MÉXICO Y GUATEMALA. ENTRE EL LIBERALISMO Y LA DEMOCRACIA MULTICULTURAL –AZARES DE UNA TRANSICIÓN POLÍTICA INCONCLUSA
RAMÓN GONZÁLEZ PONCIANO Y MIGUEL LISBONA
GUILLÉN (COORDS.) UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
MÉXICO, 2009
En agosto del año 2005 se realizó en San Cristóbal de
Las Casas el Coloquio MéxicoGuatemala. Estado y ciudadanía, y doce
de los trabajos allí presentados conforman ahora este volumen. En torno al tema del
papel del Estado y la ciudadanía, se reunieron investigadores
—académicos y también ex funcionarios y dirigentes
políticos— de Guatemala y México. La obra reúne diversos
enfoques sobre la temática, y revela los distintos ángulos del debate.
El libro comienza con el artículo de Miguel Lisbona, lo que me parece una
decisión muy atinada, porque a partir de argumentos bien fundamentados en la
Filosofía, la Antropología y la teoría política, expone los
términos y posiciones en el debate. Por este motivo me extenderé en sus
planteamientos, que utilizaré como hilo conductor en esta reseña. Titulado
«La paradoja que no cesa: cultura, multiculturalismo y ciudadano», el autor
insiste en la urgente necesidad de aclarar estos tres conceptos ya que su uso laxo ha
empobrecido el análisis y el debate. Igualmente busca mostrar las paradojas que
este uso encierra.
La primera paradoja que señala Lisbona es cómo en el mundo globalizado
actual, que supone constantes movimientos de población —y todo lo que esos
desplazamientos llevan consigo—, muchos científicos sociales se
empeñan en defender la existencia de la permanencia cultural, ya sea recurriendo al
concepto de identidad o, ahora más recientemente, al de multiculturalidad. Al
defender esta idea de inmovilidad de los pueblos indígenas
y al
«idealizar
este letargo
cultural»,
estas posturas
se
acercan
—paradójicamente— a aquellas de los que ejercen el poder y buscan
controlar y clasificar a los seres humanos. No se trata de negar la diferencia cultural,
sino de pensar en la construcción del Estado nacional moderno rompiendo con la idea
colonial de dos comunidades distintas y supuestamente irreconciliables —ahora
indígena y mestiza.
Para entender la discusión actual en torno al concepto de cultura, Lisbona se
remonta al pensador romántico Herder, quien la caracterizaba como el «impulso
unificador de seres humanos», es decir, aquello que hace singular a un grupo; y a
Edward Taylor, por la visión holística de la cultura que introdujo,
entendida como una totalidad global sistematizada. Esta visión objetiva es la que
ha predominado en la Antropología, dice el autor. Si además se agrega que ha
ido acompañada de la búsqueda de sus orígenes en la historia y su
reproducción en la tradición, entonces cultura termina indisolublemente
unida a identidad. Lisbona está en desacuerdo con esta caracterización
«objetivista» y plantea que «la cultura no es un ente natural sino un
constructo surgido de las relaciones entre seres humanos. Si esto es así, la
cultura no encadena sino que relaciona…» (pp. 30-31).
Ya en Herder aparece también la idea de que todo grupo humano, caracterizado
culturalmente, es una nación, y por tanto debe tener derechos políticos.
Esta es en términos generales la propuesta del multiculturalismo —expresada
por dos de sus teóricos: Will Kymlicka y Charles Taylor—. De esta manera,
cultura deja de ser ese algo que deba describirse y explicarse, y se vuelve una fuente de
explicaciones por sí misma. Y luego, además, se le agrega la
dimensión política. En la construcción política de esas
diferencias nace generalmente la idea de autonomía y de una posible
ciudadanía diferenciada. Hay un resurgimiento del comunitarismo y se plantea la
reivindicación de derechos colectivos por encima o en paralelo de los individuales.
