LOS PROCESOS DE AUTORÍA EN LA CREACIÓN DE LIBROS EDUCATIVOS
INTERCULTURALES: DEBATE Y REFLEXIÓN DESDE UN EJERCICIO DE
RÉPLICA DE LA METODOLOGÍA DE «ENTRE VOCES»
RESUMEN:
La creciente oferta de libros educativos para la interculturalidad demuestra que el libro sigue siendo un instrumento didáctico y político. Por ello, cada vez se ha puesto mayor atención en sus procesos de producción, surgiendo una serie de principios implícitos en torno a cómo debería ser la autoría para garantizar la simetría entre los sujetos del escenario educativo y del espacio público. Este artículo pretende debatir y reflexionar en torno a ellos a partir de un ejercicio de réplica de una autoría horizontal denominada «Entre Voces», en un contexto de diversidad cultural distinto al que le dio origen. La conclusión apuntala hacia la consideración del co-análisis metacomunicativo entre los participantes como mecanismo indispensable para el logro de un texto educativo intercultural.
PALABRAS CLAVE:
libros de texto, procesos de autoría, comunicación intercultural.
ABSTRACT:
The increasing supply of educational books for interculturality is proof that books continue to be a didactic and political tool. Increasing attention has thus been placed on the production processes of this literature that has witnessed the emergence of a series of implicit principles around what authorship should be like in order to be able to ensure symmetry between subjects in the educational field and in public space. This paper aims to debate and reflect on these principles based on a replication exercise of horizontal authorship that has been called «Intra Voices» in a context of cultural diversity that is different from the context in which it originally emerged. The conclusion points to considering meta-communicative co-analysis among participants as an indispensable mechanism to achieve a text on intercultural education.
KEY WORDS:
text books, authorship processes, intercultural communication.
Desde la oficialización del Modelo Educativo Intercultural Bilingüe, en
el año 2001, como política de atención a los grupos indígenas del
país, la producción de libros de texto interculturales ha ido creciendo
exponencialmente. Esto deja en evidencia dos cosas: primero, que el libro de texto sigue siendo
el instrumento por excelencia para manifestar una propuesta educativa, es decir, que sigue
siendo el instrumento operativo del sistema escolar para aterrizar toda estrategia
didáctica. Y segundo, el libro de texto oficial se ha erguido en México como un
escaparate de gran relevancia para la visibilidad de los sujetos en el espacio público, o
sea, es también un instrumento político (Martínez Bonafé 2002).
Precisamente, por esa doble dimensión, es necesario poner particular interés en el
proceso de producción de los textos educativos interculturales.
En investigaciones previas (Pérez-Daniel 2008), he podido evidenciar
cómo la forma del texto determina, en todo, su propuesta pedagógica y
política. Incluso, lo determina más que su contenido. Usualmente, el contenido ha
recibido mayor atención en el diseño de un texto educativo, a partir de la premisa
de que su selección es, en sí, la propuesta educativa. Lo que deja claro el
estudio es que el contenido no crea la propuesta, sino la forma en que se presenta.
La forma de un texto se determina, a su vez, por el proceso de autoría. Así,
el sentido de un texto se crea a partir del paralelismo entre dos niveles: el nivel de la forma
—intratextual— y el nivel de autoría —extratextual—. El sentido
se teje de afuera hacia adentro. Lo que pasa afuera determina lo de adentro. El nivel de la
autoría, pues, se crea a partir de la relación entre el autor y su posible
destinatario. El mecanismo que utilice para entablar un diálogo con él se refleja
en la forma textual. La forma, a su vez, dicta el marco de interpretación del contenido.
Barthes (2005) y Verón (1999) nombran el nivel de la forma como el nivel de la
enunciación. El nivel de la enunciación funciona como una especie de escenario
teatral en donde las formas del sentido se crean a partir de la aparición de ciertos
sujetos y objetos, la relación que establecen entre sí y el posicionamiento de
cada uno frente al otro, definiéndose a sí mismos y al sentido de su
aparición. Es en este nivel en donde está encerrada la significación
didáctica y política de un texto. Dicha significación no proviene de la
aglomeración de sentidos contenidos en un entramado, sino en su orden. Así pues,
en un libro de texto, la lección no se esconde en los contenidos elegidos, sino en la
forma de plantearlos. Su contribución política no proviene de la
visibilización de los sujetos que en él aparecen, sino en la forma en que son
descritos o tratados a lo largo de ellos.
Barthes (2005) anticipa la constancia de la presencia de al menos tres elementos en
un texto: el emisor-textual, el receptor-textual, y el objeto que los convoca. Emisor-textual y
receptor-textual no son los sujetos de la realidad extratextual, sino sujetos discursivos que se
forman a partir de su mención en el texto. Son, pues, una especie de personaje ficticio
que se construye a partir de la forma en que se dicen las cosas. El objeto tampoco refiere a un
elemento material, sino a un sentido que define la relación entre los dos sujetos.
