LAS AUTONOMÍAS DE LOS PUEBLOS MAYAS DE YUCATÁN Y SU SILENCIO ANTE LAS POLÍTICAS DE ASIMILACIÓN Y LA LEGISLACIÓN DE SUS DERECHOS
THE AUTONOMY OF THE MAYAN PEOPLES OF YUCATAN AND THEIR SILENCE IN RELATION TO ASSIMILATION POLICIES AND THE LEGISLATION OF THEIR RIGHTS
Universidad Autónoma de Yucatán
Unidad de Ciencias Sociales
Centro de Investigaciones Regionales «Dr. Hideyo Noguchi»
Recepción: 15 de diciembre de 2012 Aprobación: 11 de agosto de 2013 Publicación: 01 de diciembre de 2013
... el hombre que nos muestra que conoce el ritmo de nuestro silencio
está mucho más cerca de nosotros que aquel que cree que sabe hablar.
Ivan Illich (2013)
RESUMEN:
En este artículo exploro cómo los mayas yucatecos emplean el silencio como una de las principales estrategias de resistencia a la asimilación, y sugiero que ayuda a explicar su indiferencia a la legislación recientemente aprobada para proteger sus derechos. En parte, baso mi análisis en conversaciones con jóvenes y abuelos, cuyas profecías y prácticas cotidianas contribuyen a la continuada fortaleza de la cultura, de cara a las políticas neocoloniales del presente. La creencia de que «no pasa nada en Yucatán» alimenta la noción de una apatía maya, pero que tiene sus raíces en los discursos oficiales y académicos que históricamente han descartado a los mayas por considerarlos irrelevantes en la esfera pública. Por último, examino cómo los mayas han adaptado sus estrategias para preservar sus autonomías, a pesar de las políticas paternalistas dirigidas a su asimilación.
PALABRAS CLAVE:
autonomía, autosubsistencia, maya, movimientos sociales.
ABSTRACT:
In this article the author explores how the Mayans from Yucatan use silence as one of their main strategies to resist assimilation, suggesting that this helps explain their indifference toward the recently approved legislation to protect their rights. Her analysis is based in part on conversations with young people and elders whose prophesies and everyday practices contribute to the ongoing strength of their culture in the face of current neo-colonial policies. The belief that «nothing happens in Yucatan» feeds the notion of the existence of apathy among the Mayans, and has its roots in the official and academic discourses that historically have discarded the Mayans as irrelevant to the public sphere. Lastly, it examines how in spite of the paternalistic policies aimed at assimilation, the Mayans have adapted their strategies in order to preserve their autonomy.KEY WORDS:
autonomy, self-sufficiency, Mayan, social movements
Parecería paradójico que en la sede de una larga historia
conflictiva y del movimiento autonómico más exitoso del siglo XIX y principios del
siglo XX2 muchos visitantes ahora me preguntan por qué «no pasa nada», por
qué no existen movimientos sociales en el mundo maya peninsular. Durante más de medio
siglo, los gobiernos autonómicos mayas mantenían el control del oriente y sur de la
península, con sus propias redes de comercio, a la vez que desconocían los gobiernos
federales y estatales mexicanos, algunos de ellos hasta la década de 1930 (Wammack y Duarte
2012). Ante los fracasados intentos militares de someter a estos gobiernos autónomos y
conquistar su territorio, los gobiernos mexicano y yucateco recurrieron al bloqueo económico
y a una amplia gama de estrategias y políticas asimilacionistas, que se agudizaron
después de la Revolución. Aun así, una gran parte del pueblo maya siguió
la resistencia en silencio, con el resultado de que hoy en día siguen vigentes las
prácticas ancestrales y la lengua por toda la península. Pero mientras que existe una
amplia bibliografía acerca de los movimientos sociales del mundo maya en Chiapas y Guatemala,
las investigaciones en la península de Yucatán han contribuido más bien a
construir una representación de los mayas peninsulares como pasivos y sin interés en
conocer sus propios derechos.3
No obstante, estas representaciones no son desinteresadas, sino que las frecuentes referencias a un
pueblo maya pasivo y desinteresado forman parte de un discurso más generalizado, que hace
«necesaria» la continuidad del paternalismo y de las políticas asimilacionistas.
De hecho, este discurso, con sus múltiples afirmaciones de «aquí no pasa
nada», sostuvo la elaboración de la reforma constitucional en materia indígena
en el estado de Yucatán, y es uno de los supuestos en que descansa la recién aprobada
Ley para la Protección de los Derechos de la Comunidad Maya del Estado de Yucatán de
2011 (de aquí en adelante, Ley Maya). Aun desde los inicios del proyecto de la Ley Maya, un
miembro del Senado me informó que en su elaboración no se iba a tratar «la
cuestión de autonomía», pues, «no es relevante en nuestro estado»
(comunicación personal en 2002).
