Más allá del paraíso caribeño: malestares sociales y violencias en la vida de las juventudes en Cancún

Beyond the Caribbean Paradise: Social Discontent and Violence in the Lives of Young People in Cancun

Perla O. Fragoso Lugo
Cátedras Conacyt/cesmeca-unicach
Recepción: 28/01/2016 Aprobación: 18/10/2016 Publicación: 01/12/2016

RESUMEN: En este artículo se analizan las relaciones sociales construidas en el espacio de la joven ciudad turística de Cancún, Quintana Roo, específicamente aquellas que se vinculan con los malestares sociales y las violencias experimentadas por sus habitantes jóvenes. De manera específica se aborda —mediante más de 60 testimonios de jóvenes de ambos sexos— cómo la incertidumbre, la transitoriedad y la ambigüedad propias del capitalismo flexible y la industria turística constituyen malestares sociales vinculados con dos modalidades de la violencia: la estructural y la simbólica. Dichas violencias favorecen la configuración de «subjetividades perforadas» (Saraví y Makowski 2011) en personas jóvenes, en las que el vacío de «lo social» y sus códigos institucionales favorecen, a su vez, la producción y reproducción de conflictos que se resuelven por medio del ejercicio de violencias directas y soterradas.

PALABRAS CLAVE: juventud, malestares sociales, subjetividades perforadas, industria turística, capitalismo flexible.

ABSTRACT: This article analyzes the social relations constructed in the young tourist city of Cancun, Quintana Roo State, specifically related to social discontent and the various forms of violence experienced by its young inhabitants. Through over 60 testimonies by male and female youth, this article specifically addresses how the uncertain, transitory and ambiguous qualities typical of flexible capitalism and the tourist industry provoke social discontent associated with two different modalities of violence: both structural and symbolic. These forms of violence favor the configuration of «perforated subjectivities» in youth (Saraví and Makowski, 2011), in which the void of the «social realm» and its institutional codes likewise favors the production and reproduction of conflicts which are resolved through the exercise of direct and covert forms of violence.

KEY WORDS: youth, social discontent, perforated subjetivities, tourist industry, flexible capitalism.

 

INTRODUCCIÓN

En la segunda mitad del siglo xx surgió una forma espacial sin precedentes en la geografía mundial: la de las localidades y las ciudades turísticas. El impulso que las organizaciones internacionales dieron al turismo, en el contexto de una economía que se configuraba globalizada, fue de gran relevancia. Así, ciudades manufactureras en decadencia como Nueva York fueron objeto de una enorme inversión con el fin de convertirlas no solo en espacios de consumo, sino en «espacios-mercancías». Con Nueva York se inauguró la producción de «ciudades-marca», promovidas como destinos turísticos con un sello característico, en este caso mediante la creación de la «industria cultural» neoyorkina.

En México, la primera expresión del fenómeno de la «ciudad neoliberal» o «ciudad-marca» no fue la refuncionalización de un espacio ya existente, sino la construcción de otro: Cancún.1 Desde su origen se proyectó como una especie de «ciudad-simulada» (Soja 1996), pensada más como un producto de consumo global que como un espacio de habitación cotidiano. Ciudad global y turística por ser un espacio de centralización del consumo mundial —especialmente de descanso, recreación y placer— Cancún, como locus urbano, también es productora de desigualdad y distintos malestares sociales vinculados a procesos de exclusión, que afectan de manera especialmente marcada a sus habitantes jóvenes —hombres y mujeres—, pues son las vidas de estas juventudes en las que se expresan con mayor fuerza las tensiones generadas por las pautas sociales y culturales de interacción y sociabilidad de este espacio de la modernidad contemporánea, ya que ellos y ellas han crecido y se han construido como sujetos bajo sus parámetros.

En este texto, el interés central es dar cuenta de algunas de las nuevas formas de relaciones sociales y de vida construidas en Cancún, específicamente aquellas que se vinculan con los malestares sociales y las violencias experimentadas por las juventudes que moran dicha ciudad. A lo largo de este artículo se pretende mostrar la relación cercana que existe entre el tipo de espacio social que se habita, los malestares socializados en las subjetividades que en él se construyen y las violencias producidas, reproducidas y socialmente legitimadas. El trazo de los puentes que vinculan los malestares sociales presentes en las vidas de los jóvenes cancunenses y las experiencias, que ellos mismos enuncian como violentas en sus trayectorias biográficas, ilustran de manera elocuente algunas de las principales tensiones en la vida cotidiana de la juventud de esta ciudad.

Después de exponer algunas consideraciones metodológicas sobre la investigación en la que se sustenta este escrito, así como de hacer una breve referencia contextual sobre Cancún, en la primera parte del artículo se presentan los puntos de partida conceptuales: qué se entiende por malestares sociales y desde qué perspectiva se abordan las violencias presentes en la vida de la juventud del llamado «paraíso caribeño». En un segundo apartado se desarrolla el análisis vinculante de las condiciones materiales y sociales que producen las violencias, junto con aquellas de carácter más subjetivo e intersubjetivo, específicamente relacionadas con la incertidumbre, la transitoriedad y la ambigüedad que, promovidas por el sistema económico, sostienen el andamiaje de la violencia estructural que deviene en simbólica entre quienes la padecen, y que favorece el desarrollo de «subjetividades perforadas» (Saraví y Makowski 2011) y relaciones sociales distantes, repletas de tensiones y conflictos que muchas veces se resuelven por medio del ejercicio de la violencia contra los otros.

 

Breves consideraciones metodológicas

La investigación de campo se realizó durante un año de trabajo en Cancún, de septiembre de 2008 a septiembre de 2009, para la elaboración de una tesis doctoral.2 Se esbozaron dos estrategias metodológicas: la técnica etnográfica de observación participante y la realización de entrevistas semiestructuradas. La primera de éstas no fue propiamente pensada para la observación directa de los hechos de violencia, sino como un modo de vincularse y conocer los espacios donde los y las jóvenes han sido socializados y desarrollan su vida cotidiana. La segunda se concentró justamente en conocer la experiencia subjetiva de las violencias, el modo en que hombres y mujeres jóvenes perciben cómo esa vivencia estructura su vida, con el fin de plantear ciertas asociaciones entre nuevos malestares, tensiones y dilemas de la sociedad contemporánea, concretamente la cancunense, y las expresiones de violencia mediante las cuales son resueltas, manifestadas y/o enfrentadas por sus jóvenes habitantes.

El trabajo de campo se concentró más en la búsqueda de experiencias cotidianas de violencia, aquellas que se presentan —normalizadas o no— en el día a día como formas de socialización, y menos en aquellas catalogadas como criminales o ilícitas. Por ello se trabajó en distintos espacios que tuvieran como rasgo común el de no ser identificados como lugares donde los jóvenes se encuentran y se vinculan fundamentalmente por su relación con las violencias. Se entrevistó a más de 60, tanto hombres como mujeres, estudiantes de diversas universidades públicas, así como quienes asistían al área de psicología en el dif municipal, y otros que participaban en asociaciones no gubernamentales o contactados gracias a la red que se fue tejiendo en este periodo. Además de las entrevistas se convivió con jóvenes en distintos sitios, como el templo religioso, el supermercado, las plazas públicas y las fiestas.

Gracias a los diferentes espacios en los que se realizó el trabajo de campo se pudieron tener testimonios de las diversas juventudes, en términos de clases sociales, generaciones y lugares de origen, que habitan Cancún; así, se contrastó a quienes constituyen las primeras generaciones de nacidos en la ciudad con aquellos que migraron desde la infancia y con juventudes migrantes en tránsito, cuya residencia es temporal. Fundamentalmente se entrevistó a juventudes de clases bajas, medias y medias-altas, en un amplio espectro que podría pensarse desde la pobreza y la marginalidad hasta el privilegio de un estatus que garantiza educación, salud, y empleo. En este sentido, los menos representados en la investigación fueron las juventudes indígenas —solo hubo dos casos de hombres— y las clases altas —hijos e hijas de empresarios, por ejemplo—. Los turistas —nacionales y extranjeros— aparecieron fundamentalmente como referencias en las conversaciones y entrevistas con las juventudes residentes en Cancún; aunque no son moradores permanentes de la ciudad, encarnan una presencia constante y fundamental en la socialización y las aspiraciones, enconos o modelos de vida de las juventudes cancunenses.

 

Sobre el paraíso caribeño

La ciudad de Cancún se ubica en el noreste del estado mexicano de Quintana Roo. Es la cabecera municipal de Benito Juárez, uno de los 11 municipios que conforman dicha entidad costera, que hace parte, junto con Yucatán y Campeche, de la península de Yucatán, bañada por las aguas del golfo de México y el mar Caribe. La construcción de Cancún —uno de los primeros Centros turísticos integralmente planeados, fruto de un proyecto impulsado por el Estado mexicano, Fonatur (Fondo Nacional de Fomento al Turismo) y un grupo de empresarios— inició en 1970. Los primeros hoteles de esta ciudad comenzaron sus operaciones en 1974 (Martí 1985).