En un texto educativo, emisor-textual y receptor-textual se traslapan con la imagen del docente
y del alumno (Verón 1999). Entre ellos, en el escenario de la enunciación, es
posible distinguir la propuesta que el texto hace sobre el tipo de relaciones pedagógicas
que deben establecer entre sí o que deben establecer con otro tipo de elementos
discursivos. Las relaciones pedagógicas, en todo caso, dice Verón (1999), pueden
ser definidas en términos de simetría o complementariedad.
Un intercambio simétrico sería aquél en el que un acto comunicativo X
realizado por A hacia B, es respondido por B con un tipo de acto comunicativo del mismo tipo que
X. El debate es ejemplo de este tipo de relación. Un intercambio complementario, en
cambio, es aquél en el que A dirige un acto comunicativo X a B, pero B responde con un
acto comunicativo cualitativamente distinto de X a A. Un ejemplo de esto sería un
diálogo basado en preguntas y respuestas.
Al fin, la simetría o la complementariedad de las relaciones entre sujetos y objetos
enunciativos establecen entre ellos vínculos de poder, denuncia Verón (1999). Por
eso explica:
En el intercambio simétrico, los protagonistas se autodefinen implícitamente como
iguales, equivalentes o por lo menos comparables. En la interacción complementaria los
actores se autodefinen como diferentes. Por eso, cuando se analizan intercambios complementarios
es importante determinar, de los dos actores, quién se encuentra «arriba»
(up) y quién se encuentra «abajo» (down) (p. 104).
Este tipo de relaciones fueron identificadas con claridad por Watzlawick, Beavin y Jackson
(1997). Ellos, al estructurar su teoría de la comunicación humana,
señalaban que ninguna de las dos formas puede considerarse como deseables o indeseables.
Ambas tienen sus ventajas y sus limitaciones. Por ejemplo, el intercambio simétrico corre
el riesgo de fomentar la competencia entre A y B, haciendo que cada vez sus respuestas tengan
mayor intensidad o agresión, fomentando una escalada de ataques que hiera a los dos
sujetos. El intercambio complementario, por otra parte, tiene el riesgo de volverse
rígido, es decir, de hacer que el que domina la relación se acostumbre sólo
a dominar, mientras que el sujeto receptivo se acostumbre a serlo siempre en todo intercambio.
La pertinencia de un tipo de relación no la da la naturaleza misma de la relación,
sino el contexto en el que aparece.
En un libro de texto educativo intercultural resulta relevante preguntarse por el tipo de
relación que debe definir, a nivel enunciativo, la propuesta didáctica y
política. ¿La simétrica o la complementaria? Hasta ahora, ha habido poco
cuidado en responder esto. Acorde con la investigación realizada con anterioridad
(Pérez Daniel 2008), la gran mayoría de la oferta textual intercultural plantea
relaciones complementarias en el nivel enunciativo, fomentando el poder del docente sobre la
vulnerabilidad del estudiante.
Así pues, pareciera que el propio discurso educativo tradicional, en donde el docente se
posiciona por encima del alumno por su saber, determina, casi por lógica, una
relación pedagógica complementaria presente también en los libros de texto.
Dicha complementariedad se agudiza según el formato textual; los cuadernos de trabajo,
por ejemplo, la enfatizan, puesto que parten de la diferencia entre el saber del estudiante y
del docente para estructurar todo el contenido. Por ello, el primero no tendrá más
remedio que ceñirse a lo estipulado por el segundo.
Los libros literarios parten del mismo supuesto, sólo que lo que se le presenta al
niño no son cosas por hacer, sino historias por saber. Esta complementariedad en el libro
de texto educativo, pues, es casi natural a partir del tipo de relaciones pedagógicas que
se han naturalizado entre docentes y estudiantes en el aula mexicana. Sin embargo, su uso para
la educación intercultural se convierte en delicado cuando se reconoce, además, en
esa desigualdad u otra vinculada a la etnicidad. Esta otra desigualdad parte del proceso de
autoría.
En las instancias oficiales se reconocían, hasta el año 2006, dos
procesos de autoría en la producción editorial para la interculturalidad que no
procuraban la simetría; no por negarla, sino por desconocerla. En el primero,
generalmente ligado a la producción de libros de corte literario, un autor en solitario
compilaba y redactaba el texto, presentándolo para su publicación. En ocasiones,
hacía alianza con un traductor para convertir la versión de su texto escrito en
español a otro en alguna de las lenguas originarias del país.
Este autor solitario, según el proceso reconocido, suele hacer la recopilación
precisamente partiendo de su propio asombro ante una cultura que le es ajena. Por ello, la
reconstrucción que ofrece es, al fin, desde una perspectiva externa. La desigualdad
establecida parte, primero, de su calidad de intruso que reconstruye la versión de una
cultura ajena y la presenta como si fuera propia a otros que la desconocen, o que sí la
conocen por ser originarios de ella, pero no la ven con el mismo extrañamiento y
fascinación que él. El intento, en todo caso, es el de aleccionar al destinatario
sobre una realidad que el compilador domina y el receptor no.
