LAS POBLACIONES RURALES DE MÉRIDA Y SUS RELACIONES
INTERÉTNICAS CON ESTA CIUDAD CAPITAL DE LA ENTIDAD YUCATECA DE MÉXICO
RESUMEN:
El objetivo de este trabajo es plantear algunas reflexiones sobre las relaciones que establecen las 47 comunidades rurales comisarías del municipio de Mérida, en el contexto de su convivencia cotidiana con esta ciudad y de los procesos de la economía liberal, por medio de los cuales se propicia la expansión de inéditas relaciones económicas, nuevos estilos de vida y valores sociales, y con ellos la propagación de la cultura occidental. En esencia, nos ocuparemos de destacar los vínculos interétnicos que establecen estos pueblos con su cabecera municipal, resaltando el lugar y el sentido de identidad que representan dentro de su actual estructura social.
PALABRAS CLAVE:
relaciones interétnicas, población rural y urbana.
ABSTRACT:
The aim of this paper is to propose some reflections on the relationships they establish the 47 rural communities in the municipality of Merida, in the context of their daily contact with the city and the liberal economic processes, through which fosters unprecedented expansion of economic relations, new lifestyles and social values, and with them the spread of occidental culture. In essence, we will highlight the inter ethnic ties which provide these villages with the main towns, highlighting the place and sense of identity that represented within its current social structure.
KEY WORDS:
inter ethnic relations, urban and rural population.
El objetivo de este trabajo es plantear algunas reflexiones sobre las relaciones
socioeconómicas y culturales que establecen las 47 comunidades rurales del
municipio de Mérida, denominadas comisarías y subcomisarías, con esta
ciudad que es su capital, como también de la entidad yucateca, en el contexto de su
convivencia cotidiana con sus habitantes urbanos. De igual manera, nos interesa dar cuenta de
los impactos que en estas sociedades han ejercido los procesos de la política
económica neoliberal, cuyo mayor impulso lo recibiera del gobierno mexicano desde
principios de la década de 1980 hasta los presentes días, para demostrar las
condiciones estructurales mediante las cuales se han expandido en estas poblaciones, en el
ámbito local, las relaciones económicas y socioculturales macro
estructurales, inéditas, nuevos estilos de vida y valores sociales que hoy propaga
la cultura occidental dominante en el orbe.
En esencia, nos ocupamos de destacar la naturaleza de las vinculaciones interétnicas que
establecen estos pueblos con su cabecera municipal, resaltando el lugar y el sentido de
identidad que representan dentro de la actual estructura social de la que forman parte,
así como los cambios y persistencias que han ocurrido en los aspectos socioculturales de
su vida, como efecto de los procesos macroeconómicos y modos estandarizados de vida que
expande la cultura global sobre las sociedades nacionales en vías de desarrollo o en las
denominadas subdesarrolladas de nuestras sociedades latinoamericanas.
Para el caso que nos ocupa en este trabajo, partimos del supuesto básico de que los
problemas de pobreza y marginación económica, social, política y cultural
que han caracterizado la condiciones de vida y las relaciones sociales de los pueblos
denominados indígenas mayas yucatecos, son resultado del contexto histórico de su
devenir y de las trasformaciones estructurales que el Estado contemporáneo ha impuesto en
ellas, sobre todo desde que hiciera suyo el impulso de la política económica
neoliberal, basada en libre mercado que ha sido inmanente a la globalización
económica, impuesta por los gobiernos de los países poderosos y los grupos
hegemónicos a las sociedades menos desarrolladas en una diversidad cultural y medio
ambiental.
De cualquier modo es necesario enfatizar que la globalización económica y el
imperio del mercado, se trata de macro procesos que, como bien señala Wolf, han tenido
lugar en el orbe desde el desarrollo del sistema capitalista y de su
«penetración», en la medida en que ha sido un sistema estructural que
significó la repartición del papel que a cada nación le
correspondería desempeñar dentro del orden económico mundial, basada en la
expansión del capitalismo expresado en el desarrollo industrial y en la división
internacional del trabajo, lo que implicaría desde entonces el predominio de unas
poblaciones sobre otras.
Desde esta perspectiva, afirmamos que el concepto de pueblos indios, así como las
características estigmatizadoras que se les ha construido y se continúa
socializando a estos grupos socioculturales yucatecos para definirlos e interiorizarles una
identidad ajena, en confrontación con la identidad occidental, urbana, desarrollada y
moderna; en definitiva, no constituyen, por naturaleza u origen racial, propiedades definitorias
de las condiciones depauperadas y marginadas en las que durante décadas siguen viviendo
estos pueblos ni mucho menos son inmanentes a sus culturas ni a su forma de ser y concebir el
mundo que los rodea, como tampoco pueden continuar siendo fundamento de las políticas
asistencialistas o paternalistas con las que hoy se pretende, en algunos cosos, proteger y
preservar o, en otros casos, utilizar como clientelismo político maleable durante los
periodos de campañas electorales.
Visto desde estas perspectivas, por el contrario, planteamos que la categoría social de
pueblos indios únicamente representa constructos ideológicos configurados tanto
por las clases hegemónicas, como también por los pensadores de las ciencias
sociales de determinadas corrientes, los cuales les han servido de fundamento para legitimar, a
unos, las acciones expoliadoras que realizaban sobre los pueblos originarios, y, a los otros,
las construcciones epistemológicas sobre la evolución, desarrollo y los cambios
culturales que han experimentado los diversos grupos humanos de estos pueblos, respectivamente
(Pacheco 2005: 43-69). Por lo tanto, la categoría de pueblos indios no constituye por
reflexión erudita fundamento de las concepciones y percepciones que los pueblos se forjan
sobre sí mismos, ni mucho menos para definirse e identificarse como parte de una cultura
particular, sino tan sólo constituyen explicaciones ideológicas ajenas que les han
sido impuestas para ejercer control sobre sus personas y sus recursos naturales, sus familias y
comunidades enteras.
Desde esta perspectiva los conceptos de indígenas o pueblos indios, como hoy se les
categorizan bajo el argumento de gestionar recursos económicos para canalizarles, por
cierto escasos, o para propugnar la construcción de leyes que permitan su
preservación, bajo las mismas condiciones estructurales, o tal vez mejores pero de todas
maneras marginales a las sociedades modernas o urbanas, no pueden ser considerados como
argumentos válidos para fundamentar la falta de participación y acceso de estas
sociedades a los procesos de desarrollo y modernización de la sociedad más amplia.
Por el contrario, se puede afirmar que, a lo largo de su historia, estas sociedades han tenido
una intervención activa y de suma importancia en la construcción de las sociedades
desarrolladas y del sistema que hoy las mantiene, y que en lo que no han participado ha sido,
evidentemente, en la redistribución equitativa y justa de los recursos, de las riquezas
generadas a partir de la explotación de la que han sido objeto por los grupos de poder, a
través de las distintas épocas. Menos aún han sido sujetos de los supuestos
«beneficios» del nuevo desarrollo económico del México
contemporáneo ni de los nuevos procesos modernizadores que lo han acompañado y que
lo vincula a la economía global y a los vertiginosos avances tecnológicos que ha
experimentado el mundo global.
