PRÁCTICA DEPORTIVA, ALIMENTACIÓN Y CONSTRUCCIÓN DEL CUERPO

 

Elena Espeitx
UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA, HUESCA

 

RESUMEN:

El presente artículo aborda la relación existente entre actividad físico-deportiva y alimentación en adolescentes y jóvenes. A través de estas líneas, se pretende revisar como, y en que medida, el concepto de “construcción del cuerpo” interviene en esta relación, y especialmente, cómo se relacionan social y culturalmente la alimentación, el ejercicio y el deporte. 

PALABRAS CLAVE: alimentación, deporte, actividad física, cuerpo humano

 

 

Introducción

En este artículo se aborda la relación existente entre ejercicio, deporte y alimentación, en adolescentes y jóvenes. Se pretende ver cómo, y en qué medida, el concepto de “construcción del cuerpo” interviene en esta relación. ¿Cómo se relacionan alimentación y deporte? Por un lado, la práctica regular de ejercicio o deporte se traduce en muchos casos en comportamientos alimentarios específicos. Y supone, a menudo, la adquisición de conocimientos nutricionales sobre “dietas aconsejables” que favorezcan el rendimiento en estas actividades. Por el otro, las representaciones sobre imagen corporal, deporte y alimentación no sólo aparecen como las principales vías de intervención sobre el cuerpo, sino que se perciben estrechamente imbricadas entre si. Y ¿por qué centrarse en adolescentes y jóvenes? La adolescencia resulta particularmente interesante, puesto que es un periodo de cambios en lo que respecta a la práctica de ejercicio o deporte y al comportamiento alimentario, en el que se abandonan o se modifican las prácticas hasta el momento impuestas, o como mínimo dirigidas, por padres y educadores, y en el que empiezan a aparecer nuevas prácticas, y nuevas formas de pensar la alimentación, el ejercicio y el deporte. Analizar los cambios con relación a la infancia y como estos cambios se racionalizan y se explicitan, nos permite ver de cerca como se va reinterpretando la construcción del cuerpo. Se ha señalado a menudo que la adolescencia es una etapa en la que se reduce el peso de los hábitos familiares, mientras que el grupo de amigos y las referencias sociales se convierten en condicionantes claves en la estructuración de la alimentación. El ejercicio y el deporte, en tanto que ámbitos de relación social, de generación de redes y de transmisión de conocimientos y de modelos de comportamiento, puede incidir en el sentido de una auténtica transformación en los estilos de vida de los adolescentes. 

Asimismo, es preciso destacar que la preocupación por la imagen corporal es uno de los factores que incide –con mayor o menor fuerza– tanto en los comportamientos alimentarios como en la práctica de ejercicio y deporte, y esta doble influencia e interacción merece ser tomada en consideración, entre jóvenes que ya toman decisiones autónomas sobre estas cuestiones.

 

SENTIDOS Y “FUNCIONES” DE LA CONSTRUCCIÓN DEL CUERPO

 

Comer no consiste únicamente en satisfacer las necesidades nutricionales, sino que, como toda actividad humana, adquiere un gran número de sentidos y de “funciones” que resultan, no del hecho individual de nutrirse, sino de la interacción de los individuos en sociedad, y de los sistemas de clasificación, sistemas normativos, prácticas e instituciones, que surgen de esta interacción y que al mismo tiempo la estructuran. Las relaciones, múltiples y complejas, entre alimentación y “construcción del cuerpo” son generadoras de buen número de estas “funciones” y de estos sentidos que se otorgan al hecho de comer.

Pero ¿qué entendemos por “construcción del cuerpo”? Es sabido que aquello que ingerimos construye objetivamente nuestro cuerpo, al aportar los nutrimentos necesarios para que el organismo lleve a cabo sus funciones básicas. A partir de esta dimensión fundamental de la alimentación se despliega otra dimensión, la simbólica. Veamos en que consiste. 

El impulso y la capacidad del ser humano de incidir, de actuar sobre el entorno, sobre los demás, sobre si mismo, se manifiesta constantemente y por distintas vías. Junto a este impulso y capacidad de actuar se le añade el impulso –capacidad, ¿necesidad?– de construir sistemas de significados alrededor de esta actuación, y la capacidad -¿necesidad?– de comunicarlos, de expresarlos. Una de las formas que adopta la actuación del ser humano sobre si mismo consiste en “construir” el propio cuerpo. Construirlo por un lado objetivamente, físicamente, modelándolo, y construirlo por otro lado –y al mismo tiempo– conceptualmente, dando sentidos y “funciones” al resultado de este modelado, la imagen corporal. A través de esta construcción se actúa sobre tres dimensiones relevantes: a) la identidad, o el nosotros con, frente y para los otros, b) la autopercepción, o el nosotros para nosotros, y c) el atractivo sexual. Así, la construcción del cuerpo y su resultado, la imagen corporal, se explican, en parte, porque el cuerpo es generador y portador de identidad. Alargar partes del cuerpo, comprimirlas, tatuar la piel, perforarla, escarificarla, pintarla, son comportamientos extendidos en las sociedades humanas, a lo largo del tiempo y a lo ancho de las culturas. Con esto, los seres humanos expresan, comunican poder, autoridad o sumisión, diferenciación o pertenencia, creencias y valores. En cualquier caso, pretenden manifestar quienes son, que roles se les atribuye, que lugar ocupan en la sociedad. Así, a través de aquello que llamamos “la imagen corporal” los individuos muestran quienes son -o quienes quieren hacer creer que son– como son –o como quieren parecer que son– que lugar ocupan en la sociedad –o que lugar quieren ocupar– y lo hacen de diferentes maneras, utilizando diferentes vías. Pero esta identidad proyectada, este nosotros para los otros, no agota las “funciones” y sentidos de la imagen corporal construida. También afecta –y puede hacerlo con fuerza–, la autopercepción, la imagen que de uno mismo se devuelve el individuo, el nosotros para nosotros. Efectivamente, la construcción del cuerpo y la definición de la imagen corporal es social, o, más concretamente, psicosocial. Las relaciones que los individuos mantienen con su propio cuerpo son complejas, y a menudo conflictivas. Dependen de diversos factores: del estado de ánimo, de la intensidad de sus percepciones corporales y de sus percepciones sensoriales en un determinado momento, de la imagen que de si mismo envían los otros, de la valoración, o al contrario, el rechazo que sienta respecto al propio cuerpo. La autopercepción del cuerpo no depende únicamente de las propias sensaciones corporales. Dependiendo de si se rechaza o se aprecia –es decir, si encaja o no, o lo hace mejor o peor, con la proyección de la identidad deseada– se percibe el cuerpo de manera distinta. Además, esta imagen autopercibida es inestable y no siempre –a menudo no lo hace– corresponde con la realidad corporal. La imagen del cuerpo no es una construcción esencialmente interna, si no que es en gran medida tributaria de cómo lo perciben los otros, así como de la imagen de uno mismo que éstos transmiten. Así, en un doble movimiento, los individuos proyectan su identidad instrumental –la que les sirve para interactuar con los otros– a través de la imagen corporal, y a su vez, mediante la imagen corporal de si mismos que les devuelven los otros, construyen su autopercepción. Además de la identidad mostrada, y de la identidad autopercibida también a través de la imagen corporal se transmite el atractivo sexual, y esta no es, sin duda, una función y “necesidad” menor, que satisfaga una “necesidad” menor. 

