JUVENTUD MIGRANTE DEL SUR. APUNTES PARA SU CONSTRUCCIÓN CONCEPTUAL

NOTES FOR THE CONSTRUCTION OF THE CONCEPT OF MIGRANT YOUTH FROM THE SOUTH

Iván Francisco Porraz Gómez
Programa de Becas Posdoctorales en la UNAM, Becario del CIMSUR-UNAM
Recepción: 07 de septiembre de 2015 Aprobación: 04 de octubre de 2015 Publicación: 01 de diciembre de 2015

RESUMEN:La migración de la población joven en la actualidad implica dinámicas y problemáticas particulares que deben ponerse a la vista para ayudarnos a entender dicho fenómeno. El análisis de la juventud migrante del sur impone la necesidad de replantearse algunas aproximaciones a su estatuto conceptual. En particular, se enfatiza que casi todas las investigaciones asumieron al migrante como un sujeto homogéneo, dotado, eso sí, de las condiciones físicas para su incursión en un mercado laboral no propio de su país, lo que supuso que mayormente fueran migrantes de edad adulta y jóvenes «maduros», como ocurrió durante muchos años de experiencia migratoria en México.

PALABRAS CLAVE: migración juvenil, espacio rural, multicausalidad de fenómenos.

ABSTRACT: The current migration of youth implies specific dynamics and issues that must be evidenced in order to contribute towards an understanding of this phenomenon. An analysis of youth migrating from the south demands a reformulation of some approaches to how this notion is constructed conceptually. In particular, it should be highlighted that most pieces of research assumed migrants as a homogeneous subject, endowed of course with the physical conditions to join a labor market outside their country. The assumption was that the majority of migrants were adults and «mature» youth, as occurred for many years during the migration experience in Mexico.

KEY WORDS: youth migration, rural areas, multicausal phenomena.

 

Introducción


La inmigración es algo muy favorable. Imagine un obrero de origen senegalés: por un lado participa de la vida francesa; por otro, no forma parte de la antigua historia de la nacionalidad. Son europeos, europeos nuevos, un poco como los inmigrantes que hicieron los Estados Unidos o la Argentina (Alain Badiou 2003).

En el mundo contemporáneo, como señalan Hopenhayn y Morán (2007), «resuena el oleaje de las migraciones de jóvenes» y ello altera los enfoques y construcciones conceptuales que daban cuenta de cierta «normalidad» en la relación entre migración y familia. La migración de la población joven implica dinámicas y problemáticas particulares que deben ser puestas en evidencia para ayudarnos a entender dicho fenómeno en la actualidad.

El siguiente artículo2 es una reflexión sobre la juventud migrante del sur y la necesidad de replantearse algunas aproximaciones a su estatuto conceptual. En particular, enfatizamos que la mayor parte de las investigaciones asumió al sujeto migrante como un sujeto homogéneo, dotado, eso sí, de las condiciones físicas para su incursión en un mercado laboral no propio de su país, lo que supuso que mayormente eran migrantes de edad adulta y jóvenes «maduros», como ocurrió durante muchos años de experiencia migratoria en México.

La estructura expositiva registra en el primer apartado la perspectiva general acerca de la juventud migrante, es decir, se muestran los primeros intentos de visibilizar a los jóvenes migrantes que inicia desde la Escuela de Chicago hasta los recientes estudios sobre la segunda generación y los llamados Dreamers. Enseguida señalo algunas líneas abiertas de reflexión sobre la juventud migrante del sur de México en el espacio de recepción, es decir en Estados Unidos. Posteriormente se abordan algunas dimensiones que permiten hablar de abrir el abanico de los estudios de los migrantes del sur, especialmente de los jóvenes rurales. Finalmente, reflexiono sobre algunas directrices que están ampliando la perspectiva teórica del estudio de los jóvenes migrantes.

PRIMERAS APROXIMACIONES A LA JUVENTUD MIGRANTE

Siguiendo la trayectoria histórica y contemporánea del fenómeno migratorio y su interpretación conceptual, se puede registrar a la Escuela de Chicago3 que hizo del fenómeno migratorio un campo de investigaciones contextualizadas por los procesos de industrialización que tenían lugar en el norte de Estados Unidos, procesos que fueron centro de atracción de migrantes provenientes del sur de ese país y de otros continentes, abriendo un abanico de problemas ligados a la inmigración, como la pobreza y los problemas raciales y étnicos (Ribas 2004:23).

Para Ribas, la Escuela de Chicago es pionera en los estudios sobre la migración y marca los ejes de atención de las investigaciones realizadas en los países del Norte. Destaca, desde esta Escuela, el inicio de los estudios de las migraciones y las relaciones étnicas, así como los dos grandes cambios en su abordaje: el desplazamiento de la «raza» hacia la «cultura» y el interés por los rasgos interculturales existentes entre los grupos. Desde este marco interpretativo, indica la autora, la Escuela de Chicago sentó las bases para los enfoques dinámicos de la transformación de las culturas llamadas tradicionales y permitió tratar el grupo étnico como una variable que interviene en un continuo proceso de negociación entre varios grupos; proceso analizado desde una perspectiva interaccionista, que permite reconocer la importancia de las dimensiones simbólicas y subjetivas en las relaciones interétnicas (Ribas 2004:27-28). En suma, la armadura central de los estudios privilegiados, fueron:

El futuro de los inmigrantes, las relaciones entre grupos étnicos y raciales, su inscripción en la ciudad y su asimilación a la sociedad norteamericana […]. En el período que va de 1914 a 1932 se produjeron 42 tesis relacionadas con estas materias, inscritas en el departamento de sociología» (Ribas 2004:29).

En el marco de este enfoque, en atención al campo sociocultural, y en una escala más amplia que involucra a las sociedades del Norte, las dimensiones de la raza y de las relaciones interétnicas, se acuerpan en las dos tradiciones sociológicas de la migración: Race Relations, que aborda los temas referidos a la amplitud, efectos del racismo, la discriminación, y la lucha política contra ambos en el Reino Unido y Estados Unidos, y la sociología de las migraciones, con un campo amplio de temáticas, en Francia4.

