupos étnicos, una dimensión
simbólica y cultural, donde sus valores se arraigan y su identidad se confirma» (1981: 249).
Es el caso en Abacatal, donde el vínculo con la tierra tiene esas dimensiones múltiples. Para
interrogar esos espacios vividos y reflexivos, vamos a interesarnos en los individuos y sus representaciones y
percepciones propias,14 Entonces, veremos cómo la historia de los abacataenses como grupo de parentesco y
de solidaridad se relaciona con su territorio. En efecto, todo el mito fundador de la comunidad que les
permitió acceder al estatuto quilombola se basa en una leyenda que mezcla esclavitud, parentesco
y tierra. La historia,15 que nació en el siglo XVIII (se mencionan los años 1710 o 1790), dice que
la comunidad quilombola de Abacatal se componía originariamente de los miembros de una misma
familia, con más precisión, de tres hermanas mulatas (las «Tres Marías»),
resultados de la unión de una esclava africana llamada Olímpia con el conde Coma Mello,
dueño portugués del ingenio local (engenho, en portugués). Sin descendencia
legítima, antes de morir, legó a sus hijas su hacienda (fazenda, en portugués), la
cual hoy en día corresponde parcialmente al territorio abacataense.16 Esta historia oral se repite entre
los abacataenses con cualquier visitante que llega a la comunidad, a fin de seguir legitimando la
concesión de la propiedad de las tierras.
Así es como el territorio trae consigo una historia, y por ello una ancestralidad fuerte y reivindicada.
Tierra de los antepasados, la tierra quilombola se percibe como una herencia que hay que conservar, un
origen común a todos los miembros de la comunidad que justifica a la vez su presencia y unidad social.
Pues en Abacatal, en la lengua corriente, ser quilombola o ser «heredero»
(herdeiro, en portugués) no tiene una clara distinción y expresa, en todos los casos, una
reivindicación territorial. De hecho, ser quilombola significa también estar luchando, y
más particularmente luchando para un territorio. Muy a menudo, la historia de las comunidades
quilombolas se relaciona con conflictos de tierras que, en el mejor de los casos, desembocan en la
titularización de las mismas. En efecto, muchas veces son situaciones de crisis fundiaria (amenaza de
expulsión) las que inician la reivindicación quilombola. Abacatal no es una
excepción y el proceso de reconocimiento quilombo empezó con una historia de
«grilagem» 17 y una amenaza de expulsión particularmente violenta. 18 Así, la
tierra es a la vez un medio de subsistencia para trabajadores rurales, un origen y un patrimonio para herederos,
unos bienes reivindicados y, después, adquiridos a costa de muchos esfuerzos y muchos sufrimientos.
De esta forma podemos hablar de una verdadera identidad territorial de las poblaciones quilombolas.
Esta identidad de origen, de trabajo y de lucha es unificadora y fundamental. La tierra lo representa todo para
estos individuos, tal como ellos mismos lo expresan constantemente. El señor Benedito 19 añade:
«La tierra es nuestra vida. Todo lo que tenemos, son la tierra y el agua. Es de la tierra de donde todo
procede. En la tierra, yo cultivo la macaxeira, la mandioca,20 las papas, crío
las gallinas, los cerdos y el ganado. Ella es nuestra madre, la tierra madre». Vemos pues que según
el relato la tierra es primero un elemento del cual se obtiene la subsistencia y la alimentación.
Después Benedito la presenta como una entidad, una imagen materna. Entonces se vuelve una metáfora
encarnada, el origen, la madre nutricia, una figura tutelar que dirige la existencia, por la cual y para la cual
se vive. Esta intimidad que se desarrolla con la tierra (y por extensión con el territorio que incluye a
esta tierra específica) da lugar a una identificación profundamente arraigada y fortalecida por el
riesgo de perder dicho elemento. Es así como el territorio-recurso y el territorio-identidad se mezclan y
se confunden.
HACIA LAS DIVERSAS REPRESENTACIONES DE LA RURALIDAD: RURALIDAD PRÁCTICA, RURALIDAD
POLÍTICA.
Después de haber analizado el vínculo entre ruralidad y usos ―prácticos e
ideales― de los territorios quilombolas, veremos cómo la ruralidad puede interpretarse a
través de los mecanismos de la identidad quilombola que se revelen particularmente
estratégicos. La dimensión afectiva e identitaria de la tierra se relaciona profundamente con el
trabajo agrícola, interpretado como un patrimonio que hay que defender, a la vez que se piensa como una
tradición ancestral y un poderoso motor identitario. Así, la mayoría de las veces, los
habitantes contestaban a la pregunta sobre lo que para ellos representa la tierra mezclando historia, identidad
y recursos económicos:
Nuestra estabilidad depende de la tierra, nuestra cultura se relaciona con la tierra, desde nuestros antepasados
que construyeron aquella tierra para nosotros. Hay una relación muy fuerte, una historia. Es ella la que
nos da nuestra subsistencia. Sacamos de ella nuestra subsistencia para nuestra familia. Para nuestra
supervivencia (…) Nuestra cultura es desarrollar el trabajo de la tierra. Porque nuestros antepasados
siempre trabajaron, siempre cultivaron, siempre plantaron y hoy sigue siendo así. Todo el mundo tiene un
pedacito de campo, un pedacito de plantación, pero seguimos cultivando, no abandonamos aquella cultura.