Como se ha señalado anteriormente, el lenguaje de la imagen corporal habla a lo largo del tiempo y a lo ancho de diferentes culturas y sociedades, pero lo hace en idiomas distintos y con significados y énfasis diferentes. En nuestras sociedades habla con una voz muy fuerte e insistente. Y lo hace por diferentes motivos. Uno de ellos, que se ha apuntado a menudo, sería el individualismo imperante. Así, en una sociedad marcada por el individualismo como valor, como creencia y sistema de vida, la imagen corporal adquiere una gran relevancia, al convertirse en carta de presentación de los individuos, que se promocionan desde su individualidad. Desde esta perspectiva se considera que la persona, la presentación externa que hace de si misma, siempre está mediada por su aspecto, de modo que su imagen se convierte en ella misma, hasta el punto que solo mediante un conocimiento muy próximo y continuado con esta persona resulta posible hacer abstracción de su imagen corporal (Alberdi et al., 2000: 21) . Ésta sería la razón por la que la imagen adquiriría una importancia destacada en la actualidad. Es cierto que los valores de individualización y de autonomía personal parecen presentes en nuestra sociedad, y que éstos contribuyen al incremento del énfasis puesto en la imagen corporal, pero hay algunas dimensiones objetivas de la vida social que propician este incremento con aparente gran eficacia: a) multiplicación de los contactos breves con otros individuos, en el ámbito de las relaciones personales, b) aumento de la diversidad de situaciones -sucesivas y paralelas– en las que se encuentran los individuos, con la consiguiente movilidad en los roles, c) relaciones afectivas y sexuales no prefijadas, indeterminadas, que implican elecciones.  

La multiplicación de contactos breves convierte la imagen corporal en la principal fuente de información sobre los individuos, y la mejor vía para una primera definición.

Aunque de todo esto, es cierto, también aparecen nuevas formas de relación social que se desligan de la imagen corporal, porque ésta desaparece, como aquellas relacionadas con Internet, que adquieren una importancia destacada, pero no sustituyen, en cualquier caso, las relaciones personales alimentadas por la información que proporciona la imagen corporal. Ese aumento de la diversidad de contextos depende de las diferentes situaciones y los diferentes momentos de la vida en los que se encuentran los individuos. La imagen corporal puede modificarse y adaptarse a estos contextos cambiantes, a menudo debe hacerlo para resultar eficiente. Eficiente en la transmisión de información, en la comunicación. Un ejemplo obvio es que no se viste del mismo modo para ir a la playa que para ejercer de director de banco. Por lo que respecta a las relaciones afectivas y sexuales, en nuestra sociedad éstas no están predeterminadas, fijadas de antemano. Es decir, no son los padres u otros familiares quienes pactan el matrimonio del hijo, no hay unas rígidas leyes que deciden quienes pueden ser cónyuges o no, ni la elección de pareja suele ser única y para siempre. Se hacen elecciones, múltiples y sucesivas, y en estas elecciones la imagen corporal, el cuerpo construido, juega un papel como mínimo relevante. 

No menos importante, al contrario, es el hecho que el negocio de la imagen corporal mueve cantidades ingentes de dinero y de intereses. Este no es un hecho banal, explica en buena medida algunas de las formas –sobredimensionadas– que adopta en nuestra sociedad esta tendencia humana a comunicar a través de la construcción del cuerpo y a instrumentalizar la imagen corporal .

 

LA ALIMENTACIÓN EN LA CONSTRUCCIÓN DEL CUERPO

 

Uno de los instrumentos que permiten esta construcción –entre muchos otros, como el vestido, el uso de abalorios y de símbolos de estatus diversos– es la alimentación. La relación entre alimentación e imagen corporal se percibe empíricamente estrecha, por ello la idea que el ser humano puede actuar sobre la imagen corporal, de que es capaz de “construir su cuerpo” mediante lo que come, se encuentra extendida. La construcción del cuerpo mediante la alimentación y la expresión de la identidad y del atractivo sexual a través de la imagen corporal se manifiesta por dos vías fundamentales: la de ensanchar el cuerpo, mediante los consumos alimentarios excesivos u ostentosos, y la de encoger, reducir el cuerpo, mediante la renuncia y la privación. Así, en un extremo, el objetivo consiste en engrandecer el cuerpo, cubrirlo con capas de grasa que incrementen su volumen, y esta ha sido una práctica extendida a lo largo del tiempo y en diferentes sociedades, para exhibir, a través de la imagen corporal, la abundancia de los propios recursos.[1] En el otro extremo, encontramos la privación alimentaria autoimpuesta. En la experiencia histórica de la humanidad existen abundantes ejemplos de ayuno voluntario y de restricción alimentaria severa, relacionados con diferentes sistemas de creencias y formas de pensar el mundo y de mostrarse en él.[2] 

¿Qué sucede, actualmente, en nuestra sociedad? La vía de expresar poder o riqueza mediante el engrandecimiento del cuerpo no parece, hoy por hoy, muy vigente, pero la imposición de restricción alimentaria, con el objetivo de mantener dentro de unos límites -estrechos– los contornos de éste, lo es plenamente. Otra vía muy presente es la que consiste en desarrollar los músculos, como se verá más adelante, a través de ejercicios específicos, pero también con la ayuda del régimen alimentario. Optar por una u otra vía -adelgazar o muscular– correlaciona significativamente con el género, lo cual no es banal, porque tiene consecuencias, como se verá más adelante. 

