MIGRACIÓN Y CAMBIO SOCIOCULTURAL EN DOS COMUNIDADES RURALES DEL DEPARTAMENTO DE CHALATENANGO, EL SALVADOR
MIGRATION AND SOCIOCULTURAL CHANGE IN TWO RURAL COMMUNITIES FROM CHALATENANGO, EL SALVADOR
RESUMEN:
Este artículo presenta resultados de la investigación «Género y migración: Recomposición Familiar», que fue llevada a cabo en los municipios de Comalapa y Concepción Quezaltepeque del Departamento de Chalatenango, en El Salvador; cuyo trabajo de campo se realizó entre 2009 y 2010. De esa investigación se ha retomado el análisis del fenómeno migratorio que experimenta El Salvador desde la perspectiva de la hibridación cultural, y se centra en la vida cotidiana de los municipios antes mencionados con la intención de comparar las dinámicas culturales que se establecen en ambos, tomando en cuenta que en el primero las personas migran hacia EUA y en el segundo mayoritariamente a Italia.
PALABRAS CLAVE:
migración, hibridación cultural, familia.
ABSTRACT:
This article presents results from the piece of research titled «Gender and Migration: Family Recomposition.» This study was conducted in the municipalities of Comalapa and Concepción Quezaltepeque in Chalatenango, El Salvador. Fieldwork was carried out between 2009 and 2010. The analysis of the migration phenomenon experienced in El Salvador has been taken from this piece of research. This analysis was made from a cultural hybridization perspective and focuses on the everyday life in the aforementioned municipalities. The intention is to compare the cultural dynamics established between the two, taking into consideration that in the former, people migrate to the USA, whereas in the latter they mostly migrate to Italy
KEY WORDS:
migration, cultural hybridization, family.
El fenómeno migratorio internacional tiene que ver no solo con el flujo de las
remesas económicas y su impacto en la economía nacional, sino también con los
hechos cotidianos que se trasforman con el constante flujo de personas que toman la decisión de
irse, junto a las que retornan al lugar de origen. Este artículo presenta resultados de la
investigación «Género y migración: Recomposición Familiar», que
fue llevada a cabo en los municipios de Comalapa y Concepción Quezaltepeque, en el Departamento
de Chalatenango, El Salvador; cuyo trabajo de campo se realizó entre 2009 y 2011. Los hallazgos
etnográficos fueron obtenidos a partir de entrevistas semiestructuradas y a profundidad, lo mismo
que por medio de observación participante durante la convivencia prolongada en las dos
municipalidades en cuestión. De esa investigación se ha retomado el análisis del
fenómeno migratorio que experimenta El Salvador desde la perspectiva de la hibridación
cultural y se centra en la vida cotidiana de los municipios antes mencionados con la intención de
comparar las dinámicas culturales que se establecen en ambos, tomando en cuenta que en el primero
las personas migran hacia los Estados Unidos de Norte América (EEUU) y en el segundo
mayoritariamente a Italia.
La sociedad salvadoreña está atravesada trasversalmente por el fenómeno migratorio,
y sus implicaciones se manifiestan en múltiples cambios, tanto en el área rural como en la
ciudad, y van desde factores económicos, como las remesas, hasta aspectos que tienen que ver con
la vida cotidiana de las personas. Mi argumento es que el análisis sobre los flujos migratorios
recientes en El Salvador permitirá entender cómo estos cambian y se articulan de acuerdo
con circunstancias específicas de la sociedad y de las personas mismas, provocando cambios
socioculturales diferenciados a partir de las trayectorias migrantes.
En El Salvador, el fenómeno de la migración internacional es de larga data (PNUD 2005: 31)
y a través del tiempo estas migraciones han respondido a diferentes motivaciones. Los flujos
migratorios más recientes muestran que la mayoría de las personas que emigran lo hace de
forma ilegal (FUNDE 2007, PNUD 2005), a pesar de ello, las personas migrantes adoptan nuevas pautas
culturales en los lugares de destino que también tienen influencia en las trasformaciones en sus
localidades de origen.
Para su mejor comprensión, este artículo presenta un contexto nacional, departamental y
local; posteriormente explica los flujos migratorios que han afectado tanto a Comalapa como a
Concepción Quezaltepeque: El patrón migratorio de los años 20 a los 80 y el
patrón migratorio de los años subsiguientes. Finalmente se reflexiona sobre las
trasformaciones de normas, valores y símbolos culturales asociados a los procesos migratorios.
Según señala el Informe de Desarrollo Humano 2005 de PNUD, en El
Salvador, puede hablarse de cuatro periodos migratorios. El primero abarca desde 1920 hasta 1969, donde
la principal causa expulsora fue la falta de tierras y empleo sobre todo en la zona rural, por lo que
según el mismo informe, el principal destino fueron las plantaciones bananeras del norte de
Honduras. El segundo se enmarca entre los años 1970 y 1979, teniendo como antesala la guerra
entre El Salvador y Honduras en 1969, el clima de inestabilidad política, la represión que
se gestaba, y la falta de tierra y empleo. En esta etapa, el flujo migratorio comienza a dirigirse hacia
EEUU, formándose las primeras redes migratorias, las cuales, debido a las condiciones que les
ofrecía ese país, legalizaron su situación y posteriormente ayudaron a migrar de
manera legal a sus familiares y/o personas cercanas. El tercer periodo se ubicaba entre 1980 y 1991
correspondiendo al momento más duro del conflicto armado salvadoreño, donde la
mayoría de personas emigrantes lo hicieron de forma ilegal y «los mojados»
[también «mojadas»] arriesgaron sus vidas para llegar «al norte». El
cuarto periodo de este proceso corresponde de 1992 hasta 2005, a partir de la firma de los Acuerdos de
Paz. En este periodo todo apuntaba a que este flujo disminuiría, pero sucedió todo lo
contrario, aumentó. La desaceleración de la economía, los estragos del
huracán Mitch en 1998, los terremotos de 2001, el desempleo, la delincuencia y la búsqueda
del «sueño americano», que cada vez más «hermanas y hermanos»
lejanos alcanzan, motivaron flujos migratorios sin precedentes, especialmente a EEUU.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de El Salvador ha desarrollado estimaciones de la
población que puede considerarse salvadoreña en Estados Unidos y el resto del mundo.
Aunque las cifras no son exactas, presumen que un promedio de 3.3 millones de salvadoreños
están distribuidos en diferentes lugares. La misma fuente señala además que uno de
cada tres salvadoreños se encuentra en el exterior, y de ese total 2.9 millones, es decir 88%
radica en Estados Unidos (PNUD 2005: 38). Es innegable, entonces, que con tal flujo de personas yendo y
viniendo, y sin duda alguna incrementando, se propician cambios culturales a través de ese
corredor que se establece entre las personas que se quedan y las que se van, y se concretan en los
bienes de consumo cultural.
Un estudio realizado sobre personas migrantes en Washington DC por Repak, en el año 1995, destaca
que fueron la mujeres las que primero llegaron a EEUU. Señala que en la década de los 60 y
70 de ese mismo siglo, 70% de migrantes de Centro y Sur América en Washington DC eran mujeres.
Ese mismo estudio además resalta que esas mujeres pioneras facilitaron la llegada de la ola
migratoria de los años 80. Y afirma que esas mujeres viajaron de forma autónoma sin la
colaboración de la pareja o familiares (Repak 1995, en PNUD 2005: 334). Esta conducta puede
explicarse debido a que en El Salvador las mujeres rurales ya acostumbraban salir de sus comunidades de
origen para buscar trabajo en zonas urbanas, donde llegaban a trabajar en hogares como empleadas
domésticas o a trabajar en fábricas (Repak 1995, Menjívar 2000, en PNUD 2005: 334).
El Censo Decenal de Estados Unidos de 1980 (ibídem) reportaba que de la población
salvadoreña que residía en ese año, 55.9% eran mujeres y 44.1% hombres. Con el
inicio del conflicto armado los flujos de migrantes hacia Estados Unidos pasaron a ser dominados por los
hombres, que salían del país debido a la difícil situación para evitar
así ser reclutados [por el ejército o la guerrilla].
