VIOLENCIA Y CULTURA EN EL MUNDO ACTUAL

Nota de investigación a propósito del libro Ver, oír, callar. En las profundidades de una pandilla salvadoreña de Juan José Martínez D’Aubuisson, 2013, San Salvador, Aura ediciones, 114 pp. (Colección Aura de bolsillo, vol. 1), ISBN: 978-99923-960-3-2.

Luis Rodríguez Castillo
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Recepción: 8 de mayo de 2014 Aprobación: 19 de septiembre de 2014 Publicación: 01 de diciembre de 2014

 

INTRODUCCíON

El libro Ver, oír, callar. En las profundidades de una pandilla salvadoreña es un resultado parcial de la investigación que el autor desarrolló para sustentar etnográficamente su trabajo de grado en Antropología Sociocultural en la Universidad de El Salvador. El título que rotula la obra pareciera evocación metafórica; no obstante, se trata de las reglas simples y claras que le fueron transmitidas para sobrevivir en un barrio que, como «lugar antropológico» (Augé 1994), se encuentra —en tanto abstracción que sintetiza relaciones sociales— preñado de violencia y, paradójicamente, de solidaridad, mientras que —como ubicación— es la última localidad y, al mismo tiempo, descripción neta del lugar que ocupa en la geografía de la colina.

Las personas avezadas en antropología podrían dilucidar desde las primeras páginas que el autor sigue la estrategia de las antropologías posmodernas por sus narrativas para representar al «otro», así como por la presentación de sus experiencias y sensaciones al insertarse en otros espacios que no le son propios e, incluso, como señala Carlos B. Lara Martínez —en el prólogo de la obra—, «da rienda suelta a la subjetividad, manifestando su descontento o falta de tolerancia ante la presencia de las iglesias evangélicas y pentecostales» (pp. 9-10). No obstante, más allá de las licencias literarias y figuras poéticas, el autor parece autoinscribirse en los cánones de la etnografía malinowskiana al ubicar su mirada como una observación objetiva. Se trata —dice— de la: «descripción de un momento concreto en la historia de una comunidad salvadoreña gobernada por un grupo de jovencitos pertenecientes a una enorme pandilla, de las historias que ahí afloraron y de las distintas dinámicas de violencia, solidaridad, crueldad y amor que se dieron en el transcurso de la investigación» (p. 18).

Descripción que, desde luego, no es inocente, sino teóricamente informada, y fue realizada con el propósito de interpretar las dinámicas de violencia e identidad de una clica, la Bravos Locos Salvatrucha (BLS), perteneciente a la Mara Salvatrucha 13 (MS-13). En lo que sigue presento los principales contenidos de este libro, y lo que inició como una reseña me permite subrayar algunas áreas de conversación y dialogo, tanto sobre la experiencia vivida y publicada en estos diarios como en la construcción de una agenda de investigación que permita una mejor comprensión del fenómeno de las maras.

CONTENIDO DE LA OBRA

El libro de Martínez está estructurado en 22 apartados; cada uno es un diario de trabajo de campo etnográfico, e incluye un epílogo.1 Tal como nos informa el autor, condensan el año que estuvo en campo. Pero en lugar de seguir la lógica de su presentación, para efectos de estos comentarios los reagrupo según lo que en mi parecer son los tópicos centrales.

EL ENCUENTRO CON EL «LUGAR»

Y LA «ALTERIDAD»

El etnógrafo se describe como un Dante «torpe y asustado» que se deja guiar a «lo más paloma», pero en un camino en ascenso: La última comunidad de la colina. Sabemos de su encuentro con Gustavo, responsable de un «centro juvenil» de una iglesia que trabaja en el lugar, que es la vía de su introducción; los convenios de colaboración en un «programa de refuerzo escolar» y de las reglas a seguir para permitir su presencia. También detalla cómo tiempo y espacio se llenan de significados: pintas con las iniciales MS-13 y su reconocimiento de los malos augurios: ha llegado en día 18, número emblemático que representa a la pandilla contraria: la Barrio 18.

Dibuja las calles de terracería y las casas maltrechas donde campea la pobreza. Imágenes retomadas en los diarios que integran el libro, por ejemplo, en su mirada puesta en quienes realizan —por la tarde— la ruta de ascenso a la colina con «mercancía que no consiguieron vender», para quienes «la cena, en caso de que haya, será más escueta» (p. 47), muestran, en diversas situaciones sociales, las condiciones materiales de vida en ese lugar.

También narra su encuentro, en la antípoda social, con artistas, académicos de universidades privadas, intelectuales y la «crema y nata» de la sociedad salvadoreña que avizora a las profundidades de las «Maras, [con] champán y fotos»; pero unos y otros en sus propios lugares de confinamiento. Es un encuentro con quienes miran una alteridad desde la comodidad de espacios apropiados por élites económico-políticas y por ello expresan sin ambages su admiración por el otro, «porque son unos artistas» y eso nos explica su percepción: «Pensábamos encontrar ahí a delincuentes esperándonos con un cuchillo entre los dientes, pero nos hallamos a pajaritos caídos del nido» (p. 77) —dice el fotógrafo francés a propósito de la mara que se encuentra en las cárceles.

