RESEÑA

ANUARIO DE ESTUDIOS INDÍGENAS X INSTITUTO DE ESTUDIOS INDÍGENAS, UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CHIAPAS TUXTLA GUTIÉRREZ, 2006

Miguel Lisbona Guillén
PROIMMSE-IIA-UNAM

 

 

Introducción

 

Es difícil calcular la vida real de las publicaciones científicas en México, aunque suelen hacerse estudios al respecto. Sin embargo no hay que ser muy observador para cerciorarse que su duración suele ser, en general, efímera. Salvo contadas y prestigiadas excepciones en distintas ramas de las ciencias sociales, los esfuerzos se diluyen por cuestiones administrativas, por desaciertos editoriales o, simplemente, por la oferta de otras publicaciones que amplían la competencia. 

Si esto es perceptible en el país, más notable es cuando la referencia de análisis es alguno de los estados de la República. Las instituciones universitarias, o aquellas que en su nombre incluyen el concepto cultura, rara vez pueden consolidar proyectos editoriales coherentes y longevos. El caso de Chiapas, a pesar de sus múltiples problemas, no parece responder en los últimos años a esta lógica. Después de la pionera revista Ateneo han surgido varias publicaciones que, con sus diferentes ritmos de edición, están haciendo historia, a pesar de que suene pedante la afirmación. No se efectuará un repaso de estas revistas, pero sí hay que mencionar los dos Anuarios que, desde distintas instituciones de investigación, muestran la problemática local mediante los avances de trabajos realizados por científicos sociales residentes en Chiapas o que, de manera prolongada o coyuntural, toman al estado del sureste como campo de indagación. 

El primero es el que hoy presentamos, representado por los académicos del Instituto de Estudios Indígenas (IEI) de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH), espacio siempre abierto a las colaboraciones de renombrados, o jóvenes, investigadores nacionales y extranjeros. El segundo es el que está al amparo del Centro de Estudios Superiores sobre México y Centroamérica (CESMECA), actualmente perteneciente a la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH), aunque sus orígenes se remonten al desaparecido Instituto Chiapaneco de Cultura (ICHC). Al igual que en el Anuario del IEI, en éste se han bregado sus investigadores en diversas problemáticas y es un escaparate de la producción, y discusión contemporánea, de temas vinculados con Chiapas y Centroamérica, pero también con otros espacios de la geografía nacional e internacional, en un afán de tener presente la perspectiva comparativa a la hora de ver los objetos y sujetos de estudio. 

La vigencia de estas publicaciones refiere la oferta de producción, especialmente local, respecto a temas de carácter social, y también plantea, aunque no sea el lugar para su discusión estas páginas, los mecanismos para que este conocimiento trascienda los ámbitos de su creación y logre incorporarse a la sociedad de la cual surge la información. Seguramente este es el mayor reto de las instituciones académicas y de los mismos científicos sociales, aunque plantear esta circunstancia, de la que todos somos conscientes, no signifique dejar de trabajar o de producir conocimiento o debates sobre la sociedad en la que vivimos.

Si nos centramos en la décima entrega del Anuario de Estudios Indígenas, en la presentación se nos señala que son seis los rubros temáticos que lo componen, aunque si nos atenemos a la composición histórica del mismo Anuario, al igual que ha ocurrido en su homónimo del CESMECA, la característica es su heterogeneidad, siempre ligada, eso hay que tomarlo en cuenta, a los proyectos de investigación de los miembros de la institución, que en buena medida delinean el perfil del índice de artículos. 

En esta ocasión Heberto Morales Constantino abre la entrega con dos textos, uno rememorando la creación del actual IEI y otro que responde a la recepción de su Doctorado Honoris Causa en la UNACH. Los problemas políticos y administrativos para la creación de instituciones en Chiapas, así como el empeño de personas dedicadas a la investigación, muchas de ellas todavía miembros destacados de la academia local, sobresalen en estos trabajos realizados por un chiapaneco con vocación universal, como su labor docente fuera del país y su obra literaria confirman.