En todo caso, las causas y motivaciones por las cuales las personas migran, lo mismo que los factores
por los cuales El Salvador es un país expulsor, son complejas. De ahí la importancia de
dar cuenta de los cambios culturales que las migraciones han traído consigo y la manera en que
están afectando particularmente la vida de las mujeres, tomando en cuenta las nuevas formas en
que las familias se están reconfigurando a partir de la decisión sobre la partida de la
madre, el padre, hermana o hermano, tía o tío, etc., provocando con ello cambios y
reacomodos que permiten la continuidad de la vida diaria en la comunidad de origen. Estos reacomodos son
parte de las nuevas reconfiguraciones familiares que trae consigo el fenómeno migratorio, donde
la jefatura de los hogares descansa, en muchos casos, en la figura de las abuelas y de las madres. De
esta manera, como una consecuencia de la cuestión migratoria, es frecuente encontrar familias en
las que la madre, el padre o ambos viven permanentemente en el país de destino, lo que implica
reorganizar el hogar a partir de esa salida o igualmente reorganizarlo a partir del retorno al seno
familiar de alguno de ellos. Esas recomposiciones que se dan a lo largo de todo el proceso migratorio
están modificando los valores, las cosmovisiones y los significados mismos de lo que es una
familia en el aquí y en el allá de manera simultánea.
Lo anterior tiene un peso considerable si se toma en cuenta el número de familias
salvadoreñas impactadas por el hecho migratorio. Aunque los números al respecto son
inciertos (PNUD 2005: 290), la información relacionada indica que se trata de un fenómeno
de gran envergadura. Esa misma fuente señala que en 2004 había en El Salvador 362,189
familias, 22.3% del total del país, que recibían remesas. Pero si se toma en cuenta que no
todas las personas migrantes envían remesas —por vínculos familiares diluidos, por
desempleo temporal o porque sus familias no lo necesitan y sus vínculos son a través de
regalos y visitas—, se puede intuir que el número de familias vinculado a las migraciones
es mucho mayor que esa cifra.
Las siguientes páginas intentan acercarse al contexto sociocultural de los dos municipios estudiados en el Departamento de Chalatenango: Comalapa y Concepción Quezaltepeque; particularmente en cómo se están reconfigurando sus familias a partir del hecho migratorio.
EL CONTEXTO NACIONAL Y DEPARTAMENTAL
Las migraciones modifican las relaciones entre las personas e implican un cambio sustancial en las
formas básicas de convivencia, que pasan entre otras cosas por el flujo constante de remesas
económicas, que debido al importante papel que juegan representan la oportunidad de suplir las
carencias en las que por años han vivido quienes se quedan y retribuyen y confortan los afectos
de quienes se van. Todos esos cambios que incorporan otras maneras de ver y vivir la vida, insertados en
un contexto nacional y local, ofrecen un matiz más amplio para interpretar el hecho migratorio.
Así, se empieza trayendo a cuenta que El Salvador es el país más pequeño,
más densamente poblado y, posiblemente, con los más altos índices de
degradación ambiental en Centroamérica, con una población de un poco más de
6.2 millones de habitantes (Gammage 2004: 2), aunque según el censo de población y
vivienda de 2007, la población total de El Salvador es de 5,774,113 habitantes. Esos resultados
del censo reflejan que la población real es menor a la proyectada, debido a que para el
año 2007, según la Dirección General de Estadística y Vivienda (DIGESTYC),
se tenía una estimación de 7,104,999 personas, diferencia que es atribuida a la
disminución de la tasa de fecundidad y a una elevada migración, entre otras razones.
En ese contexto, el departamento de Chalatenango se localiza en la parte Central Norte de la
República de El Salvador (Figura 1); territorialmente ocupa el cuarto lugar en extensión
con un total de 2,016.6 km², y está dividido en 33 municipios y 191 cantones. Con la
regionalización de El Salvador en 1998, propuesta por la Comisión Nacional de Desarrollo
(CND), el Departamento de Chalatenango junto a algunos municipios de los Departamentos de Santa Ana, La
Libertad, San Salvador, Cuscatlán y Cabañas se ubica en la denominada Región Norte
del Río Lempa (PNUD 2007: 16). Según la CND, la zona norte del país es la
región históricamente marginada y desarticulada de las oportunidades de desarrollo. Pero
destaca que la zona es estratégica para el desarrollo nacional, entre otras razones porque se
ubica en el centro de la cuenca del río Lempa; estructuralmente es la región más
segura, por la menor amenaza de riesgos ambientales y geológicos potencialmente
catastróficos — sismos, inundaciones, vulcanismo—; en ella, además se genera
la energía hidroeléctrica que consume el país y se produce agua potable para la
región metropolitana de San Salvador y otras áreas urbanas, además está
fuertemente vinculada económica, social y ambientalmente con las poblaciones del sur de Honduras.
Figura 1. Ubicación geográfica de Chalatenango.
Fuente: PRISMA 2006.
Debido a la importancia señalada, CND formuló ejes que promovieran el propio desarrollo y
crecimiento de la región, entre ellos: la construcción de la Carretera Longitudinal del
Norte, con un sistema de interconexiones para crear una conectividad dentro de la región y entre
esta y otras zonas del país y Centroamérica; la construcción de una Agenda de
Desarrollo de la cuenca del Río Lempa; el fomento de la planificación microrregional
articulada con los procesos estratégicos de la región, como una forma de gestión
local territorial y la revitalización de territorios productivos y el desarrollo de la base
empresarial local. En ese rubro los actores locales también generan sus proyectos de desarrollo,
y a partir de 1999 se organiza la Mancomunidad La Montañona, a la que pertenecen los municipios
de Comalapa y Concepción Quezaltepeque (Figura 2).
Figura 2. Contexto geográfico de La Montañona.
Fuente: PRISMA 2006.
Asimismo, Chalatenango fue cuna de los movimientos populares, convirtiéndose a finales de los
años 70 en un importante tejido de organización social fuertemente ligada a la base de la
Iglesia católica. Chalatenango se convirtió en uno de los principales escenarios de la
guerra civil que vivió El Salvador entre 1980 y 1992. Reconociéndose como uno de los
principales protagonistas en la incidencia de los cambios políticos acontecidos a nivel nacional
(ACISAM 2008: 8). Por otra parte, a partir de los datos del VI Censo de Población y V de Vivienda
2007, en el departamento se registra una población de 192,788 habitantes, que equivale a 3.4% de
la población total del país. De estos habitantes, 52.2% son mujeres y 47.8% son hombres, y
es el departamento con menor densidad poblacional de El Salvador, con 96 habitantes por kilómetro
cuadrado.
CONTEXTO LOCAL
LA MANCOMUNIDAD LA MONTAÑONA
Entre Concepción Quezaltepeque y Comalapa existen diferencias sustanciales en cuanto a
extensión territorial, población y servicios, sin embargo los dos forman parte de La
Mancomunidad La Montañona, asociación de siete municipalidades: Chalatenango,
Concepción Quezaltepeque, Comalapa, La Laguna, El Carrizal, Ojos de Agua y Las Vueltas. Creada
formalmente en octubre de 1999, se ubica en el noreste del departamento de Chalatenango, compartiendo el
macizo montañoso que lleva el mismo nombre. El bosque de La Montañona tiene una
extensión total de 1,437 hectáreas, y es una zona de bosque estratégicamente
importante para la provisión de agua con potencial para desarrollar turismo de montaña
(PRISMA 2006: 2 y 3).