Los encuentros con la violencia sistemática es materia de todos los diarios que se reúnen en este libro. La presencia de algún miembro de las fuerzas policiales o militares en un operativo, así como las incursiones de la Barrio 18 en territorio de la BLS que provocan alguna baja, o las de estos contra los de la 18, tanto desde el «presente etnográfico» como a través de historias contadas. En ambas, «los actos son siempre la barbarie extrema, de esa que al escucharla da mareo, como ganas de vomitar» (p. 78).

Así, «La escoba de la verdad» comienza a dar visos de cómo son esas prácticas cotidianas en los lugares dominados por la clica, pero de mayor importancia es que continúa con la descripción del paisaje social: las características del centro juvenil, cuyo patio es el lugar de reunión, y que es un diario de su encuentro con los «otros», dos personajes cuasimíticos: el Destino y el Dark, fundadores de la BLS y, este último, líder de la clica en sustitución del primero en su retiro voluntario, así como el Noche, una especie de entrenador para los aspirantes a pertenecer a la mara y el Little Man, un importante sicario, de cuyo ascenso y caída como palabrero, líder que lleva la palabra de la BLS, nos enteraremos a través de este libro.

PAISAJE DE RELACIONES SOCIALES

En «La renta del Destino» devela relaciones de protección y solidaridad. Aquí no solo conocemos a Hugo, un niño que es una especie de favorito del Destino y por ello, goza de ciertos privilegios, como asestar una golpiza a manera de juego a algún aspirante a ingresar en la mara; también nos informa que las mujeres de otros pandilleros que se encuentran encarcelados acuden, mes a mes, al Destino para obtener algún dinero. Es, sin embargo, un territorio colmado de «Augurios de guerra», pero:

La gente de la comunidad, y de toda la colina, sabe cómo leer estas señales y se prepara para la guerra. Las tiendas cierran más temprano, la gente camina con más prisa, las miradas son más esquivas, las casas se cierran como pequeños búnker cuando llega la noche. En general, se respira un aire lúgubre con olor a muerte por toda la comunidad (p. 38).

No obstante, nos enteramos a través de los diarios que el paisaje también se colorea con otras relaciones. Un Destino entregando, benevolente y «con aire paternal», los almuerzos a quienes le rodean y visitan en el Centro Juvenil, un Little Man que distribuye una bebida y un grupo que comparte los alimentos y se lanza sobre ellos como «pirañas humanas», incluido el etnógrafo, pero saben que «Todos comerán al menos un bocado» (p. 39).

Así como las relaciones del etnógrafo cambian, desde un Dante asustado a una piraña humana, los lugares y paisajes también se transforman. El Centro Juvenil es sede de un proyecto de panadería que atiende el Destino, centro de operaciones de la clica, cuartel general en la guerra entre pandillas y santuario donde el Destino —celebrante principal— transmite «El mito» fundante de la MS-13, de homeboy «pactados», es decir, con pactos con el demonio y las leyendas de bravura que dan sentido de honor y orgullo en la pertenencia a la BLS. También es sala penitencial para actos de contrición como «La escoba de la verdad» o coso para lidiar historias como las de «Los payasitos de la Mara», uno que toma ese disfraz para divertir en la fiesta de su sobrino; otro, «para ir a darle una gran matada a un maje» (p. 40).

El paisaje de relaciones también se llena de ¿alegría? con las actividades lúdicas, que llenan de sorpresas y preguntas al etnógrafo. Descubre, a través de «El juego» de policías y ladrones, que niños y niñas que participan en el programa de refuerzo escolar, sin excepción, piden ser del bando de los ladrones. El etnógrafo también se sensibiliza ante su interacción con una niña en cuyo dibujo «No hay hombres en el jardín», y encuentra cómo el futbol «se vuelve algo importante y la cancha un lugar acogedor», pero también sus propias angustias, pues señala:

La euforia dura poco y las preguntas, que habían volado durante el partido, se posan cada vez más pesadas recordándome que estoy aquí para responderlas ¿Por qué ese montón de hombres jóvenes están jugando futbol a las cuatro de la tarde cuando deberían estar trabajando? ¿Será que no tienen trabajo? ¿Por qué no tienen trabajo? ¿Por qué tienen que poner a un grupo de vigías para poder jugar? ¿Por qué tenemos miedo cuando el calendario marca 18? ¿Por qué es probable que un joven aparezca y nos dispare? ¿Por qué siguen jugando en una cancha donde ya han asesinado a varios jóvenes? […] Las ganas furiosas de responder estas preguntas es lo único que me ancla a este lugar (pp. 55-56).

Nuestro novel etnógrafo se muestra aquí como un Clifford Geertz descubriendo un «evento paradigmático», es decir, se describe en el flujo de las acciones de «solo un juego» a través del cual sabe que las interacciones sociales que ahí se condensan «constituyen algo más que un juego» (2001: 370) y, al igual que un Renato Rosaldo, encontrando la «ira en la aflicción» (1999: 19 ss.), compartiendo con sus informantes emociones y sentimientos; pero no deseaba cortar cabezas como un Rosaldo-Ilongote, sino segar piernas o anotar gol.