Lo que sigue después son artículos diversos y con distinto, también, nivel de avance y análisis. Por ejemplo, se cuenta con la continuidad temática de Dolores Aramoni al presentar documentos referidos a las visitas religiosas entre el actual municipio de Venustiano Carranza y el de Socoltenango en el siglo XIX. Siendo las cofradías y los zoques sus principales referentes de investigación, el adentrarse en la circulación de santos entre poblaciones chiapanecas amplía su bagaje para la discusión, sobre todo porque las hipótesis lanzadas sobre el origen de estos intercambios llevan a la reflexión, como de la misma manera deberían llevar los conceptos que se utilizan en las descripciones que se hacen de ese fenómeno o de similares. Véase cómo se denominan intercambios, procesiones o romerías a hechos distintos o semejantes, aunque no se marquen esas sutiles o muy pronunciadas diferencias. Por ello el testimonio presentado por Delmi Marcela Pinto, o el texto de Walter Randolph Adams, se incorporan a esa preocupación temática que debe llevar, de manera prolongada, a delimitar con claridad el carácter del fenómeno que se describe. En cuanto a este último texto, sobre las relaciones religiosas entre tzeltales y tojolabales, es de destacar el interés histórico para efectuar comparaciones con la actualidad, puesto que su trabajo de campo se llevó a cabo en la década de los setenta del siglo pasado.

Otros trabajos históricos son los de Janine Gasco, Ana María Garza, Beatriz Fernández Zamora y Yasmina A. López. A pesar del interés por conocer una región de cuya historia tenemos escasas referencias, como es el Soconusco, la información del artículo de Gasco se diluye, en algunos momentos, en la preocupación conceptual por lo que la autora denomina “etnoecología”, aunque parece que las diferencias entre ese concepto y la ecología cultural que Julian H. Steward desarrolló son escasas, para ser benevolentes. 

Caso distinto es el de Garza Caligaris, quien ha transitado en disciplina, e incluso ha dado un giro temático, para abordar históricamente la composición poblacional de los barrios del San Cristóbal decimonónico, así como se preocupa por las actividades productivas, la organización del trabajo, en definitiva, por observar quiénes y cómo vivían hace más de un siglo en la antigua capital estatal. La información de primera mano utilizada augura un trabajo que dará luz y, tal vez, cuestionará muchas afirmaciones sobre la histórica Ciudad Real de Chiapas.

También con material histórico Fernández Zamora aborda los conflictos agrarios en Teopisca, como parte de la problemática agraria estatal. Sin embargo, y como aparecerá en otros artículos del décimo Anuario del IEI, el concepto de discurso o la preocupación por las expresiones orales, y su contenido estratégico o simbólico, que serán denominadas discursos, tienen un peso mayor en su artículo que la concepción del problema agrario en su versión más cercana a la lucha de clases. Yasmina A. López observará, en esta misma línea histórica, las transformaciones que en el pueblo de Yajalón se han producido alrededor de la producción y comercialización del café, así como el auge de la cabecera municipal en detrimento de las fincas productoras en los últimos 60 años.

Jorge Paniagua, cuyo trabajo sobre San Cristóbal de Las Casas también representa una continuidad de sus preocupaciones de investigación, ofrece en este caso una discusión sobre la relación entre indios y ladinos mediante la utilización de los conceptos multicultural y modernización tardía. Las nuevas transformaciones urbanas y económicas de la ciudad alteña le sirven a Paniagua para refrendar la permanencia de distinciones y discriminaciones étnicas y, en este punto, de nuevo aparece el tema del discurso, incluso un apartado lleva por título “Los ladinos con voz pública. Un discurso sin discurso”.  

La española Pilar Gil, asidua en los Anuarios precedentes, sigue con temática similar a textos anteriores, aunque ahora más centrada en los aspectos feministas, de hecho su aportación es un repaso teórico y un posicionamiento propio respecto a la perspectiva de género y la investigación antropológica. Y si de posicionamientos se trata, hay dos artículos que muestran una nueva, aunque en ciertos aspectos no tanto, forma de acercarse a la investigación de la realidad chiapaneca. Una forma que ofrece una tendencia a mostrarse políticamente, aunque el contenido de los trabajo no permita que las deducciones sean para tanta claridad. El primero es el de Pete Brown sobre el debate del origen de la cabecera municipal de Pantelhó. En este debate, construido también en el discurso de ladinos e indígenas, el autor prefiere el ataque a la fina reflexión, por lo que considerará la existencia de dos versiones, las referidas ladina e indígena, una “metáfora bélica” al estilo de Gramsci. Si el análisis científico es como la descripción de un combate de box para saber quién gana, aunque sea a los puntos, tendremos que entrenarnos muy bien o dejar que peleen otros para recoger al final lo que quede de los Quijotes frente a los molinos de viento.