Pero los que hablamos la lengua maya, y estamos cerca del pueblo, escuchamos otra historia, en la
que las visiones mayas de autonomía siguen vigentes, a pesar de las reiteradas preguntas:
¿por qué aquí no pasa nada?, ¿por qué el silencio y la pasividad
del pueblo ante la situación económica cada vez más difícil? El
despertar en la madrugada del 1 de enero de 1994 en San Cristóbal de Las Casas fue una
advertencia al mundo entero de que la diversidad y las autonomías sí existen en
México, a pesar de las pretensiones y los discursos que pretenden negarlas. Desde ese
día, «el silencio de los zapatistas» ha sido y sigue siendo una de sus armas
más potentes.4
En este artículo argumento que el «silencio» es una de las prácticas
autonómicas más importantes también para el pueblo maya peninsular. Lo que me
interesa es específicamente «el poder del silencio» adoptado por el pueblo maya y
con el cual ha resistido más de 500 años de colonialismo y neocolonialismo (Duarte
2006, Wammack y Duarte 2012). La importancia de considerar el silencio del pueblo maya como una
estrategia autonómica responde en parte a la necesidad de cuestionar los estereotipos
construidos de los mayas, y preguntar a quiénes sirven estos. Basso (1970) ya abordó
el estereotipo del «indio silencioso» en su estudio entre los apaches, y Scollon (1984,
citado en Montoya 2000) muestra cómo la «poca iniciativa de los nativos para
introducirse a un tema y por hacer pausas más largas en las charlas», les ha merecido
la atribución de cualidades como «pasivos, hoscos, retraídos, no cooperativos,
perezosos y estúpidos». No debe sorprendernos, pues, que los mayas peninsulares hayan
sido blancos de los mismos estereotipos y las atribuciones negativas que les han asignado a otros
pueblos originarios.
Aunque ha sido poco tratado como objeto de estudio en las ciencias sociales, ahora se reconoce que
el silencio entre los pueblos indígenas tiene diversos matices. Retomando a De Sousa, Montoya
(2000: 271) señala que esto se debe a cuatro razones: (1) porque constituye una
amenaza a las fronteras científicas aceptadas y a los métodos establecidos en la
investigación social; (2) porque los científicos sociales tienden a sentir
más confianza especulando con palabras que especulando con el silencio; (3) porque
no se ha demostrado la utilidad de los estudios del silencio y no va a ser así hasta que se
comience a decodificar los ritmos del silencio en las diferentes sociedades; (4) porque la
civilización occidental es parcial contra el silencio y esto afecta las preferencias y
capacidades de la comunidad científica. Por todas estas razones, Montoya (2000: 266)
señala que el silencio puede resultar del silenciamiento, pero también puede formar
parte de una estrategia liberadora.
En este artículo analizo el silencio desde sus aspectos liberadores y como una de las
estrategias autonómicas del pueblo maya, sin ignorar su carácter multifacético.
Coincido plenamente con Ferguson (2003) en que en las ciencias sociales el silencio es generalmente
considerado como una incapacidad para hablar, impuesta a los pueblos sin poder, y coincido
también con él cuando afirma que el reconocimiento del silencio también puede
funcionar como resistencia a la dominación, sobre todo porque abre nuevas e innovadores
posibilidades de análisis.5 Pero lo que considero aún más importante es que
plantea la necesidad de superar el simple dualismo entre sumisión y resistencia, para
considerar también los usos del silencio en la constitución de comunidad. En las
siguientes secciones exploro estos usos del silencio por parte del pueblo maya peninsular. Me
enfoco, en la segunda sección, en las narrativas que niegan las autonomías, presentan
la península como una región donde «no pasa nada» para justificar las
políticas asimilacionistas, y proceden a legislar los derechos de un pueblo maya en silencio.
En la tercera sección contrasto los modos de vida del pueblo maya cuyas autonomías de
autosubsistencia están basadas en sus prácticas cotidianas y de autoconsumo,
así como en la manera en que las políticas asimilacionistas afectan las visiones de
autonomía del pueblo maya. Por último, presento algunas reflexiones finales y
recomendaciones.
Desde que Francisco de Montejo logró establecerse en la península de Yucatán y
declarar conquistado el territorio en 1542, los conquistadores y sus descendientes han utilizado los
discursos oficiales entre sus estrategias de dominación sobre el pueblo maya. Entre estos
discursos está «el mito de la completitud» (Restall 2004: 107) que sigue
funcionando para promover la creencia de que todo el pueblo maya había sido conquistado y
pacificado, aunque nunca fue así. La historiografía reciente muestra cabalmente que el
pueblo maya nunca se sometió en su totalidad, sino que, al contrario, explotó diversas
estrategias a lo largo de los siglos para reproducir su autonomía, su lengua, su cultura y
sus tradiciones (Wammack y Duarte 2012).