La mayor concentración poblacional del estado se encuentra justamente donde se ubica Cancún, en el municipio de Benito Juárez, con 49.9 %. En el más reciente censo de población y vivienda (inegi 2010) se reportó que este municipio tiene 661 176 habitantes, de los cuales 660 023 viven en Cancún, es decir, casi 90 %. Uno de los índices reveladores en la demografía del estado, del municipio de Benito Juárez y, por tanto, de Cancún, es el de migración. En el Conteo Poblacional 2005, Quintana Roo encabezó el registro nacional relativo al saldo neto migratorio (snm),3 el cual fue de 8.10 %. Esto significa que a ningún otro estado arribó un porcentaje tan alto de personas como a Quintana Roo —11.3 %, en contraste con un porcentaje de salidas de apenas 3.2 %—. La migración está fuertemente vinculada al espectro de oportunidades laborales que genera la industria turística, cuyo epicentro en Cancún se ha extendido a lo largo de la llamada riviera maya hasta Tulum. Inicialmente, la población atraída era mayoritariamente joven y masculina, pues la oferta de trabajo se concentraba en el ramo de la construcción, pero con el inicio de las operaciones de Cancún como centro turístico también se requirió el empleo de mujeres; y con el paso de los años el índice de masculinidad ha disminuido. En cambio, la atracción de jóvenes hacia la ciudad no parece haber menguado.

En este mismo sentido es posible ver que «en la amplia representación demográfica del municipio de Benito Juárez (reúne a 51 % de los habitantes del estado)4 advertimos la relevancia aún creciente de los segmentos más jóvenes (los ubicados entre 12 y 19 años crecieron 5 %), lo que confirma la tendencia histórica de la pirámide de edades con una base aún robusta» (imjuve 2006:14). Lo anterior se reforzó de modo que, para 2010, el mayor porcentaje de la franja de la pirámide poblacional, según la edad, lo representan los jóvenes de entre 20 y 29 años.

Acorde con la tendencia nacional actual —en México la edad media es de 26 años—, Quintana Roo, Benito Juárez y la ciudad de Cancún son espacios donde la tira de población joven es amplia. Al respecto cabe señalar que si bien la edad promedio no difiere sustancialmente de la media nacional, el porcentaje de jóvenes entre los 15 y los 29 años es superior al del país. Mientras que en el municipio quintanarroense hay 195 017 individuos en esta franja etaria, que representan 30 % del total de la población municipal,5 a nivel nacional hay 29 706 560 jóvenes, que representan 26 % del conjunto en el país (inegi 2010). Esto revela que la presencia de los jóvenes en Cancún —y en la entidad en general— se explica no solo por la tasa de crecimiento en función de los nacimientos y de las dinámicas poblacionales al interior del estado, sino también por la migración, ya que sobre todo para los jóvenes de la región sureste del país (Veracruz, Tabasco, Campeche, Chiapas y Yucatán), Cancún representa una oportunidad laboral inexistente en sus lugares de origen. Mientras que la economía de Quintana Roo crece a un ritmo 50 % superior al promedio nacional, Benito Juárez y Solidaridad,6 sus dos municipios más dinámicos, lo hacen al doble (Macías Richard 2006).

La demanda de mano de obra juvenil está concentrada en los servicios, que representan al sector productivo más desarrollado en Cancún y en todo el estado.7 Esta abundancia del empleo formal en el sector terciario invita a muchos jóvenes a migrar. No existen datos estadísticos que den cuenta de manera específica para la población joven de una jerarquía de los lugares de donde provienen, pero el inegi (2011) registra que, en 2005, de cada 100 personas que residían en Quintana Roo, 18 provenían de Yucatán, 17 de Tabasco, 13 de Veracruz, 12 de Chiapas y 11 de la Ciudad de México.

De los estados mencionados —pero especialmente de Quintana Roo, Yucatán, Veracruz y la Ciudad de México— son originarios los jóvenes con los que se hizo el trabajo de campo. Al escuchar sus relatos y conocer sus historias y experiencias de violencia se encontró que, pese a sus diversos orígenes de estado y sociales, compartían sentires sobre ciertos malestares sociales y tensiones en sus vidas, que la mayoría de las veces se resolvían en actos de violencia, o bien daban cuenta de que ellos mismos estaban insertos en espirales de violencias estructurales y simbólicas.

 

Malestares sociales y violencias

«Modernidad líquida» y «mundo desbocado» son dos de las metáforas más extendidas —la primera ideada por Zygmunt Bauman y la segunda popularizada por Anthony Giddens (2000)— para referirse a la era histórica contemporánea y a las sociedades que la constituyen. Ambas figuras del lenguaje remiten a la imagen de lo incontenible, lo impreciso, de algo que se escabulle al querer asirlo o se escapa de manera intempestiva si se le quiere definir o delimitar con precisión. En el contraste entre una primera modernidad «sólida» —en la que la voluntad de dominio y determinación sobre los mundos natural y social se desplegó como nunca— y el de una modernidad tardía —en la que lo contingente e indefinido parecen ocupar un lugar central en la interpretación del propio mundo— resalta no solo una diferencia que se aprecia como objetiva en la realidad social, sino también la dificultad que entraña para los estudiosos de lo social poder conceptualizar y aclarar las nuevas dinámicas que en ella se han generado.

En este marco problemático, el término «malestar social» aparece cada vez con mayor frecuencia en los estudios sobre los fenómenos de la modernidad tardía, en los que se alude a la existencia de una serie de malestares percibidos y expresados por los individuos con la doble valencia de ser propios, muy personales, y al mismo tiempo ser de todos, muy sociales. La reunión de las palabras «malestar» y «social» en un solo término de hecho es un oxímoron —contradictio in terminis— en el que se armonizan dos conceptos opuestos, uno tradicionalmente empleado por las ciencias médica y psicológica para referirse a un síntoma o señal de una patología o crisis particular en un sujeto (intrapersonal) —generalmente se piensa en el malestar como una incomodidad física o anímica—, y el otro que se emplea de manera ya convencional para hablar de lo referido a la organización y las relaciones humanas inter y transpersonales.

Además de su fuerza para expresar una compleja relación y reflejo de fenómenos entre los individuos y el entramado social, otra característica de este término, y del uso que se le ha dado, es su ambigüedad e imprecisión conceptual. En su vigésima edición, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua define al malestar de la siguiente manera: «(De mal y estar). 1. m. Desazón, incomodidad indefinible». Este carácter difuso incluye al menos dos características del proceso de determinación de lo que puede ser un malestar: en primer lugar, del fuerte componente subjetivo que entra en juego para definir algo como una «incomodidad»; en segundo lugar de que tal «incomodidad» alude sobre todo a una percepción sensible —ya sea emocional o física—, que no se corresponde de manera necesaria con una concreción material contundente.

Ambos rasgos del término «malestar social» han resultado conceptual y metodológicamente muy útiles para el desarrollo de esta investigación, ya que el término permite ser llenado de contenidos diversos desde la subjetividad y las vivencias de los jóvenes que participaron en esta investigación, para así trazar puentes entre la experiencia cotidiana de las violencias, los malestares percibidos subjetivamente que las propician o con las que se corresponden, y el entramado social que sostiene, favorece y reproduce o inhibe dichos puentes.

Aquí se abordan de manera particular tres tipos de malestares sociales experimentados por los jóvenes cancunenses, los cuales emergieron a lo largo de la investigación: la incertidumbre, la transitoriedad y la ambigüedad, los tres vinculados a las condiciones de vida del espacio turístico, favorecidos por el sistema económico y relacionados con la violencia estructural y la simbólica, que a su vez favorecen la preeminencia de relaciones distantes entre los propios jóvenes y entre ellos y otros sectores de la sociedad. Dichos fenómenos constituyen en sí mismos fuentes de un malestar individual que, no obstante, por su origen estructural, su extensión y sus consecuencias, trascienden esa dimensión del sujeto y se colocan en el plano social, de modo que, parafraseando a Norbert Elias, permiten observar la existencia de un yo imbuido de un nosotros (Elias 1990).

Es importante mencionar que los malestares sociales no se expresan en todos y cada uno de los individuos, pues hacen referencia a estados de ánimo de la sociedad, a una especie de atmósfera común pero que se encarna de manera clara en ciertos sujetos como un sentimiento de incomodidad. Así, la incertidumbre, la transitoriedad y la ambigüedad son malestares que se percibieron en el ambiente de los habitantes de Cancún y particularmente de sus jóvenes, pero sus enunciaciones no fueron explícitas, sino implícitas a los temores, desasosiegos y situaciones de malestar que describieron. Estas, como se verá adelante, se refieren a los espacios de incertidumbre que se generan con la fragilidad de instituciones y formas de relacionarse tradicionales, en un contexto de capitalismo flexible en el que se valora, sobre todo, la capacidad de adaptarse al cambio constante. Como escribe Harvey (1998), si «Lo único cierto acerca de la modernidad es la incertidumbre, deberíamos prestar mucha atención a las fuerzas sociales que dan lugar a esa condición».

Dado que aquí interesa ubicar los andamiajes vinculantes entre estos malestares sociales y las violencias que los acompañan —y que, en una dinámica de ida y vuelta recurrente, son potenciadas por ellos al tiempo que los agudizan—, resulta relevante señalar algunas cuestiones sobre la perspectiva de este artículo en el abordaje de las violencias.

Las definiciones de la violencia abundan. Una de las más extendidas y citadas es a la que se hace referencia en el Informe mundial sobre la violencia y la salud de la Organización Panamericana de la Salud y la Organización Mundial de la Salud: «El uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones» (Krug et al. 2003). De igual modo, prácticamente cualquier abordaje que trate sobre el tema presenta algún intento o propuesta para reconocer, enunciar y organizar la diversidad de violencias existentes o percibidas, ya sea en función de los niveles, los espacios o los ámbitos en los que esta es ejercida (estructural, política, cotidiana, laboral, callejera, escolar, familiar, institucional); a partir de las víctimas o los victimarios que la ejercen o padecen (de género, juvenil, infantil, sistémica, interpersonal, autoinfligida, racista, colectiva, homofóbica, policial); o por su función instrumental (simbólica, represiva, revolucionaria, utilitaria, expresiva, económica, delictiva, terapéutica, fundadora, disciplinaria, suicida).

