LAS EXPLOTACIONES FAMILIARES EN EL AGRO PAMPEANO:
CONTROVERSIAS Y PERSPECTIVAS
RESUMEN:
Este artículo revisita las dimensiones constitutivas del debate acerca de la importancia y las características de la producción familiar en la región pampeana argentina a partir de trabajos académicos representativos de las diferentes corrientes analíticas, e identifica algunos nudos controversiales de las mismas. Posteriormente, aborda la problemática del carácter de las vinculaciones en las que participa este sujeto social y su grado de anclaje territorial, una temática que supone la reconsideración de aportes previos bajo una mirada más actual, que comprende tendencias recientes de la evolución de los sistemas agroalimentarios en el contexto de la globalización.
PALABRAS CLAVE:
producción familiar, redes sociales, desarrollo local, región pampeana.
ABSTRACT:
This article revisits the constitutive dimensions of the debate about the importance and nature of family farming in the Pampas region of Argentina taking into account representative academic contributions coming from different analytical streams, identifying some of the controversial issues they raise. Then it considers the kind of linkages in which this social subject participates as well as its degree of territorial anchoring, a topic that involves the review of previous contributions by adopting a contemporary view that contemplates recent trends of evolution of the agrifood systems in the context of globalization.
KEY WORDS:
family farming, social networks, local development, Pampas region.
La vigencia de la producción familiar ha sido una
preocupación clásica de las ciencias sociales agrarias, que desde diversos abordajes
teóricos han debatido acerca de su capacidad de persistir en un contexto de expansión de
las modalidades capitalistas de producción. Las peculiaridades del agro que operan como frenos al
desarrollo del capitalismo, y las especificidades de estas explotaciones en cuanto a racionalidad y
retribución del trabajo han constituido la base de argumentaciones referenciales en la disciplina
(Chayanov, 1974; Kautsky, 1980; Mann y Dickinson, 1978; Friedmann, 1981; Reinhardt y Barlett, 1987).
Perspectivas más actuales ponen el acento, en cambio, en su habilidad para desarrollar
alternativas productivas y de mercado que puedan transformarse en germen de cambio del paradigma
productivo hegemónico ―basado en la intensificación productiva y la
ampliación de escala― así como en su participación en redes horizontales, con
implicaciones positivas sobre la sustentabilidad de estas explotaciones y el desarrollo local (Van der
Ploeg et al., 2004).
Tradicionalmente, el interés por esta forma productiva basada en la combinación de tierra
y trabajo familiar obedece a su capacidad para contribuir a la seguridad alimentaria, la
ocupación del territorio, la generación de empleo y la democratización de las
estructuras económico-sociales, por lo que suele ser vista como un tipo deseable de
organización social (Carballo, 2000). Expresiones políticas regionales y visiones
ideológicas de la sociedad han tenido como punto de partida a la producción familiar y sus
formas asociativas (Barsky, 1992). Más recientemente se constata una revitalización de la
atención hacia este actor tanto desde el punto de vista académico como en materia de
propuestas de intervención, que relegitima así la potencialidad de una forma productiva
que el pensamiento clásico condenaba a desaparecer sin remedio.
En ese contexto, Argentina presenta especificidades con respecto a otros países latinoamericanos,
en razón de su urbanización temprana y su base campesina más limitada. En
particular en la región pampeana ―conformada por la provincia de Buenos Aires, el oeste de
La Pampa y el sur de las provincias de Entre Ríos, Córdoba y Santa Fe― la
producción familiar se ha desarrollado desde sus inicios con una fuerte vinculación con
los mercados de productos y de factores, adquiriendo la producción de autoconsumo escaso
significado.
Dada la temprana integración del país en los mercados internacionales de granos basada en
la extraordinaria fertilidad de las tierras pampeanas, la discusión sobre esta modalidad
productiva ha estado inseparablemente ligada al debate sobre las características que
asumía el modelo de desarrollo agropecuario pampeano en el transcurso de las diferentes etapas de
su evolución. Con setenta millones de hectáreas, esta región es y ha sido el
espacio más importante de la producción agropecuaria nacional, aporta actualmente el 80%
de las exportaciones agropecuarias (Banco Mundial, 2006).