En un importante análisis de la historiografía yucateca del siglo XIX y principios del
siglo XX, Molina (1992: 190) muestra cómo los historiadores yucatecos construyeron una
visión sumamente negativa del pueblo maya, que no sólo justificaba el dominio de los
autodenominados «blancos» sobre los nombrados «indios», sino también
la apropiación de las tierras del pueblo maya por parte de los «blancos». Tanto
Molina como Wammack y Duarte muestran cómo estos discursos, a menudo despectivos y en otros
momentos paternalistas, sirven todavía para negar la vigencia de la autonomía maya y
justificar el actual trato de los pueblos mayas como minorías en constante necesidad de
programas educativos y asistencialistas, y a la vez como «beneficiarios» de estas mismas
políticas. Sean como sean las políticas públicas,6 lo que ha sido una constante
por toda la historia, desde la conquista hasta el presente, es el empleo de las representaciones
negativas del pueblo maya como –ignorantes, menores, incapaces, los sin razón, los
«pobres», etc.–, para construir un problema en la necesidad de una
solución.
Por otra parte, el pueblo maya siempre ha empleado «el silencio» como estrategia
política, ya sea al evitar contacto, retirarse de las negociaciones ante la falta de
cumplimiento de la palabra, etc. Como lo destacó un joven durante una conversación
reciente,7 «no tiene caso hablar con personas que de todas maneras no saben escuchar»,
refiriéndose a las reiteradas visitas de entrevistadores que llegan a su pueblo para hacerle
preguntas a la gente, sin que haya alguna muestra de respeto. Este joven nos remite a Basso (1970:
214), quien advirtió que los etnógrafos y los lingüistas han prestado poca
atención a las interpretaciones culturales de los pueblos indígenas y de esta manera
han contribuido a silenciarlos. Sin embargo, el silencio también posibilita las acciones
cotidianas y, como señala Montoya (2000), socava o imposibilita las relaciones de
dominación. Por su parte, Wagner (2012) afirma que el silencio marca una posición
frente al papel subordinado que, en nuestro caso, la sociedad yucateca y la mexicana le han
intentado imponer históricamente al pueblo maya. La negativa del joven a ser interlocutor con
los entrevistadores es un uso del silencio que, de acuerdo con Gray (2012), expresa solidaridad en
la experiencia compartida, demuestra la disidencia, facilita y regula las acciones y actividades
colectivas.
Durante el gobierno porfirista, una de las estrategias de las elites
políticas y religiosas yucatecas en contra de la autonomía de los pueblos mayas, y con
fines asimilacionistas, fue el uso de la educación religiosa y secular, que impulsaron con el
establecimiento de escuelas hasta en los rincones más apartados de la península
(Sullivan 1991, Savarino 1997), para facilitar la penetración del capitalismo. No fueron del
todo bienvenidas las escuelas, por lo cual, en el oriente de la península, en 1936, el
Ejército federal amenazaba con recurrir a la fuerza, si fuera necesario, «para
asegurase de que aceptaran las escuelas federales» a partir de la fecha dictada (Sullivan
1991: 110). La oposición a las escuelas fue en gran parte por la imposición de
maestros mexicanos que sólo enseñaron en español, no por la enseñanza
per se, pues ya hacía tiempo que las autoridades mayas enseñaban «a algunos
niños a leer y a escribir en maya yucateco, para permitir la continuidad de esa aptitud tan
esencial para los gobernantes mayas» (Sullivan 1991: 107). En otras partes de la
península, las escuelas rurales tenían mayor aceptación, a pesar de promover la
aculturación8 y sustituir la lengua materna por el español, tal como me platicó
mi padre su experiencia escolar a principios del siglo XX, en mi pueblo natal, en el noroeste del
estado: «Cuando estudiaba, habían dos turnos, por la mañana y por la
tarde… La educación no era como ahora, pues había que trabajar y estudiar en
español… Estudiar hasta el segundo grado, era como estudiar el sexto
ahora…»
Las pretensiones de aculturación y la sustitución de la lengua materna por el
español seguían viento en popa casi 70 años después; así lo pude
constatar cuando participé en una investigación de campo acerca de la educación
indígena en el oriente del estado de Yucatán, a principios de la década de
1980. Observar una clase de educación bilingüe en ese entonces era reconocer la
creatividad de los promotores, hablantes nativos de la lengua maya, con el español como
segunda lengua. Ellos se encargaban de la educación escolar de los niños, sin contar
con libros en lengua maya. Para dar sus clases, los promotores se enfrentaban a dos
obstáculos: primero, tenían que leer en español su material de
enseñanza, para luego explicar en maya la lección de cada día; segundo,
tenían que impartir lecciones que estaban basadas en situaciones que no tenían ninguna
relación con la cultura maya y, por lo tanto, no contaban con referentes para comprender bien
las lecciones, ni para explicarlas adecuadamente a los alumnos.