A principios de los años ochenta, una derivación de estas corrientes resultó ser la orientación analítica hacia el ámbito familiar y poco a poco hacia la juventud crecida en los países receptores de migrantes, es decir, un sector ¿demográfico? producto de la inmigración tanto en Estados Unidos como en Europa. Nuevamente Ribas dice que a partir de la década de los noventa la estigmatización de los jóvenes surgidos de la inmigración sale a la luz a través de testimonios individuales en la prensa y se expresa progresivamente bajo la expresión «discriminación en la contratación», que afecta a los jóvenes que acumulan estigmas: hijos de inmigrados, de obreros, hijos de colonización-descolonización, hijos de musulmanes o habitantes de «ciudades-gueto»(2004:138).

Esta generación de jóvenes, que se ha llamado «Segunda Generación de Inmigrantes», mostró una mayor complejidad de la inmigración visible en la diversidad del sujeto migrante; en la arena pública hacen acto de presencia activa al protestar por mejores oportunidades en los países receptores, por ejemplo los mexicanos en EU o los musulmanes y sudamericanos en Europa, entre muchos otros. Sin embargo, les ha tocado padecer más los infortunios de la precariedad laboral pero también del estigma por el hecho de ser hijos de inmigrantes. Por tanto, la experiencia acumulada de la primera generación de los inmigrantes adultos resulta trascendental para el presente inmediato de sus hijas e hijos5.

Esta segunda generación parecía haber tenido la satisfacción de nacer y crecer en los países de acogida, sin embargo, con las fuertes restricciones migratorias de los países receptores, el sentido de la no pertenencia y la discriminación se impone con tensiones significativas en la sociedad local. En este sentido Portes y Rumbaut refieren:

Una mayoría de los jóvenes de la segunda generación aseguran sentirse discriminados en la escuela y otros ámbitos. La principal fuente de discriminación se halla en los compañeros de estudios, los profesores y los vecinos de raza blanca. Pero también en este punto se da una considerable variabilidad entre nacionalidades (2009:66).

Otra forma de discriminación en la sociedad receptora son los señalamientos de las diferencias físicas con respecto a los blancos, ya que según estos autores supone un obstáculo en la senda ocupacional y de adaptación social diferente a la población negra y latina. En años recientes un grupo que ha estado visible en el debate tanto político como académico dentro de los estudios de la juventud migrante, han sido los llamados dreamers, una población que ha llegado en las últimas décadas a EU y que representan 2.1 millones de personas; estos jóvenes que llegaron siendo niños, crecieron y se formaron en la cultura norteamericana, por lo que buscan beneficiarse de la aprobación de la ley denominada DreamAct6 (por sus siglas en inglés).

Desde este marco es posible ponderar y evaluar que se necesita mayor producción conceptual, ya no sólo de la migración internacional que hoy se reconoce como multicausal, sino también los actores centrales que en este momento constituyen la gran mayoría de población en la sociedad tanto de origen como receptora: la juventud migrante. Numerosos investigaciones han reconocido que la migración es una práctica que la realizan fundamentalmente los jóvenes, un reconocimiento avalado por las cifras nacionales, que proyecta un decrecimiento sostenido de población joven en el país. Si ello es así, la comprensión analítica de esta relación debe transcender el diagnóstico y alcanzar una explicación y comprensión integral, sustentada en una construcción conceptual y metodológica propia.

Las primeras interrogantes que surgen y nos llevan a incursionar en este desafío tienen que ver con la complejidad de los problemas que plantea dicha relación en el contexto contemporáneo. Las preocupaciones en torno a esta relación son diversas, y se expresan, por ejemplo, a través de los datos estadísticos y proyecciones de CONAPO para los años 2000, 2005 y 2014; en estas se muestra que el número de jóvenes que salieron de México cada año fue de 220 mil, cifra que representa 38 por ciento del total de la migración internacional del país.7

Las cifras de las dos últimas décadas, tanto en el ámbito mundial como en el regional y nacional, registran el peso significativo que hoy tiene la migración joven; pese a ello, la temática en cuestión se encuentra muy poco explorada convirtiéndose en un campo de investigación emergente y por ende, bastante fecundo para permitirnos una comprensión y reflexión crítica acerca de esta problemática. Se trata entonces de nuevos campos de estudio que obligan a reconsiderar en paralelo los lugares de origen y llegada, las condiciones en las que se emigra o se transita, y por supuesto los impactos que el fenómeno produce en los inmigrantes jóvenes en las sociedades receptoras: la deportación involuntaria y los impactos propios de un retorno voluntario. De nueva cuenta los estudios in situ cobran su importancia, en atención no sólo a condiciones estructurales, sino en términos de las dinámicas sociales, culturas y sus expresiones en acciones, práctica y trayectoria de vida individual y colectiva de los jóvenes migrantes.

Otro elemento a considerar en esta tarea de re-construcción teórica «situada», es, que junto al contexto de la migración contemporánea, «nueva migración», en palabras de Castles y Miller (2004), además de reconocer los alcances y las limitaciones de la teoría8, es la incorporación de la dimensión política en el estudio migratorio, no sólo porque «las migraciones son criaturas de la política» (Davis 1988, citado por Arango 2003:23), sino porque la migración actual, se realiza en circunstancias totalmente distintas a la del siglo pasado. En la actualidad, las migraciones de los jóvenes en condiciones de irregularidad que los ubica en el estatus de «ilegales»«indocumentados»«sin papeles», se encuentran frente a políticas migratorias subsidiarias de «seguridad nacional» definidas por el sentido de la vulnerabilidad y el riesgo. Se está en presencia de procesos migratorios en los que el sujeto migrante entraña el riesgo de ser tratado como «terrorista» o simplemente migrante no deseado por la sociedad de llegada, visible en un lenguaje metafórico y mediático que expresa la «invasión» o la presencia del «enemigo en casa» y, con ello, lograr la legitimidad social de políticas de naturaleza securitaria como el control tecnificado de las fronteras y la penalización de la inmigración irregular, García (2011 y 2014).

Debe reconocerse, en un esfuerzo por recuperar el sentido de las lecciones marxistas, que las principales tensiones entre las teorías que intentan modular el sentido explicativo y comprensivo del fenómeno migratorio, son las mismas tensiones que definen su campo más amplio, como lo es el de la sociedad capitalista mundial o global en sus distintos ámbitos (Appadurai 1996, Wallerstein 2001, Ianni 1998, entre otros). Las concepciones del cambio social, por ejemplo, se trasminan al campo explicativo de las migraciones derivando ciertamente en tensiones particulares, pero éstas tienen su origen en una escala tanto macro como meso y micro. Recuperar este planteamiento que nos sitúa en el campo de la economía y su materialidad vivencial, nos lleva inevitablemente a las concepciones teóricas derivadas de la economía neoclásica y su contrario, la perspectiva histórico-estructural propia de la teoría capitalista crítica, sustentada en la historia y la propia dinámica de mundo hoy globalizado. En suma, en el marco de su particularidad, la migración internacional irregular de los jóvenes comparte estructuras propias de la migración internacional como fenómeno general y ésta a su vez, está modulada por los cambios y las continuidades de orden estructural de la sociedad capitalista global (Ianni 1998).