Aunque aquí se emplean algunos de estos tipos clasificatorios de las violencias, que dan cuenta de ciertas de sus cualidades, resulta necesario señalar que se parte de una concepción antropológica de la violencia que considera su carácter transcultural y su presencia transhistórica, así como la diversidad de sus ejercicios. La preocupación central es fundamentalmente por las relaciones, especialmente por una, aquella que se da entre los malestares sociales y las violencias en la sociedad contemporánea, concretamente en los jóvenes cancunenses. La pregunta por esta relación se funda en una inquietud por esclarecer cuáles son algunas de las tensiones y fuentes de conflicto social en la vida cotidiana de dichos jóvenes, que están acompañadas de las violencias y su potencial estallamiento.

Para llevar a cabo esta labor se parte de algunas bases y delimitaciones conceptuales. La primera de estas premisas es de perspectiva disciplinaria e incluso de método: no interesa determinar qué es la violencia, sino describir la variedad de violencias existentes en la vida de los jóvenes. Lo que se persigue no es encontrar el noúmeno sino observar los fenómenos, de modo que no se hace referencia a una sustancia de la violencia sino a las violencias en plural, como una diversidad de expresiones o, parafraseando a Ferrándiz y Feixa, «modalidades significativas» (Ferrándiz y Feixa 2004:159). El estudio antropológico de las violencias ha sido fundamental para cuestionar sus conceptualizaciones sustancialistas, aquellas que pretenden definir de manera universal lo que abarca y excluye, así como sus funciones, consecuencias y dinámicas.

A partir de lo anterior, a lo largo de este escrito se habla todo el tiempo de violencias, así como de malestares, en el entendido de que los contenidos concretos de ambos conceptos varían en el tiempo, en el espacio, entre las culturas y aun en el seno de una misma sociedad, según sea el sector social al que se pertenezca. En este mismo sentido, se concibe a las violencias menos como actos únicos que como un proceso o un continuo. El continuo de la violencia (Bourgois y Scheper-Hugues 2004) alude, en primer lugar, a que ningún acto de violencia está aislado de otros de distinta intensidad y tipo. Las violencias se reproducen a sí mismas, de modo que el extremo de su ejercicio está precedido por otras modalidades de actos violentos. Partir de la concepción de las violencias como un continuo implica entenderlas como un proceso que se explica en función de sus conexiones con el espacio donde son producidas, el agente —de cualquier naturaleza— que las ejerce, las circunstancias socioculturales en las que se presentan y la historia personal, psicológica y social de quienes la padecen o la practican.

Ya que el análisis central de este artículo está enfocado en la subjetividad de los individuos y su relación con los malestares sociales, en torno a cómo experimentan y significan las situaciones de violencias en su vida cotidiana, resulta relevante referirse al concepto de violencia cotidiana (Scheper-Hughes 1997) y a la importancia del análisis de la relaciones interpersonales para su estudio. Para ello se cita a Philippe Bourgois, pues sintetiza de manera muy clara a qué se refiere el concepto y cuáles son sus ventajas descriptivas.

El concepto de violencia diaria o cotidiana ha sido elocuentemente desarrollado por Nancy Scheper-Hughes con el objetivo de llamar la atención en un nivel más fenomenológico sobre los «crímenes en épocas de paz», las «pequeñas guerras» y los «genocidios invisibles», que afectan a los pobres de todo el mundo. Su uso del término, sin embargo, tiende a mezclar la violencia diaria con la estructural e institucional. Creo que es más útil limitar la noción a las prácticas y expresiones de agresión interpersonal rutinarias que sirven para normalizar la violencia a un nivel micro, como pueden ser el conflicto doméstico, delictivo y sexual, e incluso el abuso de sustancias alucinógenas. La importancia analítica del término está en impedir que se expliquen confrontaciones que se producen en el nivel individual con interpretaciones de corte psicológico o individualista que culpen a las víctimas. Mi definición más restringida está también diseñada para analizar cómo la violencia diaria puede crecer y cristalizar en una «cultura del terror» invocando a Taussing, en otra palabras, en un sentido común que normaliza la violencia tanto en la esfera pública como en la privada (Bourgois 2005:13-14).

A lo anterior cabe agregar que en este texto no solo se considera a los sectores pobres y marginados como sujetos de la violencia cotidiana, pues el énfasis está colocado, como señala Bourgois, en las relaciones interpersonales que ocurren en el día a día y no en la pertenencia a clase social alguna. Ahora bien, analizar la violencia en las relaciones microsociales no supone desconocer que estas expresan formas colectivas de estructuras y relaciones implicadas en el nivel macrosocial.

De este modo se buscó identificar, en el marco de las relaciones microsociales, posibles asociaciones con el nivel macrosocial que permitan esclarecer las lógicas de producción y reproducción de las violencias, así como las estructuras mentales y materiales que las sostienen. La experiencia subjetiva de la vida cotidiana es un territorio estratégico para pensar lo social, y por tanto es necesario prestar atención a los espacios de socialización de los jóvenes —familia, escuela, barrios y centros de diversión— y el lugar que ocupan en la producción y reproducción de las violencias en sus vidas.

En esta dirección, una de las hipótesis que aquí se plantean es que las experiencias y expresiones individualizadas de violencias son parte de contextos socioculturales que estimulan y favorecen su emergencia, así como que existen ciertas asociaciones entre nuevos malestares, tensiones y dilemas de la sociedad contemporánea, y las crecientes expresiones de violencias en sectores juveniles o, en otras palabras, que las crecientes manifestaciones de violencias en la modernidad tardía pueden interpretarse como expresiones individualizadas de nuevas tensiones y malestares sociales que impactan la subjetividad de los individuos (Fragoso 2012).

No obstante, nunca se pierde de vista la relevancia del nivel macro, de manera que se aborda la cuestión de la violencia estructural, aquella así definida por primera vez por el pacifista noruego Johan Galtung, como una forma de violencia indirecta originada desde la propia estructura social por la injusticia y la desigualdad que esta entraña y reproduce8 (Galtung 2003). Como se verá, la violencia estructural está fuertemente vinculada a la simbólica, definida por Bourdieu como aquella que se ejerce a través de la imposición indirecta —y con la anuencia ignorada de quien la padece— por parte de los sujetos dominantes hacia los sujetos dominados, de una visión del mundo, de los roles sociales, de las categorías cognitivas y de las estructuras mentales (Bourdieu 1995:120).

Diversos autores señalan (Duschatzsky y Correa 2006, Serrano 2005, Jiménez 2007) que frente a la «violencia fundadora» —el nacimiento, la imposición del límite de un padre a su hijo, el acto de aprender— existe una serie de violencias que expulsan al sujeto del lazo social, exterminan dicho vínculo y anulan el reconocimiento del otro. Desde su perspectiva, este es el tipo de violencias que deben desterrase de lo social. En este sentido, Elaine Scarry apunta que la consecuencia más profunda de la violencia no es el daño físico que provoca sino su capacidad para «deshacer el mundo» (Scarry 1987). Y aunque esta afirmación guarda cierta dosis de verdad, es importante formular otra pregunta, siguiendo y parafraseando a Serrano: ¿qué pasa cuando en lugar de ser el caos, la violencia se constituye como el orden que crea y da existencia a los sujetos, a la vez que determina las relaciones sociales? ¿Coexisten las dos dimensiones —la destructiva y la fundadora— de las violencias en la estructura de la sociedad contemporánea? (Serrano 2005:130).

Desde las premisas de esta investigación, no existe una caracterización única de la experiencia de las violencias en los jóvenes. Como se verá a lo largo del artículo, aparecieron múltiples y paradójicas formas de nombrarlas, enfrentarlas, asumirlas, rechazarlas, normalizarlas, incorporarlas o resistirlas. A pesar de ello, o quizá por ello, resulta complicado pensar en los extremos del continuo, donde en un extremo se ubica una forma de violencia absolutamente emancipadora y en el otro una totalmente desmovilizadora y destructiva. Sin embargo, sí es importante señalar que dichas experiencias parecen abonar menos a quienes las padecen que al propio sistema que las favorece. Especialmente en el contexto actual nacional, resulta peligroso pensar en las violencias como actos emancipadores; por el contrario, la experimentación de alguna violencia aparenta representar una más de las desventajas que se acumulan en la generación de la desigualdad social.

Si el continuo de las violencias en las sociedades contemporáneas puede interpretarse como una serie de expresiones individualizadas en la resolución o canalización de nuevas tensiones y malestares sociales que impactan la subjetividad de los individuos, es posible considerar la importancia que esta tiene no tanto en la destrucción del lazo social sino, lo que es más grave aún, en su reconstrucción y reconfiguración entre los individuos jóvenes. Ciudad de migrantes, cosmopolita, dinámica, de servicios, imaginada como un paraíso, Cancún representa un espacio privilegiado para analizar los vínculos entre los malestares sociales emergentes y las violencias; y sus habitantes jóvenes, un sector en el que estas tensiones y sus expresiones menos contenidas permiten observar y analizar los rasgos de las violencias contemporáneas, así como el modo en que son experimentadas por ellos desde la subjetividad. A continuación se abordan dichos procesos inscritos y encarnados en las biografías y los cuerpos de los jóvenes cancunenses.