Desde entonces, he seguido de cerca el proceso que conlleva la educación escolar
bilingüe, como una de las políticas más fuertes de asimilación. En efecto,
las políticas educativas y sus pretensiones asimilacionistas no han cambiado sustancialmente
desde finales del siglo XIX, a pesar de los diferentes discursos empleados: como el discurso de la
modernización desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX; el discurso del
desarrollo promovido por la ONU desde 1949 hasta finales de la guerra fría (Wammack y Duarte
2010: 29); y el discurso «intercultural» en la actual época de la
globalización, que marca el retorno de los mayas en los discursos públicos y sobre
todo políticos. Pero el retorno de los mayas a los discursos públicos y
políticos ha sido en dos formas: como mercantilización de su cultura y, tal como
Castellanos lo muestra, como parte de un «proceso civilizador» para transformar al
campesinado en un conjunto de sujetos «capaces de satisfacer las demandas del capitalismo
global» (2010: 61), principalmente como mano de obra en la industria del turismo peninsular y
consumidores a la vez. Así que, a pesar de las buenas intenciones de las políticas
educativas y de las autoridades y los maestros involucrados, la educación escolar ha tenido
el efecto de socavar la cultura de los pueblos mayas y sustituir sus autonomías por modos de
vida dependientes e integrados al mercado.
Pero las políticas de asimilación no solamente funcionan a través de la
educación escolar, pues en la actual época de la globalización están
complementadas por políticas públicas, que incluyen apoyos económicos, como el
PROCAMPO para realizar las labores de la milpa, así como las transferencias económicas
condicionadas a resultados positivos en salud, educación y alimentación (como el
programa Oportunidades). Tal como me lo platicó un abuelo:
Ahora los gobiernos están dando dinero para que los campesinos realicemos nuestras milpas,
pero los montes que nos quedan ya están cansados… los jóvenes ya no quieren
trabajar la milpa… Además, lo que producimos lo compran barato y venden caro, por eso
los jóvenes mejor se van a trabajar a Playa del Carmen, en Quintana Roo y compran lo que se
necesita para comer y vestir.
Como se puede percibir en este fragmento de la conversación, siguen intentando desmantelar
las bases de la autonomía en los pueblos mayas, a través de las múltiples
estrategias asimilacionistas e integracionistas emprendidas en Yucatán desde finales del
siglo XIX y principios del XX, pero también a través de la colonización de sus
tierras para la agricultura intensiva, la ganadería, la explotación de los recursos
forestales y, desde la década de 1970, el desarrollo de la industria del turismo (Wammack y
Duarte 2012: 190).
Sin embargo, si suponemos que todos han caído en la trampa, estaríamos equivocados,
pues la población más joven no se deja engañar tan fácilmente:
Parece que los que históricamente han intentado controlar nuestras vidas, tienen miedo de
reconocer nuestro derecho a la libre determinación y autonomía, pues siempre piensan
que podemos hacer revueltas… No sabemos qué tienen en la cabeza (Rosa, trabaja en un
hotel en Playa del Carmen, Q. Roo).
Lo que nunca van a entender, porque tampoco les interesa, es que nosotros no sólo vivimos de
lo que ellos nos quieren dar, sino que también pensamos, sentimos, sabemos y vivimos a
diario... (Paula, estudiante de la licenciatura en Lingüística y Cultura Maya).
Si en verdad quieren cambiar, los políticos deberían dejarnos vivir y dedicarse a
trabajar otros asuntos de interés para la sociedad (José, trabajador de la milpa y
exmigrante, ayudante de jardinería en Playa del Carmen, Q. Roo).
Siempre pienso que a los políticos sólo les importan sus beneficios, porque para ellos
no somos nadie (Flor, ayudante de cocina en un hotel de Playa del Carmen, Q. Roo).
Estos fragmentos de conversaciones muestran por qué tantas personas del campo, y de todas las
edades, dicen con tanta facilidad: «para el gobierno mix máak’oon»
(no somos nadie, somos los invisibles, etc.). A pesar de que estos jóvenes trabajan dentro de
las estructuras del sistema económico vigente, no han perdido su cultura ni sus visiones de
autonomía; trabajan no sólo para sobrevivir y consumir, sino para lograr que sean cada
vez más exitosas las fiestas de los Santos Patronos de sus pueblos, las ceremonias familiares
y, en muchos casos, sus milpas y sus ranchos. Esto nos lleva a reconocer la capacidad del pueblo
maya para construir nuevas relaciones con la sociedad, y también su disposición de
tejer nuevas redes interculturales.
C. EL PUEBLO MAYA ANTE LA ELABORACIÓN DE LA LEY MAYA
Tenemos 500 años resistiendo el yugo
y todavía ustedes nos ven como si fuéramos retrasados mentales,
como niños que no podemos caminar, que no podemos llevar nuestro proyecto.