El otro proceso de autoría frecuente está vinculado con grupos de expertos que, en
equipo, diseñan estrategias didácticas para la enseñanza de un tema. En su
calidad de especialistas, anticipan que todo destinatario está en desventaja sobre el
conocimiento a tratar. Cuando ninguno de estos especialistas es miembro de la comunidad
destinataria, la complementariedad entre emisor y receptor se vuelve también de tipo
cultural. El emisor, entonces, no solo tiene el poder del saber, sino de pertenecer a una
cultura dominante sobre otra caracterizada por desconocer. Estos grupos de especialistas,
además, utilizan la traducción como un mecanismo para enfatizar esa desigualdad:
se traduce lo que creen que pueda ser más difícil de aprender para el
destinatario. El contenido, sin embargo, lo siguen definiendo ellos.
Ambos procesos de autoría asumen, por sí mismos, que el emisor tiene un saber
especial que lo hace distinto y mejor que el destinatario. Cuando el emisor efectivamente no
pertenece al mismo grupo identitario que el destinatario, esa complementariedad propuesta se
duplica. No es, pues, que los libros de texto discriminen a partir de su proceso de
autoría, sino que su proceso de autoría desigual se suma ya a una divergencia
marcada entre emisor y receptor propia del formato educativo.
Es, pues, como si a la desigualdad existente entre un docente especializado frente a su
neófito estudiante se le sumara el hecho de que el docente sea no indígena y se
proponga educar bajo sus parámetros a un estudiante indígena. Eso es sumamente
cotidiano en el panorama nacional, pero si se evalúa la situación desde el tipo de
lectura que tiene eso en el espacio público, se asume que el estudiante indígena
está naturalmente en desventaja frente a su docente no indígena. Incluso,
simplificando, se asumiría, de igual forma, que el estudiante se encuentra en desventaja
frente a su docente o que el indígena está en desventaja frente al no
indígena.
Por este tipo de lecturas, recientemente ha habido una serie de reflexiones que plantean formas
alternas de construir una autoría para la interculturalidad. Pareciera predominar, ahora,
la idea de que un texto educativo para la interculturalidad debiera proponer una relación
simétrica entre sus sujetos textuales, creando primero una relación
simétrica entre los autores (ver UNEM 2007; Podestá 2007, como ejemplo). Con esto,
se pretenden defender los principios educativos propuestos por CGEIB,1 en donde la visibilidad
de la diversidad debe partir y buscar la igualdad y el respeto. Si la visibilidad de la
diversidad no se hace a partir de un intercambio simétrico, aun en el nivel de la
enunciación, la visibilidad tampoco será de tipo simétrica, por lo que la
igualdad y el respeto aparecerán como ejercicios imperativos de un poder y no como
cualidades naturales de la propia diversidad.
Así, en el campo educativo intercultural ha aparecido la inquietud por definir un
procedimiento de autoría que garantice la simetría. En los foros de
investigación, incluso, se apuntala ya una serie de principios que parecieran garantizar
la autoría simétrica. Sintetizándolos, se concretarían en lo
siguiente:
Estos principios son ejemplos del imaginario que se ha formado en torno a la autoría
intercultural. Existen diversas perspectivas que inspiran la búsqueda de la
horizontalidad en la autoría intercultural —educativas, sociológicas,
antropológicas, políticas, etcétera—.
Las que se han propuesto como objeto de reflexión en este artículo son las
comunicativas.
En el afán, primero, de comprobar si existe realmente una serie de
principios que puedan garantizar un tipo de intercambio didáctico y político de
tipo simétrico en un texto educativo a nivel comunicativo, y segundo para probar si
realmente el intercambio simétrico es el ideal para una educación intercultural,
se hizo un ejercicio de autoría para un texto intercultural con un tipo de
metodología que, en su primera aplicación, había buscado seguir estas
directrices.
La metodología elegida fue la propuesta por Corona Berkin (2007) en el texto «Entre
voces». Cabe aclarar que dicha metodología implica, precisamente, el
análisis del proceso de autoría como mecanismo para darle sentido a los textos.
Por ello, seguirla puede dar luz a lo que aquí se pretende responder. A
continuación se expone parte de la historia de «Entre voces» para dilucidar,
precisamente, los cuidados procedimentales que la definen como una metodología de
autoría y de análisis.
En el año 2005, el Centro Educativo Tatutsi Maxakwxi, CETM, manifestó a la Dra.
Sarah Corona la inquietud por crear un material educativo que cumpliera sus expectativas con
respecto a lo siguiente:
Así, la Dra. Corona, junto con los docentes de CETM, emprendieron un diálogo para
diseñar un procedimiento de autoría que les permitiera garantizar que el texto
resultante cubriera lo esperado, es decir, en donde la voz wixárika dialogara con la voz
occidental, haciendo ver sus diferencias y confluencias; un texto, pues, que no solo permitiera
a los jóvenes wixaritari reconocerse a sí mismos y a los «otros» de su
realidad, sino que también fuera una oportunidad para los jóvenes mestizos
occidentales de encontrarse a sí ante esos otros tan cercanos. Con ese diálogo que
cimentó las bases de la propuesta nació, de hecho, la tónica de la
metodología y la idea del proyecto editorial Entre Voces.