Lisbona reconoce que los Estados modernos en México y Guatemala no han podido
garantizar la igualdad de derechos y obligaciones a los ciudadanos, que existe un
perceptible déficit de ciudadanía, pero pregunta: ¿se resuelve esta
situación otorgando una calidad especial a ciertos individuos por su
condición cultural? El autor considera que la etnización actual no es una
solución para crear un marco social de convivencia, y al esencializar los grupos
humanos y establecer barreras culturales y comunitarias se soslayan problemas
económicos, como la desigual distribución de la riqueza, así como
otros problemas sociales y políticos.
Estos son, de manera bastante simplificada y resumida —el artículo da cuenta
de la complejidad del tema e introduce muchos matices—, los términos del
debate que están desarrollados con mayor profundidad en los artículos del
libro. Diferentes concepciones de cultura, entendimientos distintos acerca del papel del
Estado en la conformación nacional, procesos históricos particulares, y
propuestas divergentes en torno al quehacer político actual que llevan a plantear
la ciudadanía de muchas formas, ya sea como ciudadanía «a
secas», o ciudadanía política, o como ciudadanía multicultural,
ciudadanía trasnacional, ciudadanía diferenciada, o incompleta, incluyente,
conjunta, de primera, de segunda, de tercera categoría… Intentaré
destacar, de manera breve, cuáles son los acercamientos al tema utilizados por los
diferentes autores. Esto me permite agrupar los artículos a partir de ciertos
criterios para hacer más fluida la exposición, pero reconozco que esta
agrupación es relativamente limitada ya que muchos artículos podrían
caber en más de una.
Cinco autores —antropólogos— escogieron un acercamiento
etnográfico y/o histórico. Esta perspectiva es indispensable porque
así se generan fundamentos empíricos para el debate teórico, que
muchas veces incluye ejemplos de otras latitudes —y que son bienvenidos para
contrastar y comparar—, pero que no pueden sustituir el conocimiento profundo de la
realidad en cuestión.
Alfonso Arrivillaga, especialista en los garífunas, describe con material muy
interesante los diversos recorridos espaciales de este grupo en Centroamérica,
hasta el que los ha llevado a Estados Unidos. A la vez que habla de la cohesión
social e identidad garífuna, propone una ciudadanía trasnacional entendida
más como una comunidad política que como adscripción
territorial.
Irma Otzoy relata cómo la población indígena de Sipakapa en Guatemala
se opuso a la concesión que el Estado guatemalteco diera a una
compañía minera canadiense para explotar sus recursos naturales. Organizaron
una consulta popular y la población, apoyada en el convenio 169 de la OIT,
canceló la licencia; el caso fue turnado a la Corte de Constitucionalidad. Esta
experiencia pone en evidencia que los indígenas viven una ciudadanía
incompleta, dice la autora, y apuesta por una democracia multicultural, con derechos
humanos diferenciados (Kymlicka), a la vez que subraya que el autogobierno puede ser la
única alternativa para ampliar y llevar a cabo una ciudadanía incluyente.
Irma Alicia Velázquez presenta el estudio de caso de la lucha agraria en la
localidad indígena mam de Cajolá, Quetzaltenango. Esta población
exige que se haga efectivo el estado de derecho y se les restituyan sus tierras. Destaca
el racismo imperante y la represión del Estado, en contubernio con los grandes
propietarios y funcionarios de gobierno. Según la autora, esa ha sido la respuesta
del proyecto liberal de nación a la población indígena en
Guatemala.
Xochitl Leyva, a partir del caso de un asesinato en San Cristóbal de Las Casas,
Chiapas, relaciona la violencia, surgida en el contexto de lo que define como guerra de
baja intensidad, con los discursos racialistas construidos históricamente. Afirma
que la violencia racial se convierte en un recurso no solo social y cultural, sino
eminentemente político e ideológico con funciones instrumentales
específicas. Propone una ciudadanía diferenciada.
Andrés Fábregas se refiere a la necesidad de «situar el
análisis de la frontera en el proceso de formación del Estado
nacional» (p. 51), y analiza las percepciones y concepciones que existen en
México en torno a sus dos fronteras. Hacia 1980, dice al autor, en este país
sólo se entendía por frontera la que se extiende por el Río Bravo.