Ya se ha dicho que el interés por la construcción del cuerpo, y su resultado, la imagen corporal, no es exclusivo de las sociedades actuales. Pero sí resulta más específica la forma que adopta esta construcción y los sentidos que se otorga a la imagen corporal resultante. Lo más propio de la actual forma, particular y contingente, de construir el cuerpo y de interpretar la imagen corporal probablemente reside en la valoración de la delgadez en las mujeres. La imagen corporal valorada en los hombres pasa en mayor medida por la musculación, –elude por tanto la esbeltez extrema– pero tampoco admite la presencia “excesiva” de grasa. Cabe preguntarse por qué la imagen corporal femenina eficiente en el cumplimiento de las “funciones” de la construcción del cuerpo, actualmente, es de delgadez. La tendencia en nuestra sociedad a la lipofobia ha sido ya ampliamente documentada (Fischler, 1990), también la mayor exigencia con las mujeres en este sentido, y se han elaborado teorías diversas para explicar esta situación (Gracia, 2002: 365). Más allá de tales explicaciones sobre el porqué de la valoración de la delgadez –de indudable interés, por otro lado– interesa saber como afectan la construcción del cuerpo en nuestra sociedad. Según sean las vías por las que transite la construcción social del cuerpo, adoptarán una forma u otra las estrategias de los individuos para modelar su imagen corporal. Entre estas estrategias se sitúan las que nos ocupan, las relacionadas con la alimentación, la actividad física y el deporte. Veamos pues cuales son las connotaciones de la valoración de la delgadez en las mujeres, de la ausencia de grasa combinada con músculos visibilizados en los hombres.

Entre los aspectos más desvalorizantes de la imagen corporal, en nuestras sociedades, destacan el sobrepeso y la obesidad. Como siempre cuando se trata de imagen corporal, la valoración o la desvalorización no hacen sólo referencia a una dimensión estética sino a otras dimensiones. A través de la imagen corporal se deducen rasgos de personalidad, carácter, moralidad. En nuestra sociedad, se atribuyen una serie de características a la delgadez –y por tanto a los individuos portadores de esta característica– y otras, a menudo opuestas, al sobrepeso y la obesidad. De una manera simplista, acaso reduccionista –en realidad las consideraciones son mucho más matizadas– pero útil a efectos analíticos, puede afirmarse que se atribuye a las personas delgadas una serie de cualidades, como ser ágil, activo, despierto, tener autocontrol, tener voluntad, que se niegan, o se atribuyen sus contrarios, a las personas obesas y con sobrepeso. 

¿Cómo interiorizan, interpretan y gestionan adolescentes y jóvenes las versiones actuales de la construcción del cuerpo? No resulta sorprendente que durante la adolescencia, periodo durante el cual se construye la imagen de uno mismo, se sea particularmente sensible a la visión del otro que incide en la visión de uno mismo. La construcción del cuerpo adquiere, pues, particular relevancia. Además, como se ha dicho, no es solo la identidad la que está en juego cuando se construye la imagen corporal, también lo está la exhibición y la potenciación del atractivo sexual, y la importancia que adquiere éste durante la adolescencia, y también durante la juventud, no se debe minimizar. La imagen corporal puede ser –no siempre lo es–, un instrumento para conseguir pareja sexual, y conseguir pareja sexual puede, en determinadas circunstancias, contribuir a satisfacer otras necesidades, tanto afectivas como materiales. Estas tres “funciones” de la construcción del cuerpo no son en absoluto banales, al contrario, y adquieren particular relevancia entre adolescentes y jóvenes. Esto supone optar por vías de construcción, y movilizar estrategias, que se van a relacionar estrechamente, a menudo, con la alimentación y la actividad física.

Por lo que respecta a la alimentación, son numerosos los estudios que advierten de la presencia creciente de adolescentes y de jóvenes con desajustes alimentarios por que “no se gustan a si mismos”, es decir, no consiguen construir eficazmente su cuerpo, para proyectar, a través de la imagen corporal, la identidad aspirada. Aunque, como advierten algunos autores (Bueno y Castro, 1993), su peso y su talla encajen perfectamente dentro de unos parámetros considerados “normales”. Desean ser más altos y estar más delgados. Resulta difícil, por no decir imposible, convencerlos de su “normalidad” biológica, ya que la imagen corporal deseada se rige por unos criterios y transita en unos sentidos socialmente construidos y culturalmente interiorizados. Un gran número de adolescentes -muy en particular mujeres– se muestran intensamente preocupadas ante el hecho de estar gordas –o no delgadas– y esta preocupación afecta de distintas formas sus comportamientos alimentarios. 

Las estrategias adoptadas por contener el peso dentro de los márgenes percibidos aceptables suelen basarse en la omisión de comidas, la selección y la restricción. La primera consiste en saltarse comidas, lo más frecuente es dejar de desayunar y/o de merendar, en algunos casos se omite la comida y la cena, sobretodo después de lo que se considera un sobreconsumo, para compensar, o antes, para prevenir. Si la tercera consiste básicamente en reducir o eliminar consumos, la primera consiste en sustituir productos considerados excesivamente calóricos, y por lo tanto contraproducentes para los objetivos propuestos, por sus equivalentes más “inofensivos”, en particular los productos desnatados, o los llamados light. En un estudio llevado a cabo entre adolescentes de Mallorca (Mójer et al., 2001), se observa que los productos light son consumidos con frecuencia por éstos, pero con diferencias significativas entre chicos y chicas. Así, mientras que el 46% de las chicas mostraban una frecuencia de consumo diaria –más de tres veces al día– solo el 31% de los chicos mostraba frecuencias similares. Se destaca también en este estudio el contraste existente entre el elevado consumo de bebidas azucaradas, azúcar, dulces, bollería industrial y snacks y el también elevado consumo de productos light. Esta constatación evidencia, por un lado, el interés de estos adolescentes por construir su imagen corporal –y, por lo tanto, en nuestra sociedad, por la delgadez–, pero también su deseo de no renunciar a unos alimentos que para ellos son sinónimo de placer. De manera que el deseo de esbeltez no se traduce siempre, ni de manera mecánica, en restricción, si no que se buscan otras estrategias para conseguir un mismo objetivo, entre ellas la actividad física.