Para la gestación de dicho proyecto editorial, la Dra. Corona creó un seminario en
donde participaron los maestros wixaritari de CETM y profesores con experiencia en
investigación y docencia de la Universidad de Guadalajara y la Universidad
Autónoma de Querétaro. La idea era reproducir, precisamente, el
diálogo que la Dra. Corona había ya establecido con los docentes wixaritari. Por
eso, el espíritu del seminario incitaba a la discusión sobre los temas a tratar en
el libro y poder acordar, al fin, no solo criterios generales para la elaboración del
mismo, sino en sí el texto y las dinámicas que se debían reflejar en
él.
Dicha directriz exigió a los participantes en la autoría del texto; vivir el
seminario como una experiencia objetiva y palpable de comunicación intercultural. El
resultado, entonces, no solo fue el texto en sí, sino una serie de dinámicas de
diálogo que impregnaron el diseño editorial y pedagógico del libro con
referencias concretas a las complicaciones de la simetría e, incluso, a las inevitables
complementariedades. Así, «Entre voces» (Corona, 2007) se convirtió en
un texto de educación intercultural, bajo un formato enciclopédico, de corte
informativo, que pretende, con su diseño, provocar la reflexión sobre la
diversidad a partir de la misma visibilización de la diversidad. En el texto no hay
interpelaciones directas al lector, sino solo una exposición del sujeto que reflexiona
sobre sí frente a otro, logrando que la experiencia del diálogo se haga palpable a
nivel de la enunciación.
Lo que metodológicamente determinó la riqueza educativa y política del
proyecto Entre Voces fue precisamente la posibilidad del diálogo. El encuentro cara a
cara entre autores que hablaban de una misma temática, desde distintas posiciones
culturales, permitió que ellos hicieran una metarreflexión sobre lo que los
constituía diferentes frente al otro, develando, al fin, las posturas que les eran
negociables y las que no. Ese encuentro fue, entonces, crucial para la construcción de un
diálogo de ida y vuelta inmediata, basado no solo en la exposición de posturas,
sino también en su reflexión, discusión y resolución.
Esta compleja experiencia de diálogo no hubiera tenido tanta profundidad si no le hubiera
exigido a sus participantes dedicación de tiempo completo en los tres días del
seminario. La posibilidad de seguir dialogando, aun en espacios no formales, logró un
efecto de choque y desacuerdo natural a partir de otras diferencias difíciles de convocar
en espacios formales. El manejo del tiempo, los límites de lo privado y lo
público, los protocolos de formalidad, los estatus de autoridad, incluso lo que es
considerado como autoría; todo esto surgió como parapeto de posibles intenciones
de limitar el intercambio a lo meramente cordial e indispensable. Precisamente los elementos de
diferencia permitieron a los participantes caer en cuenta sobre los elementos que los
definían frente al otro y que les resultaban indispensables exponer para facilitar la
comprensión de sí. Sin esto, la comprensión no hubiera sido real.
Así, los textos resultantes no fueron, pues, un producto elaborado individualmente, bajo
las propias suposiciones de lo que el otro requería saber, sino textos creados a partir
del encuentro, de las interpelaciones, de las dudas, de las aclaraciones, de las precisiones y
negociaciones frente al otro. Por ello, a nivel de la enunciación, no hay descripciones
sobre el receptor, sino un trabajo del autor por definirse frente a él.
Se buscó la horizontalidad con siete mecanismos específicos:
Como es posible ver, esta caracterización metodológica de
autoría se desvía en ciertos puntos de la autoría intercultural. Por
ejemplo, asume la simetría entre autores a partir del reto textual y no a partir del
consenso. También, plantea la visibilidad como un reto didáctico y político
que impacta en el diseño iconográfico del texto y que no refiere al otro, sino a
uno mismo frente al otro. Así, la visibilidad es parte del objeto de diálogo.
Sin embargo, lo más significativo es lo último: el reconocimiento de que la
simetría no siempre se logra y que no debe ocultarse la complementariedad, sino hacerla
evidente desde su contexto. Y para hacerla evidente, es necesario reconocer el sentido de la
complementariedad a nivel didáctico y político, es decir, a nivel enunciativo. Lo
complementario no demerita al texto si se esclarece su sentido. Lo que le da valía al
texto es precisamente el tipo de relaciones creadas en el intercambio y su esclarecimiento, ya
que conforman una gama de discursos que de otra manera, sin el diálogo, no se
construirían.
La apuesta didáctica del texto es que ese tipo de discursos, por sí mismos,
propician la reflexión y el aprendizaje sobre lo intercultural. Por ello, es posible
definir la dinámica de Entre Voces como una metodología de autoría y de
investigación para la comunicación intercultural, puesto que provocando la
comunicación intercultural se definió un camino alterno de autoría.
El resultado, pues, se dio a dos niveles: en el primero, se hicieron evidentes una serie de
relaciones de distintos tipos entre los sujetos que no necesariamente fueron horizontales y cuya
naturaleza, más bien, dependió de una serie de elementos que rebasaba la
intención del texto y se enclavaba en la centralidad política de las
temáticas en el espacio común en construcción. En el segundo, se
produjeron diez textos con distintos grados de dialogicidad que encerraron una experiencia de
intercambio específica, y que al final hacía visible una forma de aparecer en el
espacio público. Los textos no pretendían mostrar una verdad, sino una
versión sobre sí. Una voz que se expresa a sí misma.