LAS LÓGICAS DE LA VIOLENCIA

En «El delito de Karla» el autor nos hace saber por qué una muchacha mereció que le aplicaran «La escoba de la verdad»: Karla, hermana del protegido del Destino y pareja del Little Man, llevó a una amiga a su casa, pero esta vive en el territorio del bando contrario. La mara le perdonó la vida, pero tiene prohibido concluir sus estudios, ya que la escuela se encuentra en aquel territorio, dominado por la Barrio 18 y, por ende, es «peligroso» para la gente de la Última Comunidad. También ilustra sobre la presencia de dos personajes, uno de ellos «con pinta de charro», quienes aparecen tras bambalinas y son parte de los «Augurios de guerra».

En «Semos malos», como un Salarrué2 que desentraña los sentidos de la muerte, narra con crudeza un asesinato y la naturalidad cotidiana con que se toma ese fenómeno. Vecinas, policía y representantes de los medios se hacen presentes, pero la muerte solo provoca «un murmullo de emoción en los niños» (p. 42), los únicos atentos cuando, al mover el cuerpo, le sale sangre. Pero la vida sigue. Una mujer «lava la sangre de la acera» y otra, a cinco metros de los hechos, «ha puesto su venta de frescos y horchata». Sólo queda una magra e irónica esperanza, pues una mujer, consolando a la viuda, advierte: «ya está con Dios, ya está descansando»; mientras que el cuerpo no asciende al cielo, va «colina abajo embolsado sobre la cama de una pick-up» (p. 44).

Karla es nuevamente protagonista en «La Seca como espejo de Karla», ante las huellas de la violencia en su cara; y a pregunta expresa del etnógrafo, la Seca responde enfática: «Nada, no le pasó nada» (p. 61), para darle algunos consejos sobre lo que implica la convivencia como pareja de un marero, lo que llevan a la niña a una —no menos enfática— conclusión: «Y, puta, al final nada puede hacer una» (p. 62). En este diario también conocemos a Bernardo, sobre el cual el autor observa que «va dejando de ser el muchacho tímido de hace unos meses». La razón es que aprobó el rito de iniciación para su ingreso en la pandilla: mató a su primer hombre. La orden vino desde el lugar donde el fotógrafo francés solo encontró pajaritos caídos del nido; pero lo más paradójico es que: «Esto no es información privilegiada, todos acá arriba lo saben, varios vieron cuando Bernardo le deshacía la cara a balazos, y todos han decidido callar (p. 63).

«El informante» le asegura al etnógrafo que hay muchas formas de asesinar, pero entre sus diarios describe la muerte de sapo y «El paso de la jaina»

Este consiste en enviar a alguien a acercarse a la víctima hasta lograr un buen grado de confianza, luego, valiéndose de la cercanía, lo sacará de la zona de seguridad y lo perderá en un lugar previamente estipulado. Una vez en el lugar se encontrará con un grupo de enemigos que lo aniquilarán. Estas muertes suelen ser muy violentas puesto que la víctima recibe múltiples torturas antes de morir (p. 56).

Un procedimiento que quisieron aplicar al Noche, quien lo conoce sobradamente e «hizo lo que se supone corresponde a estos casos»: propinarle a la jaina traicionera un golpiza, quebrarle la muñeca del brazo, jalarla de esa parte y provocarle el mayor dolor posible para arrancarle una confesión y, con las pruebas, solo entonces fue que «comenzó a golpearla en serio» (p. 58). Si vivió o si murió, no importa, los de la BLS saben que ella misma o alguien más —tarde o temprano— intentará cobrar la afrenta y la frustración por el intento fallido; será contra el Noche o cualquier otro miembro de la clica.

Luego de una incursión de miembros de la pandilla Barrio 18 en el territorio de La Última Comunidad, que dejó un par de jóvenes escolares muertos y la suspensión del programa de refuerzo, vino la respuesta de Little Man: una pequeña masacre en territorio 18 y de tal magnitud, que bien valió un par de tatuajes más en su cuerpo y marcó el inicio de «El reinado de Little Man»; pero también la escalada de violencia que tomaría a las rutas de transporte como protagonistas. Así, sucedió «El último viaje de Trompo», un operador de las busetas que tienen base en la Última Comunidad y que fue asesinado a manos de la 18, es decir, rompieron el llamado «pacto sur», en honor a que el primero ocurrió en el sur de Los Ángeles, California; pero también ocurrió «El revés de los Bravos» y tuvo su punto culminante en la quema de «La Buseta» incluidos sus pasajeros en el interior. Este último, un suceso cuyas imágenes —por su barbarie— llenaron el «paisaje mediático» (Appadurai 1996) global, tanto expresando su abominación como exigiendo el contrataque del Estado; ambas expresaban las preocupaciones relativas a la seguridad y las incertidumbres de los ciudadanos.3

En esta escalada de violencia y con el apoyo de otras clicas de la MS-13, el Centro Juvenil y la colina en general se convierte en la «La fortaleza de los Bravos» para vivir la euforia que provocan los golpes asestados y para resistir las embestidas de la 18 y de la policía. No obstante, los diarios de campo muestran que la escalada de violencia entre pandillas también sirvió para ampliar la acción policial. Así, en diferentes operativos contra una cicla debilitada se montan los performances de legitimidad del Estado y lo espectacular de la política: la «mano dura» rinde frutos. En esos operativos logran la captura del Noche, el Little Man, el Destino, Moxi, Charlie, entre otros. Detención que significó el fin del pequeño reinado de terror de Little Man.