Castles y Miller (2004) señalan que estamos frente un nuevo mapa mundial de flujos y conexiones totalmente distinto al que prevalecía con anterioridad, entre los que destacan, en los lugares de llegada, el Norte, el modo de valorar a los inmigrantes y el surgimiento y afianzamiento de las políticas restrictivas de ingreso y permanencia, que hoy se incrementan ante la fortaleza de un derecho autoritario que violenta al mismo Estado constitucional liberal-democrático del que suelen ufanarse. A fuerza de los hechos, recupero el planteamiento de Mármora (2003) que indica que la valoración de la migración como tema o problema mundial obedece al doble proceso de «funcionalidad-disfuncionalidad» en el que las migraciones están involucradas9, pero agreguemos para ser más específicos, que obedece a factores propiciatorios externos en que el Estado y el capital transnacional modulan y orientan lo que es propio a la lógica del capital y el mercado, como lo es la liberalización de los factores del capital con excepción de la fuerza de trabajo.

Lo planteado por Mármora, lo traduciríamos en la actuación aparentemente contradictoria de los gobiernos, como lo es el de instaurar políticas que fomentan la permisibilidad laboral irregular y a la vez instauran políticas de detención, deportación, redadas y penalizaciones carcelaria con fines de higiene social (García y Porraz 2009). Siguiendo a Agamben, diríamos que éste es el rostro de la biopolítica particularizada a una masa laboral de inmigrantes; una biopolítica que instaura y practica modos y formas de resarcir las tensiones entre la necesidad manifiesta de fuerza de trabajo y el costo social y político de alojar en sus territorios a esa masa corporal viviente inseparable de la potencia de producir. En concordancia con Valenzuela (2009), son estos jóvenes los que con imaginación y la edad dislocan los muros externos e internos, e incluso las decisiones de deslegitimación absoluta, como han sido las decisiones recientes de políticas migratorias de Estados Unidos para con los migrantes de México y de los países centroamericanos.

Concluimos este apartado con un señalamiento importante para nuestros fines: el migrante fue para la mayor parte de las teorías un sujeto individual homogéneo cuya práctica se torna colectiva. La mayoría de las interpretaciones registraron que los migrantes, en especial los migrantes laborales, eran los que estaban en edad de trabajar, de esta manera se obviaron las diferencias de las personas migrantes; sin embargo, los cambios en el fenómeno migratorio y sus actores visibilizan la importancia cada vez mayor de jóvenes, mujeres, infantes y una porción de éstos, definidos por sus orígenes rurales e indígenas que hizo necesario pensar a los jóvenes migrantes desde sus contextos y sus problemáticas en la actualidad.

LA JUVENTUD DEL SUR QUE EMIGRA AL NORTE:

UN ABANICO QUE SE ABRE Y SE CIERRA

Los desafíos analíticos no son problemas menores, y como señalamos en el primer parágrafo, aquí también nos enfrentamos con el problema de la nominación, de la clasificación, de los límites o potencialidades de determinados marcos conceptuales y categoriales para desplegar la categoría de juventud como etapa social. La tesis de Valenzuela (2009:19) en el sentido de que la juventud «es un concepto vacío de contenido fuera de su contexto material y sociocultural» es también altamente válida para el caso de la juventud adjetivada: «juventud migrante»«juventud rural migrante»«juventud indígena migrante».10

Los estudios que han colocado a la migración interestatal e internacional, en particular la migración de la población joven11, como otro de los vectores principales en las transformaciones sufridas en el contexto del campo son relevantes para ampliar la categoría de juventud migrante.12 Lourdes Pacheco refiere que a través de la migración «los jóvenes rurales no sólo obtienen dinero, una manera de sobrevivir, sino que el tránsito desde lugares rurales a otros lugares rurales de mayor desarrollo, o hacia centros urbanos dentro o fuera del país, los convierte en migrantes de estructuras sociales homogéneas a estructuras sociales diferentes. Es ese paso el que convierte a las migraciones en una fuente de expectativas y comparaciones entre formas de vida diferentes»(2009:57). La autora apunta a una restructuración de las relaciones en el campo o la gestación de una nueva ruralidad en el país y el papel que en ella ocupan los jóvenes rurales migrantes, mestizos e indígenas; observa que una de las particularidades de ser joven rural en la actualidad es «asumir la aventura de la migración» a fin de concretizar «la percepción subjetiva del éxito»(Pacheco 2003)13.

Lo referido anteriormente, nos lleva a un hecho que es importante: el vivir, aunque sea temporalmente, en un país distinto y contrastante al propio en términos culturales, no arroja necesariamente una «crisis» de sentido. Y es quizás esta actitud lo que es propio de los jóvenes migrantes: el gusto por lo nuevo o la novedad y el desafío de experimentarlo, vivirlo, de reelaborarlo estética y discursivamente. Este proceso de interiorización de expresiones y valores externos al mundo social de origen del joven migrante, que no es un proceso lineal ni definitivo, constituye un desafío analítico.

Sabemos que la teoría de raigambre fenomenológica plantea que el «mundo de la vida cotidiana»14 es el espacio donde se construyen los significados; es prácticamente un espacio con un orden, los significados socialmente establecidos se interiorizan por medio de la sociabilidad15, desde donde se visibilizan que los términos de nuestras relaciones sociales están dados por los acuerdos de su aceptación, de donde deriva la tesis de que el significado se construye intersubjetivamente. En este modelo interpretativo en donde la producción de significados, tanto subjetivos como objetivos, se establece con suma claridad, su producción es objetivamente significativa y sus expresiones culturales son compartidas socialmente. Se trata de lo que Schütz (2003) define como la «relación-nosotros», es decir, lo que en antropología se define como una relación cara a cara, una relación en la que más allá de la rutina es posible la construcción de nuevos conocimientos, nuevas experiencias, a través de prácticas de verificación y modulación de las ya existentes.

