CHIAPAS: FUTBOL Y MODERNIDAD
RESUMEN:
En este ensayo, se aborda el papel del equipo de primera división, los Jaguares, en el contexto de la realidad chiapaneca. La capacidad del futbol para crear símbolos que conformen “comunidades de identificación” e “integración de la diversidad” se analiza en dos vertientes, la de las transformaciones económicas, y en concreto del empresariado chiapaneco y, por otra parte, la condensación de las fragmentadas identidades locales hacia una posible identificación estatal mediante el equipo de los Jaguares.
PALABRAS CLAVE: fútbol, identidad, Chiapas, equipo Jaguares
Introducción
El primer día de enero de 1994, un grupo armado autodenominado
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), tomó por la fuerza cuatro cabeceras
municipales en el estado de Chiapas. Tres de las ciudades ocupadas, Altamirano, Las Margaritas y
Ocosingo, están situadas al filo de la selva, mientras que la otra, San Cristóbal de Las Casas,
se ubica en el centro de una región conocida como Los Altos de Chiapas. La ocupación militar de
estas cuatro ciudades causó una generalizada sorpresa en todo el país y despertó el
interés en los asuntos de Chiapas y su situación social. Prueba de ello es que a escasas horas
de lo sucedido había en la ciudad de San Cristóbal más de trescientos periodistas
nacionales y extranjeros. Después de cuatro días de ocupación de las ciudades mencionadas
y de intercambios de fuego con el ejército nacional de México, los insurrectos desaparecieron en
las profundidades de la selva chiapaneca, aunque los enfrentamientos propiamente dichos se prolongaron hasta
el día 19 de enero.
En el año de 1994, Chiapas permanecía en un período de inestabilidad política que
se manifestaba en los cambios continuos de gobernador del estado. Así, en los últimos treinta
años, de cinco gobernadores que debían de haber pasado por el cargo, lo hicieron nueve. Al
llegar el año de 1994, el estado ya había experimentado a dos gobernadores. Con ciclos
políticos como ese, es imposible llevar a cabo un programa, así sea elemental, de desarrollo.
Cada cambio de gobierno significaba una vuelta total en la concepción de qué debía de
hacerse en Chiapas. Esta convulsión política causó problemas graves en la sociedad, en la
planeación de la economía y en el desarrollo de infraestructura. Era común, por aquellos
años, leer y escuchar que el estado acusaba los niveles más bajos de desarrollo o los más
altos índices de marginalidad. Analfabetismo, desempleo, falta de comunicaciones, ausencia de una red
hospitalaria eficaz, pobreza, eran los signos de Chiapas. Había contrastes como el siguiente: Chiapas
producía hacia 1994, 25% de la totalidad de la electricidad generada por hidroeléctricas y en
contraste 30% de su territorio carecía de energía eléctrica. La industria de estados como
el de Veracruz, se movía gracias a la energía generada en Chiapas, cuyos habitantes
debían pagar las más altas tarifas por consumo de electricidad en todo el país. Las
hidroeléctricas le costaron al estado la pérdida de sus mejores tierras laborables. Por ejemplo,
a finales de los años 1970, Chiapas perdió toda su cosecha de arroz, después de ser el
principal productor de ese grano en México. En total, el estado sufrió la inundación del
13% de toda la superficie cultivable, lo que provocó movimientos sociales intensos en una sociedad
eminentemente campesina en aquellos años. Los gobernadores no eran electos por la población sino
designados desde la Ciudad de México, con el obvio criterio de defender los intereses del centro
bautizados como nacionales, en detrimento del desarrollo local. Esta situación había resultado
en un abatimiento de la autoestima de la población que se ahondó a partir del primero de enero
de 1994. En efecto, los periodistas que en su inmensa mayoría desconocían la historia, la
sociedad y la cultura de Chiapas, difundieron la imagen de que la población se componía de dos
sectores: los indios y los ganaderos. Este simplismo le dio la vuelta al mundo y aún, hoy día,
no son pocos los que siguen sosteniendo esa visión. En los medios de comunicación y aún
en los escritos de los intelectuales, desaparecieron como por ensalmo los sectores de la población
compleja para dar paso a una concepción que ubicaba al estado como el teatro de batalla entre los
buenos y los malos, como en las clásicas películas del Oeste norteamericano, sin más.
Según esas versiones, la intelectualidad de Chiapas no existía ni los sectores populares y
aún menos, las clases medias. Todo el aparato mediático del mundo se volcó sobre la
entidad para analizar con lupa miope lo que allí pasaba. Por supuesto, la situación es mucho
más compleja y no es el objetivo de este artículo analizarla. Pero este preámbulo es
necesario para ubicar al lector en lo siguiente: como colectividad social, la autoestima de los chiapanecos se
fue al abismo. Se creó un sentimiento generalizado de abatimiento, de falta de confianza en las
capacidades locales para superar los problemas y echar andar la transformación social. Aparejado con
ello, la fragmentación de la sociedad chiapaneca se ahondó. Se profundizó en el discurso
de todos los sectores la separación entre ellos y nosotros, entre los indios por un lado y los que no
lo son, por el otro, además de enfatizarse las diferencias sociales. Una especie de anomia, como lo
planteaba Émile Durkheim, se asentó en la sociedad. Los conflictos en las comunidades llegaron a
extremos graves, produciendo divisiones difíciles de restañar. Los núcleos de parientes
se descompusieron en diferentes facciones que se disputaban el poder político local, teniendo como
contexto la circulación continua de gobernadores en el estado. El faccionalismo dividió a los
partidos políticos, a las organizaciones sociales, a los Ayuntamientos y a las propias comunidades y
pueblos del ámbito chiapaneco. Si además se tiene en cuenta que en el estado la población
vive dispersa en cerca de 20,000 núcleos, la mayoría menor de 1,000 habitantes, se
tendrá un panorama de las dificultades para lograr la integración. Además, el desarrollo
como es característico en México, resulta ser desigual, con regiones prósperas en
contraste con otras en donde predomina la pobreza. Sin tratar de hacer una larga referencia a la historia
chiapaneca, conviene detenerse en algunos momentos significativos que ayudan a explicar el presente y el
contexto del futbol.
CHIAPAS: UNA MIRADA AL PASADO.