Teniendo en cuenta estos aspectos, el presente artículo revisita las dimensiones constitutivas
del debate acerca de la importancia y las características de la producción familiar en el
agro pampeano a partir de trabajos representativos de las diferentes corrientes analíticas, e
identifica algunos nudos controversiales de las mismas. Después, aborda el carácter de las
vinculaciones en las que participa este sujeto social y su grado de anclaje territorial, una
temática que supone la reconsideración de aportes previos de otros autores bajo una mirada
más actual sobre la evolución de los sistemas agroalimentarios en el contexto de la
globalización. En este marco se asume la presencia de tendencias hacia la deslocalización
de la producción agropecuaria, materializadas en rupturas entre el lugar de producción y
los espacios de residencia, consumo e inversión (Hervieu, 1996; Bisang et al.,2008), así
como también tendencias en contrario, que se expresan ya sea en acciones de resistencia
individuales y/o colectivas, como en comportamientos orientados al reforzamiento de las ventajas
específicas locales.
La temprana incorporación de la Argentina como proveedora de granos para el mercado mundial,
basada en la figura central del «chacarero»2 como productor directo, dio lugar a diferentes
intentos orientados a su caracterización (ya sea como «campesino», «campesino
de tipo capitalista», «pequeño productor mercantil», «capitalista
rural», entre otras), que han permeado la historiografía pampeana y continúan, en la
actualidad, en un contexto redefinido a partir de los profundos cambios experimentados por el sector
agroalimentario y sus relaciones con el conjunto de la sociedad.
Un denominador común de las diferentes caracterizaciones del «chacarero» de las
primeras décadas del siglo XX es el énfasis puesto en las relaciones de producción
al interior de la unidad productiva (en especial, en el peso del trabajo familiar frente al asalariado)
y/o en el carácter ―subordinado― de las vinculaciones que establecía con otros
actores centrales de la producción agraria (terratenientes, empresas colonizadoras, comerciantes
cerealistas y de ramos generales, etc.). Los enfoques que prestan atención al universo cultural y
a las definiciones que de sí mismos hacían los «chacareros» han argumentado,
sin embargo, que para hablar de la identidad de este sujeto social no solo hay que considerar su modo de
acercamiento a la tierra y determinar las relaciones sociales que se gestaron en torno a la misma, sino
también debe apelarse al universo cultural que opera como su espacio de pertenencia y de
referencia, en el que se autodefine y se diferencia de otros actores (Bonaudo y Sonzogni, 1998). En esta
línea, Ansaldi (1998) considera al «chacarero» como una categoría
histórica propia del capitalismo agrario argentino, y como categoría analítica con
identidad de clase «incompleta», obstruida por procesos de movilidad social ascendente.3
Más recientemente, Balsa (2006) también pone el acento en aspectos culturales, al indicar
que el concepto de «chacarero”, si bien puede englobar posiciones de clase
diferentes», resulta útil para dar cuenta de un modo o estilo de vida vigente
durante el periodo de expansión agraria pampeano de comienzos del siglo XX.
Este modo de vida se caracterizaba por la austeridad, el ahorro y el trabajo, para poder invertir los
excedentes obtenidos en maquinarias o en tierras (arriendo o compra). Las mujeres realizaban tareas
domésticas y estaban vinculadas al autoconsumo, pero raramente se dedicaban a labores ligadas a
la producción de granos, las cuales estaban a cargo de los miembros varones de la familia;
tenían actividades complementadas con el trabajo de terceros en las labores de cosecha.
Cabe señalar que aún para esta etapa ―donde las diferencias en materia de
condiciones productivas y acceso a los recursos no eran demasiado notorias― algunas aproximaciones
indicaban que resultaba problemático englobar las diferentes categorías de productores
familiares bajo un concepto homogéneo (Pucciarelli, 1986; Bonaudo y Sonzogni, 1998). Estas
especificidades iban más allá de la conocida distinción entre chacareros
arrendatarios (predominantes en la estructura agraria pampeana de las primeras décadas del siglo)
y colonos propietarios, emergentes de las diferentes iniciativas de colonización, tanto
públicas como privadas.