El trabajo conjunto de los siete municipios que integran esta mancomunidad les permite coordinar apoyos
que fortalecen el desarrollo de las municipalidades y de sus habitantes. Una de las primeras acciones
conjuntas de La Mancomunidad fue la construcción, en el año 2001, de la carretera
perimetral que bordea al macizo montañoso, logrando con ello dinamizar las actividades
económicas de la región, y aunque son solo dos las localidades seleccionadas para este
estudio no pueden desligarse de este contexto regional-local que le da un matiz particular y genera una
dinámica política y social que marca un ritmo de vinculación entre los siete
municipios. Asimismo, la carretera perimetral que les une favorece el comercio y las comunicaciones
entre ella misma y la zona fronteriza con Honduras. La Mancomunidad permite a los siete gobiernos
municipales que la componen una constante comunicación y coordinación de acciones que les
facilita ser beneficiarios de la apuesta estratégica del gobierno central y de proyectos de
desarrollo financiados por la comunidad internacional.
COMALAPA
Comalapa está situada a 83 km de la ciudad capital de San Salvador y pertenece al distrito de
Dulce Nombre de María en el Departamento de Chalatenango. Su extensión geográfica
es de 28.22 km2, de estos corresponden al área rural 27.72 km2 y al área urbana 0.5 km2.
Según datos propios de la Alcaldía, se estiman 4,516 habitantes, de los cuales: 938
(22.13%) pertenecen a la zona urbana y 3,309 (78.09%) se ubican en la rural. Para su
administración, el municipio está conformado por cuatro cantones, dieciséis
caseríos, y el casco urbano está dividido en dos barrios: Las Flores y Las Delicias (Plan
Estratégico Participativo 2004-2008, Alcaldía Municipal de Comalapa: 15 y 16).
CONCEPCIÓN QUEZALTEPEQUE
Esta ciudad se encuentra a 77 km de San Salvador, limita al norte con Comalapa y La Laguna, al noreste y
este por Las Vueltas, al sureste y suroeste por Chalatenango, al oeste y noroeste con Santa Rita. El 15
de enero de 1543 se le otorgó el título de pueblo y durante la administración del
general Maximiliano Hernández Martínez, por decreto legislativo de 6 de julio de 1938, el
título de villa; y en mayo de 2002, el de ciudad. El área del municipio es de 52.54 km2.,
Administrativamente Concepción Quezaltepeque está dividida en seis cantones y diecisiete
caseríos. El casco urbano, que concentra la mayoría de la población, se divide en
seis barrios: San Antonio, Las Flores, San José, San Jacinto, Concepción y El Centro.
Según el VI Censo de Población y el V de Vivienda 2007, Concepción Quezaltepeque
tiene una población total de 6,457 personas, pero los datos de la alcaldía municipal
arrojan que en 2009 había 8,966 habitantes, de los cuales 4,627 se encontraban en el casco
urbano.
Los municipios de Comalapa y Concepción Quezaltepeque, separados por 6
kilómetros de distancia y asociados a una misma Mancomunidad, parecería que comparten las
mismas dinámicas culturales: tranquilidad y bajos índices de delincuencia, beneficiarios
de Fomilenio, mayoritariamente profesan el catolicismo, sus gobiernos municipales son de derecha,
comparten un mismo entorno rural, son receptores de remesas, etc. Sin embargo, existen peculiaridades
que les hacen diametralmente opuestos y que recuerdan que no se puede generalizar sobre los hechos
culturales, que cada dinámica responde a una construcción particular producto de
circunstancias específicas.
De esta manera, el primer hecho que salta a la reflexión es el destino de la migración
actual y las razones que lo motivaron. A continuación se presentan los flujos migratorios que han
marcado a estas dos localidades en diferentes momentos del siglo pasado y del presente.
FLUJOS MIGRATORIOS DEL DEPARTAMENTO DE CHALATENANGO, DE LOS 30 A LOS AÑOS
70
La dinámica migratoria particular de estos años, tanto de
Concepción Quezaltepeque como de Comalapa, y en ese sentido, el hecho de que hombres y mujeres
hayan salido en busca de mejores condiciones de vida para sus familias, ha sido parte de sus vidas y
convivencias. Esta situación está dada primero por la migración a Honduras y luego
por las migraciones internas hacia el occidente del país debido a las cortas estacionarias del
café, y también por las salidas hacia la ciudad capital, San Salvador, por parte de
algunas mujeres para emplearse principalmente en el servicio doméstico; lo mismo que casos
puntuales de hombres que por comercio de jarcia se desplazaban al oriente del país,
particularmente al oriental Departamento de San Miguel.
En ese ir y venir ha habido circunstancias peculiares que han provocado separaciones tanto de hombres
como de mujeres, pero que para el caso de la migración hacia Honduras ha sido marcada
mayoritariamente por la ausencia masculina en el hogar de origen, representada en el marido, el hijo
mayor, el hermano, el tío, etc. A partir de ese hecho se explica cómo en la oleada
migratoria que señala PNUD (2005: 31) como primer periodo y que abarca desde 1920 hasta 1969,
fueron los hombres quienes emigraron. Aproximadamente a 21 km de Comalapa y a 27 km de Concepción
Quezaltepeque, siguiendo el camino vecinal, se encuentra un punto fronterizo ciego entre El Salvador y
Honduras, pero «si se atravesaban los cerros, a unos 17 km, ya estaban al otro lado»,
señala un informante. Esta circunstancia permitió una movilización sin mayores
riesgos personales y sin que la inversión económica les fuera significativa, porque
además «con sólo tortillas y queso que lleváramos para aguantar el viaje y
con varios días de camino, ya estábamos cortando banano».
Las motivaciones para incursionar en esos flujos migratorios eran porque «si uno se quería
casar, había que irse a Honduras para ganar dinero, si era que alguien estaba huyendo de la
justicia, se agarraba para Honduras, si es que uno quería salir de deudas o hacerse de su casa, o
tener [dinero] para comprar tierras había que irse para Honduras». Un informante
señala a este respecto que «allá había trabajo, si la cosa era no más
de agarrar camino, no costaba nada, sólo que uno dejaba la familia, pero era para
“ganar” [dinero] y traer para las cositas, pero mire, como ahí no más…,
pues si se le facilitaba a uno irse y venirse».
No hay claridad del año o quién fue la primer persona en emprender ese viaje, pero por las
conversaciones se puede inferir que fue sobre los años 30 del siglo pasado y hasta quizá
un poco antes. En general, en las conversaciones con hombres y mujeres se hace referencia a ese viaje
que marcó una primera separación en muchas de las familias. Un informante comenta:
«me fui un año cabal a ganar dinero para hacer la casa y ya no volví a regresar [a
Honduras], pero otros se iban, ganaban [dinero], se venían otro tiempito para acá y se
volvían a ir». Resulta interesante que en esa oleada migratoria no se fueron mujeres,
especialmente porque en las empresas empacadoras hondureñas de banano se empleaba solamente mano
de obra femenina. Algunas personas manifiestan que fue porque el viaje implicaba riesgos y porque la
separación era muy larga y no había manera de comunicarse fluidamente, además
está de por medio el hecho de que en esa época (años 30, 40 y 50) las mujeres
estaban más atadas a su rol de cuidadoras de la casa y los hombres al de protectores y
proveedores. Una informante comenta que «sólo hombres se iban porque el trabajo allá
se realizaba en el campo, en las bananeras o trabajando la tierra», a lo que su padre agrega que
«los salvadoreños éramos bien recibidos por trabajadores, algunos hasta se quedaron,
hicieron familia y ya con sus tierras hicieron vida». Pero la gran mayoría de los que se
fueron regresaron y se incorporaron de nuevo a la vida del pueblo, volvieron a sus familias, a sus
cultivos y retomaron su cotidianidad. La guerra entre ambos países en el año 69 les
obligó a regresar aunque no quisieran y a no cruzar de nuevo, salvo riesgos, esa frontera; pero
también les obligó a romper lazos de amistad y solidaridad consolidados a través de
los años residiendo en diferentes ciudades hondureñas. Esta migración a Honduras
fue muy significativa en número ya que «así como hoy se van para el Norte,
así se iban para Honduras, eran un montón los que se iban», comenta un informante,
por lo que las familias aquí se acomodaron a la separación temporal de uno o varios de sus
miembros.
Sabían con certeza que esa separación les significaba una mejora económica y les
implicó organizarse para seguir adelante con sus vidas cotidianas.