¿Por qué nos quieren diseñar programas detrás de un escritorio
y nunca van a pedirnos nuestra opinión?
Faustino Santiago, indígena mixteco, frente a los Senadores de la República el
25 de julio del 2001 (citado en López 2002)
Cuando en 2005 les preguntaba a los jóvenes, adultos y abuelos si sabían que se estaba
elaborando una nueva legislación en defensa de sus derechos, ellos simplemente dijeron:
«nadie nos preguntó a nosotros». Este fue el contexto del silencio y la
apatía que el pueblo maya guardó durante el proceso de aprobación de la Ley
Maya en 2011 y su entrada en vigor en 2012. Desde luego, la reforma constitucional en materia de
derechos indígenas en los tres estados peninsulares no fue por iniciativa del pueblo maya, ni
por el gusto de las elites peninsulares, sino por mandato del Convenio 169 sobre Pueblos
Indígenas y Tribales en Países Independientes, adoptado por la Conferencia
Internacional del Trabajo de la OIT en junio de 1989, su ratificación por el Gobierno
Mexicano en 1992, la firma de los Acuerdos de San Andrés Larráinzar entre el gobierno
federal mexicano y el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional en febrero de 1996 y las reformas a la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos en 2001, las cuales delegaron la responsabilidad a
cada estado. Este mandato creó un problema para las elites de los estados peninsulares, el
cual resolvieron cada quien a su manera, en gran parte «detrás de un escritorio»
sin involucrar al pueblo maya, supuesto beneficiario de la legislación.
En Yucatán se realizaron tres «consultas» a marchas forzadas durante las
últimas semanas del plazo de aprobación. Las pocas personas que asistieron a dichas
consultas fueron invitadas y les organizaron el viaje.9 Así lo pude constatar el segundo
día de consulta, en el sur de Estado, donde participé como especialista en los
estudios de la cultura maya. En la Sala se habían reunido aproximadamente 150 personas de los
pueblos cercanos, acompañados por funcionarios. Una vez cumplido el protocolo, a los
asistentes de las poblaciones les entregaron cuatro tacos de cochinita pibil,10
acompañados de una bolsa de jugo, mientras que los funcionarios e invitados especiales se
fueron a un almuerzo en un conocido restaurante de la misma población. De acuerdo con otro
compañero del equipo de investigación, en la primera consulta llevada a cabo en el
oriente del Estado asistieron aproximadamente 200 personas de diferentes poblaciones, movilizadas
por los funcionarios municipales y locales. La tercera reunión se llevó a cabo en la
ciudad de Mérida, con una asistencia de aproximadamente 300 personas, trasladadas de la misma
manera que las anteriores.
Difícilmente se puede declarar legitimado un proceso legislativo con tan poca
participación y en las condiciones en las que se llevaron a cabo estas reuniones. Pero aun
así, el silencio del pueblo maya ante el proceso legislativo ha sido cuestionado: ¿por
qué los pueblos mayas no se involucran en la lucha por la legislación de sus derechos?
Esta es una pregunta que siempre me han hecho y también fue planteada durante una conferencia
magistral acerca de los derechos indígenas en México (Gómez 2010), que
curiosamente fue organizada en la ciudad de Mérida como un gesto a las raíces mayas,
en el marco de la celebración del «Año de la Patria, Bicentenario del inicio de
la Independencia y Centenario de la Revolución», en septiembre de 2010. Ya no nos
debemos sorprender que en 2012, «Año Internacional de la Cultura Maya», los
pueblos mayas siguieran guardando silencio, en medio de un sinnúmero de actividades
celebradas en su nombre, en un festejo que Jaime Novelo, entre otros, describen como la
mercantilización de la cultura11 maya.
Como parte de una investigación colectiva para observar el proceso legislativo durante la
elaboración de la Ley Maya12, entre 2006 y 2010 conversé con jóvenes maya
hablantes de las comunidades rurales del estado y grabé en video y audio sus opiniones acerca
de las diversas propuestas legislativas. Mis principales preocupaciones en estas conversaciones
fueron los derechos a la autonomía, al territorio, a los recursos naturales y a los medios.
Entre las respuestas que me dieron se encuentran las que siguen:
Nacho: –La autonomía es cuando podemos decidir sobre nuestra vida y cómo
vivirla, pero eso ya no es posible si tienes que trabajar en los hoteles o comercios en
Mérida o en la Riviera Maya. Todavía como albañil se puede decidir si quieres
ir a trabajar o no.
Beto: –Yo soy agrónomo, pero en vez de trabajar como agrónomo, yo estoy
trabajando en mi pueblo, por los derechos de mi pueblo y nuestra cultura, pues como agrónomo
no se puede.
Lupe: –La autonomía es como vive uno cada día, cuando puedes decidir lo que
quieres hacer, yo soy promotora cultural y ¿las leyes? Ni las autoridades las cumplen.