El periodo que se inicia a principios de los años cuarenta del siglo pasado y culmina en los
setenta da lugar a interpretaciones convergentes, centradas en la conversión del otrora
«chacarero»en un farmer, similares al tipo norteamericano (Forni y Tort, 1991). Si
bien se alude a la existencia de un proceso de expulsión de arrendatarios y recuperación
de las propiedades arrendadas por parte de sus dueños (Slutzky, 1968; Llovet, 1986), y a la
conversión en contratistas de servicios de maquinaria de parte de aquellos que no pudieron
adquirir las tierras que trabajaban, cobra fuerza la interpretación de que el acceso a la
propiedad de una buena proporción de los arrendatarios ―aunado a un proceso de
mecanización sustitutivo de mano de obra― posibilitó el citado cambio de
categoría. Aunque no deja de mencionarse la paradoja que supone la emergencia durante esta etapa
de una unidad familiar más «pura» en función de la casi ausencia de
contratación de asalariados, pero más «capitalista» en términos del
peso relativo de los factores de producción (Barsky, 1992).
Los años noventa, signados por cambios marcados tanto en lo macroeconómico como en lo
sectorial, al conjugar la política de apertura económica, desregulación y
sobrevaluación de la moneda argentina bajo el «Plan de Convertibilidad» con el
desarrollo de innovaciones técnicas (la más destacada fue el paquete tecnológico
empleado en el cultivo de soja, basado en la combinación de variedades transgénicas,
siembra directa y herbicida glifosato), inauguraron una nueva mirada sobre la explotación
familiar pampeana. Una selección sobre el corpus de trabajos realizados permite establecer una
distinción general entre aquellos que enfatizan los cambios producidos en la estructura interna
de las explotaciones y quienes combinan estas transformaciones con las operadas en el plano cultural e
ideológico.
Así, en la etapa inicial donde se perfilaban estas dinámicas ―finales de los
años noventa―, se pone el acento en los profundos cambios producidos en la dimensión
«trabajo» de estas explotaciones, en tres planos que se afectaban mutuamente: a) la
recurrencia a prestadores de servicios (contratistas de maquinaria), para llevar a cabo tareas del
proceso productivo; b) el cambio cualitativo vinculado a la complejización del trabajo de
gestión, y c) la pluriactividad o inserción en actividades fuera del predio. El primero de
estos planos es considerado central, en tanto la expansión de la técnica de siembra
directa llevó a que buena parte de los productores familiares optaran por contratar la labor de
siembra que antes realizaban ellos mismos, ya que los equipos de que disponían se habían
vuelto obsoletos y los nuevos tenían un costo elevado. Esta «externalización»
de tareas profundizaba la tendencia preexistente a contratar ciertas labores (como la fumigación
y la cosecha), al tiempo que permitía cuestionar la caracterización de los productores
como familiares, en función de la presencia de trabajo doméstico en la ejecución de
etapas centrales del proceso productivo (Craviotti, 2000). En este sentido, el trabajo mencionado
propone que este nuevo tipo de productor familiar tenga a su cargo la gestión de un patrimonio
familiar, supervise las operaciones cotidianas llevadas a cabo en la explotación y reserve para
sí mismo la ejecución directa de las tareas críticas, procurando preservar el
«lugar» de la familia en la reproducción de la explotación.
En esta línea de preocupación por las transformaciones en las modalidades de trabajo,
otros autores han inferido que la profundización de la contratación de servicios de
maquinaria determina una transformación en la naturaleza social de los productores familiares,
que indirectamente pasarían a apropiarse de la plusvalía generada por el trabajo ajeno
(Martínez Dougnac, 2008). «Porque ¿qué queda de la personalidad
“campesina” de las diferentes fracciones de “chacareros” en la medida en que
reemplacen… el trabajo personal/familiar por la contratación de los diversos servicios
agrícolas?» A pesar de que estos comportamientos han sido adoptados por productores
familiares descapitalizados, éstos se han «aburguesado, aunque haya sido por necesidades
que surgieron de estrategias de supervivencia campesina» (Azcuy y Fernández, 2008: 8).