Es interesante que, a pesar de la cantidad de años que los hombres se fueron a trabajar a
Honduras y a las relaciones que establecieron, las personas en general, tanto en Concepción
Quezaltepeque como en Comalapa, se refieren a los hombres y mujeres de Honduras como «la mancha
brava», haciendo referencia a la inminente invasión a El Salvador cuando se desató
la guerra en 1969 entre ambos países. Durante los años que duró esa
migración a Honduras, el cambio más significativo fue que las familias modificaron su
estructura y se organizaran para seguir con su cotidianidad, hecho que implicó que las mujeres
asumieran la autoridad del hogar mientras los hombres se encontraron fuera, sin embargo no hubo otras
trasformaciones culturales significativas en las dinámicas económicas, políticas e
inclusive a nivel de infraestructura en estos dos pueblos. Las personas informantes solamente dan cuenta
del tipo de trabajo realizado y de las ganancias económicas que les significaban. Si bien, la
razón principal que motivó el viaje fue la de obtener dinero para sus familias o proyectos
personales —contraer matrimonio, principalmente—, las personas informantes no hablan de
acumulación económica, pero sí expresan que «muchos hicieron su casa con lo
que ganaron». Construyeron, ampliaron y mejoraron casas, pero siguiendo el modelo tradicional
básico y modesto preexistente en el pueblo.
Una posible explicación de este hecho está basada en que la migración se
efectuó de una región rural a otra con similares condiciones. La diferencia radicaba casi
exclusivamente en la oportunidad de ganar dinero al emplearse en las bananeras y que tan sólo
requerían de las habilidades que ya poseían —usar el machete y estar acostumbrado al
trabajo que el campo implica: sol, lluvia, jornadas largas, etc.—. Asimismo, los medios de
comunicación y trasporte en esos años colaboraron con la limitada trasformación de
las dinámicas de las comunidades de origen. En un aproximado de 40 años que duró
esta oleada migratoria, las condiciones de vida rural se mantuvieron. Al hablar con algunas mujeres,
cuyos esposos o padres se fueron de manera temporal —por un año la mayoría—,
no tienen conciencia de que estaban fuera de su propio contexto cultural, en principio, porque al estar
en los campo bananeros se encontraban de alguna manera aislados de las ciudades, y cuando regresaban no
traían consigo elementos culturales sustanciales que modificaran su actual entorno familiar y
comunitario.
Un segundo momento en el contexto migratorio de Comalapa y Concepción Quezaltepeque corresponde a
la migración interna por las cortas estacionarias de café. Estas salidas hacia otras
regiones del país, al occidente para el caso, muestran cómo esa movilidad del campo a la
ciudad les representa «un nuevo ejercicio de separación temporal» en busca de
bienestar personal y familiar. De la misma manera que sucedió con la migración hacia
Honduras, las familias se separaron de manera temporal y se reconfiguraron y reestructuraron para seguir
con sus vidas en el día a día. En el caso de las cortas de café, el momento de
separación fue anualmente y se concretaba entre los meses de octubre a diciembre,
prolongándose muchas veces hasta febrero del año siguiente. Esta periodicidad era variable
debido a que dependía de los ciclos en que las fincas de café empezaran y terminaran con
las tareas de recolección. Además, era común que cuando una finca terminaba su
«corta», las personas se trasladaran a otra que todavía tenía algún
trabajo que realizar. Lo interesante de esta cosecha estacionaria es que en muchos casos la familia
completa se trasladaba a las fincas; o según fueran sus intereses. Podían viajar el padre
y los hijos mayores y la madre se quedaba a cargo de la casa y de las hijas e hijos pequeños; o
la madre era la que viajaba. Hay casos en los que la hija mayor se quedaba en casa como responsable.
Pero en realidad esta decisión de «irse para los cortes» era tomada según las
conveniencias del grupo familiar y al objetivo que se perseguía en cuanto a la ganancia
económica que se obtuviera con el viaje. En general «el dinero de los cortes» se
destinaba para la milpa, subsistencia del hogar, «los estrenos» de la navidad, los
útiles escolares, el año nuevo, la «Fiesta» del pueblo y otros gastos
relativos a mejoras del hogar, pero esto último en menor grado y dependía de otras
prioridades que las familias tuvieran en ese momento.
Aunque las implicaciones de esta separación fueron diferentes para mujeres y hombres, en cuanto a
las condiciones del desapego familiar, lo cierto es que lo vivieron como momentos duros. Las personas
solían irse a «los cortes» en grupos, no solo de familias sino con las personas
conocidas, las o los jóvenes que viajaban solos iban recomendados con alguien mayor o familiar.
Organizaban los viajes alquilando buses o camiones que les llevaban a la finca directamente. La ventaja
de «los cortes», según comentan algunas personas, es que podían retornar con
alguna facilidad aprovechando la cercanía con el occidente del país. «Cada quince
veníamos a dejar dinero y a ver a los cipotes o hasta nos quedábamos y ya no nos
íbamos, todo dependía de la necesidad que tuviéramos. Pero varios se quedaban en
“los cortes” hasta dos meses de un sólo», menciona una informante.
Lo mismo que sucedió con la oleada migratoria hacia Honduras, en esta salida a las cortas de
café tampoco hubo incorporación de nuevas costumbres o se modificaron valores y
significados. Y es que esta migración también les llevó a un contexto rural, de
alguna manera aislada, en el sentido de que viajaban de su pueblo a la finca de café y viceversa.
Las personas no recuerdan que esas salidas estacionarias les implicaran cambios y reacomodos radicales
al interior de sus familias o en las formas de consumo. Pero, aunque no lo expresen de manera
explícita, se deduce que esta segunda separación, al realizarse durante varios años
consecutivos —diez o más, depende de cada caso particular— les implicó una
practicidad a la hora de decidir cuántas personas de una misma familia viajaban y a la hora de
continuar con las actividades cotidianas para quienes se quedaban. Empezó a asumirse esa
migración como un hecho importante y necesario para el bienestar familiar y no como una
situación de aflicción. Fue asumiéndose poco a poco como una acción
periódica necesaria.
Otro patrón migratorio importante, no tanto por el número, sino porque fue una
acción emprendida por las mujeres, es el que se dio también a partir de la década
de los años 60 y 70, cuando muchas mujeres jóvenes y de mediana edad salieron para
trabajar como empleadas domésticas en la zona metropolitana de San Salvador. Se fueron solas, por
sus propios medios, y se empleaban en casas de familias. No hay datos exactos de cuántas mujeres
salieron para emplease, tampoco hay datos concretos sobre en qué periodos salieron más o
en cuáles salieron menos, pero sí está claro que sus ingresos permitían
sacar adelante a sus familias. Tampoco se puede saber si fue en Comalapa o en Concepción
Quezaltepeque de donde salieron más mujeres hacia las áreas urbanas a emplearse. Sin
embargo, al hablar sobre este tema, tanto los hombres como las mujeres con quienes se conversó
manifiestan que o sus hermanas, hijas, madres e incluso esposas tomaron la decisión, a veces
consultada y/o negociada con sus parientes, especialmente en los casos en que dejaban niñas o
niños pequeños al cuidado de otra persona de la familia.
En este patrón migratorio surgen dos situaciones importantes. La primera referida a que las
mujeres encontraron un medio para su independencia económica y con ello abrieron los ojos a un
horizonte en el que ellas podían tener un trabajo remunerado fuera de la casa; y segundo, se
inició el ciclo en el que las madres se separaban del hogar para solventar una necesidad
económica de la familia, y ya hubo un sentido práctico de hacerlo, tanto así que no
hay una recriminación al hecho de dejar a las hijas e hijos e incluso al marido para salir a
emplearse.
FLUJOS MIGRATORIOS DEL DEPARTAMENTO DE CHALATENANGO, DE LOS AÑOS 80 A LA
ACTUALIDAD
La década de los años 80 del siglo pasado corresponde al momento más duro del
conflicto armado salvadoreño y marca una diferencia significativa entre Comalapa y
Concepción Quezaltepeque con respecto a la manera en cómo se vivió ese conflicto.