Desde esta perspectiva, en este trabajo se plantea el examen de la problemática, desde un
esquema teórico metodológico, cuyos objetivos van más allá de la
sola demostración de las formas de subyugación que ejercen los países
centrales, representantes del sistema capitalista, sobre sus colonias, la periferia, para
revelar también las respuestas de estas culturas frente a aquéllos:
…las reacciones de las micro poblaciones que habitualmente estudian los
antropólogos, la gama y variedad de tales poblaciones, de sus modos de existencia antes
de la expansión europea y del advenimiento del capitalismo y la manera en que estos
pueblos fueron penetrados, subordinados, destruidos o absorbidos, primeramente, por el creciente
mercado, luego por el capitalismo industrial… (Wolf 1987: 39).
En el marco de la nueva era de expansión del sistema capitalista en el orbe, basada en la
economía del mercado global y el neoliberalismo económico de todas las naciones,
las relaciones sociales de producción, la división social del trabajo, así
como la distribución inequitativa de los recursos no han cambiado sustancialmente. Por el
contrario, la globalización del mercado ha profundizado la polarización social, el
monopolio de los recursos económicos y ha seguido la tendencia de la mayor
concentración de los dineros en manos de las clases hegemónicas, en tanto la
precarización de las condiciones de vida de las clases desposeídas se sigue
recrudeciendo y expandiendo hasta otros sectores de la estructura social mexicana.
Desde luego, los aspectos sociales, culturales, políticos y medio ambientales de estos
pueblos no han sido ajenos a estos procesos, en la medida en que la infiltración de los
elementos de la cultura occidental y sus avances de expansión hegemónica han
fluido con mayor rapidez hacia todos los rincones del planeta, favorecido todo ello por el
impulso de la tecnología de la informática y de su aplicación a la
movilidad de los capitales; de hecho estos son los objetivos sobre los que los países
poderosos desean extender sus dominios y el ejercicio de su máxima extracción.
Pero, asimismo, las culturas particulares de las sociedades nacionales, regionales y locales de
los países en vías de desarrollo, tampoco se han quedado estáticas y han
tenido que responder a los impactos de los procesos globales, algunas veces adaptándose y
otras trasformándose, más, de cualquier modo, siempre luchando por salvaguardar
los elementos simbólicos de la cultura y de sus recursos que les otorga su sentido de
identidad y su patrimonio ancestral.
Cabe enfatizar que ante los procesos de la cultura global las culturas particulares denominadas
como tradicionales, étnicas o periféricas, también plantean sus estrategias
de supervivencia, no solo económicas y sociales, sino también políticas y
culturales. En este sentido, se puede afirmar que, como bien nos señala Gilberto
Giménez, …la tradición y la modernización sólo se oponen como
tipos ideales polares, pero históricamente no son totalmente incompatibles y excluyentes.
No sólo pueden entremezclarse y coexistir, sino reforzase recíprocamente. Lo nuevo
frecuentemente se mezcla con lo antiguo y la tradición puede incorporarse y adaptarse a
la nueva sociedad emergente… (Giménez 1994: 158).
En este sentido, podemos afirmar que incluso en el marco de la economía neoliberal la
tradición puede servir, y así debemos entenderla porque su persistencia lo
testifica,…como instrumento de crítica de la modernidad occidental, revelando por
contraste modos de vida y de organización social menos individualistas, menos ferozmente
competitivos, menos depredadores de los recursos naturales, y, sobre todo, menos contaminantes
del entorno ecológico (Giménez 1994:
150).
La información con la que fundamentamos estas aseveraciones la recopilamos durante una
investigación a partir de la cual realizamos un diagnóstico antropológico
de los impactos del huracán Isidoro, en 2002, en las 47 poblaciones rurales que forman
parte de la jurisdicción político administrativa del municipio de Mérida.
Con esta finalidad levantamos 500 cuestionarios en igual número de familias de estos
poblados emeritenses y a partir de éstos, de las entrevistas e historias de vida y de las
observaciones realizadas en el contexto social, obtuvimos la información que nos
permitió conocer y explicar, además de los efectos del huracán Isidoro en
la economía de estas sociedades, los estrechos vínculos que sus habitantes
mantienen con la ciudad y, sobre todo, las características relacionales que enmarca los
vínculos sociales entre los habitantes de estas poblaciones con los citadinos. Por lo
tanto, en este trabajo también damos cuenta acerca de cómo estas sociedades
rurales de Mérida se perciben dentro del contexto de sus relaciones con su cabecera
municipal, la cual ha sido beneficiada y la mejor favorecida de las políticas e
inversiones públicas que se canalizan, principalmente, a los sectores empresarial y
comercial, a quienes se les apoya primordialmente para participar en las relaciones del mercado
global y de sus supuestos beneficios.
LAS COMUNIDADES RURALES DE MÉRIDA Y EL CONTEXTO HISTÓRICO
ESTRUCTURAL
Las 11 comisarías y 36 subcomisarías del municipio de Mérida son
pequeñas comunidades rurales ubicadas alrededor de esta ciudad y se encuentran bajo la
administración del gobierno municipal de Mérida. En conjunto, estos poblados
constituyen el área rural y algunos se encuentran ya conurbados con esta ciudad capital,
en la medida en que se hallan a escasos kilómetros de ella e incluso algunos de estos
pequeños poblados han sido absorbidos por la ciudad dada la expansión de la mancha
urbana.
De acuerdo con el XII Censo de Población y Vivienda (Inegi 2000), en estas poblaciones
viven 39,255 habitantes y hasta hace dos décadas la reproducción de las familias
que en ellas habitan se fincaba, en gran medida, en una economía de subsistencia,
caracterizada por el cultivo de la milpa, hortalizas, cría de animales de traspatio y
cultivo de diversos frutales. Los recursos que obtenían de estas actividades
tradicionales servían primordialmente para el autoconsumo y eran el complemento de los
magros ingresos que los padres recibían del entonces Banrural Peninsular, así como
de los que percibía la fuerza económicamente activa de las actividades asalariadas
que, ya desde los años setenta, se vieron precisados de buscar en el medio urbano,
principalmente en Mérida, ante el deterioro y abandono incontenible de la
producción de los planteles de los ejidos colectivos de henequén.
Con el paso de los años ochenta, la actividad productiva de los ejidos colectivos
dedicados al monocultivo del henequén decayó definitivamente, hasta que el
gobierno estatal, de común acuerdo con el gobierno federal y de conformidad con la
política neoliberal asumida desde entonces por el gobierno mexicano, para los primeros
años de la décadas de los noventa, decidió clausurar la agroindustria
henequenera, jubilar o prejubilar de las nóminas ejidales a todos aquellos ejidatarios
que habían alcanzado la edad de 60 años o que estaban por hacerlo, y liquidar a
los agricultores jóvenes o maduros; quienes tan solo cumplían una jornada semanal
de dos mecates —40 m2 de actividad en los decadentes planteles ejidales y recibían
un bajo estipendio por el—, pero se mantenían al tanto del cumplimiento de estas
escasas labores en los planteles por necesidad de conservar su pertenencia al IMSS, que se
convirtió para los ejidatarios henequeneros en la única razón de su
persistencia en estas actividades y sobre todo de su relación con el Estado. 1
Después del exterminio de la agroindustria henequenera y del cierre definitivo de la
paraestatal Cordeleros Mexicanos, Cordemex, a manos de la entonces gobernadora interina del
estado de Yucatán, para la primera mitad de los años noventa, los integrantes de
las familias que habitan las 47 pequeñas comunidades rurales del municipio de
Mérida, en especial sus miembros que ya se hallaban en edad económicamente activa,
hombres y mujeres, prácticamente se volcaron a Mérida, a otras ciudades
circunvecinas y entidades cercanas, en busca del empleo necesario que les permitiera obtener los
recursos indispensables para la reproducción de sus grupos familiares.