Juan: –La autonomía de nosotros en el pueblo no les interesa a los políticos.
María: –Creo que está bien que hagan algo acerca de las leyes y que lo cumplan,
pero la autonomía es la libertad por la que trabajamos todos los días.
Juana: –Yo no entiendo qué es autonomía, pues yo vivo como pueda; con mi familia
decidimos siempre qué hacer.
Estas y otras expectativas expresadas durante nuestras conversaciones son bastante
heterogéneas, pero todas coinciden al expresar sus preocupaciones acerca de los derechos a la
libre determinación, al ejercicio de su autonomía y al disfrute del territorio
–derechos que no están considerados en la actual Ley Maya–. Esta ley,
además de ignorar todos estos reclamos y recomendaciones del pueblo maya y las organizaciones
internacionales,13 se limita a crear una figura jurídica «opcional» del
«Juez Maya» para la resolución de conflictos internos, a redefinir al pueblo maya
yucateco como «las minorías mayas» y declarar que son «más bien
mestizos» (H. Congreso del Estado de Yucatán, 2011: 3-6), en contraste a los mayas de
Campeche y Quintana Roo. Dicho de otra manera, en lugar de garantizar los derechos del pueblo maya a
la libre determinación, autonomía, y territorio, la Ley Maya entrega la
«comunidad maya» al Instituto para el Desarrollo de la Cultura Maya del Estado de
Yucatán (INDEMAYA) para su administración, preservación y desarrollo (ibid:
18-21).
Ahora bien, es de suma importancia preguntarnos si esta nueva Ley Maya no es simplemente un
mecanismo más del neocolonialismo. Por un lado, no garantiza la libertad de los pueblos mayas
para decidir sus formas internas de convivencia, organización social, económica,
política y cultural, tal como está estipulado en la Constitución nacional. Por
otro lado, corre el riesgo de consagrar, tanto el cliché del mestizaje en general, como el
esquema del «mestizo» que se ha vuelto una masa nacional que oculta a los
indígenas (Martínez 2007: 156). Asimismo, en un importante estudio acerca de la
autonomía como paradigma, Burguete (2009: 86) argumenta que el reconocimiento multicultural
de los reclamos por la autodeterminación la han usado los estados de la República
mexicana como un recurso para «rearticular su hegemonía y administrar la
diversidad», y de esta manera crear una especie de «gobernabilidad multicultural».
En este sentido, el estado yucateco suele pedir la colaboración de algunos intelectuales
mayas con formación académica para que participen en la gobernabilidad multicultural,
pero al mismo tiempo limita su participación para que sirva a los intereses del estado, no a
los intereses del pueblo maya.
Por ejemplo, buscaron expertos en lingüística maya para hacer la traducción de la
Ley
General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas al idioma maya yucateco
(Briceño 2004). Sin embargo, al platicar acerca de esta traducción con María,
una joven maya hablante que trabaja como promotora comunitaria, comentó lo siguiente:
¿Qué relación tiene la traducción de esta ley con nuestras expectativas
y deseos como parte del pueblo maya? […] cuando presenté este libro en las escuelas
con educación bilingüe, algunos niños me preguntaron, ¿a quién le
interesa leer maya?, pues yo quiero aprender español». Para María, su
experiencia acerca de los eventos académicos y políticos, donde siempre se dice que a
los Mayas hay que enseñarles las leyes para que conozcan sus derechos y para que los puedan
exigir, ella se pregunta: «¿a quién le vamos a exigir?
Durante la elaboración de la Ley Maya se insistió en que el tema de la autonomía no
es relevante en el estado, como ya he señalado, pero los que hablamos maya y estamos cerca del
pueblo, escuchamos otra historia, en la que las visiones de autonomía siguen vigentes. Sin
embargo, estas visiones no tratan de autonomías formales con sus propios gobiernos, ni de
sistemas de soberanía, sino de autonomías de autosubsistencia vinculadas a otra manera de
ver el mundo, tal como se destaca en las palabras de un abuelo. Después de un largo suspiro y un
buen rato mirando al cielo, predijo: «te digo que... llegará el día en que el rey de
los pobres de Cobá gane la guerra contra el rey de los ricos de Chichén
Itzá».14
Parafraseando a De Sousa (2010), sugiero que esta y muchas otras profecías mayas son expresiones
de lo que él llama «un sentimiento de urgencia» ante el inminente colapso del mundo
que conocemos. Tanto De Sousa como los abuelos, cuyas entrevistas en lengua maya grabé en video y
audio, coinciden en advertir que los efectos de la crisis del sistema político económico
actual son cada vez menos tolerables. Sin embargo, mientras que las profecías de nuestros abuelos
prevén el colapso del sistema debido a los conflictos entre los mismos poderíos que lo han
impuesto, De Sousa considera necesario, primero, construir un mundo diferente para dar cabida a un mundo
en el que la diversidad y la autonomía fueran posibles.