Diferencia que definió sus destinos de la migración en esos años.
En Concepción Quezaltepeque, el flujo migratorio se dirigió principalmente hacia Italia,
de manera particular por las personas residentes en el casco urbano de la ciudad. La circunstancia que
motivó esta migración fue la situación de inseguridad que generó el
conflicto armado y en consecuencia la amenaza de que sus familias y sus bienes se vieran afectados
trágicamente. Estas personas que migraron, con algunas excepciones, formaban parte de familias
extensas con una condición económica solvente. Eran dueños de terrenos, ganado,
casas, etc., además, por lo menos una parte de los que se fueron, tenían alguna
profesión. Este flujo migratorio a Italia presenta características muy singulares debido a
que en ese momento las regulaciones migratorias les permitieron un ingreso legal, y al establecerse
formaron las redes de apoyo para que otras familias quezaltecas también viajaran y se incorporan
al trabajo productivo. Al migrar todo el núcleo familiar, de alguna manera rompieron la
relación de responsabilidad económica con la familia extensa en la comunidad de origen.
Esto debido a que esa familia ya gozaba de comodidades y de algún nivel económico que les
permitiera continuar sin mayores dificultades con sus vidas. Por esa razón no existió un
marcado sentimiento de compromiso u obligación moral por sacarlos económicamente adelante.
Sin embargo, el lazo que no se rompió fue el del patrimonio económico, por lo cual, las
remesas enviadas desde Italia contribuyeron a incrementarlo. Ninguna casa del casco urbano de la ciudad
ha tenido cambios en la infraestructura y fachada. Son casas grandes, cómodas y en general bien
ubicadas dentro del casco, por lo que el dinero enviado ha sido invertido en mejorar lo que ya
tenían, especialmente en la ganadería. Según los datos de la alcaldía
municipal —entrevista realizada en 2009 al señor alcalde municipal—, hay un
aproximado de 1,200 familias quezaltecas viviendo en Italia actualmente y están ubicadas en su
mayoría en la ciudad de Milán, donde tienen un fuerte lazo de cohesión que les ha
llevado a organizarse como comunidad, ya que por la distancia y porque están residiendo con su
familia, el retorno a Concepción Quezaltepeque por vacaciones u otro motivo no es frecuente. Por
ello realizan actividades en la comunidad de destino que les permiten estar unidos y mantener los
canales de comunicación con su comunidad de origen.
Comalapa, al ser afectada en menor grado por el conflicto armado, no sintió, en términos
generales, la zozobra de ver amenazados sus bienes y sus vidas. Así, la principal
motivación para migrar fue la búsqueda de una mejora en la calidad de vida para sus
familias y dirigió su flujo migratorio hacia Estados Unidos. El flujo mayoritario salió
posterior a la firma de los Acuerdos de Paz, que corresponde al cuarto periodo migratorio que
señala PNUD (2005: 34) en los años comprendidos entre 1992 y 2005. No obstante, se tiene
conocimiento de migración hacia Estados Unidos desde finales de los años 60 y durante los
70, pero en menor cantidad; sin embargo, fueron esas personas las que tejieron las redes para recibir a
las que emprendieron el viaje en los años siguientes. En Comalapa, quienes se van son personas
con recursos económicos limitados que vieron en la posibilidad de irse la única forma para
salir adelante con su familia. Eso se comprueba con el flujo de remesas que hay en el pueblo. La remesa
que reciben, como dice una informante «no es un gran montón» pero permite un flujo
continuo de efectivo que dinamiza el comercio del pueblo; además hay un tipo de remesa monetaria
que se envía exclusivamente para la mejora de la vivienda. Este hecho tiene su explicación
en que las casas de muchas de las personas que se fueron no contaban, en su gran mayoría, con los
servicios básicos necesarios para procurarse una vida cómoda, situación que se suma
a que en muchos de los casos es el único patrimonio que poseen, pues una característica
importante de las personas que se han ido para «el norte» es que no tienen tierras, ganado u
otro bien. Por esa razón, las casas de quienes tienen «gente allá» son
ostentosas en su construcción y es la manera más visible de mostrar a la comunidad de
origen que poseen un mejor nivel de vida como resultado del trabajo, el esfuerzo y, en general, de una
vida exitosa en Estados Unidos; pero también, y quizá lo más importante, es que de
esta forma muestran el amor y el afecto al procurarles a sus familiares que se quedaron en un ambiente
de comodidad. En la actualidad no es «posible estimar cuánta gente se ha ido»,
comenta el alcalde municipal de Comalapa, porque entre otros factores la gente que regresa deportada
encuentra los medios para irse de nuevo, y las personas que ya residen «allá» y que
tienen alguno de los estatus legales «piden» a sus familiares de aquí como residentes
y se los van llevando, además de los y las que de manera ilegal se siguen yendo.
El sentido de migrar toma diferentes matices según las circunstancias
particulares de cada familia y cada persona. Difícilmente se puede generalizar al decir que los
hechos y consecuencias del fenómeno migratorio que impactan en una zona del país lo hacen
de igual manera en otra. Para el caso particular de Comalapa y Concepción Quezaltepeque, el hecho
de que las personas estén saliendo desde más o menos los años 30 del siglo pasado,
ha dado un sentido práctico al hecho de salir a explorar en otros horizontes una vida mejor para
ellos y ellas mismas y sus familias. Este sentido práctico de asumir las migraciones en
términos de que las personas lo asocian a sus experiencias de vida, ya no tanto porque ellos o
ellas mismas lo experimentaran, sino porque alguien de su familia o de sus amistades en algún
momento de sus vidas lo vivieron y se convirtió en parte de su ideario colectivo. La primer
salida hacia Honduras, impulsada por la falta de trabajo en el propio lugar, y luego las migraciones
internas hacia las cortas de café o para que las mujeres se emplearan como domésticas,
también motivadas por la necesidad se suplir carencias básicas de sus familias, crearon de
alguna manera las condiciones emocionales para las separaciones de la migración reciente a
Estados Unidos e Italia. Esta situación permitió una separación en función
de un bien común familiar, ya sea primordialmente para procurar mejoras económicas, como
el caso de Comalapa, o para procurar la seguridad de la familia en el caso de Concepción
Quezaltepeque.
La antesala migratoria anteriormente expuesta permite establecer un patrón de salidas en los dos
pueblos donde se ha realizado este estudio. El primero motivado por la necesidad de proporcionar a las
familias seguridad y bienestar económico, y el segundo determinado por los eventos
políticos del país y las oportunidades generadas en otras regiones. Pero las oleadas
migratorias que han sido parte de las experiencias de vida de estas dos poblaciones han marcado, sin
pretenderlo, a las mujeres y hombres de diferentes generaciones, preparándoles para las
separaciones siguientes. En el caso de las experiencias vividas por las mujeres, la oleada migratoria
hacia Honduras dejó a las esposas, hijas o hermanas, como responsables de las familias de los
hombres que tomaron la decisión de irse. Esas abuelas de hoy se fueron a «los cortes»
y dejaron a sus hijas e hijos para procurarse un ingreso económico, de la misma manera que lo
hicieron las que se emplearon como domésticas en San Salvador. Las madres de hoy son las que
habiendo pasado esa experiencia de separación con sus abuelas y madres han migrado hacia EEUU y
dejado a sus hijas e hijos. Todo este entramado determina las nuevas relaciones entre generaciones de
mujeres que les permiten tomar la decisión de migrar solas y de dejar a sus hijas e hijos al
cuidado de la familia extensa.
Este cambio de valores y significados en el cuidado y las demostraciones de afecto, en los cambios de
roles dentro de la dinámicas familiares, en la comunicación, en el control del dinero y la
generación del mismo y en la toma de decisiones en el hogar, son parte de los cambios que los
bienes culturales que se movilizan gracias a la circularidad que las migraciones han traído a
esos pueblos. Pero esos cambios también han modificado otras situaciones de la vida diaria de las
personas reflejadas en sus gustos, sus nuevas formas de consumo, de divertirse y de expresar sus
decisiones políticas y participar en ellas. Ese corredor cultural que se establece entre las
personas que se quedan y las que se van se constata en las incorporaciones de nuevos valores.