Es la única cultura que sigo viendo aquí, en Abacatal, es plantar y cultivar la tierra.21
Es así como el territorio-recurso se convierte en un símbolo para la comunidad y el trabajo de la
tierra, la agricultura, se erige en identidad. Para los abacataenses, el valor de la tierra y de los hombres se
mide según la manera cómo esta se labra y se trabaja. Se critica a tal grupo doméstico que
no explota su parcela, se reconoce a otros que «invadieron» (ocuparon sin permiso) otra parcela e
incluso se señala que, a pesar de todo, le sacan buen partido porque cumplieron las tareas
agrícolas. Entonces, aunque todos los habitantes de Abacatal no sean trabajadores agrícolas
propiamente dicho, todos efectúan estas actividades, bien sea porque están acostumbrados a ayudar
a la familia o para obtener ingresos complementarios, en especial gracias a la producción de
carbón, el cual tiene la característica de ser rentable de inmediato. La importancia del papel del
trabajo agrícola en el seno de Abacatal se ilustra también, de forma anecdótica, con el
cambio de nombre de la Asociación -de Asociación de los Habitantes de Abacatal, pasó a ser
Asociación de los Productores y Habitantes Quilombolas de Abacatal. Además de la
adición del calificativo quilombola notamos la de la palabra «productores», que se
ubica en primer lugar.
Si tenemos en cuenta que la Asociación constituye no solo la personalidad jurídica de la
comunidad, sino también su vitrina en el exterior, ese cambio es muy significativo. Así, si se
considera el conjunto de los abacataenses como productores, cada habitante se vincula con la tierra gracias a
una clase de cordón umbilical, lo que implica que sin ella no pueden sobrevivir. Sin minimizar las
características identitarias y simbólicas, esta decisión tiene implicaciones
políticas que analizaremos luego. Entonces, la identidad quilombola se muestra profundamente
rural y se construye sobre el trabajo de la tierra. Pero no cualquier tierra: es la de los antepasados y de los
orígenes. Pues la ruralidad de las poblaciones quilombolas se carga de un obvio valor cultural y
simbólico, para no decir étnico.
El carácter quilombola se presenta como un valor añadido a los rasgos del sencillo
campesino negro que fue, durante mucho tiempo, el objeto de un estigma más que de una
valorización. En la actualidad, la identidad quilombola representa un orgullo para todos los que
la comparten. El quilombola es el «Negro», descendiente de esclavos, sublimado en la lucha
y la resistencia. La herencia no es solo material, sino también cultural y simbólica; se refiere a
un origen común que finalmente se autorizan a reivindicar y valorizar. Observamos entonces una clase de
actualización de una identidad quilombola que ya no se contenta con inscribirse en la historia y
el pasado lejano. La identidad histórica se convierte en una identidad de lucha y de
reivindicación, y en esta medida se convierte en una identidad renovada del oprimido que lucha para
cambiar su posición: «Para mí, ser quilombola significa ser un pueblo que lucha, un
pueblo que nunca renuncia a su origen, que no renuncia a su pasado, un triste pasado de lucha, de sangre
derramada, de sudor. Pero es un pueblo que tiene una historia. El quilombo han sido personas que se han
refugiado para ir en busca de cosas mejores, de libertad. Así, para mí, ser quilombola es
ser libre. Es siempre luchar por aquella libertad. Ser libre». Presentamos aquí las palabras de
María Santana da Costa Barbosa, 40 años. Descendiente de una de las familias clave de la comunidad
(una de las tres hermanas mulatas), basó su legitimidad liderando, con algunos otros compañeros,
la comunidad durante el conflicto fundiario. Podemos decir que su discurso refleja lo que fue y sigue siendo una
clase de discurso oficial de la comunidad quilombola de Abacatal.
Entonces, la ruralidad de estas poblaciones se hace política y desempeña un papel fundamental no
solo para la supervivencia material del grupo, sino también para su reproducción social y
simbólica; forma parte de sus argumentos de reivindicación. Así parece justificarse su lazo
consubstancial con la tierra y, por consiguiente, la concesión del título de propiedad colectiva.
Los textos de leyes oficiales muestran esa doble función del territorio quilombola, tierra
nutricia dual, compuesta tanto de recursos naturales necesarios para la subsistencia como de símbolos
constitutivos del grupo: «Artículo 4 : Se consideran como tierras ocupadas por remanentes de las
comunidades quilombolas todas las tierras utilizadas para la garantía de su reproducción
física, social, económica y cultural, tanto como las áreas provistas de recursos naturales
necesarios para la preservación de sus costumbres, tradiciones, culturas y distracciones, incluyendo los
espacios de vivienda, los espacios usados para los cultos religiosos y los emplazamientos que contenían
las reminiscencias históricas de los antiguos quilombos» (Instrucción Normativa
INCRA n° 16, del 24 de marzo de 2004).22
La ruralidad de los quilombolas no se relaciona solo con unas formas de producción
económica, de explotación del territorio, sino también con unas formas sociales y
culturales. Podemos recordar aquí que la identidad quilombola sigue siendo un instrumento legal
que permite a poblaciones rurales acceder a la propiedad de la tierra, tanto como a varios derechos
específicos que les permiten adquirir un estatuto legal particular; la ruralidad se vuelve una
reivindicación en sí misma y, por ende, se erige en ideología. De esta manera, la
cuestión ideológica constituye una introducción en el terreno político de los
mecanismos identitarios y forma un sistema que procura « describir, explicar, interpretar o justificar la
situación de un grupo o de una colectividad» (Roche inDi Méo y Buléon, 2005:112). El
principio ideológico ofrece una orientación propia a la acción histórica de este
grupo o de esta colectividad. En este sentido, Larrea Killinger y Ruíz-Peinado Alonso (2004: 193) hablan
de un «pulso entre una identidad cultural viva y dinámica que da sentido a la idea de pertenencia
de una comunidad o pueblo, y una identificación política cuyo lenguaje se esfuerza por clasificar,
homogeneizar y fijar la dinámica de las identidades culturales a través de políticas, leyes
y conceptos específicos». Respecto a nuestro caso, los mecanismos se organizan alrededor de la
cuestión quilombola y su consubstancialidad con el territorio. Estratégica, la
reivindicación de la ruralidad acaba apoyando la defensa de un modelo y de un modo de vida propio que
distingue al quilombola del campesino negro.