Ahora existe una doble percepción: hacia el norte México se concibe como una
comunidad de cultura, y hacia el sur como una comunidad política. Habla de la
modernidad incompleta y de la inexistencia de una ciudadanía plena en Chiapas.
Otros artículos más surgen de la perspectiva del quehacer político y
del desempeño de funciones dentro de instituciones del Estado. Esta es otra
dimensión que, al igual que la etnográfica e histórica, nutre el
debate, al recoger las experiencias enfrentadas en la lucha política, así
como en el diseño de políticas de Estado.
Demetrio Cojtí, quien fungió en el pasado como viceministro de
Educación en Guatemala, señala que la ciudadanización moderna no se
ha alcanzado, a pesar de los discursos sobre la Guatemala pluricultural y
multiétnica. En realidad está vigente la «supremacía
blanca» y de los ladinos y mestizos sobre los mayas, xinkas y garífunas. Es
necesario transitar de la monoetnicidad a la multietnicidad, especialmente dentro de las
instituciones del Estado, y este proceso debe contar con vigilancia legal y de hecho.
Rigoberto Quemé, a partir de su experiencia como alcalde de Quetzaltenango en dos
ocasiones, reconoce también el fracaso del modelo político monocultural del
Estado guatemalteco, al que agrega además el de los partidos políticos.
Considera a estos últimos representativos solo de las elites de poder
económico —partidos «privados»—, con características
propias de un sistema colonialista, y desarrolla lo que considera son sus siete pecados:
centralismo, monoculturalismo, autoritarismo, cortoplacismo, corporativismo, ilegitimidad
y demagogia. También analiza las cuatro expresiones de la lucha indígena en
el marco del colonialismo imperante: popular y clasista, culturalista, de servidumbre
política y libres pensadores. Hace un exhorto a articular estas cuatro realidades,
a buscar consensos, a ejercer la autocrítica histórica, a globalizar su
experiencia, todo tendiente a la construcción del Estado plural.
José Woldenberg, ex funcionario del Instituto Federal Electoral en México,
habla de la transición democrática de las últimas tres décadas
que permitió no solo un cambio electoral, al construirse una auténtica
competencia electoral con un sistema de partidos —que restó poder al
Ejecutivo y otros poderes subordinados—, sino también la creación de
ciudadanía. Si bien se dio una trasformación en el ejercicio de los derechos
políticos, no fue así en los derechos civiles y sociales, lo que marca una
seria limitante en los alcances de la democracia. Es necesario, afirma, elevar el nivel de
la cultura cívica propiamente democrática.
Magdalena Gómez señala las limitaciones de la ciudadanía y de la
democracia electoral en México, puesto que los indígenas no están
representados en ella. Propone una reforma integral del Estado que reconozca los derechos
colectivos indígenas así como los derechos individuales —destaca a las
mujeres como doblemente excluidas—, y que se redefinan pueblo, territorio y
autonomía. Aboga por la ciudadanía diferenciada (Kymlicka) que refleje la
existencia de identidades indígenas —pertenencia a una comunidad, pueblo o
nacionalidad.
Finalmente, me parece importante destacar otros dos artículos porque considero que
introducen elementos novedosos a la discusión. Estos son los de Mauricio Tenorio y
Ramón González Ponciano. Ambos apuestan por una perspectiva diferente y
audaz para acercarse a los debates sobre ciudadanía y Estado. Tenorio señala
que es indispensable profundizar en los procesos a escala nacional, ya sea para Guatemala
o para México, respectivamente, pero que también es necesario incluir a
Estados Unidos porque «hay un solo futuro para los tres»: la
integración humana, cultural y económica de la región. Y las remesas
son solo uno de los muchos elementos que sustentan su afirmación. Además,
ambos autores incorporan y profundizan en el análisis de ideologías raciales
y del mestizaje; por ejemplo, González Ponciano habla de la blancura como
ideología trasnacional, interétnica e interclasista, y del papel que han
jugado estas ideologías en la construcción nacional, obstaculizando la
conformación de una ciudadanía.