 

La incertidumbre, la transitoriedad y la ambigüedad del sistema: violencia estructural, violencia simbólica y relaciones distantes

La industria del turismo se apoya, entre otras cosas, en su capacidad para ajustarse a los vaivenes de la economía; en su flexibilidad para acomodarse a la exacerbada demanda en las temporadas altas y a las exiguas reservaciones durante las temporadas bajas, movilizando y desmovilizando para ello de forma casi instantánea mano de obra; en su oferta de «contratos de placer, entretenimiento y confort» por cortos periodos; en su habilidad para crearse una imagen amigable ante el cliente, aunque en realidad persiga una relación puramente mercantil y transitoria. Esta dinámica es la que se impone en una ciudad que, como Cancún, nació para y por el turismo, un espacio cuyas relaciones son, casi por antonomasia, de carácter transitorio.

Aunque muchos de los primeros migrantes, es decir, los miles de obreros que fueron construyendo la ciudad, se asentaron de manera permanente en ella con su familia nuclear, e incluso a veces con una parte de la extensa, raramente rompieron con los lazos que los unían con sus lugares de origen, a los que viajaban y continúan viajando con la frecuencia que les permite su economía y las distancias territoriales. Entre los pobladores de Cancún, sobre todo entre los mayores, difícilmente se escucha decir a alguien que desee morir en esta ciudad; por el contrario, los hombres y las mujeres que rebasan los 50 años suelen comentar que con los ahorros de su vida intentarán regresar a sus pueblos de origen para llevar una vida más tranquila y alejarse de un espacio urbano que se percibe cada vez más violento. No obstante, ese proyecto habitualmente se posterga porque las familias buscan ahorrar un poco más, y saben que en ningún otro lado encontrarán la oferta laboral de Cancún; las familias nacientes, formadas por los hijos, se convierten en una suerte de ancla; o bien nunca se llega a ahorrar lo suficiente como para construir un patrimonio que les permita regresar a sus comunidades de origen, entre otras razones debido a que los patrones de consumo en esa sociedad son muy elevados, tal como lo afirman sus propios habitantes al señalar que «aquí se gasta como se gana» (Fragoso 2012).

Sin embargo, la identificación con Cancún es menor a la que estos primeros moradores tienen con los lugares de los que provienen, ya que la urbe turística fue pensada por ellos como un lugar de tránsito, al que iban a trabajar por una temporada y en el que no se establecerían de manera permanente. Esto no ocurre con los jóvenes nativos, para quienes la realidad de su terruño es la única concebida. Sin embargo, esta percepción sí es compartida con otro grupo, el de los jóvenes migrantes que decidieron vivir solo de manera temporal en Cancún. Para estos, su paso por la ciudad es una especie de tránsito estratégico pensado como una opción de estudio y formación profesional, pero no como un proyecto de vida o de residencia permanente.

Yo nada más vine a Cancún a estudiar, porque aquí estaba la carrera que quería en una universidad pública (Hotelería y Turismo en la Universidad Tecnológica de Cancún), además es un buen lugar para hacer las prácticas y contar con experiencia. De hecho un tío vive aquí y trabaja en un hotel, entonces él me ha contactado con la gente de mi área. Pero cuando termine la carrera, ya nada más son tres de los cuatro años, mi idea es irme a Canadá a estudiar gastronomía, y realmente donde quiero vivir y trabajar es en España, tengo amigos allá. Es pasajero aquí, nada más para darme un impulso y seguir. Es bonito para visitar y estar un rato acá, pero yo pienso que no para vivir. Pues por poner un ejemplo, vino un primo de Los Ángeles y fuimos a dejar a unas amigas a un fraccionamiento, eran como las dos de la mañana y le dije a mi primo que tomáramos un taxi, pero él quería caminar, y unos tipos intentaron asaltarnos, pero pasó una patrulla y ya no se pudo, eso en Coatzacoalcos [lugar de origen del entrevistado] no pasa, es más tranquilo, yo he caminado por allá a las cuatro, cinco de la mañana y nada, hay menos malicia que aquí en Cancún (hombre de 21 años).

Respuestas similares fueron dadas por otros jóvenes estudiantes provenientes, sobre todo, de Yucatán y Veracruz. La mayoría de ellos migraron solos, sin la compañía de su familia nuclear o extensa —aunque algunos ya contaban con un pariente más o menos cercano viviendo en Cancún—, con el propósito de estudiar alguna carrera vinculada a la industria turística para luego regresar a sus lugares de origen o trabajar en alguna otra ciudad. En estos jóvenes se percibe como una constante, por un lado, la resistencia a adoptar ciertas prácticas y costumbres de sus pares nacidos en Cancún —o que llegaron con sus familias siendo muy pequeños— y, por el otro, el desconcierto en distintos grados frente a las conductas cotidianas y el modo de vida de sus congéneres.

Ya me acostumbré a vivir aquí, no me costó mucho trabajo, yo creo que porque ya conocía antes, había venido varias veces de vacaciones y a visitar a una amiga. No me fue difícil hacer amigos en Cancún, pero sí tienen una manera de pensar diferente a la que yo estoy acostumbrada, como que son más liberales, más de que para ellos no hay nada nuevo y así, en cambio, pues mis amigos de Mérida son de cierta manera, sí son liberales y de mente abierta, pero sí hay cosas que pasan, o sea que se restringen y no hacen. Por ejemplo, aquí hablan muy abiertamente de drogas, así de que mi vecino vende y donde quieras ¿no?, en cambio en Mérida es muy tapado eso, y pues generalmente mis amistades nunca han consumido, o uno que otro y fue así muy rápido, una vez y ya, en cambio aquí sí son más de que, fue tanto tiempo, o ahí traigo, o traía o cosas así. No es que haya mucha, mucha diferencia entre los chavos de Mérida y Cancún, siempre va a haber de todo, buena onda y patanes, a lo mejor nada más que aquí son más fiesteros, más disco, disco y sólo disco, en cambio allá haces otras cosas como ir al cine, a caminar al centro, a la plaza y así (mujer de 18 años).

A pesar de las diferencias que encuentran en las formas de vida en Cancún en comparación con la de sus lugares de origen, los jóvenes migrantes consiguen adaptarse a la ciudad. Sin embargo, el conflicto y la confrontación no están ausentes y, como lo muestran los siguientes testimonios, impactan por igual tanto a los jóvenes migrantes como a aquellos que han nacido o crecido en Cancún y que son llamados «locales» u «originarios» de la ciudad. Ambos grupos —migrantes recientes y locales— también perciben en la heterogeneidad y en la distinción poblacional una fuente de conflicto y confrontación (Fragoso 2012).

Lo que me gusta de Cancún es la pluriculturalidad, la naturaleza y la cultura. Aunque bueno, también parte de lo que no me gusta es la misma pluricultura, o sea que llega gente de allá, de aquí y de todas partes, y traen sus mismas ideologías y empiezan a cambiar la cultura de otros y empieza a haber más vandalismo, más inseguridad; lo que me preocupa mucho es la expansión. Vienen mucho del sureste, o sea, son tabasqueños, chiapanecos, campechanos, pero también he conocido gente del norte, de Monterrey, pero sí, mayormente son de tabasco… no me gusta generalizar pero este, hay veces los tabasqueños tienen un carácter muy explosivo y son muy grilleros, pero a veces no son el verdadero problema, el problema es cuando estás dentro de una sociedad y que hay que hacer juntas y todo eso, pero cuando se trata de vandalismo y todo eso, estadísticamente, bueno, yo me he tomado una noción de que son más del centro de la República, son más del DF, son chilangos, no me gusta generalizar, pero viendo a las personas que conozco así es (hombre de 19 años, vive en Cancún desde los cuatro).

La estigmatización recíproca entre los jóvenes migrantes y los jóvenes locales puede permanecer latente, pero también, en ciertas ocasiones, generar ambientes de franca confrontación violenta en diversos grados.

Los conflictos son el pan de cada día en el restaurante es diario; obviamente, cada quien tiene diferentes humores, diferente forma de pensar, diferente carácter y diferente educación, entonces es algo que choca diario. El ambiente del restaurante es muy estresante, es muy ajetreado, muy estresante, o sea, tienes que estar en el trabajo, como soy mesero, tienes que estar en diálogo constante con la gente y con tus compañeros de trabajo que vienen de todos lados del país y que muchas veces te van a ofender o agredir, porque ellos están en lo mismo de que son muy diferentes (hombre de 17 años, Estado de México).

Como puede observarse, la percepción general de los jóvenes respecto a la diversidad de procedencias e idiosincrasias —que uno de ellos define como «pluriculturalidad»— es tirante y volcada a situar en el «otro-par» el principio de todo mal: el vandalismo, la ociosidad, el libertinaje, la indiferencia y la mezquindad. A pesar de que habitan un mismo espacio físico, los jóvenes no comparten un espacio de identificación en el que el propio bienestar sea concebido como el bienestar común, por el contrario, el malestar de todos parece ser lo único compartido.

Alan Touraine se refiere a la desmodernización y a la desinstitucionalización para hablar tanto del debilitamiento como de la pérdida de vigencia de las instituciones y normas sociales en la sociedad contemporánea. En esta dirección, explica que las sociedades en las que coexisten varias conductas culturales generan un entorno de sensaciones ambiguas, en el que se experimentan por igual la angustia y la libertad (Touraine 1997). Eufemísticamente calificadas como tolerantes, un rasgo de este tipo de sociedades parece ser la ausencia de la integración entre lo diverso y su incapacidad para hacerse de una identidad propia recuperando elementos significativos de esa diversidad. En el caso de Cancún, los reanclajes identitarios comunes aún son escasos e insuficientes, especialmente para integrar con cierta rapidez a los nuevos migrantes.9 Así, por ejemplo, uno de los jóvenes arriba citados afirma, de manera políticamente correcta, que aquello que le gusta de Cancún es la «pluriculturalidad», para de inmediato aclarar que la encuentra más bien problemática, ya que resulta muy complicado que aquellos que llegan «de allá, de aquí y de todas partes» consigan conciliar sus diferencias en la convivencia del día a día.