Estas visiones parten de concepciones de autonomía que son fundamentalmente distintas, pues a
pesar de que De Sousa y los abuelos coinciden en la «no» sustentabilidad del actual sistema
geopolítico, De Sousa habla desde ese sistema que siempre ha excluido la diversidad,
mientras que los abuelos hablan desde la diversidad que aquel sistema ha intentado excluir y
desde las autonomías que el mismo sistema siempre ha negado. Dicho de otra manera, los
abuelos, que cito en este artículo hablan desde un mundo que ni la conquista ni la
pacificación ni la colonización ni el paternalismo ni el neoliberalismo ni el mercado
libre han podido eliminar, tal como lo han señalado Wammack y Duarte (2012), entre otros autores.
La autonomía del pueblo maya yucateco se expresa hoy en día en un «sustrato
común», lo que les permite comunicarse e identificarse en cualquier lugar de la
península, el Petén y partes de Belice y Chiapas. Este sustrato común está
compuesto por la lengua, la cultura, los rituales, así como la organización social y
política (Villalobos 2006). Pero también forman parte de este sustrato común las
actividades de autoconsumo, basado en la milpa, la caza, la recolección y la comida, las cuales
lo sustentan, y esto permite a cada grupo doméstico una gran movilidad y autonomía
(Wammack y Duarte 2012: 191-192).
No se trata solamente de una autonomía basada en principios igualitarios, participativos,
autogestivos y colectivos, como la define López y Rivas (2005), sino de «autonomías
de autosubsistencia» que consisten en modos de vivir en que se aglutinan múltiples
actividades cotidianas, desde el trabajo de milpero y la preparación de las tortillas hasta la
emigración a otros centros de trabajo (Wammack y Duarte 2012: 191-192). Al contrario de lo que
plantea Aparicio (2009), la autonomía maya no es únicamente una forma de
organización al margen, o parcialmente al margen de los esquemas de la sociedad dominante, sino
también permea a estos mismos esquemas. Por ello, «el silencio» ha funcionado como
una de las más importantes prácticas autonómicas y también como estrategia
política ancestral, pero actual a la vez, ya que no es necesario anunciar la autonomía,
sino practicarla. Por lo tanto, la defensa del territorio ha sido una contante en la vida del pueblo
maya, incluso durante el gobierno de Felipe Carrillo Puerto y el cardenismo.1 Por ello, el pueblo maya
ha roto el silencio una y otra vez, manifestándose contra las violaciones de sus derechos y los
despojos de sus tierras hasta al menos en la década de 1970.
Los pueblos mayas han emprendido, desde siempre, una serie de prácticas organizativas y de
autoconsumo que les han permitido reproducir sus modos de vida de manera autónoma, ya sea como
grupo doméstico, comunidad o pueblo. Estas prácticas autonómicas siempre han dado
la fortaleza a los pueblos mayas para resistir la negación y la invisibilización, y han
mostrado una clara capacidad para mantener y fortalecer su identidad cultural. Las visiones de
autonomía que actualmente comparten se basan tanto en la lengua maya como en las actividades
productivas tradicionales y no tradicionales. Actualmente más de 50% del pueblo maya aún
usa su lengua materna, la maya yucateca, para comunicarse cotidianamente, y por ello el número de
maya hablantes es el segunda después del náhuatl.
Las visiones de autonomía tienen sus bases propias, pues aun en el siglo XXI, más de
100,000 milperos mayas en la península se dedicaban a la milpa tradicional en 2006, con
más de 300,000 hectáreas en cultivo. Los pueblos mayas desempeñan una gran
diversidad de actividades: albañiles, estudiantes, profesionistas, pequeños y grandes
empresarios, artistas, músicos, médicos, parteras, constructores e ingenieros, profesores
y maestros, curanderos, j’meno’ob,15 políticos, obreros, artesanos,
escritores, poetas, apicultores, ganaderos y agricultores, entre otros (Wammack y Duarte 2010:
21).
La vida cotidiana de los pueblos mayas está encaminada a ejercer el derecho de ser y hacer,
más allá de normas y reglas impuestas por la sociedad, ya sea colonial, moderna o global.
Se trata de su quehacer cotidiano por su reconocimiento como diferencia y su diversidad, pues el
reconocimiento de los pueblos mayas actuales y su resistencia «no es para entronizarlo ni para
totalizarlo», es simplemente para asumir su vigencia (Martínez 2007: 162). Reconocer las
diferencias de los pueblos mayas es permitir que seamos libres para decidir nuestras propias formas de
organización social y política, con una capacidad productiva con y a pesar de otras
maneras de organización social y política de la sociedad en general.