De esta manera se formó un texto de corte informativo. Los textos de corte informativo
proponen, precisamente, una relación simétrica entre emisor y receptor.
¿Por qué? Porque en el texto informativo es el emisor el que construye una
plataforma informativa que pone a disposición del destinatario para que éste
defina su uso y función. De cualquier manera, la información puede prestarse para
distorsiones, pues el autor presenta datos sobre las temáticas como si estos definieran
de forma absoluta al objeto o como si nada más se pudiera decir sobre él. La
cualidad finita del texto informativo lo hace limitado. Sin embargo, siempre está en el
poder del destinatario el modo de hacer uso de esa información. En ese sentido, el
destinatario se encuentra al mismo nivel que el emisor. No importa la pertenencia étnica
del emisor ni la traducción del texto, pues ambos se convierten en datos que el usuario
puede o no usar.
En esto consistió el proyecto editorial Entre Voces. En síntesis, las directrices
metodológicas que propone son las siguientes:
Así, en la búsqueda por probar si la simetría es controlable y
propia de lo intercultural, se emprendió una réplica del proyecto editorial Entre
Voces en mayo de 2010, ahora con el objetivo de elaborar un libro de texto dirigido a
jóvenes universitarios, escrito por jóvenes universitarios, que reflexionaran en
conjunto sobre cómo construir un espacio común en la universidad en el que
pudieran garantizar la visibilidad de todos sus miembros y su participación.2
La peculiaridad buscada en el texto propuesto como producto final, fue que los jóvenes
autores aportaran su visión sobre la diversidad en la Universidad3 como miembros de la misma y, a su vez, como miembros de una
de las distintas comunidades culturales del estado de Chiapas, no para aleccionar a otros, sino
para hacerse visibles ellos mismos. Se trató, pues, de crear un texto intercultural para
jóvenes universitarios, escrito por jóvenes universitarios,4 a partir de la metodología de autoría y
comunicación intercultural propuesta por Corona (2007) en el texto de Entre Voces.
Así pues, se elaboró un Seminario-Taller donde el diálogo entre los
jóvenes para la creación del texto imprimiera en éste la intención
educativa intercultural desde su misma práctica. Es decir, en el esfuerzo que hicieron
los jóvenes por investigar, exponer, hacer comprensible, analizar, cuestionar, negociar y
acordar su punto de vista en la elaboración conjunta del texto, se rescató en una
metarreflexión el ejercicio mismo de diálogo que se hizo desde diversas culturas;
esto con el propósito de ofrecer pistas de formación para la interculturalidad en
el ámbito universitario, desde la vivencia misma de los jóvenes
universitarios.
El texto, entonces, habló sobre diversos temas que los mismos jóvenes vinculan a
la «visibilidad» y a la «participación» universitaria, abordados
desde el punto de vista, actual y en perspectiva de un futuro, de su comunidad de pertenencia
—mestizo, tseltal, tsotsil, ch’ol y zoque), con el fin de hacer reflexionar a todo
estudiante sobre la diversidad y la interculturalidad.
El resultado arrojó pistas suficientes para probar los límites de la
simetría en la autoría intercultural.5
El principal reto de la reproducción metodológica del proyecto Entre
Voces era el de cuidar el cumplimento de las siete condiciones de simetría para la
autoría intercultural. Como se verá a continuación, las complicaciones de
seguirlas evidenciaron que tales condiciones no son las que producen un texto para la
educación intercultural, sino la reflexión sobre los fenómenos
comunicativos que se esconden detrás de ellas. Dichos fenómenos y
reflexiones se podrían resumir en los siguientes tres:
1. Acerca de quién inicia el diálogo y qué tipo de relaciones se
producen en el encuentro. Dentro de las propuestas de autoría alternativas,
pareciera que la horizontalidad se asegura cuando el que inicia el diálogo es la
comunidad receptora y no el investigador. De esta manera se pretende garantizar que la
legitimidad del texto se la da la comunidad y no el campo científico.
Sin embargo, Watzlawick, Beavin y Jackson (1997) señalan, desde su teoría de la
comunicación humana, que la legitimidad de un intercambio simétrico, en realidad,
inicia con la intención de cualquiera de los dos elementos. Es decir, que lo legitima la
igualdad no es que la inicie x sujeto, sino que la inicie cualquiera que asume al otro como su
igual.
En el caso Entre Voces, la comunidad wixaritari no solo inició el diálogo, sino
que además escogió como su igual a la Dra. Corona; no así con todos los
demás autores. A algunos autores los asumieron como ayudantes de sus tareas, a otros como
sujetos que se imponían con el trato a la temática. Con algunos más, no les
interesó siquiera dialogar, no por la persona en sí, sino porque no encontraban
eco propio en lo que ellas decían. Por ello, surgieron también intercambios
complementarios, dominados a veces por ellos, otras por los investigadores, pero desiguales al
fin.
Lo que, al fin, evidenció el trabajo metodológico de Entre Voces es que la
simetría es difícil de lograr, menos aun cuando se confía su logro a solo
el origen del intercambio. El dejar que la comunidad inicie el diálogo no garantiza la
igualdad. Hay, de hecho, una serie de elementos que condicionan las interrelaciones igualitarias
entre sujetos. Watzlawick, Beavin, Jackson (1997) anteponen, por ejemplo, el sistema de
intercambios del que vienen los interlocutores.