Bauman emplea las figuras de los turistas y de los vagabundos, personajes en constante movimiento, como «las metáforas de la vida contemporánea» que refieren a los extremos de dos polos: por un lado, el de la libertad de movimiento y elección expresada al máximo y, por el otro, el del desarraigo obligado, el de la movilidad —casi expulsión— forzada y no elegida (Bauman 2005a:116). Los turistas representan una movilidad en la que la libertad de elección es ejercida al máximo, según las necesidades y los sueños de los individuos. La posibilidad de moverse según los deseos y ambiciones es interpretada como libertad, autonomía e independencia. En la vida del turista no existe un sentido único y global para todo el viaje que realiza, cada estación elegida debe ser la llave de su propio sentido. En sus paradas, el turista no construye, acampa; sus relaciones con el lugar y las personas son epidérmicas. Las motivaciones que los mueven son posibilidades de experimentar la diversidad y la novedad.

En el polo contrario se encuentran los vagabundos, quienes sin elegirlo han sido desarraigados. Para ellos, la libertad representaría no tener que moverse de un lado para otro constantemente, pero se ven obligados a hacerlo una vez que en ningún lugar son bienvenidos. Según Bauman, los vagabundos son los depósitos de los escombros que los turistas dejan en su camino de libertad; representan el alter ego de esa libertad que mientras a otros les da a ellos los priva, pues no es elegida. En este sentido, Bauman aclara que aunque son pocos los «turistas perfectos» o los «vagabundos incurables», todos los que habitamos la sociedad contemporánea ocupamos un lugar en la línea continua que trazan estos dos polos, y esa ubicación está dada justamente por la libertad de elección a lo largo de nuestra vida.

Los jóvenes que habitan y transitan por Cancún ocupan distintos espacios en esta línea continua que existe entre turistas y vagabundos: en uno de los extremos están los spring breakers, mientras que en el otro se ubican los migrantes rurales e indígenas que, frente a la falta de desarrollo en sus comunidades de origen, se ven obligados a migrar temporal y pendularmente a urbes como Cancún, principalmente buscando trabajo.

En este continuo están presentes los chicos que encuentran en esta ciudad un espacio de crecimiento y deciden instalarse en ella mientras dura su proceso formativo profesional, para luego hacer una nueva elección y continuar su camino. Su estancia en Cancún no es más que una posibilidad que les permite proseguir un itinerario que van eligiendo. Pero también están los jóvenes que fueron llevados por sus familias buscando mejorar sus condiciones de vida y tienen a Cancún como puerto final de llegada y establecimiento. Su permanencia ahí no responde tanto a una elección como a una necesidad.

Las tensiones, tan subrayadas en lo dicho por los jóvenes, son generadas por estas diferencias en las posibilidades objetivas de elección y se manifiestan en distintos espacios de sus vidas cotidianas, como el escolar y el laboral. En este último, como se aprecia en el testimonio arriba citado, la confrontación —que desencadena «ofensas y agresiones» entre compañeros— se pone de manifiesto en la competencia por el trabajo. Por otro lado, en el ámbito laboral las dinámicas de sociabilidad no solo están regidas por la necesidad de convivencia entre diferentes, sino también por la dificultad, impuesta por las propias políticas de trabajo, de establecer vínculos constantes y duraderos entre los propios trabajadores, mayoritariamente jóvenes. En este sentido, uno de los jóvenes entrevistados expresó su malestar frente a una experiencia de trabajo en la que la movilidad era una condición ineludible.

Mis papás se molestaron porque renuncié supuestamente a un buen trabajo, según ellos, que para mí estaba del nabo, entonces supuestamente ellos tenían la visión de que era un buen trabajo e iba a salir adelante, o sea me tocaban $360 semanales. Es un ambiente chido porque son puros chavos, pero cuando te van cambiando de tienda ahí ya no te gusta, te cambian cada mes, entonces yo ya llevaba un año ocho meses, y yo estoy acostumbrado a que entro a un lugar y ahí me gusta quedarme, no me gusta que me estén cambiando de lugar; o sea, me hago amigo fácilmente, pero si me van a cambiar a otro lugar ya no me gusta (hombre de 17 años).

En lo narrado se encuentra una valoración de la estabilidad de las relaciones y un malestar por la imposibilidad de conseguirla. La movilidad propia de una ciudad de migrantes es acentuada por las imposiciones de una dinámica laboral donde impera la flexibilidad y otros rasgos que suelen acompañarla como la transitoriedad, la incertidumbre, el riesgo, la exigencia para «empezar de cero» y reinventarse, etc. Ya que el mercado laboral flexible no es creador de un espacio común donde establecer relaciones duraderas, los jóvenes buscan estos lazos permanentes en diferentes territorios. En la convivencia con sus pares los jóvenes también vislumbran una posibilidad de reanclaje y de construcción de lazos en que estén presentes la fiabilidad y la confianza, pero nuevamente se encuentran con la dificultad de hacerlo en un contexto en el que muchos de los lugares donde «ocurre la vida» son de carácter transitorio, como las fiestas nocturnas, comúnmente conocidas en el argot juvenil como parties (Fragoso 2012).

La verdad aquí en Cancún encontrar así un amigo, una amistad sincera, es muy difícil. En el mundo de la fiesta, así lo llamo, te puedes encontrar gente que siempre va a estar ahí, pero de eso a que lo llamemos que sean tus amigos, eso es muy aparte. La gente aquí no sabe realmente lo que es una amistad ¿no? Una amistad como tal es difícil, pero sí puedes llegar a llevarte bien con la gente (mujer de 17 años).

Frente a la dificultad de hacer «amigos de verdad», los jóvenes encuentran condiciones que favorecen relaciones de tipo transitorio y superficial, tanto en su día a día como en momentos que, cíclicamente, irrumpen —ya de forma tradicional— en la vida de esta ciudad turística, como es la temporada de spring breakers.

Pues es muy común aquí ir a las parties y encontrarse con chamacos para pasar el rato, así, platicar, bailar, a veces hasta darse unos besos y ya. A veces nunca los vuelves a ver, otras sí pero ya no te hablas con él de nuevo, o lo ves con otra chamaca o él a ti, o sea, es muy, como decirlo, cambiable (mujer de 15 años).

Además de la fugacidad de estas relaciones, otro rasgo que aparece en las formas de vincularse entre los jóvenes cancunenses es el de la ambigüedad, que también puede ser interpretada como ambivalencia. Zygmunt Bauman escribe respecto a esta: «La ambivalencia, la posibilidad de referir un objeto o suceso a más de una categoría, es un desorden en la especificidad del lenguaje: un fracaso de la función denotativa (separadora) que el lenguaje debiera desempeñar. El síntoma principal es el malestar profundo que sentimos al no ser capaces de interpretar correctamente alguna situación ni de elegir entre situaciones alternativas» (Bauman 2005b:19).

Si la ambigüedad es la imposibilidad de clasificar o nombrar inequívocamente algo, esta aparece con regularidad cuando se presentan fenómenos sin precedentes, que no caben en ningún cajón categorial. En la sociedad contemporánea, en su nomos diluido, emergen situaciones y formas de relacionarse que no es posible catalogar con el vocabulario conocido, solo se nombran a partir de lo que no son, empleando categorías preexistentes.

Pablo no es mi novio, pero andamos de la mano porque él me cae bien. Pero pues casi no lo conozco, ni me gusta. Yo me acerqué a él, él es muy callado. Me llamó la atención porque es «sureño», o sea de una banda que es de puros «cholos». Yo soy de otra que se llama MLK, o sea, Morros Locos Clandestinos. Pero pues solo somos como amigos lejanos, aunque andemos de la mano, ni siquiera es un free (mujer de 16 años).

Tradicionalmente el contacto físico de cierta clase, como andar de la mano, es revelador de una lazo íntimo, de confianza o, al menos, implica el reconocimiento de un vínculo específico. Sin embargo, en lo arriba expresado por la muchacha, esta práctica no permite clasificar el ambiguo lazo que une a los dos jóvenes que van de la mano y mucho menos enunciar si hay algún tipo de compromiso entre ambos. Parafraseando a Bauman, parece que en la sociedad contemporánea, tan elocuentemente manifiesta en Cancún, el contacto de los cuerpos está dispensado de cualquier otro lazo a mediano o a largo plazo, de modo que el sexo es cada vez menos un pegamento en la estructuración de relaciones perdurables y se constituye como parte de la incesante actividad de consumo y «acumulación de sensaciones» (Bauman 2005a).

Parte del propio espacio urbano de Cancún entraña esa ambivalencia: la zona hotelera, puesto que se presenta como una «falsificación verdadera», una hiperrealidad propia de las «ciudades simulacro» descritas por Edward Soja. En estos espacios no solo se persigue crear lugares «inexistentes en la realidad», sino también estilos de vida, formas de habitar y una cultura de la cotidianidad en que se infiltra la simulación y la preeminencia de lo aparente. Para los jóvenes cancunenses la zona hotelera representa además un espacio de confort y lujo próximo espacialmente pero lejano como una posibilidad objetiva de su disfrute.