Otra corriente conjuga estas transformaciones en la organización del trabajo con las mutaciones
producidas en el plano cultural. Así, el trabajo de Balsa (2006) alude a las implicaciones de un
fenómeno que empieza a profundizarse a partir de la década de los sesenta: el
establecimiento de los familiares de los productores en las ciudades cabecera de los departamentos (ya
que sólo una minoría había migrado a pequeñas localidades), que
continúan haciendo el traslado cotidiano a las explotaciones. Este hecho conduce progresivamente
a cambios en sus pautas de consumo (la mercantilización de los bienes consumidos y la
adopción de pautas de diferenciación social, materializadas en un importante chalé
urbano y la camioneta como signo de ostentación), así como a una menor
socialización de los hijos en las tareas agrarias. Este proceso, calificado como de
«aburguesamiento» y adopción de una cultura «sesgada» «por
importantes elementos rentísticos», está, sin embargo, enraizado en el
cambio producido por la posición social de estos productores, antes susceptibles de ser
categorizados como «pequeño-burgueses con elementos campesinos», hoy como
«pequeños capitalistas».
Por su parte, Gras (2009) indica que en la última década se ha producido el desplazamiento
de una forma histórica de agricultura familiar en la región pampeana, que incluye tanto la
expulsión de productores como un proceso de recomposición de los persistentes, en cuanto a
su perfil socio-productivo. El autor identifica así los rasgos centrales de una novedosa capa de
«empresarios familiares», que se caracterizan por combinar tierras propias y alquiladas a
terceros (pequeños productores familiares que se convirtieron en rentistas), la
externalización de una o más etapas del ciclo productivo y el mayor tiempo dedicado a las
tareas de gestión. Asimismo, la profesionalización del oficio y un manejo de la
explotación basado en la recurrencia al conocimiento «experto» se combinan con el
predominio de una racionalidad de tipo formal. Estos empresarios familiares son definidos
alternativamente como una fracción «que se distingue del resto de las capas familiares
capitalizadas», o bien indicativa de la «formación de otro tipo de sujeto
social»; una nueva burguesía agraria.
Matizando el tenor de estas argumentaciones, otros autores como Cloquell (et al., 2005) sostienen que
aunque las transformaciones ocurridas a partir de los años noventa han provocado un fuerte
impacto en materia de reducción de las explotaciones familiares y polarización de la
estructura agraria pampeana, la organización laboral de las unidades que logran permanecer sigue
siendo predominantemente familiar. En este sentido, un rasgo que destacan es que, durante los periodos
clave de producción, todos los miembros participan indistintamente en los requerimientos del
proceso.
Quizá la falta de cristalización de los procesos estudiados explique ciertas
ambigüedades en las posturas asumidas por los autores. En realidad, en un conjunto importante de
trabajos no existe acuerdo sobre el grado de «reversibilidad» de estas dinámicas si
las condiciones coyunturales se modifican. Además, cabe agregar que gran parte de las
argumentaciones se sustentan en estudios efectuados en zonas de agriculturización consolidada,
por lo que el análisis del alcance de estos fenómenos en áreas marginales de la
región, o bien en aquellas con presencia de actividades ganaderas, constituye una tarea
aún pendiente.4
No obstante estas salvedades, parece tomar cuerpo la idea de que la producción familiar de la
región pampeana se ha «empresarializado», desdibujándose su especificidad
frente a los sectores definidamente capitalistas y perdiendo también su anclaje en la ruralidad,
y en alguna medida en el territorio (esta cuestión será retomada en el apartado
siguiente). Paralelo a estos procesos comienza a imponerse como autodefinición de estos actores
el vocablo «productor» –desplazando al de «chacarero», que pasa a ser
asociado a una forma de producción “perimida”. Esta forma de autodenominarse
habría tomado fuerza a partir del proceso de modernización de la producción
pampeana iniciado en los años sesenta, que remplazó bajo un tono pretendidamente
neutral las denominaciones anteriores, borrando así las diferencias existentes entre ellos en
cuanto a acceso a recursos, formas de organizar la producción, origen, etcétera
(Albaladejo y Bustos Cara, 2008).
Por otra parte, en contraste con la etapa que va desde los años cincuenta a los ochenta
―quizá la era de «oro» del productor familiar pampeano―, la etapa de
finales del siglo XX comparte con la inaugurada en las primeras décadas del siglo XIX la idea de
que la ahora transformada explotación familiar pampeana varía de acuerdo con el contexto
general en que se inscribe. Si antiguamente la oposición estaba basada en la pequeña y
mediana explotación (agrícola) versus la gran propiedad terrateniente (ganadera),
en el periodo más inmediato parece ir cobrando forma un nuevo dualismo en círculos
académicos y políticos –no sólo en la propia región pampeana sino
también en la Argentina en su conjunto– entre la producción familiar como modo de
vida y trabajo y el mundo de los denominados «agronegocios».