Sin embargo, la desestabilización de ese «mundo cotidiano» definido por la regularidad y el acuerdo, provocado por los violentos procesos de globalización, trastoca los términos de la construcción de la realidad social, específicamente la construcción de significados generados. Este es el caso de los jóvenes migrantes rurales, indígenas, entre otros, cuyo desafío en la construcción de su realidad social no es ya encarar el tránsito rural-urbano, sino el de construirlo con los materiales que abonan violencia y exclusión social, en un tiempo definido por la contingencia y en un espacio tensado por la homogenización y la fragmentación o crisis de las organizaciones portadoras de orden y sentido.

Es inevitable no reconocer que para los jóvenes migrantes lo que analíticamente se puede identificar como un choque de dos mundos culturales, la experiencia de vivir en la tierra estadounidense, es para ellos prácticamente una aventura, una avidez por «vivir» y «sentir» lo distinto, por desembarazarse de lo coercitivo de su mundo cultural periférico y rural minimizando el reconocimiento de la naturaleza externa, pero también coercitiva y de dominio de la cultura por conocer y por vivir. En sentido estricto, siguiendo las teorías de estirpe fenomenológica, los significados objetivos de la cultura norteamericana son construcciones sociales, son significados o códigos sedimentados, pero abiertos y temporales cuyo aterrizaje implica la acción y la elección, como es propio de toda cultura. Por lo demás, un eje que está presente en esta asunción y decodificación de la cultura, y que es de corte estructuralista, es la fuerza que hoy tiene el mercado, la mercantilización de la vida toda, presente en los nuevos núcleos de experiencia de los sujetos, de los sujetos jóvenes migrantes. Y no es posible obviar este hecho en un país receptor como lo es Estados Unidos.

Este hecho es reconocido en las múltiples pláticas que sostuve con los jóvenes migrantes chiapanecos, en las que afloran frases como «un país chingón», pero también «un país hijo de puta» (en alusión a hechos o situaciones que vivieron y que les violentaron). «Lo que es, es, pero le damos la vuelta o ¿no?», me dijo un joven migrante al referirse a su experiencia cultural en Estados Unidos, aludiendo a hacer «ruido allá», pero también «hacer ruido aquí», sabiendo que allá «yo no dejo huella», pero «acá sí, porque no soy sólo yo, hay otros compas, que estamos queriendo cambiar nuestro mundo, que ya se quedó chiquito». Existe una capacidad de los jóvenes para transformar su universo cultural, su capacidad para interpelar los significados objetivos de las culturas y para construir nuevos objetivos, así sea en su parcialidad, pues involucran relaciones de poder que implican imposición o dominio pero también, aunque en términos hoy reducidos, involucran resistencia, oposición y negociación.

Llegamos al punto crucial de nuestro análisis, centrado en la interrogante de si realmente con los materiales hallados es posible definir analíticamente una trayectoria o experiencia cultural migratoria propia de los jóvenes, si es posible identificar una correlación entre las prescripciones de la cultura «gabacha» y la interiorización o internalización de éstas en las prácticas cotidianas de los jóvenes y sus intereses, con un sentido de relativa regularidad, o como señala Urteaga, como la «cultura que viene» (2011).

Los materiales concretos y abstractos con los que se teje la experiencia migratoria de los jóvenes migrantes en el sur, resulta incompleta, fragmentada, y es visible que no se trata de experiencias o trayectorias homogéneas, pero sí definidas o moduladas por un entorno más amplio que reduce o amplía las alternativas o tomas de decisión. En sentido estricto, la migración como fenómeno social e individual y la experiencia cultural que le es propia es un campo del sentido y de representación social que impide hacer de los hallazgos verdades últimas, pues la producción de sentido es continua e interpretativa. Y ello no inhibe a la representación como productora de sentido de la vida, creadora de realidad social en la que, como ya se señaló, pesan las estructuras sociales y culturales que heredamos de quienes nos han antecedido en el mundo social (Schütz 2003:90), pero en las que pesan también las acciones de la realidad social del día a día que modifica o reelabora la cotidianidad.

Es la naturaleza dinámica y en constante elaboración o reelaboración del sentido y de las representaciones lo que posibilita sostener el registro de una trayectoria cultural migratoria propia de los jóvenes migrantes, en la que se conjugan acción y subjetividad que derivan en una interpretación de su realidad y proyecta un horizonte, quizás una «cultura por venir» que resulta difícil de calificar en el sentido al que están acostumbrados los adultos a calificar las prácticas de los jóvenes.

El sentido de clase pesa en la cultura, sobre todo si pensamos la cultura, no como una cultura única, sino en su configuración parcial, en la que se particularizan distintos universos de significación y de códigos sociales; de ahí las denominaciones de «alta» y «baja» cultura (García y Villafuerte 2014). Desde esa parcialidad, los jóvenes migrantes, trabajadores en los campos o en actividades terciarias de baja retribución salarial, son atraídos por un sistema cultural en el que están imbricados tanto el valor real y simbólico del «billete verde» (dólar), como elementos propios de una cultura hibrida entre lo latino, lo norteño y la diversidad cultural del mundo de la periferia y la marginalidad.

Las relaciones que se establecen con la posesión del «billete verde», como denominan a los dólares estadounidenses, entrañan relaciones de significado con una dimensión simbólica que configura una imagen de mundo o imaginarios de mundo, cuyo núcleo de experiencia es la mercantilización de la vida toda. Se vive con la idea, y se asume como práctica, de que con el «billete verde todo se puede». No obstante, la realidad los coloca en el reconocimiento de la imposibilidad, para ellos, de hacer de este predicado una realidad interiorizada como marco cognitivo relativamente duradero —en términos de práctica cotidiana—.

En las pláticas pareciera que se refieren a un reconocimiento como realidad concreta, vivida momentáneamente en una acción o práctica de «fines de semana», de tiempo libre —tomar la «beer», invitar a una «morra», ir a un concierto, comprarse y lucir un atuendo— y también el reconocimiento de su escasez, de la imposibilidad de su posesión duradera. De ahí la adhesión de representaciones plásticas, móviles y pragmáticas, en atención a márgenes de oportunidad, tiempo y poder.