 En cualquier caso, lo que se evidencia con claridad es la voluntad de alcanzar un determinado peso, es decir, una determinada imagen, mediante la modificación de los comportamientos alimentarios. Esta situación ya había sido descrita en los años setenta, cuando Dwyer, Feldman y Mayer refieren la elevada presencia de regímenes adelgazantes entre les mujeres, incluso entre aquellas consideradas delgadas. Pero lo que destaca, sobre todo, es la distancia existente entre la imagen corporal valorada, en términos de delgadez, y la considerada deseable según los parámetros médicos. Esta insatisfacción de las adolescentes respecto a su imagen corporal aparece claramente en el estudio de Moses y colaboradores (1989). En este estudio se repartió un cuestionario en el que se interrogaba sobre el peso, las prácticas alimentarias y los conocimientos nutricionales a 326 adolescentes –mujeres– entre 13 y 18 años. Se documentó en esta ocasión una percepción distorsionada del peso corporal, en particular entre las chicas clasificadas como de peso insuficiente (un 36% del total). En cambio, aquellas que presentaban un peso adecuado o sobrepeso mostraban una percepción más acorde con su peso actual y la percepción del peso ideal según la talla. Pero es preciso destacar que la frecuencia de comportamientos considerados “anómalos” fue parecido en las tres categorías, muchas de las mujeres encuestadas afirmaron realizar esfuerzos para restringir su ingesta y manifestar temor a estar gordas, que equivale a no alcanzar los estándares de delgadez percibidos como apropiados. Alrededor de una tercera parte de las mujeres de peso insuficiente aparecían igualmente preocupadas, lo que evidenciaba que el extendido temor a la obesidad era independiente del peso. Otro estudio centrado en el grado de satisfacción con el peso corporal, figura, comportamientos alimentarios y prácticas relacionadas con el control del peso entre adolescentes es el de Moore y colaboradores (1988), en el que se repartieron unos cuestionarios anónimos a 854 adolescentes y mujeres jóvenes. Éste muestra que dos terceras partes de las encuestadas no estaban satisfechas con su peso actual, y que aproximadamente la mitad no lo estaban tampoco con su figura. Entre aquellas que se veían a si mismas con sobrepeso, alrededor de un tercio deseaban una inadecuada –según los parámetros médicos– pérdida de peso. Muchas de las que deseaban perder una cantidad considerada excesiva presentaban en aquel momento un peso estimado normal, algunas incluso insuficiente. También en este estudio aparecen casos de ayuno, vómitos autoprovocados y abuso de laxantes y diuréticos. Este desajuste entre peso “deseado” y peso “deseable” se refleja también en la encuesta realizada por la revista americana Glamour entre 33.000 mujeres, en la que el 75% considera que su peso es excesivo, mientras que según las normas de la Metropolitan Life Insurance Company, solo el 25% presenta un peso superior al deseable por altura y edad. Estudios más recientes realizados con adolescentes y mujeres jóvenes en España muestran la misma tendencia. Por ejemplo, el realizado sobre la percepción de la imagen corporal entre los estudiantes de la Universidad del País Vasco (Arroyo, Rocando, Ansotegui, Herrera, Salces, Rebato, 2003), en el que se estudiaron las actitudes respecto al peso de 526 estudiantes, 158 hombres y 368 mujeres, se muestra que las mujeres escogen figuras significativamente más delgadas que los hombres y presentan un grado de insatisfacción más elevado respecto a su imagen. 

Lo que todos estos muestran es que los parámetros médicos, que establecen criterios en términos de salud, no coinciden, o no coinciden plenamente, con los parámetros socioculturales, que establecen los criterios en otros términos. En términos del lenguaje de la imagen corporal, culturalmente construidos y con sentidos y “funciones” sociales relevantes.

Hablar de construcción del cuerpo quiere decir modificarlo de alguna manera. Algunas intervenciones sobre este pueden resultar muy agresivas e irreversibles, como la reducción de los pies de las mujeres chinas o los tatuajes, y otras pueden no incidir directamente sobre éste y ser reversibles, como los tacones, para modificar la altura, o el uso de joyas, para embellecer o significar estatus. Sobre algunas dimensiones de la imagen corporal solo se puede actuar –en principio– a través de la modificación de la apariencia. Este sería el caso de la altura, es difícil incrementar la altura realmente, pero es posible modificar su apariencia, por ejemplo mediante el uso de tacones. Sobre otras, se puede actuar directamente, modificando el cuerpo no sólo su apariencia. Para conseguir la imagen corporal deseada en relación a la delgadez, ausencia de grasa y visibilidad de músculos se pueden adoptar estrategias que incidan o no directamente sobre el cuerpo, y que lo hagan de forma más o menos agresiva. Se puede utilizar ropa que disimule o oculte el exceso de grasa, o que acentúe la presencia de músculos, y estas serían prácticas no incidentes directamente sobre el cuerpo, puesto que no modifican el cuerpo sino sólo su apariencia, o se puede actuar mediante el control de la ingesta alimentaria –el llamado “control del peso”– y la práctica deportiva, es decir, actuando sobre el cuerpo directamente, modificándolo realmente. Estrategias que exigen una actuación consciente y constante, que exigen un esfuerzo y se caracterizan por considerarse íntegramente de la “voluntad” de los individuos. Así, no se considera que cambiar de altura o de facciones, por ejemplo, dependa de las decisiones de los individuos –aunque la cirugía estética esté modificando este escenario– pero si se puede –y se debe controlar– el peso. Es esta noción de que existen estrategias efectivas para conseguir el objetivo, y que adoptarlas o no depende exclusivamente de las decisiones y las actuaciones, lo que conviene destacar. En relación al peso y el modelado de la figura, es central la idea de autocontrol, y de ahí la centralidad del concepto de “control del peso”. 

 

VALORACIÓN DEL SOBREPESO Y DE LA OBESIDAD ENTRE  LOS ADOLESCENTES Y LOS JÓVENES

 

La consideración social negativa del sobrepeso y la obesidad es plenamente interiorizada y compartida por jóvenes y adolescentes (Espeitx et al., 2006). También aparece de manera generalizada la distinción entre sobrepeso y obesidad, y ésta no es sólo de grado, sino también de naturaleza. Mientras que la obesidad es percibida más a menudo como una enfermedad que el individuo padece, o que se puede explicar en parte por factores que no dependen exclusivamente de éste –predisposición genética, funcionamiento deficiente de la tiroides, por ejemplo–, el sobrepeso resultaría únicamente de los malos hábitos o de prácticas poco convenientes por parte de quién lo padece. Es decir, el sobrepeso es considerado como responsabilidad absoluta de el que lo “sufre”, mientras que la obesidad estaría menos bajo el control del obeso.[3] 