La identidad quilombola da un valor mayor a estas poblaciones rurales, una identidad teñida de
etnicidad. En efecto, los textos oficiales atribuyen a los quilombolas características
socioculturales propias, como lo demuestra el Decreto Presidencial n° 4887, del 20 de noviembre de 2003:
«Se consideran como remanentes de las comunidades quilombolas, para los fines de este Decreto,
los grupos étnico-raciales, según criterios de auto-atribución, con una trayectoria
histórica propia, dotados de relaciones territoriales específicas, con la presunción de una
ancestralidad negra vinculada a la resistencia y a la opresión histórica sufrida». Por otra
parte, este punto de vista oficial, que responde al principio multiculturalista integrado a la política
brasileña, se ve recuperado localmente para apoyar las reivindicaciones territoriales de comunidades
rurales amenazadas. Así, la ruralidad puede entenderse como el fruto de un diálogo entre
políticas y discursos oficiales, por una parte, y poblaciones marginadas en busca de legitimidad y
ciudadanía, por otra parte. Como Véran (2003: 8) enfatiza, la figura del quilombola surge
en el momento de la conjunción entre una oferta política (el reconocimiento del estatuto
quilombola) y una reivindicación social.23
Larrea Killinger y Ruiz-Peinado Alonso dicen que «el marco legal y administrativo no está lo
suficientemente consolidado para constituir el único espacio de reivindicación de las demandas
quilombolas, así que la identidad pasa por autodefinirse en un momento histórico de
visibilización social y de reinterpretación a partir de la relación con otros movimientos
sociales como el negro, el ecologista, el académico y el religioso (pastoral), el político y el
sindical» (2004: 193). En este contexto, adaptándose a las definiciones oficiales del
quilombola, el campesino negro en lucha se muestra eminentemente político, organiza de forma
estratégica un conjunto de instrumentos útiles para su conversión a la identidad
quilombola, dentro de los cuales la ruralidad constituye un elemento mayor. Esta estrategia,
además de reflejarse en las representaciones y discursos de los quilombolas, también
aparece en sus prácticas, demostrando una doble adaptación a las exigencias de la sociedad y
economía modernas, tanto como a las categorizaciones organizadas por el Estado que hacen hincapié
en las tradiciones ancestrales y los saberes territoriales de tales poblaciones, para no hablar de su supuesta
armonía con la naturaleza (Santilli 2005: 135).24
La ruralidad no se expresa solo a través de las representaciones, percepciones y discursos de su pueblo,
sino también, de forma más concreta, mediante sus prácticas y actividades agrícolas
o no. Así, veremos aquí cómo esas prácticas se reformaron para encontrar
alternativas y estrategias de viabilidad del trabajo y de la producción en un medio rural de
pequeños productores amenazados por los fenómenos de atracción urbana, combinados con el
peso cada vez mayor de la agricultura productivista e intensiva. Al combinar la lógica de subsistencia
con la del mercado, el objetivo de esos pequeños trabajadores rurales, y especialmente los
quilombolas, es crear y tomar parte en nuevas formas de organización del sistema de
producción y de la vida local, tal como Gelhen lo afirma: «para viabilizar cada alternativa, el
agricultor familiar tiene que formarse sobre las cuestiones de tecnología, de gestión y de mercado
y recrear redes de solidaridad, no solo basadas en lazos de compadrazgo, parentesco o religioso, sino sobre la
vecindad, la afinidad profesional; es decir, sobre criterios racionales» (en Zanoni et al., 2001: 63). En
este contexto, ¿cómo se re-organizan los quilombolas? ¿Según cuáles
criterios y cuáles realidades?
Intentaremos evidenciar toda la ambivalencia de esta ruralidad alternativa que se sirve de los incentivos e
imágenes de la tradición para integrarse en los procesos y mecanismos de la modernidad. A partir
del caso de Abacatal y algunos ejemplos de comunidades quilombolas visitadas (entre 2009 y 2011) en el
Vale do Ribeira, estado de São Paulo,25 observaremos un doble movimiento compuesto en principio por
prácticas agrícolas de preservación del medio ambiente, y después un crecimiento de
la pluriactividad que dirige las prácticas de los rurales hacia actividades no agrícolas, a veces
urbanas, en los sectores de servicios, comercio o la industria.
EL ESPACIO RURAL, UN PATRIMONIO ECOLÓGICO Y CULTURAL
Al seguir los debates y políticas sobre el desarrollo sostenible, los proyectos que toman en
consideración las problemáticas ambientales están aumentando constantemente, apoyados por
varios órganos gubernamentales y no gubernamentales acostumbrados a trabajar con las comunidades
quilombolas. Esto se da especialmente en el caso de los Sistemas AgroForestales (SAF), cuyo objetivo es
reunir diferentes tipos de cultivos y/o plantaciones sobre diferentes estratos con el fin de recuperar
áreas degradadas y re-introducir una práctica agrícola familiar. En Abacatal, por ejemplo,
un (SAF) fue desarrollado en 2004 con el apoyo de la EMATER (Empresa de Asistencia Técnica y
Extensión Rural). Organizado alrededor de una media docena de familias, dicho sistema combina
plantaciones de cupuaçu (Theobroma grandiflorum), castaño de Brasil
(Bertholletia excelsa) y granadilla (Passiflora ligularis) con el uso de abono
orgánico. Se encuentran también SAFs en las comunidades quilombolas del Vale do Ribeira,
creados gracias a las formaciones proporcionadas por el Instituto Socioambiental (ISA).26 De la misma forma se
apoyan proyectos de apicultura y piscicultura o de artesanado (de bisutería y objetos de cerámica
en Abacatal, de objetos de fibras de plátano y madera en el Vale do Ribeira). Un último ejemplo
sería el desarrollo desde hace varios años de la producción de plátanos
orgánicos y su transformación en dulce de plátano para vender en la comunidad
quilombola de Ivaporunduva, con el apoyo del (ISA).27
Todas esas incitaciones demuestran una voluntad de desarrollar entre las comunidades quilombolas una
agricultura supuestamente más ecológica y menos depredadora para los ecosistemas forestales.