En general, todas estas comunidades rurales meridanas están ubicadas en el centro de la
región que fuera denominado «el corazón de la zona henequenera»,
precisamente porque en ella florecieron y se concentraron las haciendas de mayor
producción del agave y adonde llegaba la materia prima para ser procesada en fibra y
luego ser embalada para su trasportación por barco o ferrocarril hasta su destino,
principalmente hacia Estados Unidos de Norteamérica (Villanueva 1990) y Europa. De manera
que en su devenir histórico estos poblados dependieron de dicha agroindustria y de las
relaciones de producción que imperaron en esta actividad: durante el sistema
socioeconómico de la hacienda, desde mediados del siglo XIX, bajo el dominio de los
hacendados; y desde 1934, cuando el gobierno cardenista decretara el fin del sistema de
haciendas y la liberación de los peones, el Estado se hizo cargo de la producción
a través de la creación de los ejidos colectivos y de la corporativización
de los agricultores como ejidatarios, hasta que el gobierno estatal la clausurara en 1992, en el
contexto del pleno impulso de la economía neoliberal en México y de las reformas
estructurales que el gobierno mexicano asumió desde entonces.
Cabe señalar que 36 de estas poblaciones meridanas, las denominadas subcomisarías,
tuvieron sus orígenes en las haciendas henequeneras y precisamente de ellas recibieron
sus nombres actuales. De modo que la mayoría de sus habitantes son descendientes de las
familias que se encontraban «acasilladas» en ellas y quienes formaban parte de las
propiedades de los hacendados, cuando entonces sus miembros podían ser vendidos o
trasferidos junto con las maquinarias e infraestructura.
Lo relevante para lo que venimos comentando es el hecho de que desde que la debacle henequenera
se volviera incontenible o, mejor dicho, cuando el Estado la dejara sucumbir, la
migración de los ejidatarios a la ciudad de Mérida en busca de empleo, para
complementar los «subsidios» que el gobierno les proporcionaba bajo el concepto de
jornales, se convirtió en una constante y, por lo tanto, los vínculos que los
hombres y mujeres de estas comunidades comenzaron a establecer con esta ciudad también se
volvieron frecuentes y estrechos por concepto de la búsqueda de empleo. Sin embargo, la
integración de estos buscadores de empleo al medio urbano, desde su cabecera municipal,
de ningún modo aconteció bajo su incorporación como parte de sus
ciudadanos, sino únicamente como mano de obra barata que podía ser ocupada en
aquellas actividades que no eran de la preferencia de los trabajadores del medio urbano, tales
como la jardinería, el aseo de la ciudad, en la industria de la construcción, en
las obras públicas de introducción del agua potable, el servicio doméstico,
en empresas de recolección de basura domiciliaria y en otras actividades de baja
remuneración. Obviamente, culturalmente fueron percibidos del mismo modo, como el otro,
el Alter, dada su procedencia rural, su escasa preparación escolar y particularmente por
ser hablante de lengua maya —sólo de las 500 encuestas aplicadas registramos que de
la población de 5 y más años 48.8% declaró ser hablante de lengua
maya—, aun cuando ya no vistieran la indumentaria tradicional, en especial en caso de las
mujeres jóvenes o maduras, quienes paulatinamente abandonaron el uso del
«hipil» de la mujer maya yucateca por la ropa occidental, como veremos más
adelante.
Para finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo XX, la fuerza de
trabajo desocupada de las comisarías de Mérida también comenzó a
dirigirse hacia las actividades que fueron surgiendo a medida que la expansión de la
economía neoliberal se fue consolidando en la entidad yucateca, tales como las empresas
maquiladoras de capital extranjero, por medio de las cuales el gobierno estatal intentó
paliar el desempleo en la ex zona henequenera, para lo cual creó el Parque de industrias
no contaminantes, con todos los servicios, carreteras, energía eléctrica, agua
potable y la exención de impuestos, con el fin de hacer atractiva la oferta a los
inversionistas extranjeros para que llegaran a Yucatán a instalar sus industrias
maquiladoras. Se procuraría en las que se instalaran en esta región de la entidad,
los inversionistas pudieran aprovechar la mano de obra desocupada y además convertirse en
fuentes de empleo para los ex ejidatarios desempleados.
Asimismo, a partir de esta etapa del desarrollo neoliberal comenzaron a emerger en la entidad
relaciones laborales inéditas, ya que empezaron a propagarse las modalidades de las
subcontrataciones o el surgimiento de empresas intermediarias que, a final de cuentas,
implicaron la contratación intermediada del trabajador con respecto al verdadero
empleador y receptor directo de los beneficios del trabajador, pero que por medio de estas
nuevas condiciones laborales se lograban evadir responsabilidades directas con los trabajadores,
el cumplimiento de prestaciones que, en teoría, dictan las leyes federales del trabajo,
pero sobre todo el pago de salarios y prestaciones justos.
Bajo estas novedosas condiciones de relaciones laborales, lo cierto es que los vínculos
económicos que la fuerza económicamente activa de estas poblaciones ha establecido
con las actuales fuentes de empleo que existen en Mérida han sido sobre todo informales,
de bajos ingresos, de escasa especialidad y de pocas o nulas prestaciones, que evitan por todos
los medios la adquisición de antigüedad y los derechos correspondientes. En especial
evitan la construcción de una conciencia de clase y la conformación de
organizaciones sindicales que generen sentido de identidad laboral, la fortaleza y la conciencia
de lucha por intereses comunes, como el mejoramiento de las relaciones laborales y la
obtención de un salario digno capaz de satisfacer las necesidades básicas de las
familias de los trabajadores; generándose de este modo una de las condiciones favorables
exigidas por la política económica neoliberal y el tratado de libre comercio que
es el desmantelamiento de los organismos sindicales que contribuyen a luchar —o que
deberían hacerlo en teoría—, por mejores condiciones laborales de los
empleados y sobre todo la intervención del Estado en la solución de los problemas
del empleo o del desempleo.
Así por ejemplo, de la 500 encuestas aplicadas se obtuvo la información al
respecto de que de los 827 trabajadores registrados en la muestra, 487 (58.9%) tuvieron como
destino de búsqueda de empleo la ciudad de Mérida; 304 (36.7%) laboraban en las
granjas de cerdos y aves de propiedad privada y en las industrias maquiladoras ubicadas en
poblaciones circunvecinas, y 36 (4.4%) se habían dirigido a la ciudad y Puerto de
Progreso Yucatán, para desempeñarse como obreros de la construcción o
meseros de los restaurantes.
Del total de los trabajadores que se dirigen a Mérida, 90% conformado por hombres y
mujeres, señaló que por lo general se desempeñan en trabajos de muy baja
remuneración y escasas prestaciones, debido a su baja preparación o competencia,
tales como en el servicio de limpieza y recolección de basura de la ciudad, como peones
de obreros de la construcción, y en el caso de las mujeres como servicio doméstico
o costureras de las industrias maquiladoras situadas en el Polígono de industrias no
contaminantes, ubicado sobre las carretera que conduce a la ciudad y Puerto Progreso. Asimismo,
del total de trabajadores registrados (827), 62% dijo que en sus empleos no contaba con
«todas las prestaciones de ley», tales como Seguro Social, derecho a utilidades,
aguinaldos, préstamos, derecho a jubilación, entre otras, debido a que como ya se
señaló los empleos a los que tienen acceso son de servicio doméstico,
obreros de la construcción, jardineros, mozos y en las industrias maquiladoras. Al
respecto, enfatizaron que si bien aquellos que se desempeñan para una empresa
constructora o en las industrias maquiladoras reciben ciertas prestaciones, principalmente el
Seguro Social o magros aguinaldos, por lo general estas prestaciones no logran retenerlas debido
a que las empresas en la mayoría de los casos, cuando termina la construcción, los
despiden, y en el caso de las maquiladoras frecuentemente «hacen reajustes de
personal», cambian de razón social y despiden a sus empleados, con el fin de
aprovechar los beneficios que el gobierno del estado les ofrece por generar nuevas industrias.