 En cualquier caso, entre los jóvenes, la creencia que es conveniente controlar el peso, dentro de los límites socialmente aceptados, está ampliamente extendida, tanto entre hombres como entre mujeres. Entre los adolescentes, esta consideración se incrementa con la edad –es mayor a los 16-18 años que a los 12-13– y significativamente más generalizado entre las chicas que entre los chicos, aunque se trata de una percepción extendida entre ambos sexos y en todas las edades. Ahora bien, esta creencia muy a menudo se matiza con observaciones como “unos kilos de más no tienen importancia”, o “lo importante es sentirse bien con uno mismo, en lugar de estar pendientes de los modelos estéticos de moda”. Esta relativización del sobrepeso, si no es muy pronunciado, aparece con frecuencia, tanto entre chicas como entre chicos. Pero en general se aplica a los demás, en mucha menor medida a uno mismo. Es decir, es igual que el amigo o amiga pese algo más de lo considerado deseable, pero no da igual salirse uno mismo de los parámetros valorados. Aquello que se contempla con indulgencia en los demás puede generar un intenso malestar en uno mismo, lo que evidencia la complejidad de la percepción del cuerpo. Debe tenerse en cuenta, además, que los más indulgentes con el sobrepeso ajeno y que minimizan en mayor medida la necesidad de ejercer control sobre el peso, son aquellos que nunca han tenido ningún episodio de sobrepeso, real o percibido, y que tampoco han considerado que mantenerse dentro de un determinado peso exigiera un esfuerzo consciente. Esta tendencia a quitarle importancia a la cuestión puede molestar, incluso indignar a aquellos que si se creen obligados a una vigilancia constante, a veces mediante un “sacrificio” personal percibido como considerable.[4] En cualquier caso, se suele desproblematizar el sobrepeso ajeno, pero no tanto el propio.

Resulta significativo que sean los chicos los que más a menudo tiendan a achacar al sedentarismo la causa del sobrepeso, mientras que las chicas suelen considerar los excesos alimentarios como principales “culpables”. De manera que, para los primeros, el mejor instrumento para vencer el sobrepeso, la estrategia más eficaz para modelar el cuerpo, por tanto, sería la actividad física y el deporte, mientras que para ellas la estrategia preferente sería controlar reducir la ingesta alimentaria. Aunque ambos, hombres y mujeres, contemplan las dos estrategias como convenientes y complementarias, la diferencia reside en el énfasis que se pone en una u otra. Debe tenerse en cuenta, que, aunque se consideran complementarias, también se establecen distinciones entre la estrategia del control de la ingesta y la estrategia del ejercicio físico. Se considera que las dos contribuyen a conseguir el cuerpo al que se aspira, un “buen cuerpo”, pero las aportaciones de cada estrategia a este objetivo se perciben distintas. El deporte, la actividad física, aporta “tonicidad”, flexibilidad, musculación, en definitiva, modela el cuerpo. El control de la ingesta aporta delgadez, ausencia de grasa, la combinación de las dos estrategias proporcional el cuerpo deseado.[5] 

La consideración que el sobrepeso se explica –y se corrige– por un desequilibrio entre el consumo alimentario y el gasto energético es mayoritariamente compartida, como se ha dicho anteriormente. Por lo tanto, para evitar el sobrepeso, es preciso buscar el equilibrio entres estos dos factores. Pero no siempre, ni todo el mundo, le concede el mismo papel a la actividad física y a la alimentación, siendo para algunos el control de la ingesta el instrumento principal, y la actividad física el instrumento subsidiario, o viceversa. Intervienen en este sentido las diferencias individuales, por un lado, y las de género, como se ha dicho anteriormente, por el otro. Entre las diferencias individuales destacan la facilidad –o dificultad– percibida de mantener comportamientos alimentarios restrictivos, la atracción –o su contrario por la actividad física y el deporte y los hábitos adquiridos, tanto en relación a la alimentación como a la actividad física. Por lo que respecta a las diferencias de genero, si se consideran las diferencias existentes entre la imagen corporal femenina valorada centrada en la delgadez– y la imagen corporal masculina valorada –centrada en la musculación–, se entiende fácilmente que las estrategias preferentes de unos y otras no sean las mismas. Para las primeras, la vía preferente será el control de la ingesta, para ellos, el incremento de la actividad física. Y esto tiene consecuencias, porque no es lo mismo construir el cuerpo mediante un incremento de la actividad física que hacerlo a través de la reducción de la ingesta. Reducción que a veces puede ser importante –y excesiva y problemática– puesto que la delgadez valorada está fuera del alcance de la constitución de muchas mujeres. 

 

EJERCICIO, DEPORTE Y CONSTRUCCIÓN DEL CUERPO

 

Se observa que una parte significativa de adolescentes incrementan o se inician en la práctica de ejercicio o deporte por razones “de peso”, es decir, por motivaciones relacionadas con la construcción del cuerpo. En algunos casos, porque se considera se tienen unos kilos “de más”, y se quiere incidir en este estado de cosas a través de tales prácticas. En otros, aunque el peso que se tiene se considere correcto, porque se pretende mejorar la imagen corporal.[6] Los motivos para hacerlo ya se han comentado anteriormente. Durante la adolescencia sobre todo y a medida que ésta avanza, es frecuente ir abandonando el deporte extraescolar, impulsado en los colegios y por los padres. En algunos casos esto se traduce en un incremento del sedentarismo, porque el anterior deporte extraescolar se convierte en más horas delante del ordenador o en reuniones con los amigos. En otros se produce un desplazamiento hacia diversas prácticas, elegidas por los mismos individuos y ya no por sus padres. Los deportes de equipo, como el futbol sala o el básquet, siguen siendo ampliamente practicados a estas edades, pero acudir al gimnasio se convierte en una de las nuevas prácticas más extendidas. 

Al gimnasio se puede acudir sólo o en grupo de amigos, y también allí es posible hacer nuevas relaciones, y ésta es una baza a su favor cuando se trata de adolescentes, y en menor medida, también de jóvenes. Aunque entre los motivos aducidos para asistir regularmente a un gimnasio se habla de “estar en forma” y también “divertirse”, parece claro que una de las “funciones” de los ejercicios realizados en el gimnasio tienen como objetivo modelar el cuerpo. También en este contexto se detectan diferencias de género. Así, en general, las chicas se decantan por fortalecer los glúteos, y los chicos por muscular brazos y pectorales. Es frecuente que las mujeres, al iniciar un programa de fitness, adviertan que ellas no pretenden ni desean desarrollar músculos, si no más bien reducir grasa corporal y endurecer determinadas partes del cuerpo, mientras que los adolescentes y los hombres jóvenes valoran en mayor media mostrar un cuerpo más “fuerte”. La satisfacción que proporciona obtener resultados visibles, es decir, que la imagen corporal se modifique, efectivamente, en la dirección deseada, se convierte en un estímulo para mantener, o aumentar, la frecuencia de las visitas al gimnasio. Así, la construcción del cuerpo puede ser un motor poderoso en la disminución del sedentarismo en buena parte de adolescentes y jóvenes. 