En un diálogo intercultural, dichos sistemas tienen que ver, ciertamente, con el
ámbito cultural, pero no exclusivamente. Tienen que ver, también, con el historial
personal de intercambios de cada sujeto. Dicho historial establece un marco de tendencias de
interrelación que sirve como referencia a nuevas interrelaciones. Así, los sujetos
tenderán a establecer el intercambio que suelen establecer en situaciones semejantes. Si
alguien reacciona de manera complementaria, no es por el origen del diálogo, sino por el
contexto que lo enmarca y los antecedentes de intercambio de los sujetos en contextos similares.
Watzlawick, Beavin y Jackson (1997) agravan, incluso, las dificultades de lograr un intercambio
simétrico. Aun fomentando experiencias de intercambios simétricos y
asociándolas con ciertos contextos, como el aula, aun así queda un resquicio de
posibilidades que podría romper la simetría a partir de la voluntad del sujeto:
uno de los interlocutores puede no aceptar el diálogo o desviar el intercambio propuesto
por el otro a otro tipo de intercambios.
Así, para asegurar un verdadero intercambio simétrico, sería necesario
asegurar que todos los participantes en el encuentro estén dispuestos a asumir a los
otros como sus iguales, aceptar su comunicación y hacerlo efectivo a partir de las
experiencias previas de intercambios simétricos exitosos en el pasado. Todo esto se
vuelve muy complejo, más aún si en el proceso intervienen sujetos cuyo
diálogo se estipula, precisamente, por provenir de sitios distintos de un sistema
desigual. Dicha desigualdad no surge de los sujetos, sino del sistema de interacción de
referencia. Por tanto, la desigualdad no es natural, sino discursiva. No contemplar eso promueve
la reproducción de los intercambios complementarios, aun cuando se cuide quién
inicie el intercambio.
En el ejercicio de autoría con los estudiantes, esa búsqueda por la
simetría resultó de lo más complicado. Primero, porque los estudiantes no
manifestaron ningún interés por un intercambio con nosotros, en parte porque la
diversidad visible en el espacio universitario no tiene que ver con la pertenencia cultural, ni
siquiera con los derechos de visibilidad como estudiantes. Su preocupación manifiesta
tiene que ver, precisamente, con el tipo de relaciones que establecen con los docentes y, como
éstos, en la tradición pedagógica universitaria, fomentan una
relación de tipo complementario, no buscaron iniciar el diálogo, sino responder a
él.
Como los principios de la comunicación estipulan que un intercambio puede surgir de
cualquier interlocutor y era nuestro el interés por generar uno con los estudiantes,
fuimos los docentes quienes convocamos al encuentro. Sin embargo, como era de esperarse, el
diálogo hacia la gran mayoría de nosotros fue de corte complementario. Sólo
entre ellos y entre los colegas que decidieron entrar a sus reglas de convivencia fue cuando el
diálogo se prestó para la simetría, pero no en todos los casos.
Algunos estudiantes decidieron, precisamente, no ver como iguales a sus compañeros. Estos
casos resultan oportunos de análisis. Primero, porque el tipo de intercambio que los
estudiantes que promovieron el diálogo complementario, en este ejemplo pertenecientes a
una comunidad étnica, esperaban de sus compañeros un énfasis en la
pertenencia comunitaria. Esperaban esto porque, acorde con sus experiencias, todas ellas
vinculadas con «encuentros interculturales» en donde el centro del diálogo se
hacía a partir de su lugar de origen, esto era lo que se hacía. Por tanto,
asumieron que esos referentes eran, precisamente, los que los definían frente a los
otros. Como los otros compañeros, auto nombrados no-indígenas, tampoco encontraban
referentes concretos de su comunidad —la gran mayoría era migrante—, se
posicionaron en desventaja ante ellos.
En esa desventaja, se inició un intercambio desigual: «enséñenos
sobre su comunidad». En el intercambio, la diferencia enfatizada estuvo en la
posesión o no de una comunidad de referencia. Así, el diálogo establecido
se dio entre los que tenían una comunidad de referencia y los que carecían de
ella. Nótese que el intercambio no enfatizó en las culturas, sino en la
pertenencia a una comunidad que, luego, se tradujo en condiciones y necesidades
específicas como estudiantes. A los que tenían una comunidad les limitaba la
distancia, la lengua, el compromiso con los suyos, los pocos recursos, etcétera. A los
que no tenían una comunidad les limitaba la falta de referentes que les motivaran.
Al final, pues, esa diferencia marcó un posicionamiento frente a lo escolar y no frente a
la diversidad cultural. En todo caso, los estudiantes que sí poseían una comunidad
se encontraron frente al dilema de si aceptar o no ese intercambio. Unos aceptaron y trataron de
enseñarles a los demás las características de su comunidad, además
de lo difícil que les había sido entrar a la Universidad. Otros no aceptaron ese
intercambio, pues les parecía que no iban a recibir nada a cambio. Así, la
búsqueda de la simetría en un diálogo no dependió de quién lo
iniciaba, sino de cómo se configuraba a partir de los sistemas que envolvían las
relaciones de los sujetos. Incluso, el objeto del diálogo dependió de esos
sistemas que envuelven a los sujetos. Como lo escolar imperó sobre lo cultural, la
traducción de la pertenencia comunitaria decantó hacia las diferencias en las
necesidades de los estudiantes.