MECANISMOS DE COHESIÓN INTERNA

Un tema transversal en los diarios que integran este libro es el de las condiciones materiales y simbólicas que motivan el cercamiento a la pandilla. En el caso de las niñas, lejos de modelos y visiones unidireccionales que explican esa integración «como estrategia para huir de sus propias realidades familiares de hacinamiento y violencia [y] se sienten atraídas por la identidad y la dinámica de las pandillas» que encuentra su explicación en la prevalencia del «sistema de dominación patriarcal» (Interpeace 2011: 28 y 33);4 el autor narra diversas situaciones sociales en las que las niñas se encuentran en un flujo bi-direccional de asedio y conquista; y reflexiona en relación con esos motivos: «En estas comunidades, y a la edad de Cristal [una joven descrita como una Claudia Schiffer versión adolescente], los pandilleros constituyen una especie de ‘rebelde perfecto’. Todo mundo habla de ellos, son quienes visten mejor, son a quienes todos respetan, son, en pocas palabras, los protagonistas de la película» (pp. 61).

En el caso de los niños, quizás el modelo de una sociedad que reproduce sus propios esquemas pudiera ser más asequible. El etnógrafo habla de la existencia de «grupos piloto. Eran clicas vivero conformadas por niños que básicamente jugaban a ser pandilleros. Una forma cruel de entrenamiento» (p. 75); no obstante, como ya se destacó más arriba, existen relaciones de solidaridad y protección; pero también se describe el terrible peso estructural que dota de ciertos tintes de fatalidad a la acción social, como en «La lucha que perdió la perra». Ahí señala cómo Charlie, «al regresar y encontrarse a sus antiguos amigos de infancia convertidos en pandilleros, no vio otra opción que iniciar el proceso para ser también un miembro de la MS» (p. 65).

Asimismo, describe situaciones sociales que generan «una profunda veneración» (p. 65) y —como ya se señaló— respeto hacia los miembros de la BLS; como en las que «La oscuridad da a los Bravos una seguridad que expresan […] orgullosos con sus mejores galas [y] a través de miradas desafiantes y poses de cuatreros del viejo oeste» (p. 96), o de un líder que se encuentra «sentado en su trono plástico al mejor estilo de Al Pacino en El Padrino» (p. 28) rodeado de niños ansiosos de escuchar las historias opuestas a su realidad cotidiana; en ellas la última comunidad de la colina es el centro del universo narrativo y simbólico; hay triunfos: son los vencedores, son los poderosos.

Si bien en la BLS tienen una ley clara y concisa: «ver, oír y callar… o vos seguís» (p. 63) que marca las lealtades de los no pandilleros hacia la clica, entre los medios a través de los cuales esta logra la cohesión interna se encuentran, por un lado, la aplicación de medidas que marcan la imposibilidad de salir de ella, como cuando «Los palabreros exigían una cuota fija a los desertores, muchas veces más alta de la que los jóvenes podían pagar. En estos casos regresaban a la clica, huían lejos o eran asesinados. Otros palabreros más radicales les tatúan la cara con el símbolo de la pandilla a aquel miembro de su clica que pretenda echarse atrás» (p.75).

Por otra parte, está la lógica vinculada con el cuidado del prestigio de la mara y que puede conducir, incluso, a la muerte. Así, le explican al etnógrafo:

[…] en la Mara uno se puede morir por tres cosas. Por matar a otro homeboy, aunque sea sin querer, aunque sea accidente, no importa […] no valen nada […] porque los quiere matar la Mara, los chavalas y además los sigue la policía […] Uno se puede morir por sapo, por andar hablando con los juras y dando información de lo que hace la pandilla. Y uno se muere también por ¡culero! […porque] te bajás el plante y le bajás el plante a la pandilla» (pp. 46).

Criterios que marcan la orientación a un comportamiento incremental del plante, del prestigio y la exigencia de una lealtad total, la que le permite al etnógrafo, en su encuentro con la lógica de la violencia, desvelar y hacer comprensible no sólo la cohesión de la mara, sino los porqués de la producción e invención de formas cada vez más crueles del asesinato.

Ejemplo de lo anterior se encuentra en el diario El Paso de la jaina, donde reflexiona que la cercanía lograda le permite «descubrir que para estos jóvenes el honor está en la barbarie, la valentía, el sacrificio, y que solo “la causa”, como le llaman a la guerra, hace que la vida valga la pena» (p. 59). Es decir, ese honor-barbarie es lo que dota de sentido a la vida de los miembros de la BLS y en sus charlas con «El Informante» capta que dentro de las muchas formas de asesinato «todas siguen el mismo esquema y más o menos los mismos objetivos: mostrar, frente a la propia clica, la barbarie de la que se dispone y dependiendo de esto así será el grado de “respeto” que obtenga. En esta dinámica, la muerte de la víctima se vuelve un mero instrumento y no un fin en sí mismo» (p. 73).