Otro ejemplo que podemos señalar es el de las nuevas generaciones o potenciales
trabajadores que tendrán que recurrir al mercado de trabajo urbano. Así de los 960
hijos de 18 y más años, registrados en las 500 familias entrevistadas, 12% se
encontraba estudiando alguna carrera técnica, mientras que 2.6% se desempeñaba en
actividades agrícolas comerciales como la horticultura; 41.66% dijo que se
desempeñaban en diversas empresas, como las de vigilancia privada, en fábricas de
materiales de construcción, en los astilleros de barcos, en las empacadoras de pescado,
en talleres de tallado de piedra cantera —en la comisaría de Dzitya—; 31.25%
afirmó que trabajaba en la industria de la construcción, como peón de
albañiles, y 11.97% de estos jóvenes dijo que trabajaba en el sector terciario de
la economía, es decir, como servidores domésticos de residencias de la ciudad,
como caballerangos de los clubes hípicos ubicados en los que fueran terrenos ejidales de
las comisarías del norte de la ciudad, en el aseo urbano de ésta, en el aseo de
parques y jardines o en las empresas de recolección de basura.
Es importante mencionar que, en cualquiera caso, para que la fuerza de edad
económicamente activa de estas localidades pueda salir en busca de trabajo, de un modo u
otro, el hecho es que las familias requieren indispensablemente de la reorganización y
del apoyo de todos sus elementos familiares, con la finalidad de que quienes tengan
posibilidades de ser empleados en el mercado de trabajo externo puedan acudir en su
búsqueda y tener la seguridad de que las actividades que les corresponde realizar dentro
de su núcleo familiar deberá ser realizado por alguno de los miembros que
permanezca en la comunidad. Un ejemplo contundente y el de mayor frecuencia es el de las madres
de familias que tienen hijas de trece o catorce años quienes asumen las responsabilidades
del hogar de sus madres para permitirles salir a trabajar como lavanderas, trasteadoras y
planchadoras en las casas de la ciudad de Mérida. Otro ejemplo es el de los padres,
mayores de 50 años —155 casos registrados— que aún practican el
cultivo de la milpa, y que por su edad difícilmente son empleados en la ciudad, y se ven
precisados de esperar el domingo para realizar aquellas actividades más complejas de este
cultivo de subsistencia como la tumba del monte o la quema, precisamente cuando sus hijos
asalariados no acuden a trabajar. En este sentido, la reorganización y la ayuda de todos
los integrantes del núcleo familiar es de suma importancia para que los desempleados
puedan salir de sus comunidades en búsqueda del trabaja necesario.
ELEMENTOS SIMBÓLICOS Y DE IDENTIDAD DE LAS SOCIEDADES RURALES DE
MÉRIDA
Uno de los elementos distintivos de las comisarías y subcomisarías de Mérida lo constituye el uso extendido de la lengua maya. De acuerdo con el XII Censo de Población y Vivienda (Inegi 2000), en estas 47 poblaciones meridanas, del total de 39,255 personas, población de 5 años y más son 34,748 individuos; y 15,572 personas declaró ser hablante de lengua maya. No obstante que estos datos duros de Inegi nos reportan un porcentaje significativo de maya hablantes, en la realidad el número seguramente supera esta cantidad, ya que fueron numerosas las personas y familias que aunque en un principio nos negaron que hablaban la lengua maya posteriormente pudimos observarlas que en efecto sí la entendían y se comunicaban en esta lengua.
Mapa 1. Mérida, comisarías y subcomisarías
Fuente: Ayuntamiento de Mérida, 2010
Contrariamente al uso difundido de la lengua maya, lo que sí pudimos comprobar es el
avanzado abandono de la indumentaria de la mujer maya yucateca, «el hipil yucateco»;
hecho que según nos explicaron las informantes que aún lo usan, ha sido por
motivos del costo o el trabajo que representa confeccionarse una de estas prendas, lo cual
difícilmente pueden hacerse o pagarse las mujeres «sobre todo que ahora hasta ellas
tienen que salir a trabajar para dar de comer a sus hijos». Además, hoy día
«desde que entran a la escuela les exigen a las jóvenes acudir con sus uniformes y
usar la ropa deportiva que ahora para las muchachas se ha vuelto una costumbre», nos
enfatizó la informante. Por esta razón, como bien señalaran estas mujeres,
en la actualidad únicamente «nosotras las mujeres viejas y algunas de no de tan
avanzada edad siguen usando este vestido, incluso algunas alternan el uso de la ropa occidental
con el hipil, porque este es mucho más cómodo y fresco que los vestidos»
(sic).
De cualquier modo, el cambio de la indumentaria tradicional en estas poblaciones es un hecho
innegable no solo porque estas poblaciones y quienes por el trabajo tienen que estar en mayor
contacto y dependencia con la ciudad, sino también porque en el contexto actual del
trabajo o de la vida cotidiana de los habitantes, en este caso de las mujeres, en las
maquiladoras o en las escuelas, como bien nos indicara la informante anterior, para las mujeres
trabajadoras o estudiantes hoy es una exigencia que asistan portando el uniforme de rigor y, por
lo tanto, difícilmente pueden continuar vistiendo la ropa acostumbrada. Por su parte, en
el caso de las mujeres jóvenes que «trabajan entre lugar» visten la ropa de
moda sobre todo porque sus patronas las llevan a las modernas plazas comerciales climatizadas y
se «sentían mal vistiendo el hipil cuando asistían a los comercios con sus
patronas, sobre todo cuando se percataban que otras cuidadoras de niños vestían a
la moda como sus patronas».
Además, es inobjetable que las y los jóvenes del medio rural de Mérida,
como de las poblaciones de otras regiones de la entidad, al igual que los de esta ciudad
capital, se hallan ya insertos al mercado no tan sólo como trabajadores sino
también como consumidores de mercancías, por ejemplo de la novedosa vestimenta o
los mobiliarios para el hogar que se expenden en los comercios, aparatos de sonido,
refrigeradores, televisiones... En general, en la actualidad las familias del capo yucateco ya
son consumidores de los nuevos estilos de vida que se difunden a través de los distintos
medios de comunicación, tales como los teléfonos celulares y otros dispositivos
que supuestamente procuran bienestar a las personas, momentos placenteros o «cierto
estatus». Por lo tanto, igualmente se han convertido en participantes activos y
dependientes de los efímeros dictados de la moda occidental, incluyendo el uso del
ciberespacio por medio del cual se mantienen enlazados con redes sociales y nuevas amistades
virtuales; lo cual consiguen a partir de sus ingresos como servidoras domésticas.
No obstante, es importante enfatizar que con los nuevos estilos de vida que las poblaciones han
ido adquiriendo a partir de su mayor incorporación al empleo urbano y su dependencia
hacia la ciudad, así como del abandono de ciertos elementos simbólicos de su
identidad cultural, como el hipil yucateco y la negación de que aún hablan lengua
maya, para las mujeres jóvenes y maduras de estas poblaciones, como para el resto de las
de la entidad yucateca, aún continúa siendo para ellas un «deleite»
portar el terno de gala de la «mestiza yucateca», durante las festividades de los
santos patronos de sus localidades y, especial, en los bailes de las vaquerías con las
que dan inicio los «festejos profanos de la fiesta del pueblo», las cuales
después de muchas décadas siguen celebrando año con año.