Ese flujo migratorio ha marcado tanto en Comalapa como en Concepción Quezaltepeque el ahora de
sus habitantes, modificando significativamente las expectativas de vida, valores y costumbres de manera
personal. Esta situación pasa por un reacomodo en las relaciones familiares que han orillado a
una recomposición que les permite seguir con sus rutinas diarias en el aquí y en el
allá, sin perder el contacto emocional y económico de sus integrantes. Dichas
reconfiguraciones han provocado una resignificación de lo que entendemos por familia, que la
limita al modelo nuclear conyugal y a la unidad residencial, y han impuesto uno diferente en el que las
personas van incorporando los nuevos bienes culturales que la comunidad de destino ofrece a las personas
migrantes. Estos cambios que se incorporan en acciones, como el cuidado, la preparación de los
alimentos al introducir electrodomésticos, el trato entre las personas y el uso de
tecnologías para la comunicación, son parte de ese corredor cultural que se establece
entre las personas que se quedan y las que se van y que impacta de manera directa a la familia y a la
localidad.
Esas modificaciones que en principio tienen no solo se presentan en las dinámicas familiares,
modifican también las normas y valores en las mujeres y hombres, tanto si se quedan como si se
van, tanto en las personas mayores como en las personas jóvenes, tanto en lo colectivo como en lo
individual. Por eso, al revisar el patrón migratorio de Comalapa y Concepción
Quezaltepeque se puede comprender hasta dónde en estas comunidades que se encuentran dentro de un
circuito trasnacional, van constantemente incorporando y modificando sus vidas cotidianas, sus
costumbres, comportamientos y actitudes, a partir de la circulación de los bienes culturales que
los destinos migratorios les proporcionan y que adecuan a sus propias realidades.
La opinión generalizada es que esta migración reciente de sus familiares ha sido dura, sin
embargo comprenden que es la manera en que pueden salir adelante, no solo quien se queda y recibe
remesas sino también quien se va y se inserta en una nueva sociedad donde busca un mejor futuro.
Estas separaciones del padre, la madre, o ambos, la hermana, el hermano, el primo, etc., no es para nada
desgarradora, no les supone una tragedia familiar sino todo lo contrario, la asumen como parte de un
patrón incorporado desde no saben cuándo; que empezó posiblemente con el bisabuelo
o el abuelo que se fue a Honduras, que continuó con la madre, el padre, el hermano o la hermana
que llegaron a «los cortes», o con la madre, la tía, la hermana que se fueron a
trabajar a San Salvador. Es una separación que viene dada por la practicidad que les impone la
vida y que les permite continuar con sus maneras cotidianas.
Todas las experiencias de migraciones anteriores, sumadas a las experiencias de a quienes «les ha
ido bien», hacen que las personas se expresen sobre el actual hecho migratorio como algo positivo
para sus vidas y lo asimilen con mucha practicidad. Hay mucha claridad de que las personas que se han
ido y mandan remesas están contribuyendo a que las personas que se quedan tengan un mejor nivel
de vida, y si para eso ha sido necesario separarse asumen ese costo y se recomponen y reorganizan
familiarmente con el propósito de seguir adelante. Esos reacomodos muchas veces pasan
desapercibidos y son los cambios a nivel económico los más fácilmente observables.
El casco urbano de Comalapa es una muestra de cómo la recepción de remesas ha significado
cambios sustanciales en los niveles de vida de las personas. Van trasformándose e incorporando
nuevos elementos culturales, y si tomamos en cuenta el consumo como un proceso social, un nivel de vida
es un hábito, variar el nivel de vida es romper el hábito (Veblen, citado en Molina y
Valenzuela 2005: 233), estableciendo con ello los parámetros de vida a alcanzar, a partir de las
modificaciones de distintos aspectos culturales y simbólicos que ocurren debido al acceso a un
nuevo nivel adquisitivo y modificando los hábitos, valores y relaciones sociales de las personas
que reciben las remesas. Las prácticas culturales, entonces, se modifican y reconfiguran para dar
paso a nuevas formas de convivencia, donde los valores y las identidades también cambian. Pero
todos estos cambios están determinando que aunque las personas se vayan siguen vinculadas
estrechamente a sus familias en los lugares de origen, y esa situación trae consigo
vínculos de conexión que trasforman a quienes se van y a quienes se quedan. En quienes se
van surgen nuevas palabras y nuevas formas de relacionarse con las personas; implicando cambios en
hábitos y costumbres, formas de vestir, de comunicarse, de absorber nuevos estilos de vida, etc.
Quienes se quedan trasforman procesos artesanales de la elaboración de sus alimentos, de las
formas de cultivo, de las formas de satisfacer sus necesidades de aseo y aprenden a convivir con la
tecnología.
Todas las incorporaciones que cada persona y cada familia realiza, ya sean tecnológicas,
culturales o simbólicas, están determinando la manera en que el hecho migratorio trasforma
las realidades y marca otras maneras de adaptarse a esa realidad, que para Comalapa y Concepción
Quezaltepeque se trata de un sentido práctico con el que se retoma la vida cotidiana
después de que el padre, la madre, o ambos, la hermana, el hermano, el hijo o la hija, toman la
decisión de migrar. Este sentido práctico lleva implícito el no reclamo y la no
censura a quien se va, ni por la propia familia ni por la sociedad en general. Idea que se fundamenta en
el hecho de que tras de sí lleva dos oleadas migratorias en las que se aprendió a convivir
con las ausencia y reconocer que migrar es una oportunidad real y concreta para resolver sus carencias.
Por ello, en este contexto migratorio, la practicidad como resultado de estas separaciones espaciales y
temporales que fragmentan a las familias permite que estas familias trasnacionales busquen las formas de
mantenerse unidas y comunicadas más allá del envío y la recepción de las
remesas monetarias y simbólicas. Este modelo de familia trasnacional agrega practicidad a las
nuevas formas de convivencia, pues les impulsa, por un lado, a seguir sus rutinas diarias, pero por otro
encuentra los medios para mantener un lazo afectivo que no se rompe ni diluye por la distancia, sino que
se fortalece en dos vías: quienes se quedan saben que hay una razón importante por la que
se ha fragmentado la familia, y quienes se van saben que su esfuerzo cumple el cometido que
motivó el viaje. Tan práctica es la manera que asumen las migraciones que no se espera, ni
en Comalapa ni en Concepción Quezaltepeque, que sean solo los hombres quienes se vayan, tampoco
se espera que cuando una mujer se va no establezca una relación de pareja con otro hombre o que
«estando allá» no se separe de su pareja y se «junte» con otro, esos
esquemas tradicionales parecen estar cambiando como parte de las convivencias en otras culturas, donde
esas conductas no son censuradas y es en la comunicación diaria que se establece entre estas
familias trasnacionales que hechos como éste se tornen habituales, y las nuevas formas en que las
rutinas diarias se adapte a las necesidades impuestas en el aquí y el allá se van
volviendo cada vez más cotidianas.
En términos de García Canclini, está surgiendo una identidad híbrida que va
asimilando otras prácticas culturales que mantiene siempre normas y valores originarios, pero que
sin embargo al modificar esas prácticas tradicionales va dando paso a otro sistema de normas y
valores que muestran otros significados a las relaciones de pareja, a las relaciones con las hijas e
hijos y a la convivencia diaria con el entorno. Las prácticas discretas —costumbres,
rituales, características de las poblaciones, etc.— que se han incorporado o modificado no
son producto único de la cuestión migratoria ni de su efecto más visible, las
remesas. Los cambios en las costumbre, las tradiciones y hábitos cotidianos de las personas, son
el resultado de una hibridación en la que este proceso migratorio ha contribuido a través
de los años a que ocurra, puesto que ha asimilado, combinado, integrado y modificado
características culturales de los lugares de origen y los de destino, aunque siguen manteniendo
sus características originales en ambos lados de la migración.