En todo caso, para que un texto sea intercultural no puede buscar la simetría de entrada,
pero sí puede evidenciar cualquier tipo de relación establecida una vez que se den
las condiciones de intercambio. Eso fue lo que se propuso Entre Voces. La evidencia de la
naturaleza de los intercambios denuncia las condiciones del diálogo y su propia
naturaleza. Forzar o simular una igualdad podría resultar engañoso, sobre todo en
el ámbito de la enunciación. Evidenciarlas, puede resultar educativo por sí
mismo.
2. La posición horizontal frente a la autoría y la creación de los
textos. El retar a todos a una misma tarea forzó un tipo de «igualdad de
condiciones» entre los autores. Dicha condición implicó la incertidumbre
frente a lo que iba a resultar. Sin embargo, pese a que estuvieron en las mismas condiciones de
incertidumbre, lo que se escapa de dicha búsqueda de la horizontalidad es lo que cada
sujeto planea como objetivo didáctico para su propio texto, para su propia
exposición.
Cuando todos los autores son docentes, como en el caso de Entre Voces, coinciden, al menos, en
que sus interlocutores serán los estudiantes; aunque unos piensan en sus propios
estudiantes y otros piensan en los estudiantes del otro. Cuando los autores son
estudiantes, la diversidad de posibles destinatarios se hace menos obvia.
En la experiencia de reproducción realizada en UNACH, algunos estudiantes escogieron a
otros estudiantes como sus destinatarios, unos pertenecientes a sus propios contextos, otros
pertenecientes a diferentes. Sin embargo, la gran mayoría optó por asumir a los
docentes como sus destinatarios: aquellos docentes que no perciben la diversidad de necesidades
entre ellos. Así, el tipo de exposición que hicieron sobre sí no fue a
partir de cómo querían ser vistos en el espacio común universitario, sino
qué necesidades querían que vieran los docentes de su Universidad.
Las autorías interculturales suponen que esa visibilidad de sus necesidades los empodera
frente al otro, en este caso, frente al docente. En el caso de Entre Voces fue distinto. No
porque no resultara en un posicionamiento ventajoso frente a los otros, sino porque, en
realidad, no buscaban ningún tipo de posicionamiento, sino solo un intercambio de
visiones. Por tanto, una de las condiciones que hace evidente la metodología de Entre
Voces es que el empoderamiento no es condición para la validación de los textos,
sino el respeto del motivo que buscan sus autores para hacerse visibles.
En el caso de los textos universitarios, incluso, resultaron contrarios a un empoderamiento por
parte del estudiante, puesto que decidieron centrarse en la visibilidad de sus necesidades y no
de sus fortalezas. Es decir, optaron por debilitarse frente al poder del docente. Eso no le
quita legitimidad al texto. Al contrario, legitima la igualdad de condiciones que permite que el
resultado no se puede controlar, sino a partir de la propia interacción. De nuevo, lo que
sugiere la metodología de Entre Voces en estos casos, es evidenciar el tipo de
destinatario que cada autor asume y, por tanto, el origen de su propio mensaje. Lo que resulta
educativo, entonces, en este caso es entender por qué el estudiante quiere ser reconocido
por sus necesidades y no por sus cualidades. Eso dice mucho del sistema educativo universitario.
3. Las implicaciones de la visibilidad. Cuando los wixaritari iniciaron el
diálogo de la autoría, tenían claro lo que querían decir sobre
sí para sus propios hijos y para los hijos de los citadinos, puesto que se habían
preguntado sobre ello en los años de docencia que precedieron el ejercicio de Entre
Voces. Ante la pregunta de ¿qué quieres decir tú sobre ti a los
demás?, alguien que no se haya enfrentado a la necesidad de visibilizarse, le puede
resultar sumamente complicada de responder.
Y es que, en realidad, la visibilidad resulta muy retadora, pues de dicha visibilización
depende la reacción que tengan los demás sobre nosotros. Discursivamente, cuando
se trata de visibilizar algo, se suele optar por el uso de lugares comunes cuya respuesta
está ya cifrada en un tipo de reacción concreta. Es decir, los lugares comunes se
utilizan porque son modos de enunciarse ya probados en el espacio común. Al conocer ya
sus consecuencias, es fácil predecir lo que podemos esperar de los demás al
utilizarlos. Pocos optan por una visibilización no explorada.
En el ejercicio con jóvenes universitarios, el uso de dichos lugares comunes fueron
evidentes. Hubo dos estrategias recurrentes: unos optaron por mostrarse a partir de enfatizar la
valía de su propia vida: amigos, familia, logros, éxitos, momentos felices; otros
optaron por mostrarse a partir de enfatizar la valía de su lugar de origen: lo grande o
pequeño de su comunidad, la riqueza de su tierra, las personas que la componen, las
actividades que realizan juntos, el compromiso que los une, las dificultades que enfrentan.