Cabe remarcar que el terno de gala de la mujer yucateca continúa siendo uno de los
símbolos de la identidad sociocultural de la mujer maya yucateca de mayor importancia,
tal como lo es la lengua maya, como también lo constituye danzar al ritmo de la
música jaranera, elementos simbólicos sincréticos que si bien no son
totalmente originarios de la cultura maya, a través de los siglos ésta ha
conseguido sintetizarlos y hacerlos suyos y de su estética particular, hasta convertirlos
en parte de los símbolos representativos de su cultura con la que construyen, recrean y
apuntalan su identidad, en el contexto del mundo y la cultural globalizante. Incluso, cabe
enfatizar que estos símbolos de identidad de la cultura maya yucateca son también
elementos de la estética de la que asimismo disfrutan, participan y se enorgullecen los
ciudadanos urbanos, en especial cuando están fuera de su entidad.
Por el contrario, en el caso de la lengua maya, los pobladores de las comisarías y sub
comisarías de edad madura y adultos mayores se autodenominaron mayeros, en tanto que la
gente de la ciudad que aún habla y entiende este idioma por lo regular, por ser migrantes
de primera o segunda generación, niegan por todos los medios que entiendan el idioma. Por
su parte las mujeres adultas mayores que portan el hipil también acertaron al definirse y
ser definidas por sus paisanos o por la gente de fuera como «mestizas yucatecas» y
en contraste con las «catrinas», las cuales son mujeres de la comunidad o de fuera
que usan el vestido occidental, entre las cuales suelen encontrarse incluso sus hijas, hermanas,
nietas o vecinas, a quienes ellas designan como tales, sin que haya carga de significado
peyorativo.
Mas de ninguna manera estas mujeres o los hombres que declararon abiertamente que sí
hablan maya aceptaron ser definidos como indígenas o indios por el simple hecho de vestir
el hipil o de ser maya hablantes. Para ellos el concepto de indios o indígenas no es
comprensible ni se justifica en la medida en que consideran que este sea el término
apropiado para denominar a la gente del medio rural, como lo hacían en otras
épocas los hacendados de origen español, que por tener el dominio económico
y político de la entidad se sentían con el derecho de vilipendiar a sus propios
trabajadores y a los desposeídos que acudían a ellos para implorarles
trabajo.
Cuando pedimos a los informantes que nos explicaran las características del
término indio o indígena definieron estos conceptos como aquellos atributos o
comportamientos que pueden tener las personas, sean del medio rural o urbano, como intratables,
déspotas, tiranos, groseros e incorregibles, sean de la clase social o del grupo social
de su procedencia, con estudios o sin ellos; en este sentido, por contraposición al
término indígena o indio, para ellos los valores que fundamentan la personalidad
de las «personas tratables» son la expresiones de personalidades afables, honradas y
solidarias, que escuchan y dialogan con cualquier individuo, independiente de su
extracción social o procedencia.
Bajo dicha perspectiva, los términos indígena, indio o maya con los que se ha
categorizado a las sociedades rurales de Mérida, como a todas las poblaciones de la
entidad yucateca, poco o nada corresponden con las propias concepciones de los informantes sobre
los elementos que definen sus identidades socioculturales, ni mucho menos con los elementos que
dan contenido a sus percepciones de sí mismos y de su cultura. Para ellos estos
términos o conceptos sólo definen los vínculos desiguales e inequitativos
que los grupos dominantes han impuesto, o que los mismos estudiosos les han etiquetado al
argumentar su procedencia y sus condiciones de vida, al explicar su sujeción social, o
las particularidades de sus formas de ser, de vestir, de hablar, de pensar y concebir el mundo
que los rodea.
Desde la propia óptica de los informantes los conceptos indígena, indio o maya,
entrañan en sí mismos una cualidad estigmatizadora a través de la cual una
sociedad que se asume como «blanca», «civilizada» o
«moderna», se separa o se quiere imponer simbólicamente a estos grupos
socioculturales, y les hace entender y aceptar sus condiciones de subordinación, de
diferencia con respecto a ellos y, sobre todo, le hace conciente de su pobreza, de su escasa
preparación, de su poca competencia e imposibilidad para alternar en forma igualitaria
con la gente de la ciudad, sin tomar en cuenta que estas condiciones son producto de las
relaciones bajo las cuales históricamente se han reproducido estas sociedades,
concepciones que incluso suelen reproducir los propios estudiosos de tales mismas sociedades y
que la propia sociedad rural se ve compelida a aceptar con la finalidad de recibir los
beneficios de los programas asistencialistas destinados a favorecer a los pueblos
indígenas del país.
Dicho con otras palabras, por medio de estos conceptos los grupos hegemónicos han
cumplido su imperiosa necesidad de distinguirse y legitimar su posición de dominio y
exclusión que hacen de todos aquellos individuos o grupos sociales que consideran ajenos
a ellos. Por su parte, los pueblos yucatecos de ninguna manera los aceptan y, definitivamente,
los rechazan aunque sean hablantes de la lengua maya; aunque vistan hipil o tengan uno o los dos
apellidos de linaje maya. Ayer como hoy, es prácticamente imposible escuchar de ellos una
respuesta afirmativa en relación con la pertenencia a un pueblo indio, aunque ante las
políticas públicas de preservación del patrimonio cultural tangible o
intangible, tengan que aceptar ser definidos como pueblos indios para poder acceder a los
beneficios de dichos programas de recate cultural.
Por lo general, las poblaciones de las comisarías de Mérida se autodenominan y se
reconocen como sociedad mestiza o como «mayeros», en referencia a su lengua, o
simplemente como yucatecos, los cuales son términos que muy poca relación o
ninguna guardan con los significados de indios o indígenas e incluso con el de sociedad
maya que se les atribuye desde fuera. Esta última es una categoría con la que en
estos pueblos de Yucatán se denomina igualmente a la civilización que
construyó los edificios arqueológicos que hoy admiramos. En este sentido, un
aspecto que es importante remarcar es que para las sociedades rurales de Mérida los
conceptos de «indios» o «indígenas» son conceptos que ellos
entienden con los mismos contenidos construidos por el «otro» desde muchos
años atrás, como: flojos, haraganes, irracionales, iletrados, atrasados,
intratables, ignorantes, entre otras peculiaridades peyorativas que pueden atribuírselas
tanto a sí mismos como a los «otros», cuando la persona sea cual fuere asume
comportamientos que infringen las normas socialmente aceptadas.
De cualquier manera, la estrecha relación que los pobladores de las comisarías y
subcomisarías mantienen con la ciudad de Mérida y sus habitantes trascurre en una
continua confrontación que los hace experimentar y percibir, con mayor énfasis, su
pobreza y en particular su condición estructural desventajosa, inequitativa e injusta, la
cual padecen desde hace muchas décadas, con respecto a aquellos. Los hace reconocerse
como parte de la sociedad meridana más pobre, abandonada, cercana y distante al mismo
tiempo, porque los bienes y servicios que en la ciudad capital, su cabecera municipal,
están centralizados y difícilmente se encuentran a su alcance. En especial, se
sienten desprovistos del derecho al trabajo, a la educación realmente gratuita y de
calidad, de igual manera desprovistos de las inversiones públicas para el desarrollo
económico y de las condiciones de vida digna a las que toda sociedad humana aspira.