En el contexto argentino este último concepto alude a distintas dimensiones que
empíricamente se presentarían combinadas con diferente grado e intensidad, tales como:
El otro polo de este nuevo dualismo se conforma en el plano de la organización de los actores,
principalmente aglutinados en el Foro Nacional de la Agricultura Familiar (FONAF). En el terreno
discursivo se expresa en la construcción de la categoría «agricultura
familiar», que es definida como una «forma de vida y una cuestión cultural»,
cuyo principal objetivo es «la reproducción social de la familia en condiciones dignas,
donde la gestión de la unidad productiva y las inversiones en ella realizadas son hechas por
individuos que mantienen entre sí lazos de familia, la mayor parte del trabajo es aportada por
sus miembros, la propiedad de los medios de producción (aunque no siempre la tierra) les
pertenece, y es en su interior que se realiza la transmisión de valores, prácticas y
experiencias» (FONAF, 2006: 4). Apunta asimismo a incluir bajo la denominación de
agricultor familiar a una multiplicidad de agentes −campesinos, chacareros, colonos, medieros,
productores rurales sin tierra y comunidades de pueblos originarios. Sin entrar en una discusión
que excedería los alcances de este trabajo, se puede sostener que ésta es una
definición con fuertes componentes cualitativos, que enfatiza una marcada diferenciación
entre el mundo rural y urbano, lo cual resulta difícil de sostener para ciertas áreas de
la Argentina, particularmente la región pampeana. Esta definición conceptual es
también complementada con la identificación de cinco categorías de agricultores
familiares que son distinguidas con base en indicadores cuantitativos. No obstante, la correspondencia
de tales indicadores con los componentes presentes en la definición conceptual no resulta
del todo evidente o presenta problemas (Tsakoumagkos y Maraschio, 2009).
Si el vocablo «agricultura familiar» se constituye como construcción política
que apunta a establecer una denominación más precisa de lo que se entiende ya no
exclusivamente como una forma de organizar la producción, sino como un modo de vida. En la misma
dirección operan otros esfuerzos encaminados a la ampliación «hacia abajo» del
mismo concepto de productor,para dar cabida a sectores que no detentan la propiedad de la tierra pero
sí trabajan en ella. Esta visión es promovida desde las escuelas rurales de alternancia,
que nuclean principalmente a hijos de asalariados y pequeños productores agropecuarios en la
provincia de Buenos Aires.5
Nosotros proponemos que son todos productores, sean empleados, sean medieros porque todos están
trabajando en el suelo, en la tierra, también en la producción primaria, pero
posicionándose en distintos lugares. Uno con el capital, otro con el trabajo (…) No
“productor” por ser dueño del campo, se es productor aunque se sea mediero, el que me
meto en la fosa, productor que me subo al tractor y sé que no es mío. (Director de escuela
CEPT, 2007)
La polarización de agricultura familiar y agronegocios tiene, a nuestro juicio, la fortaleza y la
debilidad de toda visión sintetizadora: fortaleza que radica en su capacidad de ilustrar ciertas
tendencias destacadas de la evolución de formas de producción pampeanas, ahora extendidas
a otras regiones de la propia Argentina; debilidad, al minimizar la heterogeneidad de situaciones
existentes, que el desarrollo del capitalismo en el agro no ha logrado eliminar (Muráis, 1998;
Tsakoumagkos et al., 2009).
Un elemento destacado de las distintas conceptualizaciones sobre la evolución de la
producción familiar pampeana, es el supuesto implícito de que las recomposiciones
experimentadas por ésta generan consecuencias significativas para la estructura social agraria y
el sistema productivo en su conjunto. Sin embargo, los vínculos establecidos con otros actores
-especialmente en el espacio local y en términos generales, la temática de la sociabilidad
rural- han sido objeto de limitadas reflexiones por parte de los investigadores.