El libro cierra con un epílogo que no ofrece una visión esperanzadora, sino que advierte sobre la aciaga proximidad de «Días peores». Aunque se hacen presentes nuevamente los rituales de legitimidad del Estado y lo espectacular de la política al narrar la detención del Destino, quién había hecho crecer el proyecto de panadería de la corporación católica en La Última Comunidad de la Colina e incorporado a nuevos homeboys; también presenta un mismo suceso vívido e interpretado de maneras distintas.

Por un lado, el «Gobierno celebra misas de acción de gracias en los penales y las autoridades se jactan de haber logrado lo inaudito, lo imposible: haber firmado una especie de segundos acuerdos de paz, esta vez entre las dos pandillas»; por el otro, «entre las champas más enclenques se rumoran cosas. Se dice que el pacto se romperá, que lo que viene será mucho más complejo, mucho más salvaje. Se dice que las cúpulas de ambas pandillas han aprovechado las prerrogativas del gobierno para reestructurarse, para limpiar la pandilla y ordenar los liderazgos en la calle» (p. 111).

Esta es una historia que no termina. La BLS cuenta ya con un profeta libertador, un Moisés, el Garrita, que será el encargado de sacar de su situación de oprobio a la grey elegida; por su parte las «autoridades gubernamentales de alto nivel siguen regodeándose y felicitándose entre sí por su audacia. Mientras tanto, en la calle, entre los pobres, se vive con angustia porque saben que vienen días peores» (p. 112).

UNA MIRADA CRÍTICA

El canon afirma que la etnografía es la metodología por excelencia en el proceso de la investigación antropológica. En ella, el antropólogo/antropóloga observa de cerca la vida cotidiana en «otra» cultura, vive el choque cultural y atraviesa por la experiencia de la «diferencia»; una vez realizado el rapport, la identificación con y por la sociedad local, se incorpora y participa de las actividades cotidianas del grupo —que comúnmente llamamos observación participante— y que, en conjunción con otras técnicas de recolección de información empírica, es la experiencia conocida como «trabajo de campo». A lo largo de esa experiencia se hace un registro cotidiano y se escriben informes acerca de esa cultura atendiendo a dos criterios: el detalle descriptivo, por un lado, y la representación de una totalidad sociocultural, por el otro.

Esta es la matriz metodológica que sin duda ha seguido el autor y que le permite adoptar en sus diarios la autoridad etnográfica del yo estuve ahí y la del relato naturalista de la descripción imparcial objetiva de la realidad que existe y, según criterios cartesianos, está ahí afuera. No obstante, es en el modelo canónico que la escritura de los diarios de trabajo de campo es una técnica de registro, más que un producto de investigación; presentar los diarios a un público amplio —supone— quebrantar las reglas de la tradición objetivista, y puede conducir al lector al equívoco de pensar que el etnógrafo se acerca al paradigma del giro lingüístico y, en particular, a la forma posmodernista donde la narrativa, la manera en la que se representa la realidad, es la fuente misma del conocimiento.

Desde luego, no es aquí lugar para repetir los argumentos críticos que el posmodernismo formuló para el canon malinowskiano, ni las reacciones y contracríticas que dichos argumentos provocaron. Pero sí para señalar que el autor viaja entre la ya señalada posición naturalista que aspira a un conocimiento objetivo, y el ejercicio reflexivo posmoderno, sujeto con su propia subjetividad que se encuentra a otras subjetividades y que aspira a dar cuenta de las muy diversas formas de entendimiento social. En ese viaje, visita la epojé fenomenológica, sujeto que «suspende» su propia subjetividad para interpretar la de otros sujetos sociales, aspirando a ayudarnos a comprender al otro.

Si el autor parece inscribirse en una tradición y se permite licencias que lo aproximan a otras, y si tomó la decisión de publicar sus diarios de trabajo de campo, entonces se extraña una explicación más amplia sobre sus preferencias teórico-metodológicas y el lugar en el que se posiciona en un debate que se remonta a los ochenta del siglo pasado. Dicha ausencia quizá nos revele por qué el prologuista ubica este producto y lo aplaude como producción de un «periodismo antropológico».

Al señalar esto dejo claro que discrepo con la idea de que la antropología sea reductible a la etnografía y que esta lo sea a contar buenas historias. Mi intención es conducir la atención sobre la necesidad —y que no se hace explícita en el libro comentado— de una discusión de carácter epistemológico. En efecto, según preferencia teórica, se tienen ciertas actitudes hacia el conocimiento —y esto también influye transversalmente sobre la forma de análisis de los datos—, así como diferentes criterios de selección sobre los hechos al momento de escribir, es decir, de construir la narrativa etnográfica, base empírica de datos culturales que pueden permitirnos tanto la objetividad como la suficiencia interpretativa.

VENTANAS ETNOGRÁFICAS

A UNA AGENDA DE INVESTIGACIÓN

Resulta casi obvio señalar que los diarios de campo abren «ventanas» por donde atisbamos diferentes dimensiones de la realidad local. No obstante, destaco esta obviedad para celebrar que la publicación de esta etnografía ofrece algunos elementos de interés para emprender una agenda de investigación de carácter regional y arrojar nuevas luces sobre el complejo fenómeno de las maras en Mesoamérica.