Incluso se hayan excluidos del derecho a la salud, ya que cuando se enferman deben atender sus
padecimientos hasta que llegan los módulos de salud móviles a sus comunidades, que
el gobierno municipal meridano les envía cada quince días, o se ven en la
necesidad de vender o empeñar sus escasas pertenencias para poder asistir al
médico particular y comprarse los medicamentos con los cuales puedan restablecer la salud
de sus enfermos. Además, es importante mencionar que el hecho de que algunas poblaciones
cuenten con clínicas de campo del Seguro Social no es garantía de que reciban una
atención adecuada cuando se enfermen ni la seguridad de que les suministren los
medicamentos requeridos, como el gobierno propaga y se hace propaganda por los diversos medios
de comunicación, ya que por lo general estas clínicas de primer nivel carecen de
los aparatos y personal necesario, así como de los medicamentos más
indispensables, por lo que por lo general los enfermos se ven precisados de recurrir a los
médicos particulares y surtir las recetas con sus propios recursos, con el consiguiente
perjuicio para sus precarias economías.
Acudir a Mérida, su cabecera municipal, significa para ellos adentrarse desde temprana
hora a un mundo prácticamente ajeno en donde deben dispersarse hacia todas direcciones en
busca del empleo ansiado o para satisfacer cualquier cantidad de necesidades que en sus
poblaciones no hallan. En muchos casos el encuentro de los buscadores de trabajo con el medio
urbano suele ser hasta violento, como en el caso de las numerosas mujeres de la tercera edad o
de las jóvenes madres solteras e incluso de las ya casadas, quienes llegan todos los
fines de semana para establecerse en las transitadas avenidas de la ciudad para pedir limosna a
los conductores; o como en el caso de los jóvenes que han comenzado a proliferar por los
distintos rumbos de la ciudad para limpiar los cristales de automóviles a cambio de unas
monedas y en no pocas ocasiones de agresiones y reclamos por la osadía de iniciar la
limpieza de los parabrisas de los automóviles sin el consentimiento de los conductores.
Pero esta confrontación no solo sucede en un sentido, es decir, por los efectos causados
por el traslado de los habitantes del medio rural a su cabecera municipal. También la
ciudad y sus habitantes se han adentrado y le han ganado terrenos a estas poblaciones, tal como
ha sucedido en las subcomisarías conurbadas de Xcumpich, Dzodzil Norte, Temozón,
Santa Gertrudis Copo, Santa María Chí, Xacanatún Dzytiá, y el ex
pueblo y hoy colonia de Chuburná de Hidalgo, entre otras localidades, hacia donde, por lo
menos desde hace dos décadas se ha extendido la mancha urbana; en las que numerosas
empresas constructoras adquirieron terrenos del antiguo ejido de los pueblos para edificar
grandes centros comerciales y fraccionamientos residenciales. Pero estas poblaciones meridanas
también se han visto sujetas a expropiaciones de sus tierras que hasta antes de las
reformas al artículo 27 constitucional eran intocables e inalienables, ya que el gobierno
estatal hizo numerosas ex propiaciones con la finalidad de instalar en esos terrenos el parque
de industrias no contaminantes, para las maquiladoras de capital extranjero, a las que les
ofreció toda la infraestructura indispensable.
En la actualidad, los moradores de las nuevas viviendas de los fraccionamientos para familias de
poder adquisitivo alto y medio, construidas en los que fueran los terrenos ejidales de estas
subcomisarías, han influido en la trasformación de las costumbres de los
habitantes originales, como por ejemplo en el abandono de la cría de animales de
traspatio, en la quema de las hojas secas y de la basura orgánica en los solares,
«porque contaminan el ambiente con malos olores» y ocasionan molestias a los nuevos
avecindados. Incluso se han visto afectados en la producción de su agricultura de
subsistencia porque hoy día los pocos ex campesinos que aún practican la milpa en
pequeña escala, deben responder a los periodos establecidos por la dependencia del ramo
con la finalidad de no propiciar incendios, durante el periodo de seca, y sobre todo para evitar
que el humo de la quema del monte invada la ciudad y moleste a los nuevos habitantes ubicados en
los fraccionamientos construidos en los terrenos de las comisarías, comprados a los ex
ejidatarios por las industrias constructoras y los empresarios de inmobiliarias, después
de las reformas al artículo 27 constitucional.
Del mismo modo, las comisarías absorbidas por la ciudad se han visto afectadas en sus
festividades patronales por la presencia de los nuevos habitantes, quienes son ajenos a estas
comunidades y a sus representaciones simbólicas. Para éstos, las procesiones de
los gremios, los cohetes, las corridas de toros, son únicamente actividades que
además que ocasionan que la gente beba alcohol, provocan embotellamientos vehiculares,
«ruido» y «mucho temor» entre los nuevos habitantes, en especial en el
momento de las corridas de toros. Aunque también los pobladores originales tienen nuevas
percepciones con respecto a sus «nuevos vecinos», cuyas viviendas en la
mayoría de los casos están separadas de las humildes viviendas por altas murallas,
pero en estos casos los sentimientos son de una toma de conciencia sobre la pobreza en que
viven, de impotencia por no tener los bienes y servicios que tienen los nuevos espacios
habitacionales, los cuales ni remotamente pueden adquirir o consumir; en no pocos casos las
mujeres terminan por ser servidoras de esas viviendas adonde sólo pueden acceder
registrando su entrada y salida con el vigilante. Esta es la misma percepción que
experimentan en relación con la presidencia de su cabecera municipal, en donde incluyendo
a sus autoridades locales son tratados como sociedades que deben ser apoyadas para que
sobrelleven la pobreza extrema, o no, en que se encuentren.
De hecho, según nos señalaron los regidores de estas poblaciones, las relaciones
que establecen con el presidente(a) municipal de Mérida se da a través de los
diferentes programas asistencialistas por medio de los cuales el gobierno meridano intenta
contribuir a paliar la pobreza de estas sociedades por medio de poner en marcha ciertos
programas, tales como la cría de aves, la impartición de talleres de
capacitación en diversos oficios y el otorgamiento de las becas de Oportunidades para los
estudiantes que el gobierno federal puso en marcha, programas asistencialistas que son
percibidos por estas sociedades como dádivas del gobierno, como «migajas» que
les dejan, después de servirse de los cuantiosos recursos que se destinan a estos
programas de combate a la pobreza para las comunidades mayas o indígenas de la entidad
que viven en un nivel de «pobreza» o «pobreza extrema», de caridades que
a final de cuentas las necesitan para complementar los recursos que logran conseguir a
través de los trabajos que desempeñan los integrantes de las familias.
Al respecto, las informantes acertaron decir que sabían perfectamente que «con un
paquete de 24 pollitos y dos costales de alimento balanceado» que les proporcionan de
ningún modo servirían para el «mejoramiento de la economía
familiar», porque con ese número de animalitos difícilmente podían
convertirse en granjeros ni mucho menos podrán superar los problemas económicos o
de alimentación de sus familias. Sin embargo, por una parte, apreciaban el poder contar
con esas aves y disfrutaban el hecho de poder alimentarlas y verlas crecer aunque, por otra
parte, aceptan estas subvenciones del gobierno porque las necesitan y, además, porque
tienen la plena conciencia de que los recursos repartidos «son parte de los impuestos que
cobran a la sociedad», que todos los meridanos tienen que pagar, o de las partidas
presupuestales que el gobierno estatal solicita al federal en nombre de las sociedades pobres y
marginadas, con el fin supuesto de atenderlas, de paliar las necesidades de los ciudadanos de
segunda; los cuales únicamente cobran importancia y valor en tiempos de elecciones, para
luego ser de nuevo olvidados y obviados por los grupos políticos en contienda.