Es así como Taylor (1948) presta atención a elementos hoy comunes en los abordajes sobre
desarrollo local, como es el caso del carácter de las vinculaciones entre los agentes y la
importancia de la vecindad como matriz constitutiva de tales relaciones. Su trabajo empírico le
permite sostener, para el momento de su estudio, que la sociabilidad entre los productores familiares
pampeanos no era sistemática ni involucraba a todos los integrantes de las familias.6 En este
sentido, resalta un conocimiento interpersonal reducido entre los vecinos producto de los cortos
periodos de ocupación de las chacras, en el contexto de la vigencia del sistema de arrendamiento
trianual. Además de la distancia física entre las explotaciones, existía una
considerable distancia cultural y social entre productores y otras categorías sociales, que se
evidenciaba en la casi ausencia de vínculos verticales.7 En su perspectiva, chacareros y
residentes de los pueblos no eran parte de la misma comunidad en sentido social; las pequeñas
localidades no constituían espacios de intercambio para los productores, ya que a ellas
concurrían con escasa frecuencia. Organizaciones específicas como las cooperativas
desempeñaban funciones básicamente económicas (eran business
organizations) y sus gerentes no tenían un origen rural; mientras que el resto de las
instituciones locales no requerían o permitían la participación de la comunidad. No
estaban dadas entonces las condiciones para la emergencia de la acción colectiva local.
Scobie (1968) retoma posteriormente esta línea de análisis al indicar que, en las primeras
décadas del siglo XX, el aislamiento era la característica predominante de la escena rural
argentina. Las chacras y puertos estaban unidos entre sí por los ferrocarriles –la forma
empleada para transportar la producción de granos−, pero los eslabones de enlace no
vinculaban a las chacras entre sí, ni a éstas con las comunidades o poblados rurales; las
casas estaban dispersas y separadas unas de otras por distancias considerables.8 No obstante, esta
interpretación es parcialmente cuestionada por Gallo (1983), quien adopta una mirada procesual al
indicar que el aislamiento de los agricultores fue disminuyendo a medida que se expandían los
cultivos cerealeros, no sólo gracias al desarrollo de los ferrocarriles y las localidades a
él vinculadas o a la posesión de vehículos de transporte, sino también por
la creación de escuelas e iglesias y el surgimiento de algunos periódicos locales.
La etapa que comienza a principios de los sesenta, signada por la modernización agropecuaria, la
conformación del farmer y su radicación en centros urbanos, habría dado
lugar desde algunas perspectivas a la desaparición de la sociabilidad rural (aunque, como vimos,
ésta no parece haber sido demasiado rica en sus expresiones).9 En contrapartida, también
habría abierto la puerta para otros intercambios de base urbana (como el bar, el club, el centro
de acopio de cereales), que viabilizan el acceso a información y a oportunidades de negocios.
Está implícito en esta visión que los otrora chacareros profundizan en este periodo
sus vínculos verticales «hacia arriba», en desmedro de los vínculos
«hacia abajo», por lo que estos últimos adquieren un carácter más
impersonal y distante. Por otra parte, ya en la última década del siglo XX se
perfilaría el dinámico sector de los «empresarios familiares»,
caracterizado por su disposición a integrar redes con agentes externos al sector
agropecuario (que les permiten obtener el capital necesario para ampliar la superficie trabajada, o bien
participar en negocios no agropecuarios). El contacto con círculos «expertos» de
saberes técnicos es asimismo privilegiado como vía de acceso a información
calificada (Gras, 2009). No obstante, desde una mirada centrada en los espacios locales queda pendiente
el análisis del carácter simétrico o no de los vínculos establecidos y de
las instancias, a través de las cuales se construyeron estas nuevas redes, así como
profundizar en quiénes comenzaron la iniciativa para la asociación, lo que supone analizar
el proceso social que posibilitó tales intercambios.
Coincidiendo con que el cambio hacia una residencia urbana implica el pasaje a otro tipo de sociabilidad
y modo de vida, Sili (2000) nos propone, en cambio, una mirada territorial sobre el fenómeno,
argumentando que ésta se corresponde con una nueva división social entre los productores.
Así, diferencia a quienes permanecen en el campo (normalmente los de menores recursos), a los que
se trasladan al pueblo y a los grandes productores (quienes siempre vivieron en las grandes ciudades).