Al leer los diarios podemos colegir que la violencia aplicada a Karla tiene para la mara una lógica de protección, que se extiende a la comunidad: hay que defender la integridad del territorio. El autor nos informa que los miembros de la BLS se encuentran postiando, haciendo de postes, vigías constantes, mientras nuevos pandilleros, provenientes de otras clicas de la MS-13, llegan a la última comunidad de la colina. Es por ello que, frente a los temas de moda que insisten en que realizan una mirada a la globalización a través de la des-territorialización de las relaciones sociales, considero que en estos diarios tenemos pistas para insistir en el análisis de por qué grupos, sin duda transnacionales, se integran en la lógica de la guerra, para profundizar en su apego a lo local.

El comentario no debe entenderse como una invitación a desvincular este fenómeno de los temas de la globalización y la transnacionalización. Al contrario, esto es fundamental para entender las dinámicas internas de la clica, de cuyas conexiones transnacionales nos enteramos por los diarios, pero no de los efectos que en ella tuvieron las deportaciones masivas de mareros desde los Estados Unidos. Este último tema parece una senda fértil de investigación antropológica, pero hasta el momento se ha prestado para una óptica netamente policial.

En ese mismo estado se encuentra el tema de la globalización. Observo que la clica es la unidad básica de la mara, es la célula del tipo de organizaciones que Appadurai, en El rechazo de las minorías. Ensayo sobre la geografía de la furia, llamó «invertebradas», es decir, «un sistema de redes conectadas, pero no dirigidas verticalmente; coordinadas, pero notablemente independientes, capaces de dar respuestas sin contar con una estructura centralizada de comunicación; borrosas en sus principales líneas de organización, pero con la claridad del día en sus estrategias y efectos» (2007: 44). Advirtiendo sobre la comodidad de solo replicar el modelo construido por este autor, considero que al buscar nuevas explicaciones a la violencia en Centroamérica, una buena senda de investigación se encuentra en ampliar su argumento al caso de las pandillas; pero de mayor importancia sobre las influencias, transformaciones y resignificaciones sobre las instituciones sociales de la modernidad.

Sobre ese tema el autor desvela que entre maras rivales existe una lógica cuasi-tautológica que «consiste en matarse mutuamente: una vez tú, una vez yo. De este juego depende su vida. Luego de cada golpe necesitan el revés de sus enemigos y, como en el ajedrez, cada pieza movida implica una jugada en respuesta. Si no, todo pierde sentido» (p. 102); aún hay un amplio campo para la indagación sobre por qué las otras lógicas que infiere (Honor-sacrificio y ganar respeto-violencia) se encuentran lejos de generar lo que el antropólogo Louis Dumont (1970) denominó communitas. Es decir, el autor da cuenta de la presencia de un sistema de diferencias y jerarquías al interior de la clica y entre clicas de la MS-13, y sugiere eso mismo como parte de la convivencia en los penales. Con ello abre un buen punto a discusión y a la indagación respecto de otros estudios que destacan el establecimiento de relaciones de horizontalidad dentro de estos grupos.

Otro tema sobre el cual los diarios apuntan, que no profundizan, es el de las relaciones de la mara en el contexto sociopolítico, tanto en el ámbito de la localidad como en el nacional. Sobre esos temas visualizo grandes oportunidades para comprender mejor este fenómeno.

En lo que respecta al primero, los diarios muestran cómo una obra pública es realizada con modificaciones específicas solicitadas por la clica y también cómo ante la escalada de violencia, los habitantes reclaman a la clica una protección que —es patente— el Estado ha sido incapaz de otorgar. De esto no se habla, al igual que no se habla cuando la clica aplica la violencia a miembros de la propia comunidad. Es decir, los diarios muestran otra faceta de la lógica cultural de la violencia. Se trata de la presencia del código que Pierre Bourdieu (1999) llamó «‘des-saber’ para designar este juego en que todos saben —y no quieren saber— que todos saben —y que no quieren saber— cuál es la verdadera naturaleza de los intercambios».

Aunado a ello, dan cuenta de las sospechas de alianzas entre la 18 y la policía municipal, así como de hallazgos de armas utilizadas en contra de la MS-13 pertenecientes a cuerpos de élite dedicados a la protección de políticos del tipo llamado «de primer nivel» o de las «altas esferas» de la política. Atando cabos, y siguiendo el dicho popular de «piensa mal y acertarás», queda registrado el asesinato del Destino; justo en el tiempo en que el sacerdote de la orden que administraba el centro juvenil de La última Comunidad arreciaba sus críticas respecto de los mecanismos construidos y los acuerdos tomados en la llamada «tregua».

Esa evidencia nos habla de posibles articulaciones, complejas y dinámicas, entre violencia y política. La pregunta que podría inspirar nuevas investigaciones es si no estaremos frente al fenómeno que Javier Auyero (2007) denominó la «zona gris» de la política.