Así es como, legalmente, las comunidades quilombolas son consideradas «áreas
protegidas», tanto como las Tierras Indígenas, debido a un supuesto uso de los recursos naturales
de impacto débil. Además, vemos aquí nuevamente cómo tales políticas
representan a los quilombolas a modo de «poblaciones tradicionales». Al respecto, el texto
de Zanoni et al. (2001:329-330) trata de definir sus principales características mostrando cómo el
concepto mismo de quilombola sugiere tanto una dependencia -incluso una simbiosis de esta
población rural con la naturaleza y un modo de vida específico- como también un profundo
conocimiento de la naturaleza. Asimismo, este texto hace hincapié en el papel clave
desempeñado por el territorio en el que el grupo social se reproduce económica y socialmente, en
la importancia dada al parentesco y compadrazgo para el ejercicio de las actividades económicas, sociales
y culturales, o en la reivindicación de una cultura diferente. Es así como surge una
categoría de trabajador rural más interesado por las cuestiones de medio ambiente y el espacio de
vida, al que Brandenburg se refiere como: «otro personaje en la agricultura: el agricultor familiar
alternativo-sostenible» (en Zanoni et al., 2001:175), que implica una nueva forma de vida rural orientada
hacia una agricultura menos depredadora. En este contexto, los quilombolas actúan de forma
estratégica y se adaptan a esas nuevas representaciones practicando ese nuevo tipo de actividades, mismas
que podríamos considerar como clases de nichos socioeconómicos que garantizan a los
quilombolas un lugar especial en el Brasil globalizado de hoy en día.
En relación con lo anterior, lo rural ―ahora concebido como espacio de vida― experimenta una
diversificación cada vez mayor en sus actividades. Todo aquello relacionado con el turismo rural,
ecológico o étnico, como alternativas sostenibles y viables, está desarrollándose
cada vez más y ayudando a convertir el espacio rural en un patrimonio ecológico y cultural
común. El «terroir»28 como capital explotable, se convierte progresivamente en un
bien de consumo cultural, modelando los contornos de una ruralidad multiforme que se adapta a los requisitos de
su época, al mismo tiempo que se basa en valores supuestamente tradicionales y ancestrales. Ferreira
evidencia «el surgimiento del uso del espacio rural como lugar de recreación y como medio ambiente,
como paisaje que tiene un valor en sí mismo, una especie de facilidad rural que puede ser la fuente de un
renacimiento rural, especialmente cerca de las áreas metropolitanas» (en Zanoni et al., 2001:180).
El territorio quilombola, en tanto nuevo objeto de valorización económica, se vuelve
atractivo, particularmente para los turistas urbanos en busca de naturaleza salvaje y tradiciones inmemoriales.
Tal turismo está desarrollándose entre las comunidades quilombolas del Vale do Ribeira,
con apoyo del ISA. Así, en el marco del desarrollo de un turismo étnico-cultural, la comunidad
quilombola de Ivaporunduva empezó a acoger a grupos de estudiantes y otros visitantes. Dentro de
las actividades programadas se imparten conferencias sobre la historia y las características de la
comunidad, y se propone a los turistas ir por los caminos del territorio quilombola, visitar los campos
y comer algunas de las especialidades culinarias. Además, una posada, construida con el apoyo del Estado
de São Paulo y especialmente del ITESP (Instituto de Tierras del Estado de São Paulo) y la
PETROBRAS (Petróleo
Brasileiro S.A.), recibe a los turistas. Para recibir esas visitas, ciertos habitantes asistieron a una
formación de guía ambiental. Es el caso de Ladio Santos, 27 años, quien es natural de
Ivaporunduva, donde toda su familia vive. Hasta sus 20 años trabajaba en la construcción como
pintor de brocha gorda. Las empresas tienen la costumbre de buscar en el campo una mano de obra más
barata para ir a trabajar en las obras de las ciudades de la región. Así fue como Ladio, empleado
por esas empresas, pasaba gran parte del año fuera de la comunidad, en viviendas reservadas para esos
trabajadores del campo. Hace unos diez años, el proyecto de turismo quilombola apareció y
Ladio aprovechó la ocasión de cambiar de trabajo y quedarse con su familia. Empezó la
formación de seis meses de guía ambiental. Después de un periodo de prácticas de
diez meses en una unidad de conservación, Ladio acabó trabajando en el Vale do Ribeira,
proponiendo a los turistas visitas de grutas o de su comunidad a través de varias marchas y otras
atracciones locales. Finalmente, estas actividades muy recientes resaltan el reposicionamiento del
vínculo entre la tierra y el trabajo, y, por consiguiente, la recomposición de la ruralidad Con
más y más posibilidades de actividades, la tierra ya no es la única fuente de trabajo.
Como hemos mencionado antes, actualmente es posible observar en espacios rurales de agricultura familiar, como
las comunidades quilombolas, un crecimiento de la población activa rural no-agrícola, en
su mayoría dedicada a actividades comerciales, industriales o administrativas (Medeiros Paoliello,
2006). Esto nos permite interrogarnos sobre las nuevas significaciones del espacio rural que aparecen y se
yuxtaponen. Ya no se trata solo de un depósito de recursos naturales para explotar, sino también
un patrimonio, un lugar de recreación y de residencia. En Abacatal, por ejemplo, el número de
trabajadores asalariados representa actualmente cerca del 19.5% de la población activa de la comunidad,
frente a 14.5% en 1998. 29 Así, la mayoría de los asalariados trabajan fuera de Abacatal,
esencialmente en áreas urbanas. La proximidad a la ciudad, como verdadero mercado laboral, facilita la
pluriactividad de los rurales, lo que se refuerza por una percepción altamente positiva del trabajo
remunerado entre los habitantes de la comunidad. Frente a la pregunta sobre las mejores opciones de futuro para
sus hijos, varios individuos (el 25% de la muestra interrogada) contestaron «un buen trabajo» o
«un trabajo remunerado». Aunque se trate solo de percepciones prospectivas y no de las reales
evoluciones que Abacatal posiblemente conozca, podemos ver en esas respuestas, por lo menos, el esbozo de una
tendencia. En el imaginario común, el trabajo remunerado parece, pues, representar una posibilidad de
ascenso social, incluso mínimo, gracias a la garantía de un sueldo regular. En cambio, en lo que
se refiere a la escuela, podemos observar un mayor consenso. A la pregunta previamente enunciada fue la
respuesta más dada (el 62.5% de la muestra); al evocar para los habitantes de Abacatal la promesa de un
futuro mejor o por lo menos diferente; esto parece sugerir una aspiración a abandonar la agricultura
familiar.