La realidad de los espacios rurales pampeanos sería entonces la multiplicación de
«fragmentos socioterritoriales», que incluyen productores con similares relaciones
sociales, a partir de las cuales construyen sus sistemas de representación y de pertenencia,
así como los esquemas tecnológico-productivos que les permitirán subsistir. No
obstante, el autor destaca que existen articulaciones entre ellos, representadas por quienes pertenecen
a más de un fragmento socioterritorial y por el rol «bisagra» de los productores
«del pueblo», quienes por su nivel de capitalización suelen prestar servicios de
maquinaria tanto a los «del campo» como a los «de la ciudad». Se deduce que
estos «mediadores» entre diferentes mundos construyen un tipo de sociabilidad particular
frente a aquellos que permanecen en el campo. Por supuesto, esta sociabilidad sigue manteniendo una
cierta especificidad que la diferencia respecto a la de los productores «de ciudad», ya que
las relaciones que estos últimos establecen con los residentes en pueblos y áreas rurales
dispersas son fundamentalmente de tipo funcional o laboral (contratación de empleados o de
algún servicio).10 Si bien la línea interpretativa resulta algo mecanicista, tiene la
ventaja de corresponderse con representaciones intuitivas sobre aspectos distintivos del mundo rural y
sus habitantes que siguen vigentes a pesar de los crecientes vínculos entre lo rural y lo urbano,
y que nociones como la de «nueva ruralidad» procuran captar.
Si según la perspectiva reseñada la vecindad y el espacio rural como lugar de
construcción de relaciones sociales siguen teniendo una ubicación central en los
productores familiares residentes en el campo, Albaladejo y Bustos Cara (2008) llevan el argumento
más lejos: el desarrollo de las redes «deslocalizadas» propias del agro pampeano
actual no tiene por qué volver ineficaces a las redes «micro», que mantienen su
importancia para la creación y adaptación de cambios en la actividad agropecuaria.
También identifican procesos de descomposición «hacia abajo» de la
producción familiar pampeana, evidenciados en la existencia de una categoría de
«chacareros minifundistas». Estos productores viven en el campo y sus redes de sociabilidad
no tendrían ese componente de distancia social que algunos autores como Balsa adjudican al mundo
chacarero actual, ya que incluyen a trabajadores (peones y encargados) de los establecimientos.
Asimismo, la dimensión local permitiría un cierto sentimiento de pertenencia y formas de
acción colectiva que se despliegan o reavivan ante situaciones de crisis. Las interrogantes que
surgen frente a estos planteamientos se enfocan sobre la posibilidad de las modalidades de
organización y participación por superar la esfera sectorial, que parece ser la marca
distintiva de la sociabilidad del productor familiar emergente en el proceso de modernización
agraria. También se cuestionan por el peso relativo de la categoría de pequeño
productor familiar y el carácter distintivo de sus estrategias productivas.
Vemos aquí que la temática de las heterogeneidades de la producción familiar
adquiere un lugar central, no simplemente desde el lado de las relaciones de producción al
interior de las unidades, sino también en el plano de los vínculos establecidos con otros
actores, en cierta medida, traspasados por el lugar de residencia (campo-pueblo-ciudad). Consideramos
además que la heterogeneidad de los espacios rurales pampeanos debe también considerarse,
por su influencia sobre el carácter de las vinculaciones entre los actores. Ya que no es lo mismo
la red urbana del norte de la provincia de Buenos Aires que la del oeste; la primera es más densa
y las distancias entre ciudades de tamaño intermedio y los pueblos son más cortas.
Por otra parte, el territorio como matriz básica de relaciones debe ser complejizado
introduciendo la temática de la pluriactividad, considerando el ámbito espacial donde se
desenvuelven las ocupaciones extraprediales de estos productores, así como su
carácter y grado de conexión con el sector agropecuario. Al referirse a Brasil, la
antropóloga Carneiro (1997) establece una diferencia interesante de los tipos de redes
según el carácter del productor. Señala que en el productor
«tradicional» las redes se centran en el círculo de vecindad, confundiéndose
con las de amistad y de parentesco; en cambio, los agricultores «modernizados» y buena parte
de los pluriactivos mantienen relaciones más diversificadas y más frecuentes con entidades
territoriales más amplias: redes de comercialización y sistemas de información
técnica y de financiamiento de amplitud regional en el primer caso, y personas de clase media
urbana en el segundo caso.