En su artículo, y de manera muy sugerente y polémica, Tenorio cuestiona el
mito del mestizaje en México, que pugnaba por la igualdad social más
allá de la raza, a partir de la asimilación y la integración de los
indígenas a la nación. «Ha fracasado el mito del mestizaje, entendido
como un proyecto de nación y Estado, en México o en Guatemala. El mestizaje
no ha fallado como realidad empírica comprobable, sino como un mito unificador con
alguna utilidad política o con capacidad de consenso y de beneficios sociales
reales» (p. 69). Pero pone en duda si el multiculturalismo logrará superar
las limitaciones de este proyecto de nación. La identidad no puede ser el centro de
la arena política, la bandera por la cual luchar, cuando prevalece una
situación de pobreza y desigualdad abrumadora. No puede haber un mercado
identitario en la miseria, ni se puede insistir en lo racial y cultural sin atender las
condiciones económicas y sociales. Propone entonces una agenda intelectual
arriesgada y difícil: repensar el mestizaje a escala continental, porque es una
realidad innegable, y «como estrategia para relativizar las obsesiones raciales que
nos habitan. Mestizaje no para negar identidades sino para pactar socialmente» (p.
87). Propone alcanzar un plan de integración ciudadana regional, una
ciudadanía conjunta y nuevas instituciones que las respalden, fijar y alcanzar
metas del estado de derecho, de distribución de la riqueza, de la democracia, donde
la identidad verdaderamente pueda ser motivo de elección.
Por otra parte, González Ponciano retoma una novela escrita en 1950, que narra el
triunfo del candidato indígena a la presidencia de Guatemala en el año 1999.
Titulada Guatemala en el año 2000. El despertar de una raza, aparece
firmada por un autor estadounidense, aunque González Ponciano sospecha que el
verdadero escritor es en realidad el que firma como traductor, el mexicano Ponce de
Ávalos. En la extensa novela se expone la mentalidad racista prevaleciente en
Guatemala, y se vislumbra el miedo étnico que la movilización
política de los indígenas despierta entre los ladinos y blancos. La
Guatemala actual no difiere tanto de la descrita en la novela. Según
González Ponciano, la construcción de ciudadanía en Guatemala se ha
visto obstruida por varios elementos: el «miedo étnico», que se ha
hecho patente en aquellos momentos históricos en que los indígenas se
movilizan para reclamar sus derechos, desde la colonia hasta la actualidad; el
«poder movilizador de la blancura», que es «la ideología
transnacional, interétnica e interclasista» que rechaza la igualdad y
promueve el conservadurismo racista e interclasista; el estereotipo que se tiene del
indígena como trabajador del campo o artesano, sin capacidad para la
política y la academia; y finalmente las políticas del «respeto a la
diferencia», que consideran principalmente los aspectos culturales pero no la
desigualdad social y económica. En este contexto cuestiona también el papel
que está jugando el multiculturalismo neoliberal y tutelar.
Volviendo a la novela, parece que a los indígenas se les ofrece «respeto a la
diferencia pero no derecho a la presidencia» (p. 310). Según González
Ponciano, el acceso al poder del Estado es el camino para impulsar los cambios sociales
que beneficien a las mayorías indígenas y ladinas en el contexto de la
ciudadanía para todos.
Con esto concluyo mis comentarios al libro. Considero que los coordinadores han logrado un
volumen muy equilibrado, que ha evitado la tentación de la
sobresimplificación o de la exclusión que pueden surgir al calor de la
discusión política. La temática permanece vigente y sigue siendo
urgente reflexionar sobre ella. Es meritorio haber planteado esta discusión en el
ámbito de los dos países, México y Guatemala, y con representantes de
ambos; resaltan los frutos que esta perspectiva binacional puede dar, así como lo
mucho que hay todavía por recorrer.