EXHORTO A LA LECTURA

Un libro que aborda a un grupo que ha sido catalogado como la más extensa red de crimen transnacional, y que según el Federal Bureau of Investigation (FBI) en 2008 tenía presencia en 42 estados de la Unión Americana y aproximadamente contaba con medio millón de integrantes en el mundo, como lo es la Mara Salvatrucha, quizás por sí mismo despierte la suficiente curiosidad para ser leído. A ello podemos sumar la avalancha, una especie de moda académica, de estudios sobre la juventud y las culturas juveniles que inició en los noventa del siglo pasado y ha tomado nuevos bríos en lo que va del presente, bajo la perspectiva de los llamados estudios culturales latinoamericanos.

Entonces, para invitar a la lectura de Ver, oír, callar. En las profundidades de una pandilla salvadoreña retomo a Jeffrey Alexander (2000), quien sentenció que la emulación es la forma más refinada de la adulación. Sigo las palabras que Sir James Frazer ofreciera sobre Bronislaw Malinowski:

[…] estaba bien dotado para la empresa que acometió […] ha vivido muchos meses como un indígena entre los indígenas, observándolos diariamente en sus trabajos y diversiones, conversando con ellos en su propia lengua y deduciendo todas las informaciones de las fuentes más seguras: la observación personal […] De este modo ha acumulado una gran cantidad de material, de alto valor científico (Frazer 1995: 7).

En esa tónica, creo que un buen motivo para una lectura atenta de este libro se vincula al alto valor científico del material presentado y a lo que el lector no se encontrará. No encontrará una investigación monumental sustentada en encuestas, como la emprendida por la Universidad Centroamericana (UCA) y que arrojó la serie de cuatro volúmenes Maras y pandillas en Centroamérica(2001, 2004, 2006 y 2007), sino un trabajo rico en el detalle descriptivo realizado en una localidad. En ese sentido, no se encontrará un catálogo de las características de una «tribu urbana» que desarrollaría un «antropólogo inocente» (Barley 1989) —o algo más que inocente— como el recorrido que realizan los periodistas García y Meza (2011), ni se hallarán las narrativas estilizadas que no llegan a ser una buena expresión literaria y no pueden considerarse, en opinión de quien esto suscribe, siquiera relatos5 etnográficos, como las colaboraciones compiladas por Ortiz y Ramos (2012). Tampoco se topará con una visión romántica del pandillero, aquella que celebra este tipo de figura como un bandido social, paradigma de la resistencia y de las acciones contrahegemónicas del subordinado que se entrega a La vida loca, sino una etnografía de las relaciones establecidas de un grupo de muchachos que «gobierna» la última colina.

La lectura del libro Ver, oír, callar. En las profundidades de una pandilla salvadoreña se vuelve necesaria porque es ineludible contar, en los tiempos actuales, con una mejor comprensión de las lógicas culturales que orientan a grupos juveniles a lo largo del mundo y de lo mucho que ese análisis podría informarnos sobre las hegemonías globales. En efecto, estas pandillas transnacionales no son un problema que surgiera en un país subdesarrollado: tiene su origen en una de las metrópolis de lo que Trouillot (2011) llamó el Atlántico Norte, pero que esa metrópoli sea la que denuncie a las maras como una amenaza para sus ciudadanos y el mundo es muestra de la reproducción y necesidad del «nicho del salvaje», que tienen esas potencias mundiales y que se ubica, invariablemente, en las colonias y los países subdesarrollados.

Antes que dejarnos un horizonte esperanzador, el libro parece situarnos en la condición que Georges Duby describió como «el año mil» un cambio de época lleno de miedos, angustias e incertidumbres (2000). En efecto, luego de leer la obra de Martínez D’Aubuisson quedo convencido de que fenómenos como la pandilla además de reforzar la hegemonía cultural del Atlántico Norte y su necesidad de mantener a «otro», a un «salvaje», es el ejemplo más espectacular de la desigualdad entre las sociedades humanas, puesto que pone en evidencia que no todas las vidas humanas tienen el mismo precio. Estas son, pues, —en el mundo actual— las dinámicas de la violencia y la cultura.

FUENTES DE CONSULTA

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Appadurai, Arjun, 2007, El rechazo de las minorías. Ensayo sobre la geografía de la furia, Barcelona, Tusquest (Ensayo, 71).

Augé, Marc, 1994, Los “no lugares” espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Barcelona, Gedisa (Comunicación y Sociología).

Auyero, Javier, 2007, La zona gris: violencia colectiva y política partidaria en la Argentina contemporánea, Buenos Aires, Siglo XXI Editores.

Barley, Nigel, 1989, El antropólogo inocente: notas desde una choza de barro, Barcelona, Anagrama.

Bourdieu, Pierre, 1999, Meditaciones Pascalianas, Barcelona, Anagrama (Argumentos).

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Duby, Georges, 2000, El año mil. Una interpretación diferente del milenarismo, Barcelona, Gedisa (Serie cla-de-ma. Hombre y Sociedad).