Ahora bien, decir que estas aspiraciones ponen en tela de juicio el apego a la ruralidad sería sin duda
algo caricaturesco puesto que la pluriactividad, aunque cada vez más significativa, siempre ha formado
parte de la historia de la agricultura familiar en Brasil (Gelhen en Zanoni et al., 2001:74). Esta
puede también representar una estrategia de supervivencia y permanencia del grupo rural en su territorio,
a la vez que sugiere también una exploración de nuevas oportunidades, como acabamos de ver con el
caso de las actividades turísticas. En este contexto, aparece como un medio para captar recursos
externos, para mejorar la calidad de vida y el sistema de producción agrícola de la comunidad.
Así, la pluriactividad puede también contribuir a la persistencia de un estrecho vínculo
con la agricultura. Como Ferreira (citado por Zanoni et al., 2001) muestra, la pluriactividad genera en ciertos
casos ingresos iguales o superiores a los que se derivan de las actividades agrícolas, lo que permite la
reproducción social de la familia tanto como la continuidad de un modo de vida altamente valorizado. En
efecto, la pluriactividad y especialmente el trabajo remunerado pueden ser un medio para reducir la
presión en el trabajo agrícola, así como en los recursos naturales en general y las tierras
cultivadas en particular. La pluriactividad se muestra entonces más necesaria en un contexto marcado por
la presión urbana sobre las tierras rurales, el empobrecimiento de los suelos, el crecimiento
demográfico en las comunidades locales y las restricciones de uso debido a las leyes ambientales.
En esta difícil situación, la comunidad rural quilombola necesita intercambios y
vínculos para subsistir. De ahí que la relación con la ciudad pueda reactualizarse y
redefinirse constantemente, en un juego de interacciones e interdependencias, donde la proximidad entre los
espacios urbanos y rurales ha ido en progresión. Frente a esto, la ruralidad se vuelve flexible, integra
lo urbano, en suma, se adapta a los mecanismos y dinámicas de la modernidad. Esa permeabilidad de la
ruralidad de los quilombolas da lugar a situaciones inéditas caracterizadas por esa
ambivalencia. Una de estas situaciones es la co-residencia,30 que opera a través de una compleja
movilidad entre lo rural y lo urbano. César, habitante de Abacatal y trabajador en la
construcción, intentó la experiencia de ir y volver cada día de un espacio a otro, con la
intención de adquirir una casa en Belém. Pero el tiempo perdido en los itinerarios y los peligros
de la carretera (en mal estado y conocida por sus ataques) lo incitaron a abandonar esa opción. Ahora
él reparte su tiempo entre Belém, donde vive con los padres, y Abacatal, adonde se reúne
con su esposa y sus hijos cada fin de semana. César encarna el ejemplo-tipo de ese nuevo modo de vida
rural en lo urbano, urbano en lo rural, que se expresa en parejas o individuos multilocalizados, cuya movilidad
es cada vez más exacerbada. Gracias a sus recorridos, ellos refuerzan y facilitan la circulación
de las personas, de los bienes y de los servicios, acercando a través de su acción los entornos
urbanos y rurales. La co-residencia «difumina las distinciones rural-urbano y hace de la migración
rural-urbana un proceso de extensión en vez de un sencillo evento» (Padoch et al., 2008:4).
La ruralidad parece incluir la movilidad, se aproxima a lo urbano, experimenta sus influencias y de esta forma
evoluciona hacia una mayor ambivalencia. Thomsin (2001) critica el concepto de «urbanización del
campo»31 para redefinirlo como un «proceso de integración de la movilidad espacial en el
día a día; movilidad de personas y de bienes, pero, también movilidad de mensajes e ideas.
(…) Desde ese punto de vista, la urbanización del campo, tal y como se la entiende, ya no es un
proceso de asimilación sino de integración de categorías de poblaciones, incluso
retrasadas, en la modernidad» (2001:6). Así, valores y prácticas urbanos se incorporan a la
ruralidad quilombola, lo que a primera vista puede parecer contradictorio o llevar a cierta
confusión. Quizá sea ya la hora de superar esa aparente contradicción y pensar en las
implicaciones y significaciones de una ruralidad profundamente dual, que integra lo urbano sin asimilarse.
RURALIDAD DIFERENCIADA, RURALIDAD SITUACIONAL: LA ESTRATEGIA QUILOMBOLA.
TRANSFORMACIONES RURALES: MECAMISMOS DE RECOMPOSICIÓN Y ADAPTACIÓN.
La presión y la proximidad urbanas no significan inevitablemente la desaparición de lo rural. En
palabras de Di Méo y Buléon, «lo periurbano (…) no es [necesariamente]
sinónimo de identidad y territorialidades desaparecidas o difuminadas» (2005: 95). Incluso, como lo
hemos venido explicando, ruralidad y territorio rural se recomponen para adaptarse y se reafirman para
integrarse. Una cultura rural persiste, mientras se adopta la cultura moderna más urbana. Al analizar los
discursos de los habitantes de Abacatal veremos que la comunidad quilombola, incluida en la
Región Metropolitana de Belém, parece corresponder a esta definición. Aunque integrada en
un importante sistema urbano, la comunidad sigue conservando y preservando sus especificidades y su ruralidad.