El segundo es de Philipp Gerber sobre una cooperativa tzotzil prozapatista dedicada al café orgánico. Sin la metáfora de la guerra, pero sí con la guerra siempre presente, aunque sea denominada de baja intensidad, las conclusiones de este trabajo son previsibles por lo dicho en líneas anteriores o por lo que el mismo autor afirma: “me queda al final la justificada esperanza de que, con todas sus experiencias, su compromiso y madurez, a los zapatistas les será posible consolidar un proyecto de comercialización, que representa la única alternativa a la bancarrota económica y un gran paso para la autonomía indígena” (p. 291).

Laureano Reyes, al igual que Raúl Pérez Grovas y las dos personas que signan el artículo con él en esta ocasión, tienen también una extensa trayectoria en la investigación y en la temática que abordan. En el último caso la ganadería ovina y todas las derivaciones socioeconómicas y culturales que implica para su productores. Lo mismo ocurre con el artículo del primero, quien desde su tesis doctoral se ha dedicado a la visión antropológica de la vejez, principalmente indígena. El caso de Gracia Imberton difiere en temática, aunque no en región, puesto que incorpora a la discusión el tema del suicidio entre los choles, con el afán, lícito y de sumo interés, de conocer las explicaciones propias de los sujetos de estudio a la vez que establece comparaciones con los tratados clásicos que sobre el tema se han escrito para el ámbito europeo. 

Susana Villasana, por su parte, ofrece una evaluación sociológica, su especialidad, de albergues escolares en la región zoque. Ojalá que la doctora Villasana continúe en la región de estudio para que los vacíos de información sobre los municipios zoques no sean permanentes, y tal vez la vertiente educativa sea un paso en la acumulación y proceso de datos de su amplia experiencia de campo.

Los tres últimos trabajos que componen el Anuario, y no por orden de aparición, puesto que no se ha seguido en esta reseña, son los escritos por Antonio Gómez y José Luis Escalona, por Alejando Agudo y por María Elena Fernández-Galán. Los primeros, especialistas en los hablantes del idioma tojolabal, muestran las transformaciones en las formas de intercambio y comercio entre dicha población, con el afán de hacer de la etnografía y la historia oral una fuente de conocimiento y ponerlas como requisito para la labor antropológica.  El caso de Alejandro Agudo, cuyo trabajo en el ejido El Limar, municipio de Tila, ya tiene varios años, enseña cómo la etnografía no está reñida con la discusión teórica, o viceversa. La descripción de los maestros rurales en su área de estudio, la tipología histórica que realiza, así como las hipótesis planteadas hablan de un serio trabajo de investigación. Por último, y tal trabajo sí cierra el Anuario, está el artículo de Fernández-Galán, quien plantea las dificultades que un idioma oral tiene a la hora de convertirse en escrito. Los desencuentros entre lo mismos hablantes y las instancias públicas representan un conflicto irresuelto a la hora de concretar soluciones, aunque distintas iniciativas llevadas a cabo, u otras que puedan realizarse, deben ser un incentivo para dotar de instrumentos apropiados a los hablantes de estos idiomas ágrafos.  

Que un Anuario vea la luz, en este caso el décimo del Instituto de Estudios Indígenas, es una labor que sólo los involucrados en ella saben. Desde la escritura de los textos a la organización  y selección de los materiales, así como la tarea de edición e impresión requieren del esfuerzo de muchas personas. El esfuerzo de diez Anuarios vale la pena, en especial por la creación de conocimiento sobre Chiapas, y en la difusión de trabajos que, por haber sido realizados por extranjeros no residentes en México, se hubieran diluido en las estanterías de las tesis de maestría o doctorado de las universidades extranjeras. En esa labor está el IEI y ojalá la siga realizando en colaboración con otras instituciones académicas de Chiapas.