En primer lugar Chiapas, es un resultado del fin del régimen colonial español en lo que es hoy
América Latina. Durante los años de la colonia, osciló administrativamente entre la
Capitanía General de Guatemala o la dependencia directa del Virreinato de la Nueva España. La
Capitanía General era parte del Virreinato pero tuvo cierta autonomía en asuntos
administrativos. Como es bien sabido, los castellanos introdujeron la organización municipal y, por la
Reforma Borbónica, el régimen de Intendencias. En el caso chiapaneco, fue el Ayuntamiento
de la Ciudad de Comitán el primero en declararse independiente en 1821 y, a partir de ese momento, le
siguieron los ayuntamientos restantes y aún, el de Guatemala en Centroamérica. Este dato es
importante para tener en cuenta que durante el régimen colonial se incubó una especie de
“sentimiento chiapaneco”, una identidad quizá difusa, pero perfilada como un proceso. El
estado propiamente dicho se inició con una decisión municipal, la del cabildo de Comitán,
que impulsó la formación de una comunidad política. En México, aún nadie ha
planteado si los Estados Federados son “naciones locales” o son Estados sin naciones. Se da por
sentado que México es una Federación de Estados Soberanos que se reconocen en una sola
nación, la Mexicana, y esta es la que sostiene al Estado nacional. Este aspecto de la realidad mexicana
debe ser discutida con detalle, más, en momentos como los actuales, en que se acentúan los
reclamos no sólo locales o regionales, sino de los Estados Federados como tales. En aras de la
Federación, los estados componentes de la misma han cedido su soberanía en aspectos claves como
las relaciones exteriores, mantener un ejército o la propiedad de las carreteras troncales,
aeropuertos, hidroeléctricas, el patrimonio arqueológico e histórico, todo ello
considerado de competencia exclusiva de la Federación.
Otro aspecto de importancia para entender al Chiapas contemporáneo es el resultado de la
Revolución de 1910, aunque esta esté cada día más lejana en la historia del
país. Pero en el caso chiapaneco debe tomarse en cuenta que los hacendados y sus peones reaccionaron en
contra del movimiento armado, concebido como un intento centralista para subordinar a las regiones. El llamado
“movimiento mapachista” encabezado por los terratenientes, logró erigirse como el
defensor del “sentimiento chiapaneco”, oponiendo una resistencia armada que tuvo éxito. A
partir de ello, los programas de la Revolución entraron a Chiapas a cuentagotas, subrayando el atraso
de la entidad en relación al resto del país. El mapachismo fue, en varios sentidos, un
movimiento de reafirmación de la identidad local, a la manera en que sucedió con la llamada
Guerra Cristera. Sólo que a diferencia de esta última, los mapaches triunfaron militar y
políticamente, negociando las medidas que la Revolución propuso, en especial, la Reforma Agraria
y otros aspectos de la modernización.
Con el tiempo, el círculo político chiapaneco dependió cada vez más de las
decisiones del
Centro, hasta llegarse al extremo de que los gobernadores se designaban en la Ciudad de México y eran
legitimados con las votaciones locales, que en forma sospechosamente unánime confirmaban la
designación. En ese proceso de acomodarse a los ritmos de la Federación, las elites
políticas locales administraron los cambios y mantuvieron la fragmentación de la sociedad,
incluso profundizándola.
La fragmentación de la sociedad en Chiapas es un resultado histórico que sirvió de
contexto a la rebelión armada de 1994 y la profundizó. La forma de designar a los gobernadores
sin intervención de la población no sólo conculcó los derechos ciudadanos sino que
introdujo mayores factores de fragmentación social. En una sociedad tan contrastada, los
símbolos de una identidad integradora no han terminado de consolidarse. Ciertamente el Himno a Chiapas
es uno de esos símbolos de integración que tenía y tiene mayor penetración en la
sociedad. De igual forma, la marimba era y es reconocida como un símbolo de lo chiapaneco y, en menor
medida, la gastronomía basada en los tamales. Pero la sociedad carece de un símbolo integrador,
capaz de atravesar las fronteras operantes de la diferenciación social y la variedad cultural. Ese
símbolo se ha posibilitado desde el año de 2002 con la llegada de un equipo profesional de
futbol: los Jaguares de Chiapas. El proceso aún está en sus comienzos y no es posible determinar
si tendrá su culminación en un símbolo integrador, reconocido por todos los sectores de
la sociedad en Chiapas, aunque los hechos puestos al descubierto por la presencia del equipo de futbol apuntan
hacia esa dirección.
Para quienes no están familiarizados con la organización del futbol en México conviene
apuntar que los torneos de liga se reparten en dos “campeonatos cortos” durante el año.
El máximo organismo que dirige el futbol en el país es la Federación Mexicana de Futbol que
reúne a todos los clubes profesionales existentes. Este organismo celebra los campeonatos en la forma
antedicha llamándolos de “invierno” y de “verano” o de “apertura” y
de “clausura”. Existen 18 equipos de primera división en el circuito mexicano. Estos 18
equipos están divididos en tres grupos, con seis equipos cada uno. Al final de la fase de
clasificación del torneo regular, los equipos que quedaron en el primer y segundo lugar de su
respectivo grupo pasan a jugar la “liguilla” con la modalidad de visitante y local,
eliminándose el que menos goles anote en ambos partidos. Los segundos lugares que han quedado
empatados por el puntaje y en ocasiones, el mejor tercer lugar, juegan lo que se llama el
“repechaje” para ingresar a la liguilla que así queda conformada de ocho equipos. La final
del campeonato se juega entre los dos equipos que han sobrevivido a los partidos de eliminación, y lo
hacen bajo la misma modalidad. Si al final de los dos partidos reglamentarios se produce un empate, se juegan
dos tiempos extras. Si persiste el empate, el campeonato se dirime con tiros de penal.
Además de las características de los “torneos cortos”, que tienen una lógica
comercial, la Federación Mexicana de futbol permite el cambio de “franquicias” con gran
facilidad, porque ello es parte del futbol como negocio. Este aspecto amerita un análisis aparte. Por
ahora, apuntaré que ese mecanismo es lo que permitió establecer a los Jaguares de Chiapas. En
efecto, uno de los clubes más añejos del futbol mexicano, el Irapuato, decidió cambiar de
franquicia para irse al puerto de Veracruz en donde se convirtió en los “Tiburones Rojos”.
Resultó que los “Tiburones Rojos” de la primera división de ascenso ganaron el
campeonato en 2002, con lo que no era posible la existencia de dos equipos con el mismo nombre en la Primera
División. Fue así como una franquicia quedó libre. El 27 de junio de 2002, Alejandro
Burillo, Presidente del Grupo Pegaso, en un evento oficial que contó con la presencia del gobernador del
estado, Pablo Salazar Mendiguchía, anunció la creación del equipo Jaguares de Chiapas con
sede en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. En esta ciudad, el gobierno del estado es propietario del
único estadio que ofrece condiciones para albergar a un equipo profesional de primera división.
Dicho estadio lleva el nombre de un maestro de educación física que fue muy querido en la ciudad
además de promotor pionero del futbol: Víctor Manuel Reyna, “El Maestro Reyna” como
con afecto le decían todos sus alumnos. Dado que el estadio necesitaba remodelarse, los Jaguares de
Chiapas jugaron su primer partido fuera de su sede, en el Estadio Azul, de la Ciudad de México, ante los
Tigres de la Universidad de Nuevo León. El duelo entre felinos terminó con la victoria de los
Tigres por 3 goles a 1. El jugador argentino Lucio Filomeno fue el primer anotador de los Jaguares chiapanecos.
El partido inaugural en el Estadio Zoque Víctor Manuel Reyna, al que se le antepone el nombre del pueblo
prehispánico fundador de la actual Tuxtla Gutiérrez, se llevó a cabo el 17 de agosto de
2002 contra las Chivas Rayadas de Guadalajara, el equipo más popular del futbol mexicano, icono de la
identidad nacional. La fecha era histórica porque marcaba el inicio del futbol profesional de primera
división y porque el equipo rival, también conocido como el Rebaño Sagrado, tiene muchos
seguidores en el estado. En efecto, antes de la introducción de un equipo local de futbol, las Chivas
gozaban en Chiapas de un amplio apoyo por ser un equipo formado sólo por jugadores nacionales. La
mayoría de la población chiapaneca veía en ese equipo de Jalisco a una suerte de
selección nacional. Dos días antes del partido, Tuxtla Gutiérrez vivió momentos
completamente nuevos en la ciudad. Miles de habitantes, sobre todo jóvenes, empezaron a recorrer las
calles con símbolos futbolísticos, un rasgo novedoso en el atuendo de la gente. Había quien
portaba la camiseta de las Chivas pero iba con el rostro pintado de jaguar. O al revés, había
quien vestía la camiseta de los jaguares pero llevaba el rostro pintado con los símbolos de las
chivas. Las banderas de ambos equipos ondeaban por todos los rumbos de la ciudad. Las chivas rayadas arribaron a
Tuxtla Gutiérrez la tarde del 16 de agosto, siendo recibidos por una multitud de aficionados que
siguieron al autobús que los transportó desde el aeropuerto al hotel en donde se hospedaron. La
ciudad vivía una movilización y una euforia fuera de lo común. La conversación
obligada era el próximo partido de futbol. El día del juego, por lo menos con dos horas de
anticipación, el estadio Zoque Víctor Manuel Reyna estaba repleto. Las banderas de ambos equipos
se disputaban el espacio. Había quienes agitaban ambas banderas a la vez. Las camisetas de las Chivas
eran tantas como las del equipo local. La expectativa ante el partido creó un clima de
excitación colectiva notable. Al momento en que las legendarias chivas rayadas saltaron al campo de
juego, una ovación atronó el espacio. La multitud se agitó y el cielo se pintó de
blanco y azul, los colores tradicionales del llamado Rebaño Sagrado. Segundos después, los
Jaguares de Chiapas, vestidos de naranja, ingresaron al campo de juego. Ahora el cielo cambió de
tonalidad para pintarse de anaranjado, el color de la flor de los flamboyanes, un árbol común en
Tuxtla Gutiérrez. Una vez presentados los equipos, el público fue convocado a cantar el himno a
Chiapas. La multitud se puso de pie y ante la mirada atónita de los jugadores de ambos bandos,
entonó el Himno que los chiapanecos cantan en cada ocasión especial: “Compatriotas, que
Chiapas levante/ una oliva de paz inmortal/ y marchando con paso gigante/ a la gloria camine, triunfal”.
La multitud cantaba a pulmón abierto. El Himno continuaba: “Cesen ya de la angustia, las penas/ los
momentos de triste sufrir/ que regresen las horas serenas/ que prometen feliz porvenir./ Que termine la odiosa
venganza/ que se acabe por siempre el rencor/ Que una sea nuestra hermosa esperanza/ Y uno solo, también,
nuestro amor.” Fue un momento cargado de emotividad. Una multitud de 25,000 espectadores, más los
que emularon el acto en sus casas frente a sus televisores, cantaban una canción de unidad en un
espacio público de esas dimensiones, por vez primera desde el primero de enero de 1994. El momento
propiciaba un autorreconocimiento colectivo, una suerte de reconstrucción de una comunidad perdida o no
alcanzada antes a cabalidad en la historia de la formación del estado de Chiapas.
Como deporte, el futbol era practicado en Chiapas bastante antes de la llegada de un equipo profesional de
primera división. Diversos testimonios tanto orales como documentales, permiten afirmar que el futbol fue
introducido a Chiapas, junto con el box, el ciclismo y el béisbol, en el año de 1905, es decir,
hace ciento dos años. Se sabe que fueron un grupo de hermanos apellidados Lobato, quienes llevaron las
primeras prácticas del deporte moderno a Chiapas. Más tarde, con la llegada de los Republicanos
Españoles, el balompié cobró un nuevo impulso. Los Republicanos, como un medio para ganarse
las simpatías de la población, organizaron equipos y competencias hacia el año de
1940. Lo cierto es que para la década de los años 50, el futbol era practicado por lo menos en
ciudades como Tuxtla Gutiérrez, San Cristóbal de Las Casas, Arriaga (que, por cierto, se
llamó “estación Jalisco”), Tonalá, Huixtla, Mazatán y Tapachula. En la
capital del estado, los partidos más atractivos se llevaban a cabo en el campo de futbol del Instituto de
Ciencias y Artes de Chiapas (ICACH), logrando reunir a un número considerable de espectadores. Incluso,
jugadores surgidos de las filas estudiantiles, como es el caso de Benito Pardo, llegaron a jugar
profesionalmente en la primera división del futbol mexicano. Pero fue en los años de 1980 a 1982
que el futbol profesional de segunda división y hasta de tercera, fue introducido a Chiapas por el
gobernador sustituto Juan Sabines Gutiérrez, hermano del poeta Jaime Sabines. Ello contribuyó a
mantener una afición que seguía los partidos. Durante la década de los años noventa
del siglo pasado, empezaron a proliferar los campos de futbol a lo largo de la línea fronteriza con
Guatemala. Paulatinamente el futbol se consolidó en un factor de acercamiento entre los pueblos
fronterizos de Chiapas y de Guatemala, además de suceso indispensable en las fiestas pueblerinas.
Inclusive, los mismos Lacandones, el último grupo silvícola de México, adoptó el
futbol y una de sus solicitudes permanentes es tener facilidades para acudir a Tuxtla Gutiérrez a
presenciar un partido de los Jaguares. El reto que los zapatistas han lanzado al Inter de Milán para
celebrar un partido amistoso, no está alejado de esta situación de adopción de ese deporte
por parte de los pobladores de la selva. Pero antes del 2002, el futbol en Tuxtla Gutiérrez en particular
y en Chiapas en general, no lograba ir más allá de un círculo de espectadores en su
mayoría estudiantes. Al llegar los Jaguares de Chiapas, la afición que se fue formando a
través de la televisión, se manifestó públicamente, sorprendiendo a propios y
extraños. Por cierto, los pueblos y ciudades del norte del Estado, en el año en que iniciaron los
Jaguares, se quejaban de la ausencia de señal de televisión porque eso les impedía
disfrutar de los partidos. Estos hechos sugieren que el futbol podría convertirse en un mecanismo de
movilización social y en la posibilidad de contar con un símbolo tangible de identidad para la
población de Chiapas en tan solo unos años. ¿Por qué es esto así?
La tesis que propongo para explicar el papel actual del futbol en Chiapas es la siguiente: el balompié
llega en medio de las tensiones de una sociedad fragmentada con su autoestima prácticamente nulificada.
El futbol ofrece las condiciones para congregar a la población y brindarle un símbolo tangible de
sí misma. Como lo expresó un aficionado, “El regionalismo es lo que me llevó a los
Jaguares”. El equipo de futbol puede generar un símbolo integrador que atraviese las desigualdades
sociales y las diferenciaciones culturales. Otro aficionado dijo: “El futbol ha contribuido a darle
alegría a un pueblo que ha sido muy golpeado por la historia”. El futbol se manifiesta con
posibilidades de que la sociedad de Chiapas lo establezca como mecanismo de movilización para resolver la
fragmentación, que se expresa en otros ámbitos, como el cultural, el político, el
religioso, además de la evidente separación socioeconómica de la población. El
proceso no está consolidado y dependerá de muchos factores el que llegue a su plena
maduración. Sin duda, uno de ellos, es el desempeño del equipo mismo dentro de los torneos
periódicos y el hecho de que maduren las condiciones económicas para su permanencia.
Quienes escogieron el nombre del jaguar para bautizar al equipo de Chiapas tuvieron una inspiración
atinada. En efecto, el jaguar es un felino que llega a medir hasta
1.60 metros de largo más los 50 o 55 centímetros de rabo. Su color es rojizo tendiente a naranja,
salpicado con manchas negras en el centro de su cuerpo. El pecho y el vientre del jaguar son de color blanco,
moteados de negro. Suele tener manchones pequeños de negro en la cabeza y en los hombros. Su cabeza es
poderosa, grande, con mandíbulas sólidas capaces de triturar los huesos de un toro. Algunos
jaguares son de color negro. Este felino es uno de los habitantes señeros de las selvas tropicales de
Chiapas.
Desde los antiguos Olmecas hasta los Mayas clásicos, y prácticamente en todas las culturas
complejas del México antiguo, existió el juego de pelota, no tanto como distracción sino
como ritual de gran importancia. En el simbolismo del juego de pelota, tanto entre los Olmecas como entre los
Mayas, suele aparecer el jaguar. Por ejemplo, en la llamada Estela 21 de la ciudad arqueológica de Izapa,
en el municipio de Tuxtla Chico, en la región conocida como Soconusco, se muestra la escena de un jugador
de pelota derrotado que es transportado por dos sacerdotes. En la parte superior de esta escena se encuentra un
jaguar. Por esta misma estela sabemos que uno de los individuos que transporta al derrotado es un sacerdote
vestido de jaguar. El jaguar representó, para los extintos Olmecas y para los grupos Mayas actuales, a la
Tierra, el origen de la vida. Es claramente un dios solar. Era, por ese motivo, la deidad más importante
en el mundo indígena de Chiapas. El jaguar está asociado a la lluvia y como tal se le representa
entre los Mayas en forma de serpiente-jaguar. Así que el jaguar, para las antiguas culturas de Chiapas,
es el símbolo de la vida: lluvia y tierra, en un pueblo que vivió y aún vive, del cultivo
del maíz. En ocasiones, a los propios sacerdotes mayas se les representó con pies de jaguar. En
cierto sentido, el jaguar es un símbolo que relaciona a la sociedad chiapaneca con su pasado,
vinculándola con el presente. Para la población que no desciende de los pueblos originales de
Chiapas, el jaguar es un símbolo de fuerza, exhibido en el zoológico de Tuxtla Gutiérrez
como un animal emblemático, junto al quetzal. Para amplios grupos de la población mexicana en
general, el jaguar alude al Sur de México.
Las primeras campañas del equipo Jaguares de Chiapas durante los años de 2002 y 2003 fueron
desastrosas. El equipo estuvo muy cerca de descender a la primera división de ascenso, ante la angustia
de miles de aficionados. Lo notable es que el estadio no dejó de abarrotarse, aún con el mal
desempeño del equipo. Al terminar el torneo a finales del año 2003, hubo celebraciones en
las ciudades chiapanecas porque el equipo logró su permanencia en el máximo circuito del futbol
mexicano. Para encarar el torneo llamado de “Clausura 2004”, y al observar la importancia creciente
del futbol en Chiapas, un grupo de empresarios locales adquirió la franquicia para, según
expresaron, “arraigar al equipo”. En efecto, hasta el año de 2004, el equipo de los Jaguares
de Chiapas era propiedad del “Grupo Pegaso”, es decir, del empresario Alejandro Burillo y su socio,
Antonio García, propietario de la fábrica de artículos deportivos “Garcis”. Un
grupo de empresarios jóvenes de Chiapas, de entre treinta y cinco y cuarenta años de edad,
encabezados por Antonio Leonardo Castañón, propietario de la cadena de “Farmacias del
Ahorro”, compró la franquicia del equipo que, bajo el “Grupo Pegaso” contó con
patrocinadores como la cadena de supermercados “Soriana”. Estos patrocinios fueron substituidos por
el de las “Farmacias del Ahorro”, desapareciendo del uniforme de los jugadores las marcas
“Garcis” y “Soriana”. Así mismo, la línea de autobuses más
arraigada en Chiapas, la “Cristóbal Colón” (OCC) es parte de los patrocinios
más importantes del equipo Jaguares. En corto tiempo, de 2004 al 2005, Antonio Leonardo se
convirtió en propietario único del equipo de futbol chiapaneco. El nuevo propietario del equipo,
cambió al cuerpo técnico además de renovar la planta de jugadores. Los resultados fueron
más allá de lo que se esperaba, según admite el propio dueño del equipo. En
efecto, los Jaguares de Chiapas sólo perdieron un juego en la campaña de clausura del
año 2004, y se mantuvieron en el liderato general de la tabla de posiciones, convirtiéndose
en el “equipo revelación” del torneo, según la prensa especializada. Para la sociedad
chiapaneca esta situación ha permitido una movilización social en torno al futbol que no se
había manifestado antes. La presión sobre el equipo es enorme. Los chiapanecos lo quieren como
campeón del futbol mexicano, lo que sería un caso nunca visto antes en el circuito. “Ya nos
acostumbramos a verlos ganar”, me decía un aficionado mientras observábamos un partido en el
Estadio Víctor Manuel Reyna. Es decir, que un equipo con sólo cuatro años de vida llegue al
campeonato en el máximo circuito del futbol mexicano, sería un hecho sin antecedentes en el futbol
en el país. En la actual campaña del torneo de “Clausura 2006”, el equipo de los
Jaguares de Chiapas se ha mantenido en las primeras posiciones de la tabla general y, seguramente, jugará
la “liguilla”. Si alcanza el campeonato, la movilización social en Chiapas no tendrá
precedentes para celebrar el suceso. Por lo pronto, el equipo chiapaneco estableció una marca en el
torneo de “Apertura 2004”, al clasificar cinco fechas antes del término de la primera parte
del campeonato y lograr terminar como líder general de la tabla con 41 puntos.
En el año de 2004, el equipo Jaguares de Chiapas tenía una plantilla de jugadores en la que
sólo uno era originario de Chiapas y no tuvo gran actividad en el torneo. La columna vertebral del equipo
la conformaban tres jugadores brasileños y uno paraguayo. Ninguno tenía idea de Chiapas,
más allá de lo difundido mundialmente sobre la presencia del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional. Pero igual sucede con los jugadores mexicanos que pertenecen al equipo. Ninguno
conocía el estado y menos, las características culturales o la historia de la población.
Para ellos, era un trabajo más jugar en Jaguares de Chiapas. Ninguno pensó en lo que el equipo
llegaría a significar para la sociedad ni la movilización que lo acompañaría. En el
caso de los jugadores fundadores, llegaron a Chiapas a regañadientes, a jugar en una plaza que nunca
había tenido futbol profesional de primera división. La mayoría se lo tomó como un
preámbulo al retiro, como los últimos días de su carrera deportiva. Al filo de la navaja,
obtuvieron que el equipo permaneciera en la primera división y ese fue su logro más significativo.
De la actual planta de jugadores, la mitad son nuevas adquisiciones hechas por los recientes dueños del
equipo. Esto subió sus bonos al mantener una racha que muy pocas veces sucede en el futbol mexicano.
Sólo un partido perdido e invicto en su propia cancha en todo el año de 2004.
Una de las porras (barras) mejor organizadas que siguen a los Jaguares estadio por estadio es la que pertenece a
una ciudad emblemática del estado llamada Chiapa de Corzo. Fundada en el pasado prehispánico por
grupos de habla Otomangue venidos desde Nicaragua, la actual ciudad es un símbolo de la población
mestiza de Chiapas. Situada a la orilla del río Grijalva, a sólo ocho kilómetros de Tuxtla
Gutiérrez, la ciudad celebra, durante el mes de enero, la fiesta más importante del ciclo festivo
chiapaneco. El acto central de esas fiestas es la performance de una danza masivamente interpretada por la casi
totalidad de habitantes de la ciudad, llamada de Los Parachicos. Chiapa de Corzo se vuelca en las calles para
ejecutar esa danza cuya música se basa en tambores y flautas de carrizo. Popularmente a ese tipo de
ejecución musical se le conoce en Chiapas como “el tambor y el pito”. Los danzantes llevan,
entre otros atuendos, una máscara que se elabora en la misma ciudad y que representa el rostro de un
español. Es una máscara famosa en el mundo de las artesanías mexicanas. Las porras la
portan en el estadio de futbol mientras se celebra el juego además de bailar en las tribunas la danza de
Los Parachicos, acompañada del “tambor y pito”. Es un bullicio persistente. Durante el
partido del día domingo 4 de abril de 2004, entre Jaguares contra el visitante de San Luis
Potosí, un estadio lleno vio como su equipo perdía en el primer tiempo. El nerviosismo de los
espectadores era evidente, pero la música de “tambor y pito” no cesaba ni el movimiento de
los danzantes. En las postrimerías del segundo tiempo, con un marcador empatado, el centro delantero de
los Jaguares, el paraguayo Salvador Cabañas, marcó el gol de la victoria. Lo celebró
poniéndose la máscara de Parachico y ejecutando unos pasos de la danza. La ovación fue
instantánea y el júbilo contagió a todo el estadio. Se selló así la
comunión entre el equipo y la sociedad local. El suceso fue comentado por todos los medios en
México, tanto de prensa escrita, como en la radio y la televisión. La foto del jugador jaguar con
la máscara de Parachico y danzando le dio la vuelta al país. Pero el desconocimiento de Chiapas
por parte de los comentaristas deportivos nacionales se evidenció de nuevo. En uno de los programas
deportivos televisivos más importantes, al día siguiente del partido, mientras se mostraban las
imágenes del jugador jaguar danzando, el conductor del programa dijo, “Cabañas se
colocó la máscara del Sub Comandante Marcos”, lo que es falso. Pero este incidente ilustra
la ignorancia generalizada que existe en México sobre el estado de Chiapas, y la persistencia de una
imagen fabricada por los propios medios. Ello realza la importancia del futbol pues a través del equipo
se está proyectando una imagen diferente que va más allá de una sociedad conformada por
indios y ganaderos en permanente enfrentamiento.
El caso chiapaneco plantea varias interrogantes al análisis antropológico del futbol y establece
problemas para una teoría antropológica del deporte. Lo primero que destaca es la relación
entre el deporte y la modernidad, lo que ha sido planteado en la literatura de ciencias sociales (Medina y
Sánchez, 2003). En el caso de Chiapas esta relación es particularmente importante en un estado de
la Federación Mexicana que, por circunstancias históricas complejas, llegó tarde a la
modernidad con relación al resto del país. La modernidad chiapaneca se establece en medio de una
sociedad fragmentada por múltiples factores que abarcan desde la economía, la desigualdad social,
la pluralidad cultural hasta las diferencias religiosas y políticas. A ello debe agregarse, en el caso
particular chiapaneco, la continuada difusión de una imagen simplista de la sociedad que tuvo sus
consecuencias al interior de la misma. En este sentido, el deporte en general, y el futbol en particular, ha
devenido en mecanismo que combina los rasgos tradicionales de la sociedad con los elementos nuevos de la
modernidad. Ha sido especialmente importante en Chiapas la coincidencia de la llegada del equipo de futbol con
la apertura de una carretera y la construcción de un puente sobre el vaso de la hidroeléctrica de
Raudales, Malpaso, que conecta al estado con la Ciudad de México en ocho horas, viaje que hasta
hace unos años tomaba hasta veinte horas. Esta infraestructura carretera se ha complementado con la
inauguración de un aeropuerto, en el municipio de Chiapa de Corzo, que resolvió el
añejo problema de las comunicaciones aéreas en Chiapas. Con el futbol llegó también
la mercancía futbolera: ropa y atuendos en general, que colocan a los jóvenes en la moda del resto
del país. El futbol se ha posicionado como un símbolo de símbolos para mostrar la nueva
etapa de la introducción de Chiapas a la modernidad mexicana. Pero también el futbol genera la
demostración de la existencia en Chiapas, por vez primera, de un empresariado local modernizador, que ve
un negocio factible y atractivo en la mercantilización del ocio. La imagen del ganadero como
único factor económico de poder, se ve desmentida por este sector de financieros que acaparan el
comercio, la creciente industria del turismo y, ahora, el ocio. El futbol es, en Chiapas, un orientador del
consumo para una sociedad en vías de desarrollo. No tardará el momento en que se construyan las
llamadas “ciudades deportivas” multifuncionales en términos de la práctica del
deporte. La llegada del futbol ha coincidido en Chiapas con un momento en que varios deportistas locales
destacan en las competencias nacionales y, aún, las internacionales. Lo que ven los capitalistas
chiapanecos en todo este movimiento es la emergencia de un mercado que promete ganancias espectaculares. El
crecimiento de las ciudades ha sido el contexto de esta nueva situación. Por ejemplo, durante el mes de
abril de 2004, el gobernador del estado inauguró diez salas de cines con lo que Tuxtla Gutiérrez
cuenta con más de cincuenta en una ciudad que no alcanza el millón de habitantes y que
inició el año 2000 con cinco salas de cine. En la misma ciudad se han establecido los grandes
almacenes como el Sam’S Club y otros, y ha llegado el sistema de plazas comerciales, de los
malls norteamericanos, que borran del mapa a la tienda del barrio, al “tendajón de la
esquina”. En la ciudad de Tuxtla Gutiérrez se está próximo de inaugurar un gigantesco
local de Wall Mart, el negoció más grande del mundo. El estadio de futbol es parte de esta
modernización, pieza clave de la misma como espacio que permite la manifestación masiva de la
integración, así sea esta momentánea. La discusión que plantea el caso chiapaneco es
la de la doble dimensión del deporte en una sociedad fragmentada y en vías de
modernización: por un lado, un mecanismo que legitima el orden establecido pero, por el otro, un sistema
de símbolos que logra la cohesión de la sociedad. Así, el futbol en Chiapas está
colocado en ese ámbito dual de legitimador de un nuevo orden modernizador pero también de
integrador de identidades. Más aún, el futbol en Chiapas está generando espacios
públicos de participación masiva que comienzan en el estadio, enlazando los elementos de la
tradición cultural con los que trae la modernidad. La modernidad en Chiapas pluraliza la acción
individual y hace que el proceso formador de una identidad colectiva sea muy complejo. El análisis del
futbol nos lleva a la conclusión de que las varias maneras de pensar el mundo y de vivirlo en una
sociedad como la de Chiapas, encuentra en el ámbito del deporte un mecanismo de expresión de la
diversidad.
Es importante para la comprensión de la situación actual de Chiapas, el rememorar las crisis que
antecedieron al primero de enero de 1994 y la falta crónica de inversión federal para el
desarrollo, en un estado de la Federación concebido por el centro político del país como un
“territorio de reserva”, cuyos recursos se piensan y usan para impulsar el desarrollo pero fuera del
mismo. Con todo el esfuerzo del Gobierno local que se inició en el año 2000, Chiapas es
todavía, un territorio de subdesarrollo, situación que en parte se explica por una relación
asimétrica con el Estado nacional. En un contexto así, las riquezas culturales y naturales
poseídas por el Estado han sido, en forma paradójica, la fuente de sus tragedias. La codicia
cayó sobre ellas asociada a una acción del Estado que decidió posponer el desarrollo de los
propios chiapanecos. Debe recordarse que los programas de inversión de los primeros gobiernos
emanados de la revolución de 1910, operados entre 1930 y 1940, se destinaron a crear gigantescos
distritos de riego para estimular la agricultura comercial en el norte y en el noroeste del país. Las
tres cuartas partes de toda la tierra puesta bajo irrigación se localizó en estados como el
de Sonora, Sinaloa o Nuevo León (Wilkie, 1968). Así mismo, fue en estos distritos de riego en
donde primero se mecanizó la agricultura en el país, generando grandes brechas en el desarrollo
regional que adquirió un cariz de desigualdad acusada. Tal tipo de desarrollo regional desigual
está documentado por, entre otros, los trabajos de Wilkie, 1968; Tannembaum 1966 y Hansen 1971.
Los efectos de las políticas mencionadas más los que causaron la construcción de las
grandes hidroeléctricas sobre el río Grijalva, pensadas para dotar de energía a otras
entidades del país, explican que, no obstante ser Chiapas un estado rural, la producción ofrecida
por el agro es notablemente inferior en generación de riqueza que la que proviene del comercio y de los
servicios, como lo demuestra el trabajo de Villafuerte, 2006. De esta forma, otro de los resultados
desventajosos para Chiapas es la extrema presión sobre la tierra, que, en los últimos cinco
años se ha mitigado por el asombroso crecimiento de la ola migratoria hacia los Estados Unidos. De ser un
territorio de baja expulsión de su población, Chiapas se ha ido situando como uno de los estados
de la República con mayor migración y recepción de remesas. No disponemos aún, por
lo novedoso del caso, de estudios acumulativos sobre la migración, pero es de suponerse que será
uno de los factores de cambio más importantes en Chiapas en los próximos años.
Debe enfatizarse que el futbol no es la causa sino un medio para la movilización social. No es el
futbol lo que produce la integración en una sociedad fragmentada, sino la necesidad del desarrollo,
imposible de lograr en esas circunstancias y con el sentimiento de autoestima en su nivel más bajo. El
futbol es un mecanismo creíble en contraste con la política y aún, la religión,
tan cuestionadas en los últimos tiempos. De ahí la capacidad de este deporte, sencillo en sus
reglas, barato para practicarlo, con el potencial de provocar el impulso colectivo —como lo
enseña el caso chiapaneco— que atraviesa las diferencias sociales y culturales realmente
existentes. El futbol no borra las desigualdades sociales sino que provee un sistema de simbolización
por el que es posible llegar a la integración. El caso chiapaneco es una muestra clara de lo
anterior. En medio de las desigualdades sociales el futbol es un factor que logra la legitimidad de la
modernización, provocando en el entorno colectivo un sentimiento de pertenencia y de autoestima.
Existe otro aspecto importante en el caso de los Jaguares de Chiapas: su inicio errático. Las primeras
temporadas del equipo mostraron a un conjunto desacoplado, frágil en todas sus líneas, incapaz
de crear una estrategia colectiva. No obstante esa situación, los aficionados continuaron asistiendo al
estadio, movidos por la esperanza no sólo de la recuperación del equipo, sino de la propia
sociedad chiapaneca. Las entrevistas con los espectadores dentro del propio estadio local, mostraron este
hecho. Afianzarse a la esperanza, como me lo dijo un aficionado, era la tónica colectiva. Hubo un
momento de especial tensión cuando los Jaguares enfrentaron a los colibríes del estado de
Morelos, otro equipo que peleaba por no descender. En esa ocasión, los directivos del club regalaron
camisetas a un buen número de aficionados. El desarrollo del partido fue tenso y los Jaguares lo
perdieron. La reacción de una parte del público fue quemar las camisetas que habían
recibido y lanzarlas al estadio en repudio por la falta de espíritu de los jugadores. A los Jaguares
les quedaba una última oportunidad. Cuando esta llegó, el estadio se llenó. La
expectativa de los aficionados subió a su nivel más alto. Faltando sólo ocho minutos para
finalizar el partido, persistía un empate que no servía de nada a los Jaguares. La
tensión en el estadio era evidente. Una falta del equipo contrario al filo del área
provocó el tiro directo que, ejecutado por Gilberto Mora, dio el triunfo y la permanencia en la primera
división al equipo local. Sólo estando en el estadio en ese momento fue posible percibir lo que
para los chiapanecos significó esa victoria que fue celebrada como si el equipo hubiese ganado el
campeonato. Me parece que, en ese momento, se manifestaba en Chiapas una comunidad interpretativa reafirmada
por la victoria del equipo de futbol y sostenida por los símbolos que incluyen al jaguar y el color
anaranjado. Estamos frente a la reconfiguración de la identidad social de Chiapas que se sobrepone a la
fragmentación. Es un proceso que Roberto Da Matta, escribiendo en Brasil, ha logrado caracterizar como
el paso de la identidad a la identificación (Da Matta, 1982). Así se establece el medio por el
que adquieren significado los símbolos aportados por el futbol. Este momento es particularmente
importante en una sociedad que, como la de Chiapas, ha ido perdiendo la relación cara a cara para dar
paso a los anonimatos de la modernidad. Esta novedad es muy evidente en la capital, Tuxtla Gutiérrez,
que ha dejado las características pueblerinas convirtiéndose en una pequeña urbe de
alrededor de 700,000 habitantes. Los sitios tradicionales de congregación pública que
había en la ciudad, han pasado a ser espacios anónimos o ámbitos para la
manifestación política. Todavía en la década de los años setenta era
común encontrarse en el parque central de Tuxtla Gutiérrez a la población en
interrelación, funcionando la relación cara a cara. La comunidad de identificación que
allí se manifestaba ha cambiado de espacio y de dimensiones: hoy es el estadio de futbol, o los
ámbitos del futbol en general, en una manifestación multitudinaria que rompe, por momentos, el
anonimato. El sentimiento de pertenencia que antes se manifestaba en el espacio público de la plaza
central de las ciudades, ocurre en la modernidad actual en el estadio de futbol. Es una situación
semejante a la que ha descrito el etnólogo francés Christian Bromberger (1998). Cada partido de
futbol es un apoyo para la reafirmación de lo local, el fortalecimiento de la autoestima y el soporte
del sistema de símbolos. Esta es la profundidad antropológica del futbol. Más allá
de las explicaciones fáciles que aluden al “opio del pueblo” o a la “idiotez de las
masas”, el futbol ha penetrado en la sociedad hasta convertirse en un hecho social total, como escribe
Ignacio Ramonet (1999) o los etnólogos que han reflexionado sobre el deporte como el propio Bromberger
o Augé. En mi libro, Lo
Sagrado del Rebaño, se apunta también la importancia del futbol como un hecho social
total (Fábregas, 2001). El análisis del futbol nos lleva a una mejor comprensión de las
características del capitalismo contemporáneo, de las contradicciones que conforman la
globalidad y de la vigencia de lo local, como lo han mostrado varios etnólogos españoles. En el
caso de Chiapas, la reflexión sobre el futbol nos aclara el surgimiento, por vez primera en la
sociedad local, de un verdadero empresariado, que distingue entre lo que es propiamente una empresa
capitalista, financiera, con inversión, de lo que es el puro establecimiento comercial. El futbol ha
proveído el espacio propicio para ello porque la misma actividad deportiva es una empresa. El caso
chiapaneco revela lo que otros etnólogos ya habían señalado: la manifestación de
la ideología del capitalismo actual, es decir, el deber de ganar, el absolutismo de la
competición, la legitimidad de la mentira (Brune, 1999). Todo ello es cierto. Pero lo es también
que la consolidación del futbol como fenómeno universal se debe a su capacidad para generar un
sistema de símbolos que apuntalan la formación de comunidades de identificación, el paso
de la identidad a la identificación y la integración de la diversidad. En el caso chiapaneco, el
futbol provoca la integración de la sociedad a costa de la fragmentación. El proceso muestra la
transformación del poder económico tradicional que se traslada del control del campo al control
de la urbanización y de la modernidad. Dicho con Víctor Turner, son “integraciones
momentáneas”, pero que demuestran la posibilidad de una sociedad fragmentada de lograrlo.
Las contradicciones dentro de las que se desenvuelve el futbol en Chiapas muestran el doble papel de este
deporte. Por un lado, están los seguidores del equipo para quienes éste representa un
símbolo de identidad, un mecanismo integrador que otorga cohesión a una sociedad dividida y con
severos problemas de diferenciación social que incluyen el factor étnico. No son sólo las
distinciones de clase social las que operan en Chiapas sino también las étnicas. En el contexto
de estos dos universos sociológicos, ocurre una fragmentación que se expresa en las rivalidades
y conflictos políticos y religiosos. Cada poblado en Chiapas encontraba en la fiesta un medio para
cohesionarse, pero con alcance limitado a las fronteras de la propia población en concreto. Los
carnavales, como el de San Juan Chamula o el de Ocozocoautla, juegan claramente ese papel. Pero faltaba un
símbolo que permitiera la expresión masiva de “lo chiapaneco” en las circunstancias
que hemos descrito para el estado de Chiapas. Ese símbolo se posibilita con el futbol profesional.
Por otra parte, para el emergente empresariado chiapaneco, el futbol abrió las posibilidades de
integrarse a un negocio de proporciones considerables que es, además, factor de modernización.
Desde el punto de vista empresarial, los Jaguares de Chiapas significan no sólo un negocio sino la
revitalización de la economía en una sociedad que depende del gasto gubernamental. El futbol
abre derramas económicas en varios frentes y le plantean a un empresariado tan nuevo como el de
Chiapas, la existencia de mercados y de campos de inversión que no habían sido no sólo
explorados sino ni siquiera imaginados. No es una oportunidad económica menor, por ejemplo, los
tratos con las televisoras para la transmisión de los partidos. Las grandes empresas de multimedia
encabezadas por Televisa y Televisión Azteca, forcejean entre sí en cada inauguración de
los torneos cortos para tener la exclusiva de la transmisión de los partidos de los Jaguares de
Chiapas. Ello implica un nuevo tipo de relación para los empresarios locales que así ven una
oportunidad de establecer asociaciones con los capitales que controlan la comunicación en
México. La ocupación hotelera en Tuxtla Gutiérrez ha aumentado notablemente los
fines de semana en que se celebran juegos. Incluso, cuando el rival es un equipo de la popularidad de las
Chivas Rayadas o del Cruz Azul, la afluencia de aficionados de Guatemala o El Salvador es notable. La
comercialización de una infinidad de productos es mayor los días de futbol. Esa derrama
económica cada quince días ha significado para Tuxtla Gutiérrez una revitalización
que ha alertado al empresariado local acerca de la importancia del futbol como negocio.
Las diferentes épocas que ha vivido el estado de Chiapas a lo largo de su historia y de las relaciones
de ésta con la historia nacional, han modelado a una sociedad recelosa de las innovaciones. Para mayor
precisión, el peso de las actitudes culturales de los grupos dominantes consolidó una
actitud de rechazo a las alteridades al tiempo que se enfatizaba la división entre indios y no indios.
Ésta ha sido una tensión constante en la sociedad chiapaneca. Por ello, y advirtiendo que el
proceso es complejo, la introducción de la alteridad religiosa causó y aún causa,
problemas severos de fragmentación. Chiapas, a partir de la cristianización católica,
había sido una sociedad casi monorreligiosa. En el aspecto político, desde los arreglos entre el
liderato de la Revolución Mexicana y los hacendados chiapanecos conocidos como mapaches, Chiapas fue
una sociedad monopartidista: el PNR (Partido Nacional Revolucionario) primero y el PRI (Partido Revolucionario
Institucional) después, fueron por décadas los únicos partidos políticos que
operaron en la entidad. Estos monopolios contrastaban con la variedad cultural, incluyendo en ella a la
diferenciación lingüística y el desarrollo regional desequilibrado. La ruptura de los
monopolios religioso y político acentuó la fragmentación. En enero de 1994, en
sólo unos días, surgieron alrededor de 250 organizaciones con intereses diferentes, lo que es
indicativo de la profundidad de la fragmentación. En notable contraste, se había generalizado la
idea de una “identidad chiapaneca”, difusamente simbolizada. Así, la marimba no es un
símbolo para el mundo indígena, en donde el arpa y el violín son más importantes.
La cocina también está particularizada y el Himno a Chiapas le dice mucho más a la
población mestiza que a la indígena. La modernidad del siglo XX, que se inicia en Chiapas en
1970, provocó cambios importantes, entre otros, un proceso acelerado de urbanización. La
fragmentación de la sociedad requiere solucionarse frente al nuevo tiempo, sin dejar de lado a la
tradición. Justo este aspecto tan relevante es el que permite el éxito de un equipo profesional
de futbol, aceptado por todos los sectores y grupos de la sociedad chiapaneca. Así encuentra la
sociedad un mecanismo de integración capaz de absorber a la tradición e incorporarla a la
modernidad. El resultado es la operación de una sociedad mucho más compleja, en donde la
fragmentación persiste, pero es resuelta simbólicamente a través del futbol. Más
allá del cliché sobre “el opio de los pueblos”, el deporte en general y el futbol en
particular, han pasado a otro plano en la vida social, cumpliendo papeles que antes desempeñaban la
religión o la política, como lo demuestra el caso de los Jaguares de
Chiapas.
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