Es una idea contundente para los jóvenes entrevistados que sus vivencias se hacen visibles en las experiencias de carácter estético en las que se conjugan tanto las normas estereotipadas del mundo global en su afán por definir con sentido biopolítico la experiencia y su sentido, como los elementos o componentes emocionales que proyectan la resistencia o la subversión de los jóvenes, sabiéndose excluidos del orden corporal racionalista. Decíamos que la elección de determinados marcos simbólicos y códigos culturales tiene el sentido de clase. Dejar el típico atuendo del hombre campesino y rural, así sea momentánea o regularmente, por atuendos propios del joven urbano y atuendos «al grito de la moda» o eminentemente subversivos, no cancela la condición de clase; no obstante, dicha condición tampoco cancela ni el proyecto de dominio global que pretende —además de imponer el consumismo— regular las expresiones corporales, ni el proyecto o la acción subversivos de quienes entre el marasmo del mercado y sus prédicas hedonistas y consumistas rehúsan su sometimiento al control o la regulación sistémica, desde donde se construyen los desafíos a las normas establecidas.

El gusto y las sensaciones tan «suyas» por comprar y vestir atuendos tan distintos a los atuendos del lugar de origen, deja de ser una cuestión de simple «mudanza» (poner y quitar) para tornarse en una experiencia estética sentida, interna, productora de subjetividad que apuntala un horizonte de vida distinto al anclaje definido por la globalización y el biopoder y su racionalidad dicotómica cuerpo-mente. Es una experiencia que va más allá de los jóvenes migrantes; asombra su desplazamiento y arraigo entre los miles de jóvenes mexicanos con experiencia migratoria en Estados Unidos.

Sin embargo, el punto tensional —visible en la academia y en la sociedad adulta, en la que se internaliza con fuerza el régimen estético-político del mundo moderno o tradicional— es la evaluación o valoración de si la expresión práctica de dicha mudanza apuntala al cambio y a qué tipo de cambio. Esta tensión o conflicto es la expresión práctica más generalizada y la valoración generalmente tiende a ser negativa, sin espacios para su comprensión más integral, aun cuando se reconozca que es una mudanza generacional y en su particularidad. Se le teme, dicen algunos de ellos, por la conversión real de lo que prefigura el atuendo: la pandilla, el drogadicto o el narcotraficante, esto es, figuras que se mueven en el terreno de lo sancionado y por ello la expansión del miedo de la gente y la estela de estigmas y estereotipos mediáticos que se vierte sobre los jóvenes, induciéndolos en muchos casos a ser lo que no querían ser, amén de la fractura entre los jóvenes y las mediaciones del Estado y sus instituciones.

Valga resaltar que en el país receptor, Estados Unidos, que es el espacio donde se inició la interiorización de elementos culturales, subjetiva y corporal, los impactos son imperceptibles puesto que espacialmente hay fronteras y los migrantes conocen de suyo los espacios en los que pueden externalizar acciones con fines de «distracción», convivencia y rebeldía. Sabemos de casos en los que la incursión de jóvenes migrantes a códigos culturales propios de ciertas adscripciones juveniles ha sido gradual. Por otra parte, en la misma dinámica laboral, salvo en algunos renglones del sector de servicios, el cambio de la indumentaria no se tornó cotidiana, sino circunscrita al tiempo libre; las camisetas con las figuras de los equipos norteamericanos y la mezclilla o dril.

ABRIR EL ABANICO DE LAS JUVENTUDES MIGRANTES EN EL SUR

Existe una necesidad de abrir un abanico de campos temáticos y problemáticos sobre la migración internacional de los jóvenes del sur de México16 y los que transitan por esta región, sobre todo en el contexto de Chiapas, que se incorpora a dicho circuito migratorio hace algunas décadas y está sujeto a las dinámicas de auge y crisis de la economía de Estados Unidos, instituyendo relaciones individuales y colectivas que exteriorizan latentes problemas estructurales y formas inéditas de respuestas ante los desafíos abiertos por la globalización. La investigación sobre los jóvenes rurales o jóvenes indígenas migrantes de las periferias de los países del sur es prácticamente inexistente. Se ha señalado, que en el ámbito rural e indígena el joven era un sujeto inexistente: de la niñez se pasaba a una etapa de compromisos propios de personas adultas. Sin embargo, este hecho ha venido cambiando, los jóvenes existen, ocupan un espacio y son productores de procesos sociales en íntima relación con la formación de la subjetividad y el cuerpo, relaciones abiertas por los procesos de globalización pero también por los actores juveniles. Asimismo, pensar a las juventudes migrantes, posibilita desde los propios migrantes jóvenes, construir las razones de la decisión de emigrar y de sus resultados con el retorno, en términos de la cuantía de remesas y ahorros, y de los logros y fracasos del joven y de éste para con su familia, que es otra arista más que indica la diversidad de la categoría de juventud migrante.

Pensar a los jóvenes, que son potencia y fuerza de trabajo real, desde el sur o en el mismo Norte, es necesario ya que se vienen configurando con nuevos materiales que alteran las prácticas e identidades que les ha particularizado; se construyen desde la contingencia, por ello, la subjetividad juvenil es diversa y diferenciada, en tanto se engarzan de modos múltiples con la estructura social, de la que derivan pautas culturales y simbólicas igual de diversas (Reguillo 2000, Valenzuela 2009, Nateras 2001). Los jóvenes que compartieron sus experiencias conmigo, señalaban que se atrevieron a desafiar a su sociedad, desafío de alguna manera consentida por los padres ante la profunda crisis económica que padecen las familias, y a posponer el ciclo del trabajo en la parcela y el matrimonio, para emigrar a los «estados» tierra de sueños y temores, tal como señala un joven migrante:

«Es cierto lo que estás diciendo, todos aquí se casan muy jóvenes, aunque más jóvenes las mujeres, ya está cambiando eso, pero la regla general es esa, por eso cuando me decís que hay una cultura de jóvenes no te entendía. Pa que te cuento el relajo con lo de irse a trabajar a los estados, pero había ya mucha gente que se habían ido, puro varón, nosotros después del zapatismo se nos calentó la cabeza y nos fuimos. Allá vivimos cosas nuevas, bonitas pero también feas, fue como entrar a las brasas por lo caliente de la vida que es allá, siempre te la estás «jugando» y todo pasa tan rápido, como un relampagón, sí, como eso. Ya te conté mi vida y ya sabes que cuando regresé no traje mucho dinero, aunque mandé remesas poco se hizo con eso, las cosas como dice mi papá, no es como las pintan; sí aprendí, fueron años buenos para mí, y me gustó también disfrutar mis años que son años de joven. Pero pasó, me casé, como no quiero seguir como mi papá, pues me he vuelto a ir, pero la verdad es que cada vez que salgo me pierdo, ya no sé para qué se vive o porque se vive. Y eso que yo tengo algo seguro aquí en la comunidad, imagínate a los compas que se perdieron en el camino y que ahora están perdidos en Tijuana o en los mismos Estados Unidos» (Noviembre de 2013).