En esta misma dirección, la indefinición o ambigüedad no solo está presente en el plano amoroso, el de la sexualidad o el del espacio urbano, sino que atraviesa otras dimensiones, prácticas, percepciones y sujetos presentes en la vida de los jóvenes entrevistados. Así, por ejemplo, pueden sentir un afecto sincero por su familia y al mismo tiempo establecer una convivencia mediada por la agresividad cotidiana y constante. Como se lee a continuación, esta práctica de «agarrarse para ver quién puede más» parece una suerte de entrenamiento hogareño que estas jóvenes nacidas en Cancún tienen que cumplir para una exitosa socialización callejera, en la que el valor individual se gana a golpes.

Mi hermana y yo nos peleamos mucho, nos agarramos a mordidas, pellizcos, manotazos y seguido nos dejamos marcas. Yo no uso toda la fuerza que tengo porque me da miedo lastimarla más fuerte, aunque seguido nos agarramos para ver bien quién puede más. O sea, aunque la quiero hay que demostrar quién puede más. Eso lo he visto en la calle, cuando dicen que uno es más que el otro, pues se dicen que «se dan un tiro» y ya ven, cuál es. Cuando yo me he peleado ha sido por eso, porque no me gusta que me digan que soy chincha (cobarde) y pues aunque yo no provoco las peleas, pues si me piden «el tiro» se los doy (mujer de 14 años).

La ambigüedad también aparece en la percepción de ciertas figuras tradicionalmente consideras como autoridades. Por un lado, los jóvenes tienen una idea formada de lo que dichas figuras deberían representar (confianza, protección, cariño), y por otro, esta imagen ideal se confronta con las acciones efectivas de tales personas, acciones incompatibles con lo que de ellas esperan los jóvenes, de modo que su sentir y pensar sobre dicha figuras resulta ambivalente. Esta ambigüedad dificulta la construcción de una subjetividad estructurada y, en cambio, favorece la de una más bien rugosa, indefinida o retomando a Saraví y Makowski, perforada10 (perforated subjetivity) (Saraví y Makowski 2011).

No sé, desde que mi papá comenzó a golpear a mi mamá ya se cayó la confianza. Puede decirse que sí cambió la forma en que veía a mi papá, pero no me había dado cuenta hasta ahorita. Antes yo lo veía como un protector, bueno, hasta ahora yo lo sigo viendo como un héroe, alguien que me ayuda, ¿no?, pero en algunas ocasiones también me da coraje, digo, ¿por qué golpear a mi mamá?, pero otras pienso, no pues, qué bueno, me siento bien porque él nunca ha dejado de trabajar, lo ha dado todo por mí, a pesar de sus errores, nunca ha dejado de trabajar, de alguna u otra cosa, pero para ayudarnos a nosotros (hombre de 23 años).

Una vez me levantó la preventiva (policía preventiva municipal). Eran como las ocho o las nueve de la noche y yo estaba platicando en la banqueta con otros amigos, cuando llegaron los policías y nos dijeron que ya era muy tarde para que estuviéramos en la calle. Entonces una policía mujer me jaló y me empujó para subirme a la camioneta, yo le preguntaba por qué me llevaban si no estaba haciendo nada, y ella nada más me decía «Cállate ya, chamaca».

¿Entonces la policía te agredió?

No, o sea, porque fue una mujer. Sí nos estaban empujando y hablando con gritos y groserías, pero eso es normal cuando te levantan, o sea, no es que me gustara que me hicieran eso, o que esté muy bien que así sea, pero la cosa es así.

La misma entrevistada minutos después, al cuestionarla sobre su posible profesión en el futuro, responde:

Mmm… pues me gustaría ser secretaria o policía, son las profesiones que más me llaman la atención, pero creo que más la de policía.

¿Por qué te llama la atención?

Pues porque andan en sus camionetas y todo, me gustaría andar rolando como ellas le hacen, cómo se siente que tú eres la ley, ¿no?

Pero hace rato me dijiste que no te gustó cómo te trató una policía alguna vez, ¿tú serías igual o diferente a ella?

Mmmm, pues por eso, de nuevo, sería como los policías son, a veces bien, buena onda, a veces no, mala onda (mujer de 15 años).

Como se observa en los testimonios anteriores, en distintos ámbitos, privados y públicos, de la vida de los jóvenes se manifiesta una visión y un sentir ambivalentes e inciertos frente a las otrora incontestables figuras de autoridad. Este sentimiento dual de respeto y rechazo, confianza y miedo, admiración e impugnación también se aprecia respecto de las violencias presentes en las vidas de los jóvenes. Como se lee en el último testimonio, por un lado las violencias son sufridas, padecidas e indeseables, pues marcan negativamente la vida de los jóvenes, pero al mismo tiempo parecen admirarse, valorarse y son consideradas como necesarias por ellos, como prácticas insustituibles para mantener el orden social del mundo.

De igual forma, estos pares de tensiones se presentan en la forma en que muchachos y muchachas experimentan su movilidad en la ciudad. En las imágenes diferenciadas de los distintos espacios de Cancún que presentan los jóvenes prevalece una visión que incluye un lado bueno y uno malo de habitar esta ciudad. Los sentimientos de inseguridad y miedo para moverse en ciertos lugares y a ciertas horas parecen estar muy presentes. La incertidumbre favorecida por la imposibilidad de homogeneizar el espacio en un locus de seguridad aparece junto con las violencias, ya sea como una posibilidad o como una vivencia efectiva.

Vivo en la (colonia) Lombardo Toledano, en la segunda entrada. Entre donde vivo y la zona hotelera hay demasiada diferencia. Para empezar, el tipo de ambiente que hay. En la Lombardo es tranquilo, lo único malo es que en la noche ya se vuelve más peligroso, en cambio, en la zona hotelera en la noche es peligroso, pero hay policías. En la zona hotelera, así salgas de trabajar a las dos o tres de la madrugada, de todas maneras hay más seguridad que en lo que es el Crucero y el Centro, que ya es demasiado peligroso en las tardes, más en las noches; todo mundo sabe que ahí te debes cuidar más de asaltos, gente abusiva, yo creo que las mujeres hasta de violaciones, digo, nunca se sabe (hombre de 17 años).

En este sentido —y siguiendo a Rosana Reguilloque, a su vez, recupera la propuesta sobre las topologías de Michel Foucault (1979)—, Cancún entera representa a la vez una utopía y una heterotopía (un «otro lugar»), es decir, un espacio anhelado e idealizado pero, al mismo tiempo, aquel espacio donde «el peligro» y «el mal» (expresados en la violencia y la inseguridad) están presentes (Reguillo 2006). Mientras que los turistas visitantes de Cancún solo experimentan el escenario montado de la utopía, los habitantes de la ciudad, y particularmente los jóvenes que la viven y recorren, reconocen en la totalidad de la urbe los espacios utópicos y los heterotópicos que, no obstante, no pueden evitar. Estos últimos son, en general, los más cercanos a ellos.

Por otra parte, en los lugares de violencia e inseguridad se generan dinámicas sociales y relaciones que reproducen la incertidumbre y las tensiones de esta ciudad de migrantes y estereotipos estigmatizantes. Quizá uno de los más marcados —junto con el de la personalidad «buena» o «mala» de los migrantes según su origen— es el de las «regiones»11 y sus bandas, algo así como la personificación de la intimidación y el ejercicio de la violencia cotidiana en el espacio público por antonomasia: el de las calles donde se habita.

Cuando llegamos a vivir a Cancún llegamos a la «Ruta 4» (una avenida de las «regiones»), en un cuartucho que parecía vecindad de lo peor, horrible, había drogadictos, borrachos, sexoservidoras. Por eso yo me molestaba, por qué me habían traído a un lugar así si en Veracruz yo estaba bien (mujer de 25 años).

Hay bastante gente que pueden hacer parecer que Cancún es bastante violenta. Hay gente que viene por ejemplo de Chiapas o digamos Veracruz, que usa como refugio a la ciudad, por ejemplo, si hicieron algo malo en su estado, es gente con sangre muy fría y por cualquier cosa agreden a la gente. Entonces vienen huyendo de las autoridades de allá y aquí también vienen a fomentar la violencia. Eso es, digamos, una cosa mínima, pero lo más grave es esto del incremento de los narcos, que a cada rato sale en los periódicos amarillistas. El problema es que Cancún sí ya empieza a ser tomado por los narcos y la droga (hombre de 17 años).

Como se lee en lo expresado por los jóvenes, Cancún no solo es percibido como un lugar en el que las utopías y las heterotopías coexisten, sino como una urbe que empieza a transitar de un paraíso calmo y pacífico a un lugar violento, en el que aparecen los personajes que, en el México contemporáneo, constituyen el mayor símbolo encarnado de lo violento: los narcotraficantes. Junto con el problema del consumo de drogas, su distribución despliega un horizonte intimidatorio. Durante la última década, en la visión de los cancunenses las bandas de adolescentes y jóvenes, y los criminales menores que usan a Cancún como un «refugio», han sido desplazados por los enfrentamientos entre distintos grupos de narcos. Quienes dominan el territorio de la ciudad son los zetas. La primera vez que tuve una referencia de su presencia no fue por medio de los periódicos o las noticias, sino de los propios jóvenes, quienes con cierta frecuencia aludían a que conocían a algún pariente o amigo que formaba parte de ese cártel.