Un tercer aspecto tiene que ver con el grado de fortaleza de los vínculos de quienes permanecen
en el campo, en un contexto donde se ha producido una marcada disminución de las explotaciones
agropecuarias, en particular de aquellas de menor tamaño.11 Es posible plantear que este proceso
acarrea consecuencias sobre la fragilización y fragmentación de las redes sociales
(Elverdín et al., 2008). La consiguiente disminución de la población
residente en ámbitos rurales opera en el mismo sentido. Aun así, cabe reparar en que su
número sigue siendo significativo (sólo en la provincia de Buenos Aires reúne a
unas 500,000 personas), representando el 9.8% de la población provincial, si se excluye al
conurbano de la ciudad de Buenos Aires (MAA, 2005).
Teniendo presente estas consideraciones algunos interrogantes nos parecen centrales para orientar
futuros trabajos: ¿en qué tipo de redes participa la heterogénea producción
familiar pampeana, con las redefiniciones que ha experimentado en las últimas décadas?
¿En qué medida éstas se apoyan en el espacio local y se orientan al
aprovechamiento/defensa de los recursos endógenos? ¿Cuánto pesa en su
conformación el factor identitario? ¿Hasta qué punto aquellos sectores de la
producción familiar que persisten sin haber recurrido a los esquemas productivos y organizativos
propios del modelo productivo hegemónico, se basan en redes para desarrollar estrategias de
resistencia alternativas?
Como se desprende del análisis previo, más allá de la cuestión central de la
estructura agraria conformada y sus implicaciones para el desarrollo del capitalismo agrario pampeano,
las características del productor familiar emergente de las transformaciones acaecidas en las
últimas décadas del siglo XX ―tanto desde el punto de vista productivo como en el
plano del estilo de vida― inciden en el tipo de redes en las que participa y en su grado de
anclajeen el territorio. No solo se trata de las condiciones materiales que hacen posible ciertos
intercambios y restringen otros. También son relevantes aspectos identitarios, vinculados a las
definiciones que de sí mismos hacen los actores, las cuales también comportan definiciones
de los otros. En este sentido, y aunque la noción de
«productor» se haya convertido en hegemónica ―quizá debido a su
capacidad para neutralizar diferencias internas―, existen distintos significados asociados a
ésta, así como nuevas construcciones discursivas (como la de agricultura familiar), que
surgen como respuesta a la heterogeneidad de situaciones existentes y/o a la necesidad de fortalecer
otro tipo de agricultura en un contexto de expansión del paradigma de los agronegocios.
Es posible que la visibilidad de ciertos procesos ―mecanización sustitutiva de mano de
obra, externalización de tareas a través de contratistas de servicios, creciente
residencia urbana de los productores― apunte hacia un profundo cambio en la naturaleza de los
productores familiares pampeanos y borre su especificidad frente a los productores definidamente
empresariales, oscurecen situaciones de persistencia de sectores que no recurren a los esquemas
productivos y organizativos propios de este modelo, y se basen en redes locales para desarrollar
estrategias de resistencia alternativas. Dichas redes son importantes, ya que a través de ellas
se movilizan recursos, se configuran identidades y se consolidan ―o redefinen― relaciones de
poder con vistas a la modificación del orden social instituido.
De allí la necesidad de análisis que, sin perder de vista las tendencias más
generales, profundicen en las expresiones particulares de la categoría «productor
familiar» en territorios y producciones específicas, así como en las bases
materiales e intangibles en las cuales se sustenta.
Desde este punto de vista, una cuestión que se plantea ―por cierto nada accesoria―
remite a cómo se cruza la diversidad de agentes sociales con la cuestión territorial. Ello
no envía a las condiciones que permiten que el espacio local se convierta en marco instituyente
de acuerdos sociales orientados hacia la mejora del bienestar de la población que en ellos vive y
trabaja; al alcance y relevancia de las redes que procuran la preservación del anclaje
territorial de la producción agraria; al grado de participación de los productores
familiares en tales redes.
Consideramos que la comprensión sobre cómo se insertan los actores en realidades
productivas y territoriales heterogéneas, así como sobre los procesos sociales a
través de los cuáles se alteran o no las relaciones de fuerzas de los campos en los cuales
estos se desempeñan, constituye un aspecto de particular importancia en el actual contexto de
evolución de los sistemas agroalimentarios. Desde este punto de vista, deben formar parte de la
futura agenda de investigación de la cuestión rural-agraria.
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