En ese sentido, un hecho particular que está produciendo un cambio importante en la estructura
tradicional de Comalapa es la acción que toman las madres que viven en Estados Unidos de crear
las condiciones, materiales principalmente, para que sus hijas e hijos adolescentes vivan solos como una
familia separada de la familia extendida a la que quedaron encomendados. Aunque en este trabajo se hace
referencia a un solo ejemplo de los dos que existen en Comalapa, ambos son ya un referente sobre
cómo «se vive la vida allá» y cómo pueden, debido a las necesidades que
surgen «aquí», incorporar esos cambios que le permita a la familia seguir con su
vida. El ejemplo al que se hace referencia es al conflicto surgido entre la abuela y las nietas y nieto,
a quienes tiene bajo su responsabilidad, ya que la nieta mayor tiene novio y la abuela no está
dispuesta a lidiar con la situación.
Este hecho, que en principio puede ser tomado como un caso aislado, conlleva un significado de cambio
importante por varias razones. La primera de ellas es que la madre toma la decisión de que sus
dos hijas y su hijo adolescente vivan juntos fuera de la casa, porque ése es el referente que
ella tiene en Estados Unidos. Luego de vivir doce años «en el norte» es lo que ve que
sucede con los y a las adolescentes que cumplen la mayoría de edad, en las casas donde ella
trabaja. La segunda es que tanto la abuela, la madre y la nieta no han vivido como conflicto la
separación sino como un espacio donde la brecha generacional entre la abuela y la nieta no se
tensiona sino que se relaja cuando se asume que las adolescentes tienen criterios para continuar con sus
vidas de manera personal y bajo la responsabilidad de su propio cuido. La tercera es que estas dos
adolescentes son colaboradoras activas de la vida política y social del pueblo con el
consentimiento de su padre y madre desde la distancia, y alguna supervisión de la abuela. La
cuarta es que esta acción muestra un nuevo patrón de conducta que las personas
jóvenes están asumiendo e imponiendo al contar con la libertad que su madre y su padre en
«el norte» les están dando como solución a un problema práctico del
reacomodo y reconfiguración familiar.
Esta hibridación cultural, que se está produciendo como parte del intercambio de ideas,
estilos de vida, maneras de asumir otros valores asociados con las libertades y responsabilidades
individuales, está siendo parte de las trasformaciones del hecho migratorio que van más
allá de los cambios que el flujo de efectivo provocado por las remesas deja ver. Tal es el caso
del ejemplo arriba citado y que muestra la adopción de valores de individualidad que está
sentando un precedente importante en una sociedad conservadora, donde el sentido de lo vertical ha
marcado las maneras en que en las familias resuelven los problemas y además donde la
última palabra la tiene la persona mayor responsable.
Estos nuevos valores de individualidad que van adquiriéndose e incorporándose a las
condiciones ya existen en la comunidad de origen, se manifiestan en la autonomía de la que ahora
están empezando a gozar esas adolescentes por influencias de las experiencias culturales de sus
familiares en el país de destino. Esta situación es trascendental ya no solo porque en la
vida familiar se han incorporado nuevas formas de conducirse y desenvolverse, que se traducen en el
desapego por el resguardo de las hijas e hijos y existe ya un claro respeto por lo individual; sino que
además se extiende a otras esferas de la vida social en la comunidad de origen, provocando
cambios en la vida medular del pueblo, es decir, dentro del poder político. Que mujeres
jóvenes se estén incorporando a las estructuras de poder denota un cambio sustancial que
pasa por un nuevo reacomodo en la vida social. Las jóvenes citadas en el ejemplo anterior, a
partir de la autonomía que ahora tienen, son integrantes activas de los comités locales,
espacios donde la vida política y económica local se dinamiza. Estos comités
—de salud, de festejos, de la iglesia, de la escuela, etc.— definen entre otras cosas los
liderazgos políticos partidarios en el pueblo. Por ello el comité de festejos resulta
particularmente interesante porque junta el poder político, económico y es el semillero
para esos liderazgos.
Lo anterior se concreta debido a que la «Fiesta» es hoy por hoy la máxima actividad
social y comercial de Comalapa. Vale aquí hacer la salvedad de que la fiesta patronal de
Comalapa, hasta el año 2000, se celebró en honor a San Francisco de Asís, santo
patrono del pueblo, pero la fecha oficial de esta celebración según el calendario
católico de fiestas patronales es el día 4 de septiembre. Por decisión de toda la
comunidad de Comalapa, esta celebración se trasladó en el año 1964 al segundo fin
de semana de enero debido a que el mes de septiembre es sumamente lluvioso, aunque esa decisión
también obedeció a un factor económico, ya que en el último trimestre del
año un buen porcentaje de las personas del pueblo se desplazaban a las cortas de café y su
regreso se esperaba sobre finales del mes de diciembre, con lo cual, el mes de enero resultaba
económicamente apropiado para las celebración.
Lo anterior provocó un hecho singular. En la actualidad se celebran, por un lado, la Fiesta
patronal, y por otro la «Fiesta tradicional» o simplemente «La Fiesta». En el
año 2000, a partir de las nuevas disposiciones de la Iglesia católica, que solicitaba a
las comunidades celebrar el día exacto en que se conmemora al santo patrono; la fiesta patronal
celebrada en enero se convirtió en «Fiesta tradicional» y se sigue celebrando con
mucha solemnidad, pero no obstante su carácter oficial no incluye ninguna actividad religiosa.
Este evento resulta particularmente importante en la historia reciente de Comalapa porque dividió
y enfrentó a la población.
Fue a partir de ese evento que el gobierno municipal, apoyado por el comité de festejos, la
«gran mayoría» del pueblo y «los que viven en el norte», decidieron dar
el nombre de «Fiesta tradicional» a la celebración del mes de enero, la cual ha
crecido y ha pasado de ser una fiesta de un día marcado por el calendario religioso en honor a un
santo, a ser una celebración popular de una semana. Lo particular de esta fiesta es que se ha
convertido en un espacio para el encuentro y el reencuentro entre las personas residentes del pueblo y
las que han migrado a otros lugares del país y al «norte». Lo relevante de esta
«Fiesta tradicional», más allá de ser un motor que dinamiza la economía
local, radica en que es un espacio para que los liderazgos políticos se desarrollen y se releven,
ya que es el comité de festejos, más que ningún otro, el centro del poder
político y económico del pueblo. La Fiesta patronal ha pasado a un segundo plano en los
ámbitos económico y simbólico, pero que congrega a la comunidad católica,
constituyéndose en la actualidad en un espacio para el esparcimiento y la expresión del
fervor religioso, más local; la Fiesta tradicional sin embargo es un espacio para la convivencia
trasnacional y tiene un significado de pertenencia para las personas del pueblo que han migrado.
Este entramado se entreteje de manera sutil y se extiende a todos los niveles de la vida social de
Comalapa y va mostrando la adopción de nuevos valores. Por esa razón es sumamente
relevante que las jóvenes antes citadas se hayan incorporado al trabajo de los comités
locales, porque es en ellos donde las personas tienen la oportunidad de entrar al mundo público y
es el espacio para preparar a nivel de liderazgo a sus integrantes, ya que por las actividades que
realizan se sitúan en un nivel de visibilidad y protagonismo frente al resto de la comunidad. Sin
embargo, la pertenencia al comité de festejos, en particular, conlleva una tradición e
importancia especial. Dicho comité es un ámbito donde sólo una pequeña parte
de la población participa, y en términos de política partidaria es un semillero
para preparar y lanzar a la palestra pública a quien en algún momento asuma la
postulación para la candidatura de algún partido político. En este momento,
además se está dando un cambio interesante a partir del ingreso de mujeres jóvenes
al comité de festejos, lo cual reviste de una importancia reveladora, primero porque es un claro
producto del hecho migratorio al incorporar otras formas de convivencia y segundo porque ha permitido
que las mujeres jóvenes entren a formar parte de un espacio dominado por personas mayores y con
niveles de poder y decisión importantes en el pueblo.