Ambos son lugares comunes: la valía de la individualidad y el poder de la comunidad.
Incluso, al solicitarles ilustraciones de su forma de hacerse visibles, los elementos
iconográficos eran repetitivos, muy similares a la selección fotográfica
que se hace para páginas electrónicas como Facebook o MySpace.
Según Watzlawick, Beavin y Jackson (1997), esta forma de exponerse también
encuentra sentido a partir de un sistema de significación. El sistema que dio sentido a
las exposiciones de Entre Voces fueron las relaciones entre los wixaritari habitantes de la
sierra y los citadinos. El sistema que dio sentido a las exposiciones de los estudiantes de
UNACH fue el escolar: ante los compañeros se tiene un referente idealizado; ante los
docentes eso se traduce en una diversidad de necesidades.
Las autorías interculturales suponen que la visibilización basta para las buenas
relaciones. Supone que esta es siempre conciente y planeada. Y lo que es más complicado
aún, supone que la exposición de un sujeto es la visibilización de un
grupo. Lo que da evidencia el ejercicio universitario es que la visibilización
también se da en un marco discursivo y que debe aprenderse a leer desde él.
En el proyecto Entre Voces, los docentes tenían un interés concreto: el
intercambio para el mutuo reconocimiento. Por tanto, era necesario que la exposición
fuera hecha de lugares comunes, pero de lugares comunes para cada quien. Así, el
contraste entre uno y otro evidenciaba el contraste entre un contexto y otro. Si dicho
interés no se hubiera hecho evidente, el sentido de las exposiciones hubiera resultado
oscuro y vago. Por tanto, lo que da la utilidad de la visibilización no es la
visibilización en sí, sino el sistema de significación que se utiliza como
referente.
Al fin, la experiencia de reproducción dejó claro que la
simetría enunciativa de un texto no depende de procedimientos específicos, sino de
su lectura a partir de evidenciar el marco de significación que lo rodea. Un texto no es
más o menos simétrico, más o menos legítimo por si hace tal o cual
cosa. Ayuda a la educación para la diversidad si hace evidente el sistema que opera
detrás de las voces. Así, lo que parece ser una serie de procedimientos
metodológicos dibujados por Entre Voces, se convierte en rubros que deben hacerse
visibles para desentrañar un sentido textual mucho más profundo.
La propuesta de Entre Voces no es un camino que asegure la construcción conjunta y
equilibrada del saber, sino una serie de retos que deben esclarecerse a partir de la
interacción misma de los sujetos. Sin esta reflexión metacomunicativa no solo
cualquier mensaje textual se hace inútil, sino que el propósito educativo se
pierde.
Si se mira bien, al esclarecer el sentido metacomunicativo de un texto, de hecho, se fomenta un
formato informativo, tipo de texto que propicia la relación simétrica entre
emisores y receptores. No se puede hacer evidente el funcionamiento textual en un género
literario o en un cuaderno de trabajo. Sólo el género informativo permite este
esclarecimiento en capas de los textos.
De esta manera, el formato no es el que garantiza que un texto educativo fomente la igualdad,
sino el ejercicio metacomunicativo. Lo que hace que Entre Voces enseñe sobre una
experiencia a partir de la experiencia misma es el esclarecimiento de los mecanismos de
significación que operan tras el texto. Sin ello, aun cuando sean textos informativos, no
promoverán del todo la igualdad.
PERSPECTIVAS A FUTURO EN LA AUTORÍA INTERCULTURAL DE LIBROS EDUCATIVOS
La verdadera preocupación de los textos educativos para la interculturalidad
no debe ser, pues, el garantizar la simetría entre los sujetos participantes. Como ya
expliqué, es difícil controlar la naturaleza misma de las interacciones humanas y
estas pueden ser, aun cuando las condiciones sean contrarias, complementarias, pese a cualquier
esfuerzo. Así, pues, lo que legitima al texto intercultural es la evidencia del sistema
de significación detrás de sus relaciones.
La contribución de Entre Voces es que muestra, con su forma de construir el libro, las
distintas capas de significación que desentrañan una serie de fenómenos
vinculados con el diálogo intercultural. El texto enseña sobre la
interacción a partir de analizar la interacción. Si no se analiza, el
procedimiento resulta inútil. Las capas que interesan para el análisis, en todo
caso, son las siguientes:
Por ello, posibilitando el análisis de la interacción intercultural, se fomenta un procedimiento de autoría intercultural. La apuesta, entonces, para la autoría de nuevos textos educativos interculturales debería ser hacia la creación de nuevos espacios para vivir la experiencia misma de encuentros interculturales en donde los autores puedan hacer reflexión sobre su encuentro. No se podría hablar de diálogo intercultural sin haberlo practicado y reflexionado sobre él con el otro. Y en las vicisitudes de este ejercicio, se podrán encontrar verdaderos caminos pertinentes para una sociedad que busca enfrentar las dimensiones políticas de la diversidad. La recomendación última es, pues, hacia la exploración del análisis grupal sobre la autoría grupal. Ahí se encontrarán nuevas pistas educativas.
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