Ante la actual política para el «desarrollo de los pueblos indios» y sus
necesidades apremiantes de recursos, los habitantes de las poblaciones rurales de Mérida,
como parte de sus estrategias de supervivencia, se han visto precisados de aceptar la identidad
indígena, misma que ellos siempre han negado tener, con el fin de acceder a los apoyos
promovidos por medio de las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, que se han
conformado e institucionalizado no solo con el afán de contribuir al
«desarrollo» de estos pueblos, también de procurarles una
participación más equitativa en la redistribución de los recursos
públicos, y como fuentes de trabajo para los lideres o profesionistas que ven en la
creación de estas organizaciones la oportunidad de tener la ocupación que ellos
mismos no hallan en el mercado laboral neoliberal, cuando concluyen sus estudios profesionales y
se enfrentan a la problemática del desempleo predominante.
Así, por ejemplo, ante las expropiaciones de terrenos ejidales que el gobierno estatal ha
realizado en estos poblados para propiciar el crecimiento urbano o ante el acoso que estas
comunidades comenzaron a experimentar de los especuladores de sus tierras ejidales, desde que se
promulgaran y se aceptaran los cambios al artículo 27 constitucional y la Ley Agraria, el
manejo de la identidad indígena se ha convertido en un recurso al que los ejidatarios
yucatecos han tenido que recurrir, con el fin de solicitar el apoyo de las organizaciones que se
ocupan de la defensa de los derechos de los pueblos indígenas, para impedir que sean
despojados de sus únicas propiedades que les fueron concedidas durante la reforma agraria
cardenista.
En este sentido, se puede señalar que han aprendido a utilizar o a manejar una identidad
que no sienten suya, que siempre han percibido como fundamento de su exclusión o
marginación socioeconómica y cultural, pero que en el contexto de su
interacción política y social con el Estado y en el marco de la economía
neoliberal, ahora la aceptación de la categoría como sociedades indígenas,
les posibilita obtener recursos y luchar por la defensa de sus tierras. Un ejemplo de estos
actos sucedió recientemente en la comisaría de Sierra Papacal,2 en el que los
ejidatarios se vieron precisados de denunciar a la prensa el peligro de ser despojados de una
vasta extensión de terrenos por pare de «un señor que llevaba consigo uno
libro grandote», quien los hostigaba y bajo amenazas exigía a los ejidatarios para
que firmen la cesión de sus terrenos para un «político influyente» y
que de no hacerlo «les iría muy mal». El objetivo se trataba de amplios
terrenos que se hallaban ubicados en la vera de una amplia carretera recién construida y
que conducía hacia el parque científico, que el gobierno del estado tenía
programado construir en terrenos expropiados a la misma comisaría; hasta el momento los
ejidatarios propietarios se encuentran en litigio y luchando para que el personaje influyente no
logre sus objetivos (Diario de Yucatán, sección local, 2011: 11).
En Mérida no solo habitan pobladores originarios o familias procedentes de los municipios
del estado, que en el trascurso de los años se han visto confinados a migrar por la
crisis de la agricultura, el desempleo en sus comunidades y la falta de políticas
públicas para incentivar la producción en el campo yucateco. En las últimas
décadas el crecimiento de esta ciudad capital ha acontecido también por la
migración de familias e individuos procedentes de otras entidades del país,
así como de otros países que llegan en busca del empleo que no encuentran en sus
lugares de origen. Como en el caso de las numerosas etnias de chiapanecos y centroamericanos que
han logrado establecer sus tiendas de artículos artesanales o dedicarse al comercio
informal vendiendo sus productos. Asimismo, no debemos dejar de mencionar a los numerosos
extranjeros que llegan en busca de la relativa «tranquilidad» y
«seguridad» de la vida provinciana, como lo representa el caso de numerosas familias
estadounidenses o canadienses, principalmente, quienes están adquiriendo y reconstruyendo
las casonas del centro de la ciudad o los predios ubicados en la zona veraniega de la costa para
quedarse o pasar aquí las temporadas invernales de sus países.
De cualquier manera es necesario recordar que las migraciones al estado de Yucatán no han
sido recientes, sino que los desplazamientos demográficos han tenido lugar desde hace
muchas décadas, aunque ahora han cobrado mayor importancia. No debemos olvidar que en el
Yucatán de finales del siglo XIX, ante la bonanza económica generada por la
agroindustria henequenera, también acontecieron numerosas migraciones de coreanos,
libaneses, alemanes y de otros grupos étnicos del país, como los yaquis, quienes
fueron traídos en forma forzosa a tierras yucatecas para trabajar en las haciendas
henequeneras.
En este sentido, se puede afirmar que la cultura maya yucateca se ha nutrido de múltiples
cosmovisiones, percepciones y símbolos de otras culturas, y que en el correr de las
décadas ha devenido en una síntesis de elementos culturales propios con los de
otras culturas con las que ha establecido contacto, al mismo tiempo que los valores culturales
originarios son apropiados por las sociedades avecindadas en suelos yucatecos. Por esta
razón, la sociedad yucateca contemporánea representa un complejo cultural
dinámico, rico en símbolos y expresiones que sirven de base para la
construcción y recreación de una identidad fortalecida, en continuo movimiento,
que le han permitido su reproducción y su persistencia dentro del marco de la sociedad
más amplia y de los procesos que en ella tienen lugar, incluyendo los que proceden de las
relaciones del mercado y la cultura globales.
Por último, cabe destacar que de acuerdo con los objetivos de la globalización
económica y cultural, en el contexto de sus procesos de capitales y relaciones
trasnacionales de mercado, de las competitividades y los arreglos comerciales y políticos
entre los gobiernos de las naciones con las que nuestro país firmó el Tratado de
Libre Comercio, quienes han resultado ser los más beneficiados han sido las clases
pudientes económica y políticamente. A las clases campesinas, como a las
demás clases trabajadoras de la entidad, de la región y del país en
general, este neoliberalismo solamente les ha concedido la propiedad de sus tierras —en el
caso de los campesinos— y la libertad de venderlas junto con su fuerza de trabajo,
asediados por el desempleo y el hambre.
En el caso de la tierra del campesinado yucateco este proceso neoliberal global, a escala local
fue formalizado a partir de las reformas al artículo 27 constitucional, por medio de las
cuales el Estado impulsó la parcelación del ejido y abrió los candados que
impedían la compra, arrendamiento o asociación de los ejidatarios con agentes
ajenos a sus comunidades. Lo más significativo de la actual reforma estructural del
Estado mexicano es que por medio de ella este logró liberarse del compromiso
contraído y escasamente cumplido con los sectores campesinos del país al concluir
la Revolución mexicana de la primera década del siglo XX, sobre todo cuando tuvo
lugar la reforma agraria cardenista y el Estado aún conservaba su característica
social posrevolucionaria, que se vio confinado a abandonar por presiones de los gobiernos
poderosos con los que firmó el Tratado de Libre Comercio.