 

LA EXIGENCIA DE DELGADEZ EN EL DEPORTE

 

Se ha comentado ampliamente la valoración en nuestra sociedad de la delgadez, del control del peso y el modelado del cuerpo mediante la alimentación y el ejercicio. Esta valoración, como se ha dicho, es interiorizada y al mismo tiempo interpretada por los individuos, afectando sus comportamientos de formas diversas. Además de interiorizar e interpretar esta valoración socialmente compartida de una forma de modelar el cuerpo, el deportista comparte representaciones y condicionantes objetivos propios del deporte en el que participa. Uno de estos condicionantes es el de mantener un determinado peso, considerado adecuado para conseguir unos resultados óptimos. Esto supone que la alimentación se convierte en un aliado fundamental en la búsqueda de un mejor rendimiento deportivo. 

Esta necesidad de mantenerse dentro de unos límites de peso fijos y rígidos es vivida con acuciosidad por los deportistas, pero también por sus entrenadores, que suelen ser un factor de presión sobre los comportamientos alimentarios del deportista de primer orden. Esta presión ejercida por los entrenadores ha sido descrita ampliamente (Dosil y González, 2003: 39), y se ha destacado que el control del peso puede convertirse en una preocupación central para los entrenadores. De manera que los datos que muestra la báscula acaban convirtiéndose en la manifestación visible de la dedicación del deportista al objetivo de mejorar el rendimiento. El entrenador ejerce, pues, una presión considerable, pero esta presión no es siempre, o no solo, directa, sino que se realiza indirectamente, cuando el deportista tiene unas determinadas creencias de lo que desea el entrenador con respecto a su peso, realizando dietas estrictas o utilizando métodos inadecuados, con el objetivo de satisfacer sus supuestas expectativas (Dosil y González, 2003: 39).

Ahora bien, no todas las disciplinas deportivas plantean las mismas exigencias con relación al peso. Determinados deportes son particularmente exigentes, por lo cual la presión sobre el control del peso se vuelve particularmente intensa. Para estas prácticas deportivas resulta esencial la delgadez, y es en estas disciplinas donde se producen más casos de los llamados trastornos del comportamiento alimentario, por lo cual se habla de “deportes de riesgo”. Según el Comité Olímpico de los Estados Unidos (USOC, 1998), estos deportes de riesgo se pueden dividir en cuatro grupos: el primero está integrado por los deportes de estética, el segundo poraquellos en los que el peso es un elemento diferenciador entre una categoría u otra, el tercero reúne aquellos que se practican en un gimnasio, y finalmente están los deportes de resistencia, que se benefician de un bajo peso para rendir mejor (Dosil y Rodríguez, 2003: 24). En los llamados deportes de estética el aspecto físico de los participantes es fundamental, puesto que se incluye dentro de la puntuación de los jueces de las pruebas. En el caso de las mujeres, las características exigidas son: delgadez acusada, piernas largas y fibrosas, poco pecho y caderas estrechas. A los hombres se les exige musculación y elasticidad. Pero lo que debe destacarse es que en ambos casos, la alimentación y el control del peso están al centro de las estrategias. En los deportes en los que el peso es un elemento diferenciador entre una categoría y otra, es frecuente la estrategia de adelgazar rápidamente para competir en una categoría por debajo de la que correspondería. Se pretende con ello ganar con mayor facilidad a contrarios más ligeros. Por lo que respecta a los gimnasios, debe distinguirse entre dos tendencias principales. Por un lado, están aquellos, mayoritariamente hombres, interesados sobre todo en la musculación. Por el otro, aquellas –mayoritariamente mujeres– que mediante el aeróbic, el step o el fitness, centran la atención en el modelado del cuerpo, y, por lo tanto, en el peso. En los deportes de resistencia que exigen un bajo peso para obtener un mayor rendimiento, como las carreras de caballos, la exigencia consiste en pesar lo menos posible, puesto que cuanto más ligero sea el jockey, más correrá el caballo. 

Así, la consideración que a mayor delgadez, mejor rendimiento, está plenamente interiorizada en un elevado número de deportistas, de diferentes disciplinas deportivas, tanto entre hombres como en las mujeres. Esto comporta la frecuente valoración, entre estos deportistas, de que el peso deseable es inferior o muy inferior a su peso real.[7] Y se traduce en la adopción de prácticas alimentarias restrictivas, en algunos casos muy restrictivas, a menudo también en períodos de sobreconsumo, compañeros frecuentes de la autorrestricción intensa. Según algunos autores, la incidencia de ciertos regímenes dietéticos agresivos y de restricciones alimentarias severas es relativamente alta entre los deportistas (Román y Zunzunegui, 1995: 61). Efectivamente, existen estudios (Román y Zunzunegui, 1995: 58) que muestran que los deportistas que practican una disciplina individual, refieren un mayor control de su peso corporal que la población en general (70% versus 30%). Si consideramos además el grupo de deportistas de élite, destaca un nivel de control del peso corporal muy superior al de la población general y también al del resto de deportistas (74% versus 40% y 51%, respectivamente). Esto a pesar de que los trabajos médicos muestran que no existe una evidencia clara sobre esta relación positiva entre delgadez y rendimiento (Dosil y Rodríguez, 2003: 25). 

 

 

LAS COMPLEJAS RELACIONES ENTRE IMAGEN CORPORAL, EJERCICIO Y DEPORTE Y ALIMENTACIÓN

 

La construcción del cuerpo, con todas sus “funciones” y todos sus sentidos, incide, como se ha visto, en los comportamientos alimentarios y en la práctica deportiva. Así, entre delgadez, musculación, alimentación, ejercicio y deporte se entretejen múltiples vínculos. Entre éstos destacan aquellos que podemos llamar las relaciones positivas entre alimentación, ejercicio y deporte, y construcción del cuerpo, por sus efectos, y aquellos que se pueden definir como relaciones negativas entre alimentación, deporte y construcción del cuerpo, por sus consecuencias. 