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eric, dirinpro, nitlapan, idies y iudop, 2004, Maras y pandillas en Centroamérica. Volumen III. Políticas juveniles y rehabilitación, Managua, Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (eric) de la Compañía de Jesús/Dirección de Investigación y Proyección Social (dirinpro)/Instituto de Investigaciones y Desarrollo nitlapan/
Instituto de Investigaciones Económico Sociales (idies)-Universidad Rafael Landívar/Instituto Universitario de Opinión Pública (iudop)-Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas»/Universidad Centroamericana Editores.

eric, ideso, idies y iudop, 2001, Maras y pandillas en Centroamérica. Volumen I, Managua, Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC)-Compañía de Jesús/Instituto de Encuestas y Sondeos de Opinión (ideso)/Instituto de Investigaciones Económico Sociales (idies)-Universidad Rafael Landívar/Instituto Universitario de Opinión Pública (iudop)-Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas»/Universidad Centroamericana Editores.

eric, ideso, idies y iudop, 2007, Maras y pandillas en Centroamérica. Volumen II. Pandillas y capital social, San Salvador, Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (eric)-Compañía de Jesús/Instituto de Encuestas y Sondeos de Opinión (ideso)/Instituto de Investigaciones Económico Sociales (idies)- Universidad Rafael Landívar/Instituto Universitario de Opinión Pública (iudop)-Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas»/Universidad Centroamericana Editores.

Federal Bureau of Investigation (fbi), 2008, The MS-13 Threat. A National Assessment, fbi, www.fbi.gov/news/stories/2008/january/ms13_011408 [consultado: 16 de agosto de 2014].

Frazer, James, 1995, «Prefacio», en Bronislaw Malinowski, Los argonautas del Pacífico occidental. Comercio y aventura entre los indígenas de la Nueva Guinea melanésica, Barcelona, Península, pp. 7-12.

García Dueñas, Lauri y Frederick Meza Díaz, 2011, Tribus urbanas en El Salvador, San Salvador, Contracorrientes/Centro Cultural de España en El Salvador.

Geertz, Clifford, 2001, La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa (Serie cla-de-ma. Antropología).

Interpeace, 2011, Violentas y violentadas. Relaciones de género en las maras Salvatrucha y Barrio 18 del triángulo norte de Centroamérica, Guatemala, Interpeace-Programa juventud para Centroamérica/Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales de Guatemala/irdc-Programa paz, conflicto y desarrollo.

Ortiz Gómez, Ana Silvia y José Luis Ramos Ramírez, 2012, Relatos etnográficos. Vivir en la Pedrera. Entre el riesgo y la voluntad divina, San Salvador, Instituto de Estudios Históricos, Antropológicas y Arqueológicos/Mujeres por la dignidad y la vida/Escuela Nacional de Antropología e Historia/Evangelischer Entwicklungsdienst.

Rosaldo, Renato, 1999, Cultura y verdad. Nueva propuesta de análisis social, México, Grijalbo/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Los Noventa).

Trouillot, Michel-Rolph, 2011, Transformaciones globales. La antropología y el mundo moderno, Cali, Universidad del Cauca/ceso-Universidad de los Andes.

Notas

1 Los títulos de los capítulos o diarios de trabajo de campo se colocan entrecomillados, debido a que se integran en la narrativa de este documento. Siempre que se habla de diarios es en referencia a estos. Las citas textuales son referidas sólo con el número de página.

2 Apocope de Salazar Arrué, Luis Salvador Efraín Salazar Arrué «nació en Sonsonate en octubre de 1899 y murió en San Salvador en noviembre de 1975. Fue pintor, articulista de periódicos y formó parte —junto con Claudia Lars, Alberto Guerra Trigueros, Serafín Quiteño y Raúl Contreras, entre otros— de una de las generaciones más fecundas en la historia de la literatura […] Algunos críticos lo consideran culminador de la corriente costumbrista en Centroamérica (Concultura 1996: 7) y otros dentro de una corriente universal de la literatura del tipo ilustrado por Juan Rulfo.

3 Recuerdo a mi familia llena de angustia cuando un par de meses después de esos sucesos anuncié mi visita a El Salvador. Al conminarme a desistir de tal propósito, reproducían el esquema básico del análisis político schmittano: saldría del mundo fiable, de amigos y familiares, de mi espacio local, para ir al mundo ignoto donde la barbarie campea, al mundo de los enemigos. Reflexiono, ahora, sobre el poder de los medios para construir, de un suceso en una esfera pública local, a los enemigos globales de la humanidad.

4 Previendo la posible catalogación de androcéntrico, como epíteto, a mi comentario, cabe aclarar mi adhesión a la teoría de género entendida como el campo de análisis de la construcción histórico-social y simbólica de las diferencias culturales entre hombres y mujeres sobre la diferencia biológica y sobre los mecanismos que naturalizan —con dicha base— principios de organización social y relaciones de poder. Entiéndase entonces mi crítica a la facilidad que supone, en el caso del informe de Interpeace, tomar un modelo de análisis a manera de explicación teleológica y, con una pobre evidencia empírica, ajustar todo como si la realidad misma representara el modelo. En dicho libro (Interpeace 2011) no se analiza cómo se construyen los mecanismos de desigualdad entre géneros en el interior de las maras, sino que se articula un discurso ideológicamente orientado que presupone la subordinación de la mujer en las maras como producto de un marco institucional mayor (la sociedad patriarcal).

5 Tal cual, como «relatos», quedan consignados en la página legal del libro.