Concebida como parte de la identidad de Abacatal, los habitantes reivindican esta ruralidad. Ellos dicen ser del
campo y se sienten orgullosos de esta situación. La ciudad, aunque admirada y deseada, representa ante
todo una especie de gran depósito donde se almacenan los servicios y productos de consumo. Es por esto
que su relación con la ciudad es básicamente funcional, dado que solo responde a necesidades
precisas de los habitantes que, sin embargo, prefieren la tranquilidad del campo. En sus discursos, muchas veces
ellos reproducen el mito de lo rural alrededor de la serenidad y del silencio del campo, reino del bienestar.
Las posibles asimilación y homogeneización del espacio rural con el conjunto urbano pueden
entonces ser cuestionadas. A este respecto, los comentarios de los habitantes de Abacatal son bastante
elocuentes, como los siguientes ejemplos lo muestran: «La ciudad, está bien, necesitamos este
contacto. [Pero] yo no cambiaría, no cambiaría […] mi casita, mi área rural por una
ciudad. No cambaría, aunque yo piense que sea importante de tener este contacto […]. Tenemos que
salir, pero para vivir realmente, está bien aquí»,32 «La ciudad, está bien,
porque hay recursos. Ahí, hay un hospital, hay tecnologías que no hay aquí, tenemos que ir
a la ciudad. La ciudad es muy importante. Pero prefiero aquí, porque es sosegado».33
A pesar de esos discursos positivos con respecto al futuro de la ruralidad de la comunidad quilombola,
las emigraciones urbanas existían y siguen existiendo. Acevedo y Castro (2004: 51) identifican tres
principales motivos de emigración en Abacatal: matrimonio, trabajo y educación. Entre las 24
familias entrevistadas (esencialmente en un intervalo de 25 y 55 años) se encuentra un contingente de 42
individuos (hermanos y hermanas o hijos e hijas) que migraron de forma definitiva (lo que equivale a una media
de 1.75 individuos por familia). Entre ellos, 28 –o sea el 66.7% de la muestra– migraron a zonas
urbanas, mayoritariamente dentro de la región bragantina del estado del Pará, 34 Observamos,
entonces, una emigración notable, sin que amenace, por el momento, el crecimiento demográfico da
la comunidad. En efecto, la población total de Abacatal creció de 65 familias (unos 280
individuos) en 200835 a un total de 76 familias (aproximadamente 330 individuos) en 2010.36 Además, entre
los habitantes actuales de Abacatal observamos, a través de sus discursos, pocos deseos de
emigración, lo que puede permitir reformular, por lo menos parcialmente, la cuestión de las
migraciones desde las áreas rurales hacia las urbanas. Así, las situaciones de co-residencia
–tanto como los casos de trabajadores asalariados– entre trabajador rural clásico y migrante
son una buena ilustración de esta realidad. Finalmente, tales fenómenos incitan a repensar la
ruralidad, capaz de adaptarse y renovarse, en su relación con la modernidad en nuevos contextos y
realidades. A menudo los emigrantes mantienen un sentimiento de pertenencia a la comunidad quilombola y
a veces manifiestan la intención de regresar a la tierra de nacimiento (real o ficticia). Es por esto que
ciertos habitantes de Abacatal que migraron a la ciudad conservan profundos vínculos con la comunidad:
familiares, obviamente, pero también vínculos directamente arraigados en la tierra y la ruralidad,
gracias a prácticas y costumbres rurales. Esos mecanismos muestran más que una asimilación,
evidencian tanto las formas de adaptación del espacio rural a los nuevos desafíos urbanos como un
deseo real de preservar y resaltar los valores de la ruralidad. Ese tipo de observaciones permite a Padoch et
al. (2008: 4) decir: «Categorizar a las personas, las unidades domésticas, e incluso las
comunidades en Amazonia es difícil, porque los espacios y las personas rurales y urbanos se vinculan
inextricablemente de numerosas formas (Wagley, 1953; Nugent, 1993; WinklerPrins, 2002; WinklerPris y Souza,
2005; Siqueira, 2006). Buena parte de las nuevas unidades domésticas urbanas son
«multisituadas», «multilocales» o dispersadas, manteniendo casas, y comúnmente,
actividades económicas en las áreas rurales como en las áreas urbanas».
En este contexto, mientras los quilombolas abren sus territorios y sus prácticas a las
influencias de la ciudad, también esbozan un movimiento de repliegue territorial e identitario que se
caracteriza, entre otros, por una valorización de la ruralidad. En aras de controlar las fronteras de la
comunidad rural se organiza todo un sistema. En Abacatal, frente a la amenaza de la presión urbana, se
instaló un portal en la entrada de la comunidad. Este encarna la ambivalencia de la comunidad
quilombola con respecto a su relación con la ciudad: por una parte, un portal poroso que deja
ciertos flujos de personas y bienes (familia y amigos, bienes mercantiles y de consumo) transitar y, por otra,
un portal que cierra e impide las influencias urbanas supuestamente amenazadoras. Aparece finalmente como una
clase de filtro selectivo en relación con el exterior (especialmente la ciudad) y sus peligros
potenciales. Expresa el deseo de quedarse en el grupo de pertenencia, representando tanto el repliegue frente a
cierto «afuera» como un acercamiento hacia un «adentro». De esta forma, este elemento es
percibido como el nuevo objeto de lucha frente a un «Otro» constantemente renovado. De la misma
manera, la instalación en el territorio quilombola y la pertenencia a la comunidad son regidas
por estrictas reglas; por ejemplo, respecto al parentesco, cuya influencia es muy fuerte. Finalmente, surgen
fronteras para garantizar la protección y la preservación de los espacios vitales de la comunidad;
espacios rurales en este caso, espacios de vida y de producción. En efecto, se trata también
de una frontera porosa que admite los intercambios y las relaciones. No se presenta como una línea de
ruptura, sino como un espacio flexible que delimita. No se trata tanto de una frontera que cierra, sino de una
frontera que define y distingue los espacios y las sociedades.