Desde entonces, este proceso neoliberal ha generado mayor dependencia económica y
cultural de la sociedad mexicana y de sus poblaciones rurales hacia el mercado capitalista y la
cultura global, ya sea como productores, en algunos casos, o como prestadores de mano de obra
barata y consumidores, quienes hoy día de todas maneras tienen que seguir
planteándose estrategias para sobrevivir en el contexto predominante de la
economía global, que ha vuelto más flexible el empleo, o mejor dicho inseguro,
volátil y de baja remuneración, provocando de este modo que el único efecto
contundente del proceso económico neoliberal sea sobre todo la profundización de
la pobreza y el aumento del número de pobres y, por otro lado, la centralización
de la riqueza en manos de un reducido sector social de la clase pudiente.
De cualquier modo, no obstante a los impactos que ha introducido la globalización
económica y cultural en los pueblos mayas, estos continúan siendo parte importante
y significativa de nuestra sociedad yucateca, tanto en lo referente a número como en
presencia y representaciones culturales. Los impactos de los cambios globales en el
ámbito local no han conseguido impedir que las poblaciones rurales de la entidad yucateca
sigan siendo portadoras de numerosas expresiones simbólicas: formas de ser, de actuar, de
sentir y pensar, de concebir sus creencias y prácticas y de recrear sus elementos
simbólicos trascendentales a partir de los cuales, históricamente, han configurado
y trasmitido los valores que dan fundamento a su cosmovisión de sí mismo, de la
sociedad, de la vida, de la naturaleza y del orden que las cosas tienen en el universo en el que
ellos mismos se incluyen.
Así, en tanto se cristaliza la transición hacia mejores condiciones de vida, hasta
ahora inciertas y difusas en el contexto del modelo económico neoliberal, que la
globalización y la modernización prometen a las naciones que cayeron en la
fascinación de sus encantos, los pueblos yucatecos han demostrado la fortaleza para
adaptarse y sobrevivir en este contexto y, lo más importante, sin perder los elementos
simbólicos que definen su sentido de identidad con su cultura particular, sin diluirse en
la uniformidad y en el infinito del desarrollismo económico; sin rechazar su
participación de las novedades globales como el uso del teléfono celular, del
ciberespacio y de la moda de vanguardia que se expende en los aparadores del mercado. Como vimos
a través de estas líneas, un indicador de esta continuidad lo representa la
vigencia del uso de la lengua maya y de otras expresiones simbólicas, como las
festividades a los santos patronos, a los guardianes celestiales de la naturaleza; aunque en
algunos casos se hallan visto precisados de resignificar sus representaciones, como hacer su
ofrendas en la iglesias de sus comunidades o de pagar misas por ganarse o propiciarse el
bienestar celestial: lo relevante es que siguen manteniendo la esencia de los elementos
simbólicos de su cultura.
En síntesis, los meridanos rurales además de que han conseguido preservar
numerosos elementos simbólicos de su cultura y de su identidad, como «mestizos
yucateco» o «mayaros», han logrado adaptarse a las nuevas condiciones
laborales que les imponen los nuevos tiempos económicos del mercado neoliberal, ya que es
innegable que aun con su baja competitividad siguen participando en la economía local a
través de seguir realizando las actividades que la gente de la ciudad no desea realizar
pero son indispensables que se lleven a cabo, como el aseo urbano, la recolección de
basura, el servicio doméstico, o las actividades de nueva era, por ejemplo vigilantes de
empresas privadas, trabajadores de las maquiladoras, entre otras actividades. Por lo tanto,
siguen teniendo una importante participación en actuales procesos de desarrollo
económico de su cabecera municipal, aunque sea esencialmente como mano de obra poco
calificada.
Aguado, José y Portal María A., 1992, «Identidad,
ideología y ritual», Texto y Contexto n.
9, Universidad Autónoma Metropolitana, UI, México.
Aguirre Beltrán, G., 1992, El proceso de aculturación y el cambio
sociocultural, Obra Antropológica, Tomo VI, Universidad Veracruzana, Instituto
Nacional Indigenista, Gobierno del estado de Veracruz, Fondo de Cultura Económica,
México.
Ajens, Andrés, 1997, «De las identidades a las industrias culturales (ida y
vuelta). En torno a las dimensiones culturales del desarrollo», Revista de
identidades, interculturalidad: políticas culturales de alcance regional, n.
19, Instituto Andino de Artes Populares, IADAP, Quito, Ecuador, pp. 47-65.
Audefroy, Joel, 2004, «Estrategias de apropiación del Espacio por los
indígenas en el centro de la ciudad de México», en Ciudad, pueblos
indígenas y etnicidad, Yanes, Pablo, Virginia Molina y Óscar
González, Colección: La ciudad, México, Universidad de la Ciudad de
México, Gobierno del Distrito Federal, México, pp. 249-286.
Ayuntamiento de Mérida [Yucatán], 2010, «Mapa del municipio de Mérida
y sus comisarías y sub-comisarías», en http://www.merida.gob.mx/comisarias/mapa.htm[consulta:
3 de octubre de 2010].
Bartolomé, Miguel A., 1997, Gente de costumbre y gente de razón: las
identidades étnicas en México, INI, Siglo XXI, México.
Bitrán, Yael, 2001, México: historia y alteridad: perspectivas
multidisciplinarias sobre la cuestión indígena, Universidad
Iberoamericana, Departamento de Historia, México.
Bracamonte y Sosa, Pedro, 2005, «Los solares urbanos de Mérida y la propiedad
territorial indígena en el Yucatán colonial», en Urbi indiano. La larga
marcha a la ciudad diversa, coordinado por Pablo Yanes, Virginia Molina y
Óscar González, Colección: La ciudad, Universidad de la Ciudad de
México, Gobierno del Distrito Federal, Secretaría de Desarrollo Social,
México, pp. 129-142.
Castellanos Guerrero, Alicia, 2005, «Exclusión étnica en las ciudades del
centro y sureste», en Urbi indiano. La larga marcha a la ciudad diversa,
coordinado por Pablo Yanes, Virginia Molina y Óscar González, Colección: La
ciudad, Universidad de la Ciudad de México, Gobierno del Distrito Federal,
Secretaría de Desarrollo Social, México, pp. 145-167
Diario de Yucatán, Sección local, domingo 24 de julio de 2011,
México, p. 11.
Giménez, Gilberto, 1994, «Comunidades primordiales y modernización en
México», en Modernización e identidades sociales, coordinado por
Gilberto Giménez y Ricardo Pozas H., Colección: Pensamiento social, Instituto de
Investigaciones Sociales, UNAM, Instituto Francés de América Latina,
México, pp. 151-183.
Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, INEGI, 2000,
XII Censo de Población y Vivienda, INEGI, México.
Pacheco Castro, Jorge, 1992, «La reestructuración henequenera de los 90:
¿Una política agrícola de Campesinización?», en Campesinos
y sociedad, coordinado por Othón Baños Ramírez, Othón,
Mérida, Yucatán, UADY, México, pp. 223-254.
2005, «El cambio sociocultural desde la óptica de algunas teorías
antropológicas», en Análisis del cambio sociocultural, editado por
Rosario Esteinou y Magdalena Barros, Publicaciones de la Casa Chata, CIESAS, México, pp.
43-69.
Pinkus Rendón, Manuel, 1993, «Campesinos yucatecos de Yaxché y alternativas
de supervivencia con el Programa de Desarrollo de la Zona Henequenera», Tesis de
licenciatura en Sociología, Instituto de Ciencias Sociales de Mérida, A. C.,
México.
Villanueva Mukul, Eric, 1990, El henequén en Yucatán. Industria, mercado y
campesinos, Maldonado Editores, CULTUR, INAH, Centro Regional de Yucatán,
CEDRAC, México.
Wolf, Mauro, 1987, La investigación de la comunicación de masas:
Crítica y perspectivas, Paidós, Barcelona.