Las relaciones interculturales dependen de la voluntad de todos los sujetos que se constituyen en cada
cultura para poder interaccionar, y no solo de los instrumentos creados para ello (Pérez y
Argueta 2011). Es necesario también asumir que el pueblo maya es heterogéneo, como
cualquier otro pueblo. Caracterizar a los mayas como débiles, pobres o ignorantes debido a sus
diferencias en sus modos de vida, y legislar sobre una «igualdad» no significa que vayan a
superarse las diferencias y mucho menos que se vaya a construir una estructura para una relación
intercultural.
Las autonomías de autosubsistencia se construyen con el paso del tiempo y se nutren de las
prácticas de los sujetos autonómicos que se constituyen para garantizar la continuidad de
dichas prácticas. Es así que, ante la falta de voluntad política de los Estados, de
la sociedad mexicana y de la yucateca en particular, una importante parte del quehacer de los pueblos
mayas para mantener su autonomía es a través del silencio, tal como indican los abuelos:
aquí nadie nos va a venir a decir lo que tenemos que hacer, pues nosotros estamos acostumbrados a
decidir lo que nos conviene, sin poner en riesgo a nuestras familias y a nuestra población.
hace más de dos siglos que se acabó nuestra disposición a dialogar, pues aprendimos
que siempre prometen y ya sabemos por siglos que nunca cumplen.
Los programas de apoyo que lleguen, bienvenidos, pues es la obligación de los gobiernos mantener
la paz social frente a la guerra que nos han declarado desde hace más de dos siglos, con los
reiterados despojos de nuestros propios recursos para producir nuestros alimentos.
Una lectura hecha desde la diferencia nos lleva a reconocer que la tolerancia, la paciencia, la
observación y el silencio han sido las principales armas del pueblo maya a lo largo de la
historia. Y mientras que para algunos estudiosos el empleo de estas armas, que no caben
fácilmente en el paradigma de los movimientos sociales, es entendida solo como muestra de
debilidad y de una falta o la ausencia de demandas, el pueblo maya sigue utilizando el silencio para
expresar su posición frente al incumplimiento de la palabra y en defensa de su autonomía.
En este artículo he argumentado que el silencio ha sido una de las
principales estrategias de vida del pueblo maya yucateco, y que esta no sólo ha contribuido a
la permanencia de la autonomía maya hasta nuestros días, sino que también
explica, en gran parte, la falta de participación del pueblo maya en el proceso legislativo,
que ostensiblemente fue dirigido a la protección de los derechos mayas en el estado de
Yucatán. En el artículo me basé, en parte, en las conversaciones que he tenido
con abuelos y jóvenes mayahablantes, y propuse que sus profecías, percepciones y
prácticas cotidianas contribuyen a la resistencia de la cultura, frente a las
políticas colonialistas y neocolonialistas.
La segunda parte del artículo examina cómo fue construida la visión negativa de
los pueblos mayas de Yucatán y quiénes participaron en ella. Desde esta visión,
las elites yucatecas, apoyadas por el aparato intelectual, han sustentado las políticas
asimilacionistas y han pretendido silenciar a los pueblos mayas e invisibilizar sus modos de vida y
sus autonomías. La cultura de los pueblos mayas tiene una base en las autonomías de
autosubsistencia, lo que se sustenta en el substrato de la lengua, la cultura, los rituales, la
organización social y política, así como en las prácticas de
subsistencia como la milpa, la caza y los animales domésticos.
He puesto especial atención en cómo y cuáles son las actuales prácticas
que sustentan a las autonomías de autosubsistencia y las visiones que los pueblos mayas
tienen de su autonomía. La persistencia de actitudes, símbolos y recuerdos en las
manifestaciones populares no son residuos ancestrales, como se cree en la sociedad yucateca, sino
una manera de ser que se renueva en el espíritu vivo de la cultura, en la tradición y
en el cambio comunitario para enseñar que el progreso económico, al precio de la
destrucción humana y planetaria, no tiene por qué ser el destino único y fatal
(Martínez 2007: 150).
La principal preocupación que históricamente ha sido planteada por el Estado es la
necesidad de integrar a los pueblos mayas a la nación, originalmente concebida como
monocultural y ahora como pluricultural, pero sin el derecho a la autonomía. Hoy en
día, el Estado está procurando acabar con las autonomías de autosubsistencia, a
través de prácticas de mercado (neoliberales) apoyadas en una ideología de
«igualdad», materializándose en la vida cotidiana como discriminación, tal
como señala Ayala (1995). El Estado también propone que haya una relación
intercultural, pero sobre la base de la discriminación, la negación de la libre
determinación y la negación al derecho a la autonomía.
Finalmente argumento que la histórica falta de voluntad del Estado para cambiar sus
relaciones con el pueblo maya ha llevado al pueblo a utilizar el silencio para posicionarse ante la
negación de sus derechos y la negación a decidir sus propias políticas de
desarrollo, sus formas de vida, y su organización social y cultural basada en sus propios
modos de vida.
Con base en los argumentos desarrollados a lo largo de este artículo propongo que:
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