DIFERENCIACIÓN DE LOS TERRITORIOS, DIFERENCIACIÓN DE LAS SOCIEDADES: UNA
RURALIDAD INTEGRADORA Y SITUACIONAL.
Como mecanismo territorial e identitario, la diferenciación es un elemento clave para la
comprensión de los procesos sociales quilombolas. En este contexto, la identidad rural aparece
como un medio para afirmarse como quilombolas y, al mismo tiempo, para afirmar la necesidad de un
territorio independiente, territorio-identidad y territorio-recurso. Así, la ruralidad que caracteriza y
define a las poblaciones quilombolas es una ruralidad diferenciada, que les permite no desaparecer en
la masa confusa, estigmatizada y popular de los pobres, negros o cualquier otro caboclo,
caïpira o pequeño trabajador rural. Despreciado e invisibilizado, el pequeño
trabajador rural caboclo o caïpira encarna
«simultáneamente la víctima y el que perpetúa el subdesarrollo
brasileño» (Brondizio en Adams et al., 2006:195). La ruralidad propiamente quilombola
aparece como una valorización de lo que son y de lo que hacen, ofreciendo una especificidad que los
distingue de sus vecinos, incluso aunque estos sean aparentemente muy parecidos. Esta reivindicación les
da, finalmente, la posibilidad de singularizarse en la escena pública o simplemente de participar en
ella.
Es por esto que la diferenciación resulta bastante estratégica. Ser quilombola confiere
un estatuto particular del que estas poblaciones, a menudo desconsideradas, carecían. Aquella identidad
restaura su propia imagen y aparece como una oportunidad que hay que preservar. Sin embargo, influencias
exteriores demasiado numerosas y demasiado frecuentes serían sinónimo de urbanización,
dilución del territorio, del grupo social y, sobre todo, de la identidad quilombola. Pues
mientras «los caboclos no tienen ni identidad ni defensores» (Adams et al., 2006: 82), los
quilombolas son gratificados con una identidad rural y cultural e integrados a una red
político-asociativa densa y activa. En efecto, con el tiempo, los quilombolas han aprendido a
unirse y organizarse tanto localmente (por ejemplo, la ARQMO, Asociación de los Remanentes
Quilombolas del Municipio de Oriximiná; PA, federación municipal de comunidades
quilombolas, o la Malungu, organización estatal designada como Coordinación de las
Asociaciones de las Comunidades Remanentes de Quilombos del Pará) como de manera federal (con la
CONAQ, Coordinación Nacional de Articulación de Comunidades Negras Rurales Quilombolas).
Han conseguido también alianzas y apoyos de numerosas instituciones cívicas (asociaciones de
defensa de los afro-descendientes como el CEDENPA, Centro de Estudios y Defensa del Negro del Pará;
organismo de protección de la diversidad cultural y ecológica como la CPI-SP, Comisión
Pro-Indio de São Paulo, o el ISA, Instituto Socioambiental), religiosas (la más famosa es la CPT,
Comisión Pastoral de la Tierra, también relevada por las parroquias locales) o políticas (a
través, por ejemplo, de los órganos de la Organización de las Naciones Unidas, como la OIT,
Organización Internacional del Trabajo o el PNUD, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y su
proyecto «Quilombolas de las Américas», iniciado en 2010). Esta nueva identidad,
altamente valorizante, mueve también numerosas ventajas socioeconómicas (gracias a la afluencia de
proyectos de todo tipo con destino específico hacia las comunidades quilombolas) y derechos
diferenciados. Se trata, para estas poblaciones, de aprovechar oportunamente las especificidades identitarias,
económicas y territoriales.
La ruralidad, combinada con rasgos étnicos y tradicionales, se hace para los quilombolas un
signo distintivo, una manera de singularizarse; por esto se trata de una ruralidad diferenciada pero
también integradora. En efecto, Brasil es un país multicultural, en donde la diversidad se ha
elevado a la categoría de principio. En los años ochenta, gracias a un cambio de paradigma, se
rechazó la concepción nacionalista y homogénea del EstadoNación que reducía
la Historia Nacional a las aventuras e infortunios de los mayoritarios, sin tener en cuenta la
contribución de los «Otros» a la edificación y a la transformación de la
sociedad nacional (Ribeiro, 1995). Como lo explica Juteau, «se trata de reconocer a los inmigrantes y a
sus descendientes, a las minorías étnicas o nacionales, la posibilidad de conservar o de
transformar según su voluntad sus prácticas y valores, su memoria histórica y su
identidad» (1999: 196). Pues gracias al pluralismo normativo generalizado, la nación volvió
a construirse integrando sus márgenes invisibles. La Constitución Federal de 1998 impulsa una
nueva tendencia, otorgando a las poblaciones indígenas y a los descendientes de esclavos cimarrones un
estatuto específico, legítimo y reconocido, acompañado con derechos diferenciados. La
diversidad y la diferenciación se presentan así como el principio inherente a una brasilianidad en
reconstrucción, reforzado por un fuerte deseo de reparar y compensar las ofensas contra las poblaciones
minoritarias y tradicionalmente dominadas.
Declararse «Otro» se vuelve un medio para entrar en un sistema más global (brasileño),
en el que la diferencia parece ser la clave, apoyada por la afirmación y la valorización de una
ruralidad multiforme. Todo esto permite a los grupos quilombolas conseguir diversas ventajas
(económicas, sociales y políticas) y atraer los proyectos, al abandonar los oropeles de negros,
pobres y rurales estigmatizados. Esta nueva identidad constituye una estrategia de reproducción y de
supervivencia para esos caboclos «modernos en su renovación constante del pasado en el
presente» (Adams et al., 2006:81). El pequeño productor rural, en tanto agente activo, toma
decisiones y es capaz de cambiar su situación de forma dinámica. El caboclo,
frecuentemente tachado de arcaísmo, vive enteramente en un presente y una modernidad que sabe
aprovechar. Los quilombolas aprenden así a navegar entre esta fuerte conciencia del presente y
de la modernidad y un nuevo arraigo en un pasado mitificado; ambivalencia que se encarna finalmente en los
contornos de una ruralidad renovada.