Reflexionar sobre ese pequeño espacio temporal y social que les dio la globalización, o que se la expropiaron al desafiar sus reglas para darle contenidos más propios, es un verdadero desafío. Es como caminar a tientas, muchas veces sobre un camino con niebla, pues parece que se tiende a confundir, el desconcierto y desacierto de los jóvenes migrantes retornados con los de quien pretende entender y explicar lo que considera son las experiencias de los entrevistados. Este espacio anómalo amenaza con ser «normalidad» y con ello, su aprehensión analítica se torna igual de incierta, anómala.

La cultura aquí tiene el sentido del «acceso» propio del mercado, desde el cual seleccionar individual y socialmente los materiales que configuraran una identidad cultural migratoria. Puede pensarse en dos posibles bifurcaciones: los productos culturales instituidos por el mercado, restan el sentido de autonomía; sin embargo, su selección y la trasgresión de su uso mercantil, implica también un sentido de autonomía por parte de los jóvenes frente al mercado y lo instituido como cultura. Esta tensión entre lo heterónomo y lo autónomo, hace posible pensar la identidad juvenil como el campo de poder, pero en el que, como señala Martín-Barbero (2010), se tiende a la hibridez cultural ante identidades paralelas y a la necesidad de ser tal en contextos situados, lo que no excluye o cancela esa realidad concreta de lo que Bauman define como «escasez de puntos de orientación sólidos y fiables, y de guías fidedignas», que es lo propio de esta sociedad líquida (2013:41).

Con estas armas precautorias dibujamos los imaginarios que fluyeron en esos jóvenes migrantes sureños al vivir la experiencia migratoria internacional. Ciertamente se apropiaron de materiales y contenidos de un mercado cultural que define modos y formas de vivir la cultura en tiempos globales, y cuando intentaron romper los límites impuestos pagaron su costo, la simple detención y expulsión. La dramatización ocurrirá en los lugares de origen, particularmente en los lugares desde donde se emigró.

Las tensiones que ocasionan los materiales culturales traídos y su puesta en práctica en el terruño local, las historias se asemejan mucho a esas viejas disputas entre sociedades que intentan mantener lo propio y distinguirse de los otros, o las tensiones ampliamente conceptualizadas entre tradición y modernidad. Sin embargo, algo hay de cierto, pero no totalmente. Primero porque estamos en un contexto distinto al del viejo debate entre tradición y modernidad, segundo, porque los materiales culturales —globalizados— están anclados como nunca a un mercado cuyo marco productivo es estructural, esto es, son materiales que implican mercado y con ello la pervivencia del sistema capitalista global.

Por último, los jóvenes rurales e indígenas de ayer no son los jóvenes de hoy17. Los jóvenes de hoy hacen suya la estrategia migratoria y con ello interiorizan un estilo que cuando no implica el cambio de morada, implica la importación constante de elementos y dispositivos vivenciales propios de la sociedad de consumo a sus lugares de origen y del mercado. Pero el significado de estos cambios va más allá de los sentidos de la reconfiguración espacial rural, pues invoca cambios que alteran identidades y modos de relaciones al interior del propio espacio rural y de éste con los entornos más amplios. Resultan visibles prácticas que anuncian la presencia de los jóvenes en el espacio rural o indígena abriéndose un campo decisional que ya les es propio. La decisión más importante es acaso la de irrumpir el peso de las responsabilidades matrimoniales apenas cubierto los estudios básicos y quedar sujetos al campo y a sus actividades agrícolas. En este sentido, la decisión de experimentar nuevos espacios y prácticas que abren la posibilidad del tiempo juvenil son dos hechos significativos por la magnitud de los cambios que provoca. No son hechos generalizados, pero sí nodales, y ambos caminan demasiado aprisa.

PENSAR LAS JUVENTUDES MIGRANTES DEL SUR,

ALGUNAS REFLEXIONES FINALES

Repensar la juventud migrante en las ciencias sociales es una urgencia en la actualidad. Más aún, cuando los cambios en el fenómeno migratorio y sus actores, visibilizan la importancia cada vez mayor de jóvenes, mujeres y niños. Más allá de buscar acotar una definición, es necesario pensarlos desde los contextos donde se sitúan, sus cambios y la construcción de subjetividades que se generan en los mismo jóvenes, tanto en el espacio de recepción como el de origen.

Los espacios de origen también son escenarios de las transformaciones del bienestar y del mercado de trabajo, pues poco a poco han alterado las formas tradicionales de relación entre el individuo y sociedad. Desde la mirada del mismo joven migrante, pone en juego una experiencia que bien puede ser muldimensional o restringida; y que, en atención al tiempo vivido como tal, se ponen en juego los contactos personales y los repertorios culturales aprendidos, incluso hibridándose.

De esta manera, la reinserción de los jóvenes migrantes, como se dijo anteriormente, puede ser vivida desde diferentes ópticas. Entre los distintos perfiles del joven migrante al espacio rural, destaca la confrontación de las normas tradicionales, que implica cuestionar o postergar la llamada «moratoria social» y poder constituir un hogar propio: decidir ser soltero o soltera, establecer una relación con alguien o decidir cuántos hijos tener. Decisiones que en generaciones anteriores no se cuestionaban, ya que se asumía como algo natural (las relaciones maritales o el «robo de la muchacha» a temprana edad, procrear los hijos «que Dios mandaba», etcétera), y con ello asumir las labores cotidianas según el género. Sin embargo, no todos los jóvenes migrantes retornados deciden romper la tradición; un número considerable de jóvenes migrantes que regresaron están creando nuevas alternativas y, con ello, tomando decisiones que inciden en la creación de un estilo de vida distinto. Este cambio implica transformaciones que van desde ellos mismos hasta el establecimiento de nuevas relaciones de pareja; es decir, la creación de bioresistencias.

Los estilos juveniles como material identitario, son sólo una parte de los repertorios juveniles, pues propio a su condición social internalizan y conjugan otros repertorios identitarios, como estudiantes, trabajadores, hijos, activistas, hombre/mujer, indígena, campesino, entre otras, sin obviar las adscripciones religiosas o partidistas (Valenzuela 2012:82). Este dato real, esto es, las adscripciones articuladas que le definen una identidad derivada de la autodesignación y la designación externa, que le dota de una identidad particular, la de ser jóvenes. En el espacio local es común los discursos e imaginarios respecto al joven migrante se construye a partir de sus estilos juveniles y su corporalidad que portan como producto de su experiencia migratoria en Estados Unidos. Es la forma de vestir, de visibilizar el cuerpo y las prácticas que comparten con sus pares jóvenes, lo que les define.

Frente a esta designación, se erige otra interpretación que se hace sobre los jóvenes, sujetos de vulnerabilidades y riesgo; sin embargo, esta es una interpretación que se explica desde la articulación del conjunto de los repertorios identitarios de los jóvenes, esto es, como sujetos sociales, en las que la juventud es un estadio de vida, con todo lo que implica el concepto de vida que posibilita sostener que la identidad es un proceso dinámico que se construye a lo largo de la vida, sin anclas fijas o esencias determinadas.

Los jóvenes que en condiciones de irregularidad trabajan en Estados Unidos, decíamos, se les explota su fuerza vital que frente al exceso, no sólo se le disminuye su retribución salarial, sino que también se le detiene y se le expulsa. ¿Le importa al Estado mexicano la vida y el desarrollo material y social de estos jóvenes que envían remesas y contribuyen a resarcir los grandes déficits de sus obligaciones como Estado-nacional? Bustamante (2013) acertadamente ha indicado que la vulnerabilidad de los migrantes en Estados Unidos es la ausencia de todo poder del migrante, pero se acrecienta ante el silencio cuando no la complacencia de las autoridades mexicanas.

Finalmente, diremos que la migración juvenil se inserta en un complejo entramado de relaciones culturales, económicas, políticas, sociales, étnicas, entre otras, y que esta multicausalidad del fenómeno necesariamente amplía los marcos de referencia para su comprensión; en esta vía, diremos que más allá de analizar cada uno de los elementos de manera aislada, se hace necesaria una lectura relacional donde las diferentes voces, experiencias y saberes puedan dialogar para impactar las cotidianidades de aquellos que se encuentran en el centro del huracán, es decir los jóvenes migrantes.

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Entrevista

Manuel, entrevista realizada en noviembre de 2013. Frontera Comalapa.

Notas

1 Agradezco los comentarios y discusiones del doctor Federico Morales Barragán a este texto.

2 Este escrito emergen a partir de algunas reflexiones realizadas en el trabajo de campo, así como en la revisión de materiales bibliográficos relacionados al tema. Mismas que se encuentran en el marco del proyecto: Juventud y migración transfronteriza: Políticas públicas y nuevas desigualdades sociales en el sur de México y Centroamérica, que desarrollo en la estancia posdoctoral en el cimsur-unam.

3 Por escuela de Chicago, Ribas entiende, a la comunidad científica que trabaja en dicha ciudad en los años veinte, cuyos precursores fueron Robert Park y Ernest Burguess, sumándose, en el campo de la ecología urbana, Roderick McKenzie (Ibídem 2004:24).

4 Siguiendo a Ribas (2004), la escuela norteamericana registra su núcleo en las tesis sociológicas de la asimilación; la más antigua e influyente, la pluralista, y la tesis socioeconómica, centrada en las interacciones entre la raza y la clase. La tesis asimilacionista se explica en la hegemonía de la cultura dominante americana y en la ética transformadora del American way of life, en la que se configuran conceptos como pluralismo étnico, estratificación social, ciudadanía incompleta, Estado nacional, Estado de bienestar, conceptos que en una perspectiva funcionalista, concluye que en la migración «se produce una descontextualización. Las costumbres de origen adquieren una función simbólica difusa, y las minorías acaban por transformarse en «grupos culturales simbólicos» (Ibídem: 53). La tesis pluralista, apuesta por el resurgimiento de las etnicidades en la sociedad estadounidense, haciendo de la etnicidad el campo que posibilita su construcción como un modelo operativo para la sociedad norteamericana, reconociendo otras formas culturales y sus propias identidades. Finalmente, la tercera tesis integra marxismo y pluralismo, considerando la clase y la etnia como categorías intercambiables, que se refuerzan mutuamente. Defiende a los explotados en busca de la justicia social y argumenta la existencia de una diversidad cultural compleja en la sociedad norteamericana. Con respecto a la Escuela francesa, la autora apunta, que las referencias sobre las integraciones y la etnicidad dentro del campo sociológico no son muy extensas; su fuerte basamento en el marxismo hizo que la sociología francesa desconfiara en temas relacionados con el culturalismo (ibídem: 64). Sin embargo, destaca, como representante de esta escuela a Bourdieu y su propuesta conceptual en torno a la construcción social de la integración, y a Abelmalek Sayad, que clarifica conceptualmente la dialéctica de la emigración/inmigración.

5 Un libro fundamental en el tema es el de Alejandro Portes y Rubén G. Rumbaut, Legados (2009), La historia de la segunda generación inmigrante.

6 Esta ley que poco a poco ha sido obstaculizada por las autoridades de EU, busca que se beneficie a miles de jóvenes que llegaron con sus padres, para poder obtener una residencia temporal y cursar dos años de estudios superiores tras finalizar la highschool. Se estima que cerca de 900,000 jóvenes indocumentados tienen la opción temporal de permanecer con sus familias en Estados Unidos. Sin embargo, jóvenes biculturales continúan llegando a México todos los días (Anderson y Solís 2014:19).

7 CONAPO 2012, Indicadores socio-demográficos, 2005-2030.

8 A este respecto, Arango, indica: «[…] las teorías suelen ser parciales y limitadas, en el sentido de que sirven para explicar una faceta o un aspecto de las mismas o para arrojar luz sobre determinada característica o, bien, son aplicables a determinados tipos de migraciones en ciertos contexto y no en otros» (2003:24).

9 Para el autor, el análisis de las disfuncionalidades permite entender las vinculaciones de estos movimientos de población con el nuevo orden económico mundial y con los viejos desórdenes. Maneja la hipótesis de que la desaparición de la bipolaridad ha determinado un nuevo orden político mundial que se intenta consolidar, pero que sigue asentado en viejos desórdenes económicos y sociales, causa fundamental de los principales movimientos migratorios internacionales. El análisis de las funcionalidades hace referencia a la necesidad de interpretar las alarmas a partir de las percepciones, proyecciones y conciencia colectivas que se generan alrededor de los actuales fenómenos migratorios (2003:55 y 56).

10  En el ámbito Latinoamericano hay algunas discusiones acerca de la definición conceptual de la juventud rural. Es decir, ha existido un intento en definir a la juventud rural, que van desde los que establecen límites geográficos (número de habitantes para definir a lo rural y la juventud), hasta los límites etarios (edad de los y las jóvenes rurales). Ciertamente, la mayoría son definiciones empíricas, el problema ha sido su trasformación en concepto o categoría.

11  En los inicios del siglo XXI los estudios sobre la juventud migrante en las ciudades afianzan nuevas miradas conceptuales, al intentar una descripción casi fenomenológica de las oleadas de jóvenes migrantes de áreas rurales que se movilizaban hacía distintos núcleos urbanos en el país en búsqueda de mejores oportunidades de empleo y educación, entre otros (Esteinou 2005, Ariza 2005, Urteaga 1995 y 2008). Maritza Urteaga Castro Pozo ha sido una de las investigadoras que más ha contribuido en esta línea y señala que en el marco de las migraciones del siglo XX y principios del XXI se registra un peso predominante de jóvenes mestizos e indígenas en la construcción de la denominada cultura migrante (2008:7). Como en muchos trabajos anteriores, la autora otorga centralidad analítica a la unidad familiar desde donde plantea la posibilidad de identificar el papel que los jóvenes están jugando en los arreglos, las estrategias y las respuestas que desarrollan para enfrentar la agresividad económica de su entorno. 
El reconocimiento de las transformaciones familiares generadas por la migración de sus miembros jóvenes, posibilita una explicación más realista de los múltiples factores que, en el seno de ésta y de la comunidad, se activan para dar vida a un espacio social como expulsor de fuerza de trabajo conectado ahora por las remesas y los flujos de productos y códigos culturales que se interiorizan o se rechazan entre sus integrantes.

12 La temática sobre los indígena en las ciudades va en ascenso, existen algunos trabajos que son importantes en este contexto. Entre los que destacan a los jóvenes otomíes en la ciudad de Guadalajara (Martínez 2002, Martínez y de la Peña 2004). Los realizados por Anguiano (2002) entre los estudiantes Huicholes en la ciudad de Tepic y los de Maritza Urteaga (2008 y 2011) en la Ciudad de México donde hace importantes contribuciones al estudio de los jóvenes migrantes en la ciudad.

13  Rosario Esteinou es otra investigadora cuyo trabajo analítico aborda la compleja relación entre juventud y migración, en la que media la variable educativa. En su trabajo denominado Ser joven en un contexto semirural y semiurbano, parte de una premisa: la importancia que tenga la educación formal como expectativa entre los jóvenes y en la cultura local estará condicionada por el hecho de que se trate de una sociedad tradicional o moderna (2005:108). Es decir, para la autora la educación formal es contemplada para muchos jóvenes como un mecanismo de movilidad social y como un medio para salir de la pobreza.

14 El mundo de la vida cotidiana es el «ámbito de la realidad en el cual el hombre participa continuamente en formas que son, al mismo tiempo, inevitables y pautadas. El mundo de la vida cotidiana es la región de la realidad en que el hombre puede intervenir y que puede modificar mientras opera en ella mediante su organismo animado (…) sólo dentro de este ámbito podemos ser comprendidos por nuestros semejantes, y sólo en él podemos actuar junto con ellos» (Schütz y Luckmann 1977:25).

15 Entendida como el conjunto de relaciones interpersonales y de las actitudes de las personas que son producidas y reproducidas o modificadas de manera pragmática.

16 Las investigaciones que engarzan juventud y migración internacional han sido más visibles en años recientes, cuyo análisis está sustentado en el seguimiento de la trayectoria cotidiana de los jóvenes rurales e indígenas, priorizando una estrategia etnográfica y sociológica que dan cuenta de la materialidad y las transformaciones subjetivas vividas o encaradas por el joven migrante, en particular en los lugares de llegada —Estados Unidos y Canadá— y en los lugares de retorno —su lugar de origen— (Cruz 2009, Porraz 2014, entre otros). En esta misma perspectiva se encuentran los trabajos que analizan la llamada generación 1.5 (jóvenes nacidos en México pero formados desde los 10 años en Estados Unidos); la generación −1.5 (niños nacidos en Estados Unidos pero criados durante varios años en México) y por último jóvenes de segunda generación. El análisis gira en torno a los cambios que se producen entre esta población respecto a la identidad, educación y trayectoria de vida (Velasco 2002 y Narváez 2012, entre otros).

17 Desde mi perspectiva, el estudio de las juventudes migrantes indígenas y rurales en el sur tiene algunas aristas que muestran la pluralidad de la categoría, pero también del sujeto joven migrante: a) debates sobre la construcción de la categoría, vivencias y trayectoria de vida de los jóvenes migrantes indígenas, es decir, los contenidos específicos y particulares que se hacen en los grupos indígenas sobre sus jóvenes y ellos mismos en tiempos actuales; b) un segundo campo de análisis es el de los jóvenes migrantes indígenas del sur que se movilizan a las grandes urbes en México (Distrito Federal, Guadalajara, Monterrey, entre otros), donde el marco de referencia gira en torno a las condiciones materiales y simbólicas que se encuentran y se reproducen en estas ciudades, c) un tercer eje de estudio es sobre las y los jóvenes migrantes rurales y sus nuevas condiciones en las transformaciones económicas y sociales en las últimas décadas, mismas que hacen referencia a los cambios en las estrategias de reproducción biológica y social de la unidad familiar, y el papel que juega el joven dentro de ellas; d) una cuarta arista se relaciona con las vivencias del cuerpo y la sexualidad entre los jóvenes migrantes rurales e indígenas, entre ellos destaca los embarazos a temprana edad y sus consecuencias, así como las vulnerabilidades frente a enfermedades como el VIH-SIDA, d) un último eje, hoy en boga, es la relación de las juventudes rurales y su incursión en los circuitos migratorios internacionales. Si bien es cierto que la perspectiva transnacional y las pandillas juveniles han sido un campo muy abordado, existen otros estudios que están profundizando sobre el tema del retorno voluntario o involuntario, las generaciones juveniles 1.5, −1.5, de segunda generación y las problemáticas que encuentran en las ciudades receptoras o incluso en sus lugares de origen.