Esta situación otorga relevancia al hecho de que las adolescentes hayan ingresado a formar parte
de dicho Comité, hasta este momento como colaboradoras y como parte del grupo que «realiza
las tareas», pero están ya dentro, y como expresa el presidente del Comité:
Ellas son las que en algún momento van a tener que asumir las responsabilidades. Lo bueno es que
están aprendiendo cómo se hacen las cosas […] Mire, ellas no lo saben ahora, pero
pueden llegar a ser presidentas de Comité o hasta si quieren ser candidatas a la alcaldía
porque son buenas, son bien dinámicas. Es cosa de ir aprendiendo a perder el miedo de hablar en
público o a ser responsables de las actividades y esas cosas, sólo es cosa de
apoyarlas…
Lo anterior es parte de las muchas modificaciones que el corredor trasnacional en el que estas
poblaciones están inmersas provoca. Esos cambios en las estructuras políticas, familiares
y económicas también se muestran en la revalorización y resignificación de
los tiempos dedicados al ocio. Este entorno rural no tiene tradición de dedicar tiempo a la
recreación, sin embargo, a partir de las vivencias de quienes se han ido, especialmente «al
norte», y al insertarse en otra experiencia cultural, en la que el trabajo duro les hace apreciar
y desear el tiempo de descanso para conocer, distraerse, etc., está surgiendo en estas
localidades un entramado interesante en el que se junta el poder adquisitivo a partir de la
recepción de remesas y las nuevas costumbres de cómo invertir tiempo y dinero en
actividades de recreo. Ahora es parte de la dinámica de estas localidades destinar un tiempo para
el ocio.
Pero para dedicar este tiempo hay que tener dinero y un vehículo propio, aunque no es una
condición determinante. Por ello una de las primeras cosas que cambian en los hogares con
residentes en Estados Unidos es que sus familiares «de allá» envían dinero
para comprar un vehículo, especialmente Pick Up. Con esta adquisición adquieren
otro nivel dentro de la comunidad, por un lado; y por otro es una forma de concretar los afectos y
suplir las ausencias. Estas nuevas formas en que las familias se relacionan, que no se limitan a cubrir
carencias económicas sino que se complementan con otras formas de expresión y
comunicación entre la familia que se queda, y la que se constituye en el país de destino
por quien se va, es lo que configura a la familia trasnacional. La cual toma sentido en las nuevas
maneras de relacionarse y vincularse entre sí, que trascienden a la corresidencia y la presencia
física, provocando otras maneras de entender los afectos, los cuidos, la comunicación y
las relaciones entre madres, padres, hijas, hijos, hermanas, hermanos, tías, tíos,
etcétera.
Estas nuevas relaciones que se articulan en torno a las familias trasnacionales se concretan en el
envío de remesas económicas y sociales, donde las primeras constituyen el envío de
dinero por parte de quien se va hacia la familia que se queda, porque «simbólicamente el
envío de remesas representa el mantenimiento del compromiso del migrante con su familia; mientras
siga llegando dinero, se puede suponer que de una u otra forma el afecto se conserva» (Moncayo,
citado en Zapata 2009: 1754). Las remesas sociales en cambio son el conjunto de valores, estilos de
vida, pautas de comportamiento y capital social que se da entre las comunidades de origen y de destino
(Levitt 2001), son todos aquellos intercambios entre las familias que les permite mantenerse en
comunicación —fotografías, regalos, visitas ocasionales, llamadas
telefónicas, correos electrónicos, etc.— y mantener los lazos de afecto. Las
remesas, tanto las económicas como las sociales, les permiten a las familias trasnacionales
mantener y visibilizar los lazos entre el país de destino y el de origen. Les permiten a las
personas inmigrantes mantener vivas sus relaciones más allá de las fronteras. Todo este
flujo de remesas sociales y económicas son las que están trasformando diferentes
dimensiones de la vida rural.
Las diferentes particularidades de estos dos pueblos dejan ver que sus vidas
cotidianas están en constante cambio, y que además esos cambios están marcando
otras posibilidades de ver el mundo y expandir los horizontes desde lo local, mostrando que la vida
habitual de las personas se adapta, se recompone y se organiza en función de seguir adelante a
pesar de las ausencias de madres, padres, hermanas, hermanos, etc. Esa manera de retomar la cotidianidad
en el aquí y en el allá no recrimina el hecho de «irse», sino que lo valora y
le da un significado práctico a las separaciones. Esta situación da sentido a lo
trasnacional y abre paso a las hibridaciones culturales que cambian valores e identidades al incorporar
otros elementos culturales.
Los cambios observados y documentados en esta investigación muestran que el patrón
migratorio actual, por lo menos para las dos poblaciones donde se realizó este estudio,
claramente indican que hombres y mujeres viajan por igual, que las mujeres no están viajando
solamente por reunificación familiar y que no hay una tendencia a señalar el hecho
migratorio como responsable de la desintegración familiar o de otros fenómenos asociados a
la violencia social de El Salvador. El fenómeno migratorio además se asocia como algo
positivo, como una oportunidad en tanto que las remesas monetarias y sociales están incorporando
cambios en la vida de las personas que se quedan.
Por otra parte, es preciso no perder de vista el hecho de que las personas en Comalapa y
Concepción Quezaltepeque tengan casi un siglo migrando —primero a Honduras desde más
o menos los años 30 y luego en las migraciones internas, especialmente al occidente del
país por las cortas estacionarias de café—, puesto que esa situación permite
comprender el sentido de practicidad con el que se toman las ausencias de sus familiares. Las
separaciones por el fenómeno migratorio no paralizan la vida cotidiana, por el contrario, las
familias se recomponen y reorganizan para seguir con su día a día,
«aquí» y «allá». Los roles de sus integrantes cambian y se
reacomodan para asumir las decisiones, el soporte emocional, la distribución de la remesa que
llega, etcétera.
Es relevante, además, que en la recomposición familiar, por necesidad práctica que
se está dando en las familias que se quedan «aquí», ha surgido una manera de
diferenciarse de la familia que está «allá». Así, quienes se quedan en
la comunidad de origen se llaman la «otra» familia con respecto a la nueva que han formado
sus madres y padres en el lugar de destino, indistintamente si su madre y padre viven juntos allá
y tienen ahora otras hijas e hijos, o si la madre y el padre viven con una nueva o nuevo
compañero y han tenido hijas e hijos con esta nueva pareja. Es parte del vocabulario de la
familia que se queda aquí comentar sobre que «aunque tengan su familia allá, nunca
dejan de mandarnos lo que necesitamos». Este argumento refuerza el concepto de familia
trasnacional, porque evidencia el lazo emocional y económico que no se rompe, sino que se
mantiene a través de la comunicación telefónica, las visitas esporádicas y
el envío de remesas.
Pero este circuito trasnacional en el que están inmersas estas dos poblaciones, además de
reacomodar de manera práctica las familias, ha traído consigo cambios que están
modificando el paisaje cultural. Estos cambios que pasan de lo individual a lo colectivo y de lo
familiar a lo local, están modificando los valores y concepciones de las personas en el ahora, en
el «aquí» y en el «allá», y dan paso a nuevas formas de
convivencia. Todas las incorporaciones que cada persona y cada familia realizan, ya sean
tecnológicas, culturales o simbólicas determinan la manera en que el hecho migratorio
trasforma las realidades y marca otras maneras de adaptarse a esa realidad, que para este estudio se
traduce en un sentido práctico con el que se retoma la cotidianidad familiar en la comunidad de
origen.
Por lo anterior, una veta de investigación futura es el desarrollo local de las comunidades de
origen a partir del destino de la migración.
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1 Quiero expresar mi especial agradecimiento al Dr. Luis Rodríguez Castillo, investigador del PROIMMSEIIA-UNAM, por animarme a escribir este artículo y por dedicarme su valioso tiempo para enriquecer mis ideas con sus comentarios y observaciones.