Para terminar, la ruralidad quilombola parece entenderse en la diferencia, más precisamente en
la diferenciación, lo que da a estas poblaciones una característica que ellos esgrimen como
argumento en su búsqueda de una identidad y de un territorio específicos. Pero la ruralidad es
estratégica como vector de diferenciación tanto como de integración, al permitir a
los quilombolas definirse e insertarse en un sistema de categorización nacional en el que
están presentes al lado de otras figuras taxonómicas tales como los indios o las poblaciones
tradicionales. La ruralidad expresada por los quilombolas muestra flexibilidad y permeabilidad. Se adapta a las
circunstancias y riesgos de la modernidad, se centra en los valores tradicionales y ancestrales para alimentarse
de las prácticas modernas de la ciudad sin por esto asimilarse. De ahí que esta pueda considerarse
decididamente como situacional, unas veces etnicizada para probar su carácter inmemorial, otras para
permitir a los quilombolas convertirse en actores del desarrollo sostenible, otras veces urbana, para
aprovechar las ventajas y oportunidades de las ciudades, gigantescos mercados de clientela, trabajo, productos y
servicios; pero finalmente, ante todo, moderna en su ambivalencia.
Los discursos de los unos y de los otros evidencian una ruralidad quilombola claramente multiforme, que
se perfila según las características de la identidad. Escindida entre la modernidad y la
tradición, la ruralidad quilombola revela su ambivalencia. Es a la vez una estrategia y una
valorización identitaria, alimentada por las reivindicaciones de las poblaciones y por las
categorías políticas subyacentes. En este contexto en el que la ruralidad aparece como un indicio
de la renovación rural brasileña, esta se convierte en una oportunidad. Lo rural se reactualiza
como campo socioterritorial complejo y diversificado que no se contenta con objetivos económicos, sino
que se inclina hacia preocupaciones culturales y ambientales.
Ello implica que este nuevo tipo de ruralidad no puede entenderse fuera de un contexto más amplio. Se
trata sencillamente de una de las numerosas declinaciones de una neo-ruralidad en la cual la agricultura
familiar encuentra un lugar destacado, de manera que las comunidades rurales se integren y se valoricen. Se
consolidan «micro-sociedades estabilizadas, (…) [dinámicas y] portadoras de un proyecto
social y político afirmado que da pruebas del acceso a una verdadera ciudadanía» (Jollivet
en Zanoni et al., 2001: 8). Esta se declina según varias formas : comunidades remanentes de
quilombos, Tierras Indígenas (TI), Reservas Extractivistas (Resex), Reservas de Desarrollo
Sostenible (RDS), Proyectos de Instalación Agro-Extractivista (PAE), entre otros tipos de figuras. Estas
recientes estructuras productivas salen a luz como nuevos espacios y nuevas posibilidades de reproducción
e integración social. En efecto, además de la valorización del trabajo rural y de ciertas
formas de cultura que implican, ofrecen a esas franjas marginadas la seguridad fundiaria en un contexto de
presiones incrementadas sobre las tierras. Así, ser rural se vuelve, a su turno, vector de
integración en la sociedad global nacional. Se evidencian entonces las «soluciones»
más que los problemas que el mundo rural puede traer. Este último, redinamizado, parece tener sus
propios valores. La agricultura de subsistencia, combinada con una agricultura comercial es valorizada
como el modo y la calidad de vida rurales, las relaciones interpersonales, los contactos directos e intensos con
la naturaleza y una forma de «tradición inventada» 37 (Hobsbawm y Ranger, 2006). Es
así como el desarrollo rural se hace sostenible. La ruralidad ya no se limita a la dimensión
productiva de la agricultura e incluye los mecanismos de «revitalización de las sociabilidades
permitidas por la extensión a escala local de medios diferenciados de integración social y de
participación en el patrimonio cultural común y por el acceso a otras condiciones de ejercicio de
la ciudadanía» (Zanoni et al., 2001).
Así, entre el campesino y el agricultor (Deléage, 2005) se encuentra una tercera figura rural que
podríamos llamar el «agricultor familiar alternativo-sostenible» (Brandenburg en Zanoni
et al., 2001:175). Sus características podrían definirse de la forma siguiente:
Cuadro 2: Propuesta de otra tipología rural, a partir de Deléage (2005: 18).
Valores |
Campesino |
«Agricultor familiar alternativo-sostenible» |
Agricultor |
Estabilidad |
Adaptación |
Cambio |
|
Arraigo |
Movilidad |
Desarraigo |
|
Polivalencia |
Pluriactividad |
Especialización |
|
Papel de la tradición |
«Tradición inventada» |
Papel de la tecnología y del mercado |
|
Economía de autosubsistencia |
Lógica de subsistencia y de mercado |
Economía mercantil e industrial |
|
Racionalidad |
Social y moral |
Sociocultural, ecológica y económica |
Técnica y económica |
Fuente: A partir de Deléage 2005: 18.
Se distinguen tres mundos rurales que forman una especie de gradiente (Deléage, 2005: 1819). Mientras que
la clase de los campesinos agrupa a los trabajadores rurales excluidos de la economía de mercado,
condenados a desaparecer, los agricultores se integran en la economía agroalimentaria; ellos saben usar
las nuevas tecnologías y suelen desempeñar un papel en la vida política y social tanto
local como internacionalmente. Entre esas dos figuras está el «agricultor familiar
alternativo-sostenible», que tiene un bajo nivel de capitalización pero aprende a diversificarse y
desarrolla actividades de nicho. Pero, como Deléage (2005: 18-19) lo subraya, puede ser una
posición frágil. En efecto, a pesar de la actualidad del modelo y de sus promesas, parece
necesario interrogarse sobre su viabilidad más allá de las primeras generaciones beneficiarias,
¿será que los más jóvenes prefieran quedarse en el campo o tentar otra vida en la
ciudad?
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