Se ha observado (Espeitx et al., 2006) que, entre adolescentes y jóvenes, la construcción del cuerpo se puede convertir en un potente motor de “reforma alimentaria”.

Esto sucede, sobre todo, en adolescentes y jóvenes con sobrepeso, que deciden construir un cuerpo más acorde con los parámetros vigentes. Para ello intentan incrementar los consumos considerados más beneficiosos para sus objetivos (verduras, hortalizas, frutas, pescado, lácteos desnatados) y eliminar o reducir los consumos percibidos como más “peligrosos” para sus objetivos (bollería, snacks, dulces, helados, embutidos). También actúan sobre las técnicas culinarias, escogiendo la cocción al vapor, los hervidos, el consumo en crudo, en detrimento de los fritos y de las salsas. De forma que la preocupación por la imagen corporal puede contribuir muy positivamente en los comportamientos alimentarios. Además, iniciar un régimen adelgazante, o “pensar” la propia alimentación en función del control del peso, comporta a menudo un incremento de la actividad física. Por un lado, porque se percibe como una excelente medida complementaria, por el otro, porque el ejercicio permite modelar el cuerpo de una forma que no hace el simple adelgazamiento. Debe tenerse en cuenta, también, que una pérdida inicial de peso por reducción de la ingesta, se traduce en una sensación de mayor ligereza y agilidad, por lo cual se convierte en más fácil y placentera la realización de ejercicio. Y una mayor satisfacción con el cuerpo construido, favorece la práctica de deportes que exigen mostrar el cuerpo. A su vez, cuando existe un interés claro por construir el cuerpo, y se decide por ello, como principal estrategia, aumentar la actividad física, puede desencadenar procesos paralelos que afectan directamente la alimentación, en el sentido anteriormente indicado. Pueden contribuir a ello, con sus consejos, los monitores deportivos y los profesores de educación física. Por su parte, la práctica regular de un deporte supone, en muchos casos, una mayor preocupación por la alimentación, en la medida que ésta afecta el rendimiento deportivo. También suele suponer el contacto, también regular, con un entrenador, que incide, mediante sus indicaciones, en una mejora de los comportamientos alimentarios.[8] En cualquier caso, lo que se observa es que ejercicio, práctica deportiva y control de la ingesta se retroalimentan mutuamente, generando un círculo virtuoso. Pueden, por ello, redundar muy positivamente en el bienestar físico y mental de los adolescentes y jóvenes, tanto si son deportistas como simples aficionados. 

Pero la construcción del cuerpo a través del deporte y la alimentación no siempre tiene repercusiones positivas. Por un lado, se observa que la restricción alimentaria severa va unida a la práctica exacerbada de ejercicio, en determinadas fases de trastornos del comportamiento alimentario, como la anorexia y la bulímia. La suma del ejercicio intenso, a la reducción drástica de la ingesta, en el caso de la anorexia, permite una pérdida de peso más rápida, y contribuye a que la espiral del trastorno se precipite. En el caso de la bulimia, la práctica de ejercicio puede suceder a las fases de consumo compulsivo, al utilizarse como una práctica compensatoria, por lo que se convierte en uno de los elementos constituyentes del círculo perverso de sobreconsumo y restricción. En este sentido, para el individuo afectado, el ejercicio puede llegar a asimilarse a una de las dimensiones de su trastorno, y cargarse, por tanto, de connotaciones negativas. También, una tendencia a llevar al extremo determinadas prácticas para modificar la imagen corporal puede conducir a trastornos como la vigorexia, que también llevan aparejados patrones alimentarios problemáticos, como el consumo abusivo de preparados proteínicos. 

Las relaciones negativas entre alimentación y actividad física puedan también circular en dirección contraria. Así, un consumo alimentario excesivamente elevado, que desemboque en un incremento de peso, resulta también en una disminución de la actividad física y de la práctica de ejercicio. Por un lado, un cuerpo más pesado dificulta esta práctica, por el otro, el deseo de ocultar el cuerpo, al percibirse gordo –y no corresponder a los parámetros socioculturalmente valorados– , comporta a menudo el abandono de actividades que suponen mostrarlo, como nadar o acudir al gimnasio. Se refuerza así una relación perversa entre aumento de peso y descenso de la actividad, lo que a su vez conlleva un mayor incremento de peso. Se puede caer así en un círculo vicioso que repercuta negativamente en el bienestar físico y mental de jóvenes y adolescentes. 

Cuando se trata de practicar deportes de los considerados “de riesgo” las consecuencias a veces son muy negativas. Se puede concluir que los deportistas, en particular los que se dedican a determinadas disciplinas deportivas, como consecuencia de esta acentuada preocupación por el peso, superior a la de la población en general, muestran una mayor propensión a padecer algún trastorno de los comportamientos alimentarios (Dosil y Rodríguez, 2003: 33), y otros problemas de salud asociados. En efecto las mujeres deportistas que entrenan intensamente y consumen dietas bajas en energía son un grupo de riesgo para padecer amenorrea (ausencia de menstruación). Se trata típicamente de gimnastas, bailarinas, corredoras y nadadoras que mantienen muy bajos contenidos de grasa corporal por razones estéticas y deportivas. También las mujeres deportistas son de alto riesgo en cuanto a la deficiencia de hierro debido al frecuente bajo consumo y a un comprobado incremento de las pérdidas del mismo (Zunzunegui y Román, 1995: 260)

 

ALGUNAS REFLEXIONES FINALES

 

Existen relaciones, a veces con efectos positivos, a veces con efectos negativos, entre ejercicio, deporte, alimentación y construcción del cuerpo. Las consecuencias más problemáticas de la construcción del cuerpo, sin embargo, se relacionan en mayor medida con la estrategia alimentaria –que supone adelgazar mediante restricción de la ingesta– que con la estrategia de incrementar la actividad. Se ha señalado que la primera es más frecuentemente escogida por las mujeres, mientras que la segunda es preferida por los hombres. Esto se explica porque los cuerpos valorados son distintos en función del género, y la delgadez se atribuye, como valor, en mayor grado a las mujeres. Para conseguir delgadez –las mujeres– es más frecuente que usen la estrategia alimentaria, del mismo modo que para conseguir un cuerpo fuerte –los hombres– es más reiterada la estrategia de la práctica de ejercicio o deporte. Pero encierra más riesgos para el bienestar físico y psicológico de adolescentes y jóvenes restringir la ingesta alimentaria que practicar algún deporte. Y comporta mayores beneficios la segunda. Una combinación hábil de las dos puede dar resultados muy positivos. En cualquier caso, la preocupación, o la voluntad, o el interés por construir el cuerpo no son problemáticos en si mismos. Pero pueden serlo algunas de sus manifestaciones, y que lo sean dependerá de cómo se configure, de que formas adopte el cuerpo social y culturalmente valorado. 