El primer semestre del 2009 —año en que se hizo la mayor parte del trabajo de campo— fue complicado para los cancunenses. No solo prevalecía la tensión por el reciente asesinato de un general en retiro nombrado asesor de Seguridad Pública del municipio de Benito Juárez, sino que en abril se declaró en todo el país una alerta por la declarada pandemia de gripe A (H1N1), conocida popularmente como influenza. El 29 de abril la Organización Mundial de la Salud elevó el nivel de alerta al quinto de seis. En el mundo entero se ubicó a México como el país donde se había gestado la nueva cepa viral de la influenza. Las consecuencias se sintieron de manera casi inmediata en la ciudad de Cancún: las cancelaciones de reservaciones en hoteles y vuelos no cesaron; de igual modo, los cruceros no permitieron el desembarco de los turistas en Cozumel. El nivel de ocupación durante los meses de abril y mayo disminuyó de 77.2 ٪ a 50 %, y en junio cayó hasta 35 %, un porcentaje menor que el registrado después del huracán Wilma (El Semanario, 18 de junio de 2009). La sombra del desempleo cubrió a Cancún.

El malestar era generalizado. Los habitantes de la ciudad estaban acostumbrados a lidiar con determinados periodos de bonanza y escasez, pero la crisis económica generada por el miedo de nacionales y extranjeros a contagiarse del virus de influenza fue inesperada, de manera que la situación económica de muchos de los trabajadores directos e indirectos de la industria turística se precarizó. Esta situación perduró tres largos meses, durante los cuales el sentimiento de enojo cedía cada vez más al de la desesperación y la incertidumbre. Durante este período se intensificó un temor latente entre los habitantes de Cancún: la finitud del recurso turístico. Al respecto algunos jóvenes me comentaron:

Sí me gusta vivir en Cancún, pero hay cosas así como que, por el trabajo, como quien dice, pues que te asusta un poco, de que dicen que ya no va a haber trabajo, y que dicen que el turismo está decayendo o que ya hay mucha competencia o así; y ahora más con esto que pasó de la influenza (hombre de 20 años).

Junto a su preocupación por el competido acceso al trabajo en el contexto de una industria turística que se percibe como azarosa y con un futuro incierto, algunos jóvenes de Cancún logran percibir el acceso desigual a las oportunidades laborales e, incluso, a enunciar de manera crítica la posición de desventaja que ocupan frente a sus pares recién migrados y que se han formado profesionalmente fuera de Cancún.

Los jóvenes aquí pueden progresar pero solo si están bien preparados. Es muy precaria la educación. Mira, Cancún es padre, es una ciudad joven, como te digo. Gente que yo he visto que viene de otros estados, gente preparada, o sea, es gente que la verdad prospera, más que nada porque ya están más preparados, ¿no?, por ejemplo, en los otros centros de la República, por ejemplo, en Yucatán, la uady es una buena universidad, jóvenes que vienen de allá y vienen bien preparados tienen más posibilidades que los que estudiamos aquí. Aquí, por ejemplo ¿qué más hay de carreras? Turismo, Contabilidad, más que nada carreras que son enfocadas al turismo. Aquí, por ejemplo, en Derecho, sí ves cuestiones legales pero creo que está muy light (hombre de 22 años).

La precariedad laboral —que engloba al desempleo cíclico, al subempleo y al empleo temporal— es una forma de exclusión o, al menos, de una inclusión también precaria y temporal, especialmente en una ciudad como Cancún cuyo mayor atractivo para la migración y elemento que dota de cierta identidad es justamente el empleo. Es este un fenómeno de violencia sistémica que llega a ser simbólica, pues su ejercicio anónimo, que prescinde de la fuerza física para aplicar y reproducir el dominio del sistema, se impone invisible y dulcificada en la ideología del neoliberalismo que valora y promueve la flexibilidad, los plazos cortos y la capacidad de adaptación constante. Como escribe Žižek, «La violencia social-simbólica en su grado más puro aparece como su opuesto, como la espontaneidad del medio en que vivimos o del aire que respiramos» (Žižek, 2009:51), y en la «ciudad-simulacro» la única tradición conocida es justamente la de los pioneros que, frente a las contingencias de cualquier tipo, han conseguido ser flexibles y lidiar con la incertidumbre.

Sin embargo, como aparece en algunas entrevistas, aunque «la desigualdad social como fenómeno macro por momentos es naturalizada, en el nivel micro se deja transparentar generando un profundo malestar social» (Saraví 2009:270) traducido en incertidumbre. La pregunta que emerge casi de manera automática es ¿cómo se desarrolla una gestión de la incertidumbre en un medio como Cancún, en el que esta es inherente a la ciudad misma?

Como ya se ha visto, el trabajo no es una institución que resuelva esta situación, sino que, por el contrario, la fomenta. En las conversaciones con los jóvenes la escuela aparece en algunos casos como un espacio que da alguna certeza para el futuro, pero dicha certeza o bien se ubica fuera de Cancún o se enuncia como algo, por contradictorio que parezca, dudoso, incierto. En el plano escolar la seguridad es temporal, no es un augurio de éxito proyectado hacia el futuro. Parte de esta incertidumbre se funda en la ausencia de sentido que tiene la educación formal para los jóvenes, ya que no es percibida como parte de un proyecto de vida o como una vía de movilidad social y para forjarse cierto futuro. En cambio, las experiencias escolares están marcadas por un estado de ánimo que también podría traducirse como un malestar social: el aburrimiento.

Vas a la escuela, ¿verdad?, ¿en que año vas?

Ajá, sí, en segundo semestre, de prepa. En el primer año. Bueno, antes iba en cuarto, pero dejé de estudiar un año.

¿Por qué dejaste de estudiar, te dejó de llamar la atención o tuviste algún problema?

Porque… nada más, ya estaba aburrida.

¿Y ahorita en qué escuela estás estudiando?

En Conalep.

Ahí llevan especialidades, ¿qué especialidad llevas?

Mecatrónica.

¿Y sí te gusta o fue casi por accidente que llegaste ahí?

Pues no me gusta, es que nada más había tres: aeronáutica, tubería y mecatrónica, ya pues en tubería no me gustó, aeronáutica tampoco, mecatrónica pues, ya ahí me quedé.

¿Y sí piensas terminarlo?

No creo, pues es que está muy aburrido y como que no, no le veo caso, no me gustaría seguir.

La pérdida de interés por el estudio se relaciona de manera cercana con el hecho de que este no tiene una finalidad valorada ni existen grandes expectativas asentadas en él. Como apunta Gonzalo Saraví, «El aburrimiento y el desastre expresarían la intrascendencia que en la percepción de estos jóvenes tiene la escuela en su vida o, cuando menos, su escepticismo al respecto (…) mientras que el aburrimiento expresa el sinsentido desde la pasividad, el desastre lo hace por medio de la acción, del hacer» (Saraví 2009:52). Así como el trabajo ha dejado de ser una institución que otorgue una identidad de clase, aún más en un contexto de mercantilización marcado, la escuela no parece impactar más la subjetividad de los jóvenes y su conformación de una identidad como «estudiantes».

En este sentido, la familia aparece como la otra gran institución de formación y contención moderna que, no obstante, en Cancún también se presenta como un espacio transitorio, incierto y ambiguo que refuerza la construcción de una subjetividad perforada, en la que cada vez está menos presente lo social en los individuos. La ausencia de los progenitores, las familias nucleares fragmentadas y dispersas, la mayor proporción de familias compuestas, el maltrato físico y psicológico, la incapacidad para establecer canales de comunicación, las figuras de autoridad diluidas y el alcoholismo, todos estos elementos hacen de la familia un lugar donde se refuerza el carácter incierto y ambiguo de la vida social, especialmente porque se experimenta cotidianamente. En este contexto aparecen de nuevo diversas formas de violencia, principalmente intergeneracional.

Me llevo muy mal con mi padrastro. En una ocasión estaba platicando con mis amigos en la calle y mi padrastro nos vio. Como ellos son chavos de banda, le fue con el chisme a mi mamá y le dijo cosas como que yo me dejaba tocar por todos y andaba de loca y era una cualquiera. Entonces cuando llegué a mi casa mi mamá me regañó y me dijo que no podía salir con ellos por lo que le había contado su esposo. Yo le empecé a gritar al señor, a decirle que era un metiche y me salí de la casa. Como mis amigos me vieron llorar les platiqué qué tenía. Ellos se molestaron y cuando mi padrastro salió, y lo vieron así de lejos, le empezaron a arrojar piedras por cómo me había gritado y los chismes que me inventó. Entonces me fue peor cuando regresé a mi casa (mujer de 15 años).

Para los propios habitantes de Cancún, el éxito que se puede alcanzar en la ciudad en el renglón laboral no tienen una equivalencia con lo que ocurre en el ámbito familiar. En el imaginario colectivo el fracaso matrimonial y las rupturas familiares constituyen una suerte de «precio» con el que se paga el crecimiento o la estabilidad económica. La gran mayoría de los jóvenes con los que se hizo campo viven en familias compuestas, generalmente integradas por uno de los progenitores, su esposo o esposa, hermanos y hermanastros. En casi todos los casos estas familias se constituyeron en Cancún, producto de una ruptura de la familia con la que se migró. En las narraciones de los jóvenes es común que el aparezca un padre o una madre con más de un pareja sentimental. La convivencia en las familias compuestas generalmente es descrita por los jóvenes como favorecedora de ambientes conflictivos e inestables, especialmente entre los hijos y las parejas de sus padres, es decir, con madrastras y padrastros.

Mi familia es, o fue, disfuncional, porque mi papá es alcohólico, entonces cuando tú llegas a un lugar nuevo pues obviamente cada nuevo día o cada nuevo proyecto que emprendes es una oportunidad de recrearte, pero cuando te das cuenta que muchas cosas no te ayudan, obviamente desistes, y fue realmente lo que nos pasó. Cuando yo entré a la escuela al llegar aquí, en bachilleres, platicando con mis compañeros del grupo nada más yo tenía a mis papás juntos, que no eran divorciados o que no tenía hermanos de fuera. Mis amigos me platicaban que se iban con su papá un día, con su mamá otro, y entonces yo pensaba cómo en Cancún es muy fácil desbaratar un matrimonio y familias enteras. Obviamente no es el lugar, pero sí son las situaciones que pasan mucho en este lugar (mujer de 25 años).

A lo largo de este artículo se ha intentado mostrar, citando a Harvey, cómo «la incertidumbre e inestabilidad que la maquinaria genera en el empleo y, por lo tanto, en las condiciones de existencia de los operarios, se vuelve normal» (Harvey 1998:126), así como el modo en que los fenómenos de incertidumbre y transitoriedad se vinculan —ya como motivo, ya como derivación o como fenómeno paralelo— con experiencias de violencias que transforman y estructuran la subjetividad de los jóvenes más que cualquier otra institución. Además del trabajo, se ha expuesto cómo otras instituciones claves como la escuela, la familia, las relaciones entre pares —particularmente entre los propios jóvenes como el noviazgo y la amistad—, así como el conjunto de relaciones con otros sectores están imbuidas de incertidumbre, inestabilidad, e incluso ambigüedad, que pueden ser fuentes de angustia, tensión y conflictos que se resuelven en situaciones de violencias. Así como estos rasgos están presentes en dichas instituciones, en el espacio social y estructural su presencia se extiende a una dimensión subjetiva12 que, como se ha visto, favorece la producción y reproducción de relaciones distantes y muchas veces violentas.

 

Consideraciones finales

En la vida de los jóvenes contemporáneos, la experiencia de las violencias parece estar más latente que nunca, tanto por el periodo transicional en el que han crecido, como por la sensibilidad que frente a dichas violencias se ha desarrollado. En este sentido, la variedad de los modos de experimentarlas y vivirlas por los jóvenes también revela cómo estas se han convertido en un mecanismo privilegiado de construcción de subjetividades juveniles —en las que predomina el carácter de «perforadas»— durante la modernidad tardía. Las violencias se han colado en la configuración de las instituciones tradicionales y emergentes que moldean lo social, convirtiéndose en reproductoras de la subordinación y de una ilusoria resolución de los malestares sociales.

En este artículo se ha hecho un esfuerzo por mostrar los lazos de distintas longitudes, materiales y calidades que unen los malestares sociales y las violencias cotidianas en la conformación de las subjetividades juveniles en Cancún. A lo largo del artículo se revisó cómo la incertidumbre, la transitoriedad y la ambigüedad propias del capitalismo flexible se extienden a las relaciones cotidianas de manera que se convierten en la ideología que moldea y disciplina la fuerza laboral, así como la vida cotidiana. En este sentido, las fuentes de dichos malestares son dos modalidades de la violencia: la estructural y la simbólica. Lo anterior nos revela cómo las violencias gestadas desde el sistema reproducen otras modalidades de violencias que actúan sobre las relaciones sociales de manera que favorecen los conflictos inter e intrapersonales, neutralizando posibles alianzas que combatan la fuente común del malestar y las violencias. La consecuencia más evidente de las violencias estructural y simbólica entre los jóvenes cancunenses es la configuración de relaciones sociales distantes, que naturalizan la imposibilidad de comunicación y de vincularse a los otros diferentes de manera constante y duradera. La dificultad de gestionar la incertidumbre solitariamente está acentuada por la incapacidad de las instituciones modernas más paradigmáticas —el trabajo, la escuela, la familia y las relaciones horizontales de amistad y vecindad— para otorgar a los jóvenes un suelo estable y común a partir del cual crear relaciones sociales permanentes, justamente debido a que también han sido permeadas por la incertidumbre, la ambigüedad y la transitoriedad que deberían contrarrestar.

Desde este marco de interpretación, el estudio de las subjetividades en las juventudes cancunenses resultó fundamental para poder establecer distintos puentes entre la base objetiva que los sustenta y los sentimientos, malestares y experiencias de violencias en este sector poblacional, pero que no son exclusivas del mismo. Si bien los jóvenes son el espejo más fiel donde se reflejan dichos fenómenos, algunas de las conclusiones sobre este presente de los jóvenes en Cancún pueden ser generalizadas para los jóvenes y adultos de otras latitudes que vivimos en el mundo de la modernidad tardía, y a quienes nos corresponde imaginar paradigmas de socialización diferentes a aquellos que, parafraseando a Pierre Bourdieu, configuran «la miseria del mundo», especialmente aquella generada por las violencias pues, como escribe Philipe Bourgois: «La gente no ‘sobrevive’ simplemente a la violencia como si esta quedase de algún modo fuera de ellos, y pocas veces, si es que alguna vez ha ocurrido, la violencia ennoblece» (Bourgois 2005:32).

FUENTES DE CONSULTA

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Notas

1 La construcción de Cancún —uno de los primeros Centros turísticos integralmente planeados, fruto de un proyecto impulsado por el Estado mexicano, el Fondo Nacional de Fomento al Turismo y un grupo de empresarios— inició en 1970. Los primeros hoteles de esta antes inexistente ciudad comenzaron sus operaciones en 1974.

2 Dicha tesis sirvió como base de un escrito premiado por la unicef, titulado «A puro golpe. La experiencia subjetiva de las violencias en los adolescentes y jóvenes que viven en la ciudad de Cancún».

3 El snm es el porcentaje que representa la diferencia entre emigrantes (personas que cinco años antes de la fecha de levantamiento residían en la entidad y que a esta última fecha radicaban en otra) e inmigrantes (personas que a la fecha de levantamiento residen en la entidad, pero que cinco años antes a esta fecha vivían en otra).

4 En el censo de 2010 este porcentaje se modificó y pasó a ser de 49.9 %, lo que no quita su carácter representativo al municipio.

5 A nivel estatal, el porcentaje de jóvenes entre 15 y 19 años es de 29.8 %, de manera que Quintana Roo se posiciona en el primer lugar nacional con mayor porcentaje de jóvenes en esta franja etaria.

6 En el municipio de Solidaridad se ubica Playa del Carmen.

7 Los sectores primario y secundario apenas están desarrollados en la entidad. Según el Sistema de Cuentas Nacionales del INEGI 2005, en 2004 el sector terciario abarcaba 93.6%, el secundario 5.6%, y el primario apenas 0.8 %.

8 El término violencia estructural es aplicable en aquellas situaciones en las que se produce un daño en la satisfacción de las necesidades humanas básicas (supervivencia, bienestar, identidad o libertad) como resultado de los procesos de estratificación social, por tanto, no hay la necesidad de la violencia directa. El término violencia estructural remite a la existencia de un conflicto entre dos o más grupos sociales (normalmente caracterizados por sus rasgos de género, etnia, clase, nacionalidad, edad u otros) en el que el reparto, acceso o posibilidad de uso de los recursos es resuelto sistemáticamente a favor de alguna de las partes y en perjuicio de las demás, debido a los mecanismos de estratificación social (Galtung 2003).

9 La asociación civil Pioneros de Cancún se creó en la década de los noventa con el fin de «conservar y fomentar las raíces de la fundación de Cancún, así como divulgar los hechos históricos relevantes, buscando una identidad cancunense que se dificulta debido a la diversidad de culturas y personas que habitan en la ciudad». Los miembros fundadores de la Asociación forman parte de la elite de los primeros migrantes llegados a la ciudad: ingenieros, arquitectos, empresarios, administradores de hoteles. Sus actividades son básicamente eventos cívicos y sociales como El desfile de la identidad. Su principal órgano de difusión es la revista de publicación mensual Pioneros, pasado y presente de Quintana Roo, fundada por Francisco Verdayes Ortiz. Aunque esta asociación tiene cierto prestigio y reconocimiento entre los habitantes de Cancún, y muchas de sus iniciativas tienen una buena recepción social, no cuenta con un programa amplio de integración entre los diferentes sectores y migrantes de la ciudad; como ya se apuntó, las iniciativas que promueve son básicamente sociales y algunas civiles.

10 Para estos autores la principal característica de esta subjetividad es la disolución de «lo social» en su constitución. Saraví y Makowski señalan que la difuminación de la presencia de la sociedad en los individuos ha favorecido la emergencia de una nueva «institución del yo», es decir, de procesos de individualización frente a la ausencia de parámetros socioculturales colectivos.

11 Colonias populares que fueron los primeros asentamientos irregulares de Cancún y con el tiempo se regularizaron y recibieron los servicios urbanos necesarios. Algunas de ellas tienen fama de ser conflictivas e incluso peligrosas por las bandas que ahí existen. El contraste entre la zona hotelera y la ciudad de las regiones es inmenso; los habitantes de esta segunda no se perciben como integrantes del paradisiaco Cancún y no frecuentan la zona hotelera, a menos que trabajen ahí.

12 Si bien la familia no es la única de las instituciones que han perdido fuerza en la constitución de las subjetividades juveniles, sí es la más mencionada por los jóvenes como un espacio de conflicto. Esto se puede explicar a través de dos procesos: por un lado, en México, la familia se ha constituido históricamente como el espacio de contención más importante y efectivo frente a la debilidad de otras instituciones, como el trabajo y la escuela; por otro, hay un desfase en el proceso de individualización del que da cuenta Beck en Europa, pues en México este tiene menos fuerza y se acompaña de la precarización, ya que estructuralmente las condiciones del «tipo ideal de la individualización» no existen.