Debe tenerse en cuenta, también, que el hecho de practicar algún deporte o de realizar ejercicio, así como el de no hacerlo– no se explican exclusivamente por el hecho de querer “construir el cuerpo”. Intervienen otros criterios que pueden ser también muy poderosos. Por un lado, se puede practicar deporte por el mero placer que esto reporta, y por los beneficios que se observan en el humor y el estado de ánimo. También el hecho de que el deporte sea, a menudo, una actividad de ocio que se realiza con compañeros, le confiere el atractivo de las prácticas realizadas en un contexto de amistad y diversión. Practicar algún deporte, o realizar regularmente ejercicio supone además proponerse retos y conseguirlos, alcanzar metas, con todo lo que ello supone bienestar psicológico y mejora de la autopercepción. Tampoco deben interpretarse las elecciones alimentarias a partir de la imagen corporal como único criterio. También en este caso intervienen muchos otros, como el placer, los efectos de los alimentos en el estado de ánimo, la comensalidad y los hábitos adquiridos. 

Aún así, el papel de la “construcción del cuerpo” en la decisión de llevar a cabo alguna actividad deportiva y de modificar los comportamientos alimentarios no debe despreciarse, porque puede tener, y en muchas ocasiones lo tiene, un peso considerable en ambas decisiones. 

FUENTES DE CONSULTA

 

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DOSIL J. Y M. GONZÁLEZ, 2003, “El contexto del deportista y los trastornos de alimentación” en J. Dosil, Trastornos de Alimentación en el Deporte. Wanceulen Editorial Deportiva, Sevilla, pp.35-44.

DOSIL J. Y M. RODRÍGUEZ, 2003, “El problema del peso en el deporte” en J. Dosil,  Trastornos de Alimentación en el Deporte. Wanceulen Editorial Deportiva, Sevilla.

ESPEITX, E., 2003, “La alimentación como instrumento: restricciones alimentarias severas, consumos desmesurados y dietas adelgazantes. Comunicación presentada en II Jornadas de Antropología de la Alimentación, Nutrición y Salud. Sociedad de Estudios Vascos, Eusko Ikaskuntza (en prensa).

ESPEITX, E., J. CÁCERES, A. PUCHAL et al., 2006, L’Alimentació dels joves en procés d’emancipació. Observatori de la Joventut, Generalitat de Catalunya, Barcelona.

FISCHLER, C., 1995, El (H)omnívoro. Anagrama, Barcelona.

GRACIA, M., 2002, "Los trastornos alimentarios como trastornos culturales: la construcción social de la anorexia nerviosa", en M. Gracia (Ed.), Somos lo que comemos. Ariel, Barcelona, pp. 349-375.

LEIVA RUIZ, M.T. Y J.A. CASAJÚS MALLÉN, 2004, “Cineantropometria. Condición física.

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MAHIAS, M.C., 1985, Délivrance et convivialité. Le système culinaire des Jaina, Éditions de la Maison des Sciences del’Homme. Paris.

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Diputación Foral de Álava, Instituto de Deportes, Vitoria, pp. 239-261.

Notas

[1] Por ejemplo, entre los Jaina, era habitual –aún lo es, aunque en menor medida– que las suegras cebaran a sus nueras, para mostrar así, por un lado la opulencia de la familia, y, por el otro, los cuidados afectuosos que se les prodigaba (Mahias: 1985). En las ciudades italianas de la Edad Media (Nahoum 1979, cit. Contreras 1993), adquirir peso era un signo de riqueza y también de salud.

[2] Las religiones se han preocupado siempre por el cuerpo, para utilizarlo o para negarlo. La ascesis, que se fundamenta en la negación, enfatiza la renuncia a determinados alimentos o la restricción de su cantidad como una de las vías preferentes de su realización. El grado en el ayuno, en la renuncia o en la restricción se ha erigido en una forma de trazar la frontera entre los simples miembros de una comunidad religiosa y aquellos que llegan más lejos en el camino de la perfección espiritual o moral. 

[3] “Yo creo que la obesidad y el sobrepeso son cosas muy distintas. La obesidad es una enfermedad, por que el cuerpo no quema, o acumula líquidos...o por hipotiroidismo...estas cosas. El sobrepeso es diferente, es por que comes más de lo que quemas, y ya está”. (Hombre, 26 años)

[4] “Claro que tú no consideras importante controlar el peso....tú siempre has estado delgado ¡Tú no tienes problema, comas lo que comas, siempre estás delgado!” (mujer, 23 años)

[5] “Hay que combinar la alimentación con el ejercicio. No basta con ir al gimnasio. Porque si vas al gimnasio y luego te hartas de comer cosas que no convienen...y si no comes pero tampoco haces ejercicio, estas delgado pero no tienes buen cuerpo.” (hombre, 25 años)

[6] “Yo empecé a ir al gimnasio, no por que estuviera gorda, entonces estaba normal. Tenía un cuerpo normal, y yo quería tener un cuerpo que destacara. Ya que no destacaba por ser la más delgada, podía destacar siendo la que mejor cuerpo tenía” (mujer, 21 años)

[7] Se ha estudiado esta relación entre peso ideal y peso real (Dosil y Rodríguez 2003: 29) en los practicantes de diferentes deportes, y se ha observado que el 52% de los practicantes de judo, por ejemplo, están descontentos con su peso real, y consideran que deberían pesar menos. La gimnasia rítmica es la disciplina en la que mayor insatisfacción con el propio peso se muestra, siendo sólo el 10,5% de las gimnastas las que se muestran conformidad con el suyo. 

[8] “Yo si, yo pienso lo que como. Me preocupa comer bien. ¿Si siempre ha sido así? A ver, yo creo que esto lo he adquirido en casa...pero después, al irme introduciendo en el mundillo este del deporte, pues me ha ido interesando más y más el tema de la alimentación. Si, el hecho de hacer deporte ha hecho que me interesara más por la alimentación. Por ejemplo, si el domingo tengo competición, pues estoy tres o cuatro días en que una de las comidas son hidratos de carbono, pasta o arroz